Claudia Piñeiro y Borges. Asterión en Los Altos.

Bruselas, 3 de septiembre de 2016.

Estimada Claudia Piñeiro,

Soy docente en Francia y acabo de estudiar el siguiente fragmento suyo con mis alumnos :

El nuestro es un barrio cerrado, cercado, con un alambrado perimetral disimulado detrás de los arbustos de distinta especie. Altos de la Cascada Country Club, o club de campo. Aunque la mayoría de nosotros acorte el nombre y le diga La Cascada, y otros pocos elijan decirle Los Altos. Con cancha de golf, tenis, pileta, dos club house. Y seguridad privada. Quince vigilantes en los turnos diurnos, y veintidós en el de la noche. (…)

Abundan los cul-de-sac, calles sin salida que terminan en una pequeña rotonda. (…) En un barrio no cerrado, un callejón así desvelaría el sueño de quien lo tuviera que transitar, sobre todo de noche ; temería ser asaltado, emboscado. En La Cascada no, no sería posible, uno puede caminar a la hora que sea, por donde sea, absolutamente tranquilo porque nada puede pasarle. (…) Los que venimos a vivir a Altos de la Cascada decimos que lo hacemos buscando « el verde », la vida sana, el deporte, la seguridad. Excusados en eso, inclusive ante nosotros mismos, no terminamos de confesar por qué venimos. Y con el tiempo ya ni nos acordamos. El ingreso en la Cascada produce cierto mágico olvido del pasado. Se van borrando los amigos de toda la vida, los lugares que antes parecían imprescindibles, algunos parientes, los recuerdos, los errores. Como si fuera posible, a cierta edad, arrancar las hojas de un diario y empezar a escribir uno nuevo1.

El siguiente texto que vamos a estudiar es el inicio de La casa de Asterión, de Borges :

 Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito1) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. (…) Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se posternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. 

1. El original dice catorce, pero sobran motivos para creer inferir que, en boca de Asterión, el número catorce vale por infinitos.

Esta mañana, mientras preparaba mis clases, di en preguntarme si el destino de Asterión no sería una suerte de anuncio profético o atemporal de aquel que aguarda al habitante de los Altos, después de que el mágico olvido del que usted habla haya concluido plenamente su labor: destruir con inocente crueldad a aquellos que se aventuren en su casa, en quienes ya no verá a seres humanos, sino a seres de rostros aplanados, despreciables, pero también temibles y acaso monstruosos a los que prodigar la muerte como una redención. El habitante de Los Altos, privado de la mirada de otros humanos, se degradará en un Minotauro que, ajeno a su propia anormalidad, verá con disgusto los planos rostros humanos. De esta suposición derivé un ejercicio :

¿Recuerdas esta frase del texto de Claudia Piñeiro : El ingreso en la Cascada produce cierto mágico olvido del pasado. Se van borrando los amigos de toda la vida, los lugares que antes parecían imprescindibles, algunos parientes, los recuerdos, los errores? Escríbele una carta a Claudia Piñeiro preguntándole si, para ella, los habitantes de Los Altos son “Asteriones” encerrados en su laberinto.

Y del ejercicio que les doy a los alumnos, nace esta carta: no me voy a dispensar yo de hacer lo que les pido a ellos que hagan, ¿no le parece?

Después, claro, pensé en El Evangelio según Marcos, otro relato de Borges, que usted habrá leído, con los Gutres que, aislados de generación en generación en la estancia La Colorada, se convencen de que van a redimir a la humanidad y a redimirse a sí mismos crucificando a Baltasar Espinosa. La Colorada y Los Altos, me dije, son el anverso y el reverso de la misma moneda: el que Los Altos acoja a los ricos y la Colorada a los olvidados de la República vendría a ser indiferente, porque lo que cuenta son los efectos de aislar a un grupo del resto de la humanidad.

A continuación, pensé, como no, en Casa tomada, de Cortázar, o a lo menos en aquellas interpretaciones que hacen del relato una metáfora de la Argentina tradicional que cede ante el peronismo. Yo, alguna vez, me he preguntado si estos countrys, estos barrios cerrados, que, con razón, sin duda, resultan tan violentos y ofensivos, no ilustrarán de algún modo paradójico el declinar del prestigio de una clase social que antes campaba por sus respetos en el país. Me pregunto si la clase que viviera en la Argentina de antaño como en un vasto country no se verá ahora obligada a encerrarse para hacer perpetuar en espejismos mezquinos y locales lo que antes era la, para ellos, ilimitada y ubicua realidad. No negaré, por supuesto, las escandalosas desigualdades económicas y sociales que se ceban en los más pobres de nuestros compatriotas (yo también soy argentino). Me refiero a otra cosa: al que, tal vez, ahora esté debilitándose la idea de que los privilegios de los argentinos más adinerados son justos o naturales. Perdón por este inciso que no tengo con qué sostener y que me permito tan sólo por ser esta una conversación informal y pensando que quizá le dé a usted oportunidad de palabras más autorizadas que las mías.

Estimada Claudia Piñeiro, de tener usted a bien contestar a esta carta, yo transmitiría su respuesta a mis alumnos, pero también la pondría en este blog, donde otros docentes podrán consultarla.

Y ahora me toca pedirle disculpas : no he leído su libro, no he tenido tiempo de hacerlo. No siempre tengo tiempo de leer la totalidad de las obras que uso en mis clases. Le prometo empezar lo antes posible.

Un saludo cordial,

Sebastián Nowenstein.

1El fragmento proviene de su novela Las viudas de los jueves y lo encontré en un manual de español de enseñanza secundaria, Escalas. Perdone que, extraña situación, le dé la fuente de una obra suya, lo hago, lo entenderá usted, por ser esta una carta abierta.