Publico aquí unas notas que preparé para una clase que di hace varios años. Se trataba de ilustrar la noción de Lugares y formas del poder con un fragmento de « El señor Presidente », de Miguel Ángel Asturias.
Este texto nos pone ante la manera brutal en que un presidente ejerce su poder sobre un subordinado, un pobre viejito al que, llamándolo ANIMAL, le niega la humanidad. El subordinado es un hombre pobremente vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala calidad y los ojos azules y turbios perdidos en anteojos color yema de huevo, una caracterización que nos lo hace frágil, humilde, miserable y que acrecienta su indefensión ante el poder sin límites del Presidente.
El viejecito derrama la tinta sobre un pliego que acaba de firmar el Presidente, lo que suscita la rabia de éste, que dispone que se castigue al empleado con doscientos palos. El viejecito no aguantará semejante castigo. El anuncio de la muerte del servidor del Presidente se le hará en la Casa Presidencial, mientras el Presidente está comiendo. Una sirvienta oye el parte. Corre detrás del militar que lo diera para obtener confirmación, vuelve ante el Presidente y, temblando y alterada, le dice que el viejecito ha muerto. “¿Y qué?” contestará el Presidente.
El Presidente se nos presenta pues como alguien que ejerce el poder de la manera más cruel e inhumana, imponiendo castigos desmesurados y arbitrarios, que son ejecutados militarmente, sin rechistar y sin contemplaciones por sus subordinados, encarnados en este caso por un general, que no es más que el ayudante del máximo dignatario. Al personaje psicópata e insensible del presidente se opone la reacción no desprovista de ingenuidad de la sirvienta, que se permite explicar al Presidente que el viejecito ha muerto, atribuyendo inocentemente la ausencia de reacción del Presidente al hecho de que no hubiese comprendido, y poniéndose a sí misma en peligro, lo suponemos, al salir con tamaña desfachatez de los límites de sus atribuciones. Desfachatez, por supuesto, que sólo es tal siguiendo los cánones del poder delirante que parece reinar en el ámbito en que exhibe su autoridad aquel atroz presidente. De hecho, lo que se pone de manifiesto a través de esta oposición es que aquí los únicos seres humanos son la sirvienta y el viejecito. Los “animales”, si damos al término el sentido de estar desprovisto de consideraciones éticas o morales, de sentimientos de pena, de miedo, de simpatía o de conmiseración, los auténticos animales son pues el Presidente y su perro de guardia de general. El primero, por su crueldad infinita, el segundo por la obediencia sin límites que muestra ante las órdenes más esperpénticas de su superior.
Este texto nos muestra el ejercicio de un poder despiadado, sin ningún tipo de límite o de control. Todo el poder emana de una sola persona. Sus designios son ejecutados sin vacilaciones. Los cuerpos de los subordinados vienen a ser el lugar donde este poder omnímodo se actualiza, desencadenándose y mostrándose en toda su arbitraria brutalidad. Pero, aun cuando sea contingente o casual la elección de la víctima, aun cuando el chivo expiatorio hubiese podido ser otro, siempre tiene que haber, en esta forma de poder, cuerpos en los que la fuerza del déspota se muestre, para ejemplo, terror y escarnio de los sometidos, para que cada uno sepa que siempre cabe la posibilidad de que sea él el próximo que se torne en torno de cristal ante la muerte.