De una impostura a otra. Casos Antonio Pastor Martínez y Nadia Nerea.

Yo tengo por costumbre trabajar con mis alumnos franceses sobre Tema del traidor y del héroe1. En este relato de Borges, Ryan emprende la escritura de una biografía de su bisabuelo, considerado unánimamente como un héroe. Durante sus investigaciones, Ryan descubre que su antepasado no fue un héroe, sino un traidor:

Al cabo de tenaces cavilaciones, resuelve silenciar el descubrimiento. Publica un libro dedicado a la gloria del héroe; también eso, tal vez, estaba previsto.

Este relato me permite abordar temas como el de la falsificación de la historia o suscitar debates morales sobre la legitimidad de la mentira ¿Está bien lo que hace Ryan? A menudo, a los alumnos les parece bien ocultar la verdad o falsificar la historia si así se protege la reputación de un antepasado. Pero su posición, en general, cambia cuando yo les pido que imaginen que Ryan es profesor: se puede falsificar la historia de manera impersonal, pero el profesor no ha de mentirles a los alumnos. De manera menos genérica, yo no les puedo mentir a ellos, siendo esta última imposibilidad moral aun más fuerte que la anterior.
Tras haber entrado en el tema mediante la ficción, trabajo sobre el caso de Antonio Pastor Martínez2, un falso deportado cuyas inverosímiles afirmaciones fueron retomadas con una avidez igual de inverosímil por medios de comunicación, historiadores (una historiadora, en particular), profesores y políticos. Suelo completar mi dossier con un artículo de actualidad que conecte con alguno de los temas que he mencionado. Este año, he trabajado sobre el caso de Nadia Nerea3, esta niña afectada por una dolencia genética rara que sus padres instrumentalizaron para organizar una estafa destinada a enriquecerlos gracias a la empatía y a la emoción suscitadas con la colaboración entusiasta de medios de comunicación y celebridades.
El objeto de esta nota es anticipar o indagar las consecuencias de agregar a mi dossier las líneas finales de El guerrero y la cautiva, del mismo Borges:

         Mil trescientos años y el mar median entre el destino de la cautiva y el destino de Droctulft. Los dos, ahora, son igualmente irrecuperables. La figura del bárbaro que abraza la causa de Ravena, la figura de la mujer europea que opta por el desierto, pueden parecer antagónicos- Sin embargo, a los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar. Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales.4

¿Son iguales el destino de un anciano que fabula una deportación y que, acaso, desvaría, y el de una niña que sus padres instrumentalizan para enriquecerse?
A los dos, a Antonio Pastor Martínez y a Nadia Nerea, los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón. Pero este ímpetu, a diferencia de lo que ocurre en el relato de Borges, no anida en los individuos cuya existencia encamina y define, sino en quienes los alientan y manipulan, todos aquellos que les inventan y, tal vez, imponen una existencia de sustitución que despoja a sus víctimas de las suyas propias y a nosotros, a los demás, a la sociedad, de nuestro derecho de gozar de la verdad o de acercarnos a ella lo más posible.
Que haya individuos mitómanos, individuos manipuladores; que haya vanidosos, cínicos sin escrúpulos, que los haya, también, que terminen por creerse sus propias imposturas son cosas que no han de extrañarnos. Lo que debe importarnos, es cómo reacciona la sociedad ante las imposturas de que dichos individuos son vectores. No aspiro, pues, a que hablemos del ímpetu íntimo, privado y legítimo del que se busca a sí mismo, sino de aquel, cínico y egolátrico, de quienes, anhelando la notoriedad, ven en la impostura una oportunidad para alcanzarla. Para ellos, para estos cínicos, la verdad o la falsedad son categorías vacías, sólo cuenta la eficacia. Y también quisiera que hablásemos en clase de una sociedad, la española (¿pero es sólo la española?), cuyo tejido da cobijo a políticos, periodistas o profesores que vulneran con tanta desenvoltura los valores elementales de honestidad, sinceridad, rigor u objetividad.
Antonio Pastor Martínez fue objeto de une documental tan espurio como pueda imaginarse, nos explican en sustancia los historiadores Benito Bermejo y Sandra Checa5. Su autor, Rafael Sánchez Benítez, recibió por él el premio Premio del Consejo Asesor de RTVE en Andalucía de 20026. En 2005, el citado artículo de Bermejo y Checa demuestra la impostura. En 2009, en un chat de Canal Sur, Rafael Sánchez Benítez cita su documental cuando contesta la pregunta siguiente: Señor Roberto, ¿por qué la televisión está llena de violencia y sufrimiento? Créame que usted es de los pocos que no incurre en estas cosas. Cuatro años era tiempo suficiente, le habrá parecido al señor Benítez, ya sería hora de rehabilitar su trabajo. Su respuesta es, además -de modo, digamos, subsidiario o supletorio- un concentrado de infamia mercantil que instrumentaliza el sufrimiento de los deportados andaluces y de las víctimas del Holocausto a fines de autopropaganda. Yo le pedí al defensor de la audiencia de Canal Sur que tomara cartas en el asunto, pero el señor Gutiérrez, el defensor, desestimó mi solicitud7. El señor Sánchez Benítez parece haber continuado su carrera con toda impunidad. Los intercambios con Canal Sur, así como otros correos que tuve oportunidad de enviar en relación con este caso pueden consultarse en esta página: http://sebastiannowenstein.blog.lemonde.fr/2016/12/17/mensajes-intercambiados-con-el-defensor-de-la-audiencia-de-canal-sur/. Hoy, 25 de diciembre de 2016, la Junta de Andalucía sigue afirmando en un documento destinado al público escolar, que Antonio Pastor Martínez estuvo deportado en Mauthausen8. La empedernida sustitución de la verdad por una ficción no ha cesado; mis esfuerzos han sido totalmente vanos. Lo único que he conseguido es reforzar mi íntima convicción de que hay que tomar en serio las advertencias de Orwell en 1984 y de Borges en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius9.
En la secuencia Nadia Nerea encontramos, también, el desdén por la deontología, que es desprecio por el lector o por el telespectador. También aquí menudean lo inverosímil o lo fantástico: hay que practicar tres agujeros en la nuca a la niña, por donde se le sacará el material genético para resetearlo; es preciso que el padre parta con la niña en busca de un especialista de su enfermedad que se oculta en una gruta afgana, etc, etc.
Mi programa me impone trabajar sobre la noción de mito. Quizás, más allá de las características particulares que toman los relatos, tengamos en la conjunción de la necesidad de creer y del cinismo que aparece en estos caso, el eterno crisol en el que los hombres cuecen sus mitos. Pero el privilegio de todo profesor de concluir una clase con vagos enunciados de corte sapiencial no debe hacernos olvidar la muy urgente y concreta necesidad de que la sociedad española trate con un poco más de rigor la historia y la información.

2Para no cargar esta nota con referencias, me permito remitir al lector a la página http://sebastiannowenstein.blog.lemonde.fr/caso-antonio-pastor-martinez/, en la que encontrará las que he podido reunir en las cartas que he escrito para alertar a distintas instancias sobre este extraño caso.

3El artículo siguiente resume el caso y contiene vídeos que hemos comentado en clase: http://politica.elpais.com/politica/2016/12/09/actualidad/1481322911_103203.html