Alebrijes

Trabajo colaborativo de los alumnos del Instituto francés de Timburbrou y de los alumnos mexicanos del Instituto Lázaro Cárdenas, Oaxaca.

Intercambios realizados entre el el 2 de marzo y el 30 de marzo de 2028.

Coordinación : Esteban Nierenstein y Tratanka Gómez.

Alebrijes.

El presidente Trump acababa de notificar a las Naciones Unidas que su país se retiraba de los acuerdos sobre el clima. Mientras el titular se proyectaba en los ventanales de la cafetería, los rayos del sol poniente acentuaban los rasgos terroríficos de los alebrijes que María había traído desde México. Levantando los ojos hacia ellos, la bisnieta de su creador les preguntó con cariño: ¿no hemos venido de demasiado lejos?

Los alebrijes habían surgido de una larga noche de fiebre y de pesadilla. El bisabuelo de María, a causa de una úlcera no tratada, había estado a punto de morir. Durante su estado comatoso, unas quimeras fantásticas lo habían asediado mientras él caminaba por unas junglas lujuriantes y extrañas. Ya sano, el abuelo había dado en reproducir las criaturas de sus sueños. Las figuritas de papel maché habían alcanzado proporciones gigantescas y una popularidad mundial.

Ahora, María estaba en Lille. Desdeñando las emisiones de CO2 que el transporte de las voluminosas estructuras provocaba, el festival Lille 3000 había llenado con alebrijes la ciudad del norte de Francia. Y la había invitado a ella, como representante de una estirpe que prolongaba desde hacía cuatro generaciones las pesadillas del bisabuelo.

– ¿María?

Un hombre de unos cuarenta años la miraba, sonriente.

– Me llamo Vestringio. No nos conocemos. O sea, yo te conozco a ti, conozco tu trabajo y asistí a la conferencia que diste el otro día sobre los alebrijes. Soy profesor y me gustaría que vinieses a animar un taller en la plaza que está delante de la escuela secundaria donde trabajo ¿Me puedo sentar?

Antes de que María se hubiese repuesto de su sorpresa, el desconocido estaba sentado. Dos minutos después, María había aceptado la propuesta y se había comprometido a acudir el jueves 14 a la place Léon Blum a las 18 y 30. Cinco minutos después, el visitante habîa desaparecido.

Vestringio G. Nerestos, un nombre raro…

Una búsqueda rápida en Internet le confirmó que Vestringio era profesor.

Los alumnos de Vestringio habían escrito una historia en que los alebrijes de Lille cobraban vida, eran acusados de crímenes numerosos, eran inocentados y terminaban creando una alianza para luchar contra el calentamiento global junto con los alumnos franceses de Vestringio y con unos chicos mexicanos de Oaxaca.

La historia asociaba diferentes medios e incluía numerosos vídeos. Algunos de ellos se habían filmado en el futuro, según se decía. Los actores eran los alumnos y sus padres, que los encarnaban años después.

El jueves 14, María llegó a la plaza Léon Blum a las 18.15. A las 19.00 la abandonó, perpleja o furiosa. Había una escuela secundaria, pero estaba cerrada. En la plaza, la chica vio un canapé ocupado por unos jóvenes ruidosos. Uno de ellos se dirigió a ella y María supuso que le estaba proponiendo droga. Tuvo la impresión de estar en una película. Pensó en la serie The Wired ¿Qué diablos hacía ella tan lejos?

Aquella noche, María durmió mal. Por la mañana, recibió un mail de Vestringio acompañado de algunas fotos:

Querida María,

Te quisiéramos agradecer una vez más tu generosa intervención. Mis alumnos se han quedado encantados, ¡qué bien que nos ha venido a todos ese colorido ventarrón de alebrijes que has soplado sobre nosotros! ¡Muchísimas gracias!

Si esta noche no tienes nada que hacer te invitamos a cenar. ¿A las ocho en el café donde nos vimos por primera vez?

Vestringio y Estranta.

Las fotos tardaron en abrirse. Eran de mala calidad. Pero, sí, ahí estaba ella. En la plaza Léon Blum, que ayer había visto sumida en la penumbra y la soledad, y que ahora estaba iluminada y llena de animación. Estaba Vestringio. Unos chicos sonrientes la rodeaban mostrando con orgullos sus coloridos alebrijes. Una mujer de semblante severo y cabello negro azabache aparecîa en las fotos, pero evitando siempre el objetivo.

María sintió vértigo y acaso náuseas. En la Amazonía peruana, en su juventud, había probado la ayahuasca, buscando, quizás, encontrarse con los alebrijes de su bisabuelo. De aquellos viajes iniciáticos se había despertado con una inspiración renovada y, sobre todo, con vértigo y náuseas.

Las que ahora sentía eran diferentes y también lo era el vértigo. Se sintió sola. Se vistió. Buscó información sobre Estranta. Profesora, como Vestringio. Escultora.

Desayunó. Los alimentos tenían un sabor inhabitual. El jugo de naranja le resultó agrio. Bebió de nuevo y probó todo lo que pudo, mirando con perplejidad lo que comía y observando discretamene a los demás comensales. Los ruidos de la ciudad le llegaban como si viniesen de lejos.

Durante el día, cumplió con sus obligaciones. Contó una vez más el origen de los alebrijes. La úlcera, la muerte inminente, la familia velando al bisabuelo. El paisaje extraño y los alebrijes.

Volvió al hotel. Se duchó y se cambió con movimientos lentos. Desde la mañana no había comido y pensó en aquel desayuno como en su última comida en este mundo. Sintió frío y miró con ansiedad por la ventana preguntándose si el mundo seguía allí. Le hubiese gustado estar soñando.

Salió y, con pasos morosos, se dirigió al café donde Vestringio y Estranta le habían dado cita. Se perdió. Divisó a lo lejos las esculturas monumentales de los alebrijes, reconoció la vitrina iluminada y, tras ella, el rostro sonriente de Vestringio conversando con la mujer de pelo negro que había visto en la foto, que debía de ser Estranta. Deseó estar con ellos.

Entró en el café y se dirigió a la mesa. Vestringio y Estranta la saludaron con efusión y la invitaron a sentarse. Le preguntaron si quería comer en el café o si prefería ir a otro sitio. El café le parecía bien.

Mientras esperaban la comida, un par de parroquianos saludaron a Vestringio. El camarero lo trataba con familiaridad.

Con los postres, llegó lo que, más que una revelación, era una confirmación:

-Somos alebrijes, María.

-Ya, dijo María, desviando la mirada hacia la calle vacía detrás del ventanal.

Transcurrieron unos segundos.

– Ya vamos, se impacientó, Estranta.

María se levantó.

Hérna Icidóttir.

Artiste islandaise.

Née à, Seville, Hérna Icidóttir llega a Islandia à l’âge de trois ans où sa mère, de nationalité islandaise, s’installe.

Formée à l’académie des arts d’islande (Lístaskóli Islands), elle commence rapidement à exposer ses travaux, qui reçoivent les avis élogieux des critiques, mais restent confidentiels.

Elle commence à être connue du grand-public avec sa série de travaux urbains Aleph, qui ont pour but de saturer de fictions et de savoirs certains lieux, des places en particulier, qu’elle choisit pour qu’ils puissent être facilement investis par la population.

Elle a appliqué la même démarche à des objets pérennes tels que des arbres : Nos arbres, nos savoirs.

Hérna Icidóttir refuse tout patronnage ou subvention. Ses travaux sont exclusivement financés par souscritpion populaire.

Chers parents,

Nous venons de créer l’association loi 1901 Place Léon Blum.

Cette association se donne pour but de contribuer à ce que la Place Léon Blum soit un lieu de vie et d’échanges agréable pour chacun.

Nous travaillons à mettre en place les activités suivantes :

Un concours de photographie

Un concours d’écriture

Des ateliers variés impliquant les associations de notre ville

Ces activités seront ouvertes à nos élèves, naturellement, mais nous les concevons comme devant attirer sur notre place une fréquentation venue d’ailleurs.

Nous souhaitons vous inviter à une réunion d’information et d’échanges qui aura lieu le qmsldfj

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