Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados1 plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz2 y manos de gorrión3, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas4, las tenazas y los anafes5 se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades.
Muchos años después del momento en que habla el narrador, Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, recordará la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas, un pequeño pueblo. El mundo era tan reciente que las cosas no tenían nombre. Todos los años, en el mes de marzo, unos gitanos llevaban los nuevos inventos a Macondo. Primero llevaron el imán. Melquíades, uno de los gitantos, hizo una demostración. Arrastró dos imanes de casa en casa; la gente se quedó espantada al ver que todos los objetos metálicos pugnaban por seguir los imanes de Melquíades.
El texto se sitúa en un tiempo no precisado, “muchos años” antes de que Aureliano Buendía, delante de un pelotón de fusilamiento, recordara su infancia. Se trata de un incipit extraño, sorprendente. El narrador nos habla, desde un presente indeterminado, de los recuerdos que asaltarán a Aureliano Buendía cuando esté ante el pelotón de fusilamiento. El narrador nos anuncia desde ya que conoce toda la historia, que puede recorrer a su guisa la línea del tiempo que la vertebra. Antes de leer estas líneas habíamos leído el título de la novela, “Cien años de soledad” : el tiempo presidirá toda la obra. Luego vienen unas piedras “enormes como huevos prehistóricos” y la afirmación tan desestabilizadora de que el mundo de Macondo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Se trata de una temática recurrente en la literatura latinoamericana, por lo menos en la corriente del realismo mágico o del real maravilloso en la que podemos situar “Cien años de soledad” : los escritores perciben y declaran que su misión es nombrar lo innominado de un continente por descubrir. Y la realidad tan barroca y tan extraordinaria de América Latina solo puede ser descrita recurriendo a lo maravilloso, o a una mezcla de realismo y de magia. Esta mezcla de real y de maravilloso, en nuestro fragmento, la están encarnando Melquíades y los gitanos, que traen, año tras año, los “inventos” del mundo moderno, el imán, el hielo, más lejos la lupa. Estos inventos, tan reales, pueden volverse extraordinarios al exagerarse sus características, como es el caso aquí con los imanes, o al atribuir su origen a sabios míticos de lugares improbables y no a los avances prosaicos de la ciencia. A continuación veremos asimismo que la explicación que da Melquíades del magnetismo lo sitúa no en el mundo de los fenómenos naturales que la ciencia observa sino en una concepción animista del mundo en que las cosas tienen vida propia. En resumen, vemos que los inventos de los gitanos toman en Macondo unas características extraordinarias, que su funcionamiento obedece a leyes particulares y que sus descubridores son alquimistas míticos más que científicos. Todo esto viene a reflejar los principios básicos de lo real-maravilloso, corriente literaria que intentaba dar cuenta de la singular realidad del continente mediante una mezcla de realismo y de literatura fantástica.
«Las cosas, tienen vida propia -pregonaba6 el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada7 imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado8 patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto9 de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer.
Las cosas tienen vida propia, proclama Melquíades, a modo de explicación del magnetismo. José Arcadio Buendía, un personaje nuevo (más tarde sabremos que es el padre del coronel Aureliano Buendía) decide utilizar los imanes para encontrar oro. A pesar de las advertencias del gitano, que le dice que los imanes no sirven para eso y a pesar de la oposición de su esposa, Ursula Iguarán, José Arcadio Buendía le cambia los imanes a Melquíades por su mulo y una partida de chivos. Le dice a su mujer que muy pronto ha de sobrarles oro para empedrar la casa. Durante meses, José Arcadio Buendía intenta encontrar oro sin resultado: lo único que logra desenterrar es una armadura del siglo XV que contiene un esqueleto y un relicario con un rizo de mujer.
En este mundo extraordinario, la imaginación de José Arcadio Buendía ha de serlo aun más. Su imaginación va más allá del milagro y de la magia. Su empecinamiento también. Nada lo detiene cuando se pone a perseguir una idea. Ni Melquíades ni su mujer son capaces de hacerlo entrar en razón. Por el momento no sabemos quien es José Arcadio Buendía. Una de las características de la novela va a ser justamente la proliferación de Aurelianos y de José Arcadios Buendía a través de las diferentes generaciones entre los cuales el lector que no haga el esfuerzo sistemático de diferenciarlos se perderá. Esta repetición de nombres a lo largo de los cien años de la novela dará al lector la impresión de que los Buendía constituyen, a pesar de sus diferencias, una especie de entidad única.
En marzo volvieron los gitanos. Esta vez llevaban un catalejo10 y una lupa del tamaño de un tambor, que exhibieron como el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Sentaron una gitana en un extremo de la aldea e instalaron el catalejo a la entrada de la carpa. Mediante el pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y veía a la gitana al alcance de su mano.
Los gitanos llegan al año siguiente con un catalejo y una lupa que exhiben como el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam. Mediante el pago de cinco reales, la gente puede ver al alcance de la mano a una gitana sentada al extremo de la aldea.
En el siglo XVII, los judíos de Amsterdam eran célebres por sus lentes. Los gitanos o Macondo viven fuera del tiempo. Más tarde, en la novela, pocos años después de los hechos aquí narrados, veremos aparecer trenes y automóbiles. Los gitanos parecen vivir en un tiempo que no es el de todos. Y Macondo, cuando los gitanos llegan, vive en el tiempo que ellos traen.
«La ciencia ha eliminado las distancias», pregonaba Melquíades. «Dentro de poco, el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse de su casa.» Un mediodía ardiente hicieron una asombrosa demostración con la lupa gigantesca: pusieron un montón de hierba seca en mitad de la calle y le prendieron fuego mediante la concentración de los rayos solares. José Arcadio Buendía, que aún no acababa de consolarse por el fracaso11 de sus imanes, concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra. Melquíades, otra vez, trató de disuadirlo. Pero terminó por aceptar los dos lingotes imantados y tres piezas de dinero colonial a cambio de la lupa. Úrsula lloró de consternación. Aquel dinero formaba parte de un cofre de monedas de oro que su padre había acumulado en toda una vida de privaciones, y que ella había enterrado debajo de la cama en espera de una buena ocasión para invertirlas. José Arcadio Buendía no trató siquiera de consolarla, entregado por entero a sus experimentos tácticos con la abnegación de un científico y aun a riesgo de su propia vida. Tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se expuso él mismo a la concentración de los rayos solares y sufrió quemaduras que se convirtieron en úlceras y tardaron mucho tiempo en sanar. Ante las protestas de su mujer, alarmada por tan peligrosa inventiva, estuvo a punto de incendiar la casa.
Melquíades, refiriéndose al catalejo, pregona que la ciencia ha eliminado las distancias y anuncia que dentro de poco el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar del mundo sin moverse de su casa. Los gitanos realizan una nueva demostración, le prenden fuego a un montón de paja gracias a la concentración de los rayos solares. José Arcadio Buendía concibe entonces un nuevo proyecto: utilizar aquel invento como arma de guerra. Melquíades intenta disuadadirlo, Ursula también. Pero, como la vez anterior, José Arcadio Buendía persevera y le compra a Melquíades la lupa devolviéndole los imanes y agregando tres piezas de dinero colonial que provienen de la herencia de Ursula y que ésta reservaba para invertirlas cuando se presentase una buena oportunidad. José Arcadio Buendía se muestra insensible a la desesparación de su mujer, que ni siquiera intenta consolar. Igual de insensible se muestra consigo mismo puesto que, tratando de demostrar los efectos de la lupa en la tropa enemiga, se produce quemaduras que tardan mucho en sanar. José Arcadio Buendía se entrega a sus experimentos con la abnegación de un científico.
La profecía de Melquíades es, para el lector, exacta. Pero los mecanismos no habían de ser, en la época de la publicación del libro, los que Melquíades sugiere, los de la óptica, sino los de las ondas. Una vez más, tenemos una mezcla de exactitud y de interpretación fantasiosa o mágica de los hechos.
Se repite también el esquema de la situación anterior: llegan los gitanos con nuevos “inventos” y José Arcadio Buendía concibe una utilización práctica de los mismos. La idea se apodera de manera irresistible de la mente de José Arcadio Buendía y nada lo disuade de utilizar todos los medios de que dispone para realizar su proyecto. Las advertencias de Melquíades y la desesperación de su mujer no hacen mella alguna en su determinación y no disminuyen su certeza de que su inspiración lo conducirá a resultados satisfactorios. Pero, una vez más, fracasará. (Más tarde, sin embargo, José Arcadio Buendía llegará a un resultado espectacular y brillante, aunque carente, en Macondo, de toda utilidad práctica. José Arcadio Buendía establecerá, recurriendo únicamente a la razón y al cálculo, que la tierra es redonda)
Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa, hasta que logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible. Lo envió a las autoridades acompañado de numerosos testimonios sobre sus experiencias y de varios pliegos de dibujos explicativos, al cuidado de un mensajero que atravesó la sierra, y se extravió en pantanos12 desmesurados, remontó ríos tormentosos y estuvo a punto de perecer bajo el azote de las fieras, la desesperación y la peste, antes de conseguir una ruta de enlace con las mulas del correo. A pesar de que el viaje a la capital era en aquel tiempo poco menos que imposible, José Arcadio Buendia prometía intentarlo tan pronto como se lo ordenara el gobierno, con el fin de hacer demostraciones prácticas de su invento ante los poderes militares, y adiestrarlos13 personalmente en las complicadas artes de la guerra solar. Durante varios años esperó la respuesta. Por último, cansado de esperar, se lamentó ante Melquíades del fracaso de su iniciativa, y el gitano dio entonces una prueba convincente de honradez14: le devolvió los doblones a cambio de la lupa, y le dejó además unos mapas portugueses y varios instrumentos de navegación.
José Arcadio Buendía pasa largas horas en su cuarto y redacta un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de convicción irresistible. Envía el manual, al cuidado de un mensajero, a las autoridades. A pesar de que el viaje a la capital era en aquel tiempo poco menos que imposible, José Arcadio Buendia prometía intentarlo tan pronto como se lo ordenara el gobierno. La respuesta del mismo nunca llega y José Arcadio Buendía, cansado de esperar, se lamenta ante Melquíades, que le devuelve los doblones a cambio de la lupa, demostrando así su honradez.
El poder de convicción del manual es irresistible. Pero, ¿para quién? El narrador no parece tener duda alguna al respecto, la claridad irresistible del manual se nos presenta como una característica del mismo, no como una declaración de José Arcadio Buendía o de sus allegados. A menos que veamos en este enunciado tan perentorio un sarcasmo. Ahora bien, no olvidemos que estamos en Macondo, donde dos imanes paseados de casa en casa alcanzan para que las maderas crujan por la desesperación de los clavos por seguir a los fierros mágicos de Melquíades, detrás de quien las cosas salen en desbandada turbulenta. En este mundo, las metáforas o las exageraciones parecen encarnarse, volverse realidad objetiva. En este mundo poético, el lector suspende su juicio y admite como posible que el manual fuese de una asombrosa claridad didáctica (De hecho, más tarde, José Arcadio Buendía demuestra por métodos puramente especulativos, que la tierra es redonda). Como también lo es que no lo fuera, que la guerra solar sea un invento más de la serie de proyectos descabellados de José Arcadio Buendía. En este mundo, la realidad no prevalece ante la fuerza poética de la imagen.
Macondo no es pues un lugar cualquiera. Lo viene a demostrar, además, su singularidad geográfica: los gitanos llegan a él y se van sin problema alguno. Y sin embargo, se nos dice, el viaje a la capital era casi imposible.
El experimento no habrá sido completamente inútil. El gesto generoso de Melquíades de devolver el dinero demuestra la honradez del gitano y sella una amistad que unirá al gitano con el clan de los Buendía.
1 déguenillé
2 1. adj. Que anda o está hecho a andar por los montes o se ha criado en ellos. 2. adj. Se dice del genio y propiedades agrestes, groseras y feroces.
3 moineau
4poêle
5réchaud
6claironner
7Sans bornes
8deteriorado
9justesse
10Longue-vue
11échec
12marais
13Prepararlos, entrenarlos
14honnêteté