Estimado profesor,
Acabo de leer con gran interés las páginas que dedica usted a la cuentística de José Balza. Le confieso que, hasta hace poco, nada sabía del autor venezolano. Llegué a él a través de la antología del cuento hispanoamericano de Seymour Menton, que incluye Dilución,“uno de los mejores cuentos hispanoamericanos del último siglo”, según el afamado crítico1.
El motivo de escribirle es el de someterle el dossier que estoy preparando sobre el mencionado relato y, también, el pedirle que contribuya usted a él. Soy docente y busco reunir en torno al cuento de Balza pareceres y comentarios. Considero dicho relato, considero a la literatura en general, como un espacio en torno al cual podemos encontrarnos para conversar. Creo que abrir espacios de este tipo o facilitar su emergencia es una tarea adecuada para un docente.
Le escribo a usted y le escribo a otros para que se converse sobre el texto de Balza ; para que esto se haga pensando que se habla a jóvenes franceses y teniendo presente que se han de respetar, durante el ejercicio, las exigencias de la deliberación racional que son de obligado cumplimiento en el ámbito escolar. Pido que se hable a mis alumnos como usted dice que nos habla Balza, es decir, con esa constante atención al otro que usted le presta.
Formulo una hipótesis optimista, sin duda ingenua, que tal vez sea una manera de crear un mundo, por retomar a Goodman, que usted cita en sus comentarios sobre Balza. Mi hipótesis es que el dirigirse a nosotros puede ayudar a los venezolanos a hablarse. Me gustaría convencer a venezolanos de que contaran a mis alumnos cómo leen Dilución. Me gustaría que hablarnos juntos de Balza (de otros cuentos también) contribuyese al diálogo. Hago extensivo este anhelo a otras regiones, a otras literaturas, a otros conflictos. Esto, desde la posición a partir de la cual le escribo, la del docente, es, a primera vista subsidiario. Deja de serlo si se recuerda que la enseñanza escolar no busca sólo transmitir conocimientos, sino también un ethos, para, una vez más, tomar una noción que usted emplea en su texto.
Me gustaría, por consiguiente, que nuestra escucha contribuyese, de manera ínfima, infinitesimal, simbólica sobre todo, a facilitar el diálogo entre venezolanos, la conversación entre ellos. En la atmósfera enrarecida, eléctrica y polarizada de su país, es algo, la conversación, que se echa mucho de menos. Acaso algo que se busca silenciar.
No busco un irenismo. Más útil, más formadora, me parece la contradicción y la posibilidad de que percepciones encontradas no quiebren la conversación. Las lecturas, de hecho, pueden ser irreverentes, y creo que la mía lo es. El pintor del relato me parece un redomado solipsista, un egocéntrico. Invito a la profesora Bruña, de Salamanca, a quien escribo también, a leer el cuento desde una perspectiva de género.
En lo que a usted se refiere, me gustaría pedirle que verificase en Dilución la validez de su enunciado según el cual Balza nos habla a todos de manera íntima y cuidadosa. Yo diría que no es así.
Un saludo cordial,
Sebastián Nowenstein,
professeur agrégé.
1Acabo de encargar el volumen, para reparar este culpable desconocimiento.