Sevilla, 4 de marzo de 2024.
Hola compañeros,
Dentro de pocas horas vuelo de nuevo a Bruselas. Nos hemos encontrado, todos los que hemos podido, en Sevilla para festejar el cumpleaños de mi madre.
En el día de mi llegada, hace una semana, fuimos a comer a un restaurante con la familia. Dos días después, vi un anuncio sobre la desaparición de Thor, un Yorkshire ya muy mayor que buscan aún sus propietarios. Ayer se produjo un evento trágico a pocos metros del domicilio de mi madre, el homicidio de un joven de veintiún años al que intenté auxiliar después de haber llamado a los servicios de urgencias.
Quien nos atendió en el restaurante fue un francés, ingeniero de sonido, que me explicó lo feliz que se siente en Sevilla y lo contento que está de que sus hijos se críen aquí. No hay violencia, no hay inseguridad, no hay homofobia. Me pregunté, después de la conversación, qué era lo que determinaba la manera en que vemos un lugar nuevo al que llegamos. El que en Sevilla solo reinase la concordia y la armonía era inexacto, claro, pero había algo aquí que procuraba a mi interlocutor una serenidad que no sentía en su ciudad natal de Burdeos. Mi hijo mayor, que reside en Islandia, pero que viaja a menudo a Francia, también oponía, en otra conversación, la tranquilidad de Sevilla y lo tensa que era la vida en Francia.
Supe de la desaparición de Thor gracias a un cartel puesto en el vidrio de la parada del 20, situada a pocos metros de donde, a penas unos días después, había de producirse el homicidio. De esa desaparición hice una clase, que es un taller de escritura. Recurriendo a la hipótesis de la autodomesticación, que, nacida a principios del siglo XIX, se ha reforzado brillantemente gracias a unos trabajos de reciente publicación sobre el gen BAZ1B, sometía a mis alumnos la hipótesis de que Thor, el perro, fuese un avatar chiquito del dios escandinavo Þórr, que se hubiese aquerenciado en estas hospitalarias tierras tras haber llegado a ellas en el barco vikingo que remontó el Guadalquivir y cuyos restos se encontraron hace unos años en Coria del Río. La hipótesis de la autodomesticación sostiene que, sin ser consciente de hacerlo, la humanidad ha ido seleccionando a lo largo de los años a los individuos más pacíficos y colaborativos. Estas características comportamentales, junto a otras, como, por ejemplo, la reducción del tamaño de los dientes, son análogas a las que se observan en los animales domésticos cuando se los compara con aquellos, salvajes, de los que provienen. Thor, rezaba el cartel, carecía de dientes. Podía ello deberse a su avanzada edad, claro. Sin embargo, escribía yo a mis alumnos en mis instrucciones, no había de descartarse la posibilidad de que la pérdida de los dientes hubiese sido un elemento de la autodomesticación que, tal vez, haya hecho del belicoso dios guerrero escandinavo un pacífico Yorkshire.
Solo unos días separan el momento en que vi el cartel y el momento en que estoy acuclillado al lado de aquel joven desconocido. Solo unos metros separan la parada del autobús y el alquitrán negro sobre el que yace el joven con los ojos abiertos. Tomé unas fotos del cartel, pensando en usarlo para mis clases. La luz era dorada y yo sentía el suave calor del sol sevillano de febrero sobre los hombros. Detrás del cartel, detrás del vidrio de la parada, la foto me muestra las flores numerosísimas y naranjas cuyo recuerdo entrañable suelo llevarme cuando me voy de Sevilla. No es esa la imagen que me llevo hoy.
Perdonad que os escriba para contaros algo tan trágico. Quizás lo haga para sacudirme la tristeza infinita que deja en mí una muerte tan absurda. Lo hago pensando en esos ojos negros que ya no verán las flores que están detrás de la parada del 20. Quizás nos hallamos autodomesticado, pero, para muchos, nuestro mundo no ha dejado de ser hostil.
Un abrazo,
Seba.
Mi clase está aquí: https://sebastiannowenstein.org/2024/03/03/thor-en-sevilla/
Hago público este mensaje: https://sebastiannowenstein.org/2024/03/04/homicidio-en-sevilla-carta-a-mis-antiguos-companeros/