En Crónica de una muerte anunciada, todo el mundo sabe que los hermanos Vicario van a matar a Santiago Nasar.
El profesor nos pidió que escribiésemos una carta a los dos hermanos para disuadirlos de realizar su funesto proyecto. Tal vez no fuese Santiago Nasar culpable. Podía entenderse su irritación, señores, pero eso matar a alguien por algo así no era buena idea. Cada uno fue inventando su argumento.
Al día siguiente, cada uno de nosotros encontró en su buzón una carta ceremoniosa escrita en un papel amarillento y estrecho. Había pequeñas variaciones, pero todas venían a decir lo mismo: los hermanos habían leído nuestros mensajes, habían recapacitado y habían decidido no asesinar a Santiago Nasar. Al dorso de las cartas figuraban los nombres de los candidatos de las elecciones colombianas de 1948: era como si, faltos de papel, los autores hubiesen recurrido a unas papeletas nunca usadas para su fin primero.
Nos quedamos atónitos. En cuanto el profesor entró en la clase nos precipitamos hacia él. No pareció sorprendido, pidió que guardásemos silencio y que nos sentásemos. Cuando hubo terminado de pasar lista nos dijo que si teníamos algo que decir, levantásemos la mano para pedir la palabra.
“Resulta bastante claro que vuestros mensajes han llegado a sus destinatarios. Habéis impedido un crimen. Os felicito.”
Eran unas felicitaciones un poco irónicas, un poco frías.
“El problema es que ahora tendremos que cambiar de tarea. Si el crimen no existe, Gabriel García Márquez no puede haber escrito la novela que se inspiró de él.”
Parecía fastidiado. Que se le torciese así la clase lo irritará, me dije. Seguro que la da igual desde hace años.
El profesor tuvo que improvisar. O tal vez fingiese que lo hacía.
La primera mitad de la lista va a conversar con Pablo Vicario y García Márquez sobre el tema. Pablo Vicario, habrá tenido una vida rica y variada, mientras que García Márquez se habrá quedado sin premio Nobel.
La segunda mitad va a imaginar que un periodista lo o la entrevista: “La joven que salvo una vida con una carta”, podría ser el título de la entrevista.
Si no os gustan estas propuestas, imaginad un diálogo con vuestra mamá: “Mamá, he salvado la vida de un hombre gracias a una carta que escribí al que lo iba a matar. Pues resulta que ahora, ese, el que lo iba a matar, está muy contento de que lo hiciese recapacitar y me invita a su casa para agradecerme mi intervención. ¿Puedo ir? Vive en Barranquilla, en Colombia, en el año 1951″.
PS: Reproduzco una de las cartas que hemos recibido:
Error 404, archivo inaccesible.