El leer que el nuevo President califica de bestias a los que, por ejemplo, no les parece bien que Swiss emplee el catalán en sus vuelos me trajo a la memoria un fragmento de El señor presidente, del Nóbel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que he tenido oportunidad de estudiar con mis alumnos. Reproduzco el texto más abajo.
No me parece necesario hoy enumerar las infinitas diferencias que existen entre un President apoyado por un movimiento político pacífico e incruento y el alucinado personaje de Asturias. Tampoco hace falta evocar, como para compensar, el ahínco desesperado con que se ha buscado últimamente reanimar al más rancio nacionalcatolicismo español, ni la feroz ignorancia de que ha estado haciendo gala la justicia española, humillada una y otra vez por tribunales europeos razonables y perplejos que parecen morirse de vergüenza ajena. Hoy solo quiero dejar constancia de la imagen que ha venido a mi mente de docente tras haber leído el artículo del señor Torra. Para otro momento quedará intentar entender un poco mejor lo que está pasando y cómo pueden decirse cosas así en una Cataluña que tantos animosos brazos andaluces y de otras regiones y países han enriquecido y engrandecido, y no solo económicamente. Brazos, pero también corazones, mentes y genes. Cataluña es ellos y es de ellos, no menos que del señor Torra o de sus abuelos, a los que, parece, acude en otro artículo que dejaremos de lado, por el momento, en todo caso. Leamos, pues, a Miguel Ángel Asturias:
« En Palacio, el Presidente firmaba el expediente, asistido por el viejecito que entró al oír que Ilamaban a ese animal. Ese animal era un hombre pobremente vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala calidad, y los ojos azules y turbios perdidos en anteojos color de yema de huevo. El Presidente puso la última firma y el viejecito, por secar de prisa, derramó el tintero sobre el pliego firmado.
– ¡ANIMAL!
– ¡Se … ñor!
– ¡ANIMAL!
Un timbrazo…, otro…, otro… Pasos y un ayudante en la puerta. – ¡General, que le den doscientos palos a éste, ya, ya ! -rugió el Presidente; y pasó en seguida a la Casa Presidencial.
La comida estaba puesta. A ese animal se le llenaron los ojos de lágrimas. No habló porque no pudo y porque sabía que era inútil implorar perdón: el Señor Presidente estaba como endemoniado con el asesinato de Parrales Sonriente … El sudor de la espalda le pegaba la camisa, acongojándole de un modo extraño. ¡nunca había sudado tanto!…¡Y no poder gritar para aliviarse Y la basca del miedo le, le, le hacía tiritar… El ayudante le sacó del brazo como dundo, embutido en una torpeza macabra: los ojos fijos, los oídos con una terrible sensación de vacío, la piel pesada, pesadísima, doblándose por los riñones, flojo, cada vez más flojo…
Minutos después, en el comedor:
– ¿Da su permiso, señor Presidente? – Pase, general. – Señor, vengo a darle parte de ese animal que no aguantó los doscientos palos. La sirvienta que sostenía el plato del que tomaba el Presidente en ese momento, una papa frita, se puso a temblar…
– Y usted, ¿por qué tiembla ?
-la increpó el amo. Y volviéndose al general que, cuadrado, con el quepis en la mano, esperaba sin pestañear:
¡Está bien, retírese!
Sin dejar el plato, la sirvienta corrió a alcanzar al ayudante y le preguntó por qué no habia aguantado los doscientos palos.
– ¿Cómo por qué ? ¡Porque se murió!
Y siempre con el plato, volvió al comedor.
– Señor -dijo casi Ilorando al Presidente, que comía tranquilo,dice que no aguantó porque se murió !
– ¿Y qué ? ¡traiga lo que sigue !
… Un leve movimiento en la puerta del comedor le hizo volver la cabeza. – Pase, general… – Con el permiso del Señor Presidente… – ¿Ya están listos, general?
– Sí, Señor Presidente… – Vaya usted mismo, general; presente a la viuda mis condolencias y hágale entrega de esos trescientos pesos que le manda el Presidente de la República para que se ayude en los gastos de entierro. »
Miguel Ángel Asturias, El Señor Presidente (1932)
El TSJC cree que Torra cometió un delito de odio al llamar “bestias” a los españoles, pero lo ve prescrito. El País, martes 9 de octubre de 2018.