De nuestros ordenadores han salido cartas extrañas, firmadas por uno de nosotros. En ellas se sugiere que ejercemos actividades ilícitas, que actuamos movidos por un frío y descarnado interés, que manipulamos, que realizamos quimeras monstruosas. Nada de esto es cierto. Pero todo tiene una base lejana, muy lejana, en nuestra labor de investigación.
La carta que va a leerse a continuación tiene una explicación orgánica …
Lo terrible de estos episodios delirantes es que se ejercen sobre un cerebro asaz vigoroso que puede, aun cuando intoxicado por la enfermedad, dar visos de realidad a lo que afirma. Por eso estimamos necesario realizar algunas clarificaciones. La pena que sentimos por la dolencia de nuestro colaborador no debe impedirnos hacer valer la verdad, aun cuando sólo fuera por él, aun cuando sólo fuera para que no haya dudas sobre el hecho de que, cuando estaba en su entero juicio, la actividad que ejercía -y que nosotros seguimos ejerciendo después de su misteriosa desaparición- era honrada, digna, humana.
El nuestro es un Instituto de Investigación Pluridisciplianria, no un instituto de enseñanza del español. Es cierto, sin embargo, que hemos lanzado un programa de estudio del comportamiento humano y que realizamos observaciones en individuos que aprenden dicho idioma, para lo cual hemos tenido, es bastante lógico, que organizar algunos cursos nosotros mismos con el fin de poder controlar las condiciones de experimentación. Es cierto también que uno de nuestros temas de reflexión es el de la identidad. ¿Existe el “yo”, existe el “nosotros”?, reza uno de nuestros programas. Es exacto asimismo que intentamos desarrollar una ciencia prevertebrada, una ciencia que intenta ver el mundo suprimiendo la noción de individuo, que consideramos esencialmente humana o, por lo menos, vertebrada.
Suprimir la ilusión del individuo es una actividad exaltante, pero que puede, en ciertas condiciones fisiológicas, perturbar severamente el funcionamiento de un cerebro. Es lo que le ha pasado a nuestro amigo, durante una crisis de estratus lupina, enfermedad autoinmune de la que desafortunadamente somos algunos víctimas.
Estamos radicados en Islandia, pero los orígenes de nuestro instituto no son los que se describen en la carta. Nuestro fundador, sacando rigurosas conclusiones del descubrimiento de Dawkings según el cual nuestro cuerpo es el envoltorio carnal del ácido desoxirribonucleico, ADN, decidió operar una nueva fundación del saber. Los islandeses reaccionaron como un solo hombre y las acciones del Instituto, que se cotizaban en la bolsa de Reykjavík, alcanzaron niveles estratosféricos. Es exacto, sin embargo, que tras aquel momento inicial de euforia, no conseguimos resultados explotables inmediatamente y durante un tiempo nos concentramos en la enseñanza del español. Pero nunca perdimos de vista que formábamos un equipo unido con objetivos intelectuales ambiciosos.
Uno de nuestros descubrimientos mayores es que la existencia de un enunciado genera automáticamente su negación. Así, la certeza de que el individuo es una entidad epistemológica irreal generó en nuestro amigo la negación de este enunciado, vale decir la afirmación de que el hombre existe. La crisis de estratus lupina y la consecuente invasión por el memel de sus neuronas ha provocado en él la ilusión de saber quién es, pero también, lo que era lógicamente inevitable, la de saber quiénes somos, la de saber quiénes son, la de saber quién soy. Nuestro amigo tiene incluso una alucinación que lo muestra ante un librero, cuando tal profesión ha desaparecido desde hace años en Islandia. Simétricamente, pretende que una de nuestras investigadoras, una hermosa argentina de carne y hueso, ha sido concebida por él para fortalecer la ilusión entre los alumnos de que se encuentran en un contexto hispanohablante.
Sólo agregaré que estamos convencidos de que este triste episodio se pondrá en la cuenta de la labilidad del envoltorio carnal y no en la del Instituto, que proseguirá imperturbable su labor docente e investigadora.
Para dar toda su legitimidad a esta líneas, sabedores de que nuestros lectores viven en un mundo impregnado de identidad corpórea, hemos decidido, contrariamente a lo que es usual, firmarlas.
S N
Estimado señor,
Usted es filósofo, yo soy redactor en una asociación aun bastante desconocida radicada en un país, Islandia, que merece el olvido pero que no se resigna a él. Nosotros para vivir precisamos de los “clics” de los internautas. Usted dispone de un puesto prestigioso en la famosa Ecole Normale Supérieure, en París, una de las ciudades más hermosas del mundo. Además, usted profesó en Harvard. Su web muestra que dispone usted de un grupo de amigos simpáticos e inteligentes. Nosotros descreemos de la amistad. En realidad, usted me propuso la suya. Yo, en un momento de debilidad pensé aceptarla. Pensé, durante algunos días, en lo que hubiera sido mi vida de haber aceptado en años ya lejanos -soy algo mayor que usted- la “amistad” de París, que se ofrecía a mí. Y pensé en que, aun cuando yo no formase parte de la élite universitaria, la llaneza y sinceridad con que usted se interesó por mis objeciones y observaciones me abrían las puertas de conversaciones animadas en un café del barrio latino, durante alguno de mis viajes a París.
Le voy a dar algunos detalles de nuestro encuentro para que se acuerde de mí. Nos conocimos en Lille, durante un cursillo de filosofía de la biología que usted dispensaba. Yo formulé algunas objeciones a lo que usted decía y luego conversamos durante el almuerzo que reunía a los participantes. En un momento, usted criticó a Changeux oponiendo sus posiciones a las de Lewontin. Yo, que no había leído a este último pero sí a Changeux, le dije que no me daba la impresión de que hubiese contradicciones fundamentales entre los enunciados de ambos autores. Como la conversación se prolongaba entre nosotros dos excluyendo un tanto a los demás participantes, usted me propuso que leyese The triple helix y que continuásemos después nuestro debate por correo electrónico. Yo acepté con bastante contento pues veía en su propuesta la posibilidad de conversar de temas sobre los que he reflexionado de manera bastante solitaria.
No pude ponerme a leer enseguida The triple helix, pues estaba acaparado por otros trabajos, pero le encargué el libro a mi librero habitual y no hace mucho terminé de leerlo. Antes de que me llegase tuve tiempo de leer sus artículos. Bueno, para ser sincero, he de decir que leí uno o dos. Como buen universitario que usted es, publica usted lo mismo con ligeras variaciones en diferentes revistas. En sí no es algo que se le pueda reprochar, sin duda preferiría usted publicar una vez y listo, pero la bibliometría dicta la progresión de las carreras y sería injusto hacer recaer todo el peso de un sistema absurdo sobre un joven investigador que busca con todo derecho hacerse un lugar bajo el sol. Pero lo que sí se le puede reprochar a usted es que su artículo reposa en una perplejidad artificial que surge de considerar las ideas humanas como realidades. Usted les exige a las generalizaciones científicas que describan la realidad, cuando todos sabemos que son dispositivos cognitivos destinados a movilizar el pensamiento. En realidad, haciendo lo que usted hace se puede criticar todo lo que a uno le dé la gana, es fácil: alcanza con afirmar que tal o cual concepto no está bien definido. O si no, los define usted de manera tan estrecha que rebatirlos es un juego de niños.
Me decepcioné. Lo que me permitió volver a la tarea que se me había confiado. Le explico. Nosotros buscamos aumentar nuestra notoriedad parasitando la de los universitarios que, como usted, publican encarnizadamente. Procedemos de manera bastante sencilla. Cada uno de nosotros tiene un programa informático que permite identificar a los investigadores que más publican. Leemos sus trabajos y seleccionamos a un autor que nos parece a la vez enérgicamente ambicioso, seguro de sí e intelectualmente endeble. Tiene que ser endeble para poder criticarlo fácilmente, y ambicioso seguro de sí para que reaccione indignado ante nuestra empresa y se defienda publicando y citándonos. A continuación, rebatimos lo que el autor afirma y enviamos nuestra crítica a la totalidad de las revistas que lo publicaron así como a otras muchas. Usted me dirá: bueno, es más o menos lo que hacemos todos. Es cierto, pero sólo en parte. Lo que nos distingue, lo que nos hace temibles y eficaces, es la ausencia de pensamiento propio, la ausencia de escrúpulos, nuestra soledad insondable, en suma. También, lo que viene a ser una consecuencia de lo anterior, el aspecto industrial y sistemático de nuestra empresa. Además, nosotros no dudamos en recurrir a los pseudónimos y a las falsas atribuciones. Incluso, para impresionar a los comités de lectura, inventamos cátedras y puestos. Al principio no resultó fácil, nadie quería publicar nuestros artículos, pero poco a poco, a través del estudio metódico de las revistas y de una utilización prudente y razonada de la mentira, nuestra eficacia ha ido en aumento. Pero yo creo que lo que constituye el meollo de nuestro éxito es el desprecio. Desprecio por lo que la gente escribe, pero sobre todo desprecio por lo que nosotros escribimos.
Todo empezó en Islandia. Para vivir dispensábamos clases de español. Nada más agónico, nada más destructor para un alma sensible que dar clases de español elemental a personas incapaces de pensamiento cuando uno está generosamente convencido de que todos los seres humanos son iguales y de que está en nuestro poder hacer estallar la inteligencia de cada uno de ellos.
La enfermedad del lobo, dolencia autoinmune que provoca unas suertes de mordeduras en la piel, me apareció en la espalda. Poco a poco fue declarándose en los demás. Yo aprecié como se debía la magnífica ironía de que esta enfermedad se cebara en un cuerpo, el mío, que profesaba un desprecio vindicativo del psicoanálisis y en el que señoreaba un aparatoso sufrimiento moral. En realidad, no se trataba de una coincidencia, como había de comprenderlo más tarde. No se asuste. No le voy a anunciar que hice mía alguna de esas grotescas teorías que califican las enfermedades autoinmunes de psicosomáticas para luego imputar sus causas a problemas del alma. No, no se trataba de una coincidencia, pero las causas nada tenían que ver con mi acedia. Las causas eran exteriores, ajenas a mi organismo. Pero se lo explico más adelante, no quiero adelantar acontecimientos. A usted también le aparecerán esas marcas. Dentro de una semana más o menos.
Decidimos crear una web para hacer prosperar nuestro negocio. Hicimos una eficaz campaña publicitaria y conseguimos bastantes clientes. La web buscaba crear la ilusión en el alumno de que estaba en contacto con toda una variedad de hispanohablantes. Le doy un ejemplo. En plena crisis argentina, yo inventé a una chica cuyo nombre ya no recuerdo y que era investigadora, como usted. La doté de una web y le hice contestar a través de chats a las preguntas de mis alumnos. El problema era que éstos no entendían un enfoque tan innovador y los interesantísimos comentarios de mi personaje sobre la crisis económica en Argentina les importaban un bledo, o por lo menos bastante menos que saber cómo pedir una cerveza en un bar de la costa del sol. Algo similar ocurría con el trabajo de mis compañeros.
Decidimos internacionalizar y virtualizar nuestra actividad. Nos refugiamos en un galpón donde no pagábamos alquiler gracias a la generosidad de una islandesa que se resarcía con acuciosas visitas nocturnas a algunos de nuestros compañeros. Ahora no nos limitábamos a la población islandesa, nos dirigíamos a quienquiera quisiese aprender español y dispusiese de internet. Con imprudencia, multiplicamos los personajes, todos de alto vuelo. Nos vimos pronto ante la necesidad de producir una cantidad muy consecuente de textos susceptibles de acreditar la existencia de nuestros colaboradores. Comprendimos que era más fácil usurpar identidades que crear personajes. En aquella época instituimos el Encarnador de Realidades Virtuales y El Virtualizador de Entidades Reales. El primero tenía por misión transformar a un personaje irreal en un ser de carne y hueso. El segundo transformaba a personas reales en seres virtuales. Los dos servicios trabajan de manera complementaria y proponían una solución alternativa a candidatos al suicidio, quienes nos entregaban sus cuerpos –que nosotros rellenábamos con nuestros personajes- a cambio de una existencia virtual sin sufrimiento. El cambio se operaba progresivamente, poco a poco la persona real empezaba a vivir como nuestro personaje.
El despegue económico se produjo de manera un poco fortuita. Un día, uno de nuestros personajes recibió un mail proviniente de Nigeria, donde cierto N’Bgee solicitaba su ayuda para sacar cierto dinero de su país. Comprendimos que era una estafa, pero con el objetivo de dar espesor a nuestro personaje y con la conciencia tranquila por aquello de que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, decidimos fingir que le seguíamos la corriente. Lo paseamos de un personaje a otro, y al final fue el autodenominado N’Bee quien terminó depositando dinero en la cuenta de uno de los personajes. Empezamos a dispensar clases de español de manera gratuita. Cuando se había establecido una relación bastante fuerte entre profesor y alumno, nuestro personaje inventaba algún drama familiar o algo por el estilo que lo ponía en aprietos y pedía a su alumno cierta suma, modesta, de dinero para salir del mal paso momentáneo en el que se hallaba. En realidad, nadie ignora que el profesor es un personaje inventado y que el dinero termina en las arcas de la empresa, pero hemos demostrado que el simple hecho de pagarnos tiene virtudes cognitivas y nuestros alumnos, entendiéndolo así, en general aceptan hacerlo.
Actualmente nuestro equipo consta de personas reales y de personajes. Pero trabajamos en open space, sabe, sin compartimentación. Así, los personajes pueden utilizar el anclaje carnal de las personas para reforzar su credibilidad. Un ejemplo: el personaje publica su correspondencia con una persona… o cuenta de manera vívida una noche de amor con ella, lo que le vale los reproches de la persona real indignada de que se desvele su vida íntima. (Por decoro, por respeto por la vida privada, nosotros desaconsejamos este tipo de recurso que es, hay que reconocerlo, de una gran eficacia cognitiva). Las personas reales también salen gananciosas : la ductilidad de los personajes les permite encontrarse en situaciones donde su verdadera esencia se revela, lo que ocurre muy poco a menudo en la vida real. (Yo, cuando era niño, soñaba con vencer a un león escapado del jardín zoológico. Ahora, sin llegar a tales extremos, puedo crear situaciones que muestran mi arrojo y mi valentía).
Le voy a hacer una propuesta. Usted colabora voluntariamente con nosotros, y, a cambio, nosotros no nos metemos con sus trabajos.
Nosotros. Que palabra tan rara, ¿verdad? ¿Se ha puesto usted a pensar en ella, en serio, realmente en serio? ¿Qué es nosotros? ¿Una suma de yos? ¿Una suma de yo y de no yos?
Para nosotros es una distinción que no tiene mucho sentido. Estamos seguros de que pronto veremos la aparición de quimeras de humanos y personajes. Pero yo, yo sé quien soy. Y sé quienes son ellos. No sé cómo lo supe, pero lo sé. La enfermedad no es autoinmune. Es la mordedura del lobo. La mordedura nos hermana. El lobo es él, son ellos. Tenga cuidado.
SN