El señor presidente, En el despacho del dictador, Carta desde la cárcel, dibujo de Quino, hombres prehistóricos, Martín Fierro, El indigno, El evangelio según Marcos.
Este
texto nos pone ante la manera brutal en que un presidente ejerce su
poder sobre un subordinado, un pobre viejito al que, llamándolo ANIMAL,
le niega la humanidad. El subordinado es un hombre pobremente
vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala
calidad y los ojos azules y turbios perdidos en anteojos color yema de
huevo, una caracterización que nos lo hace frágil, humilde,
miserable y que acrecienta su indefensión ante el poder sin límites del
Presidente.
El
viejecito derrama la tinta sobre un pliego que acaba de firmar el
Presidente, lo que suscita la rabia de éste, que dispone que se castigue
al empleado con doscientos palos. El viejecito no aguantará semejante
castigo. El anuncio de la muerte del servidor del Presidente se le hará
en la Casa Presidencial, mientras el Presidente está comiendo. Una
sirvienta oye el parte. Corre detrás del militar que lo diera para
obtener confirmación, vuelve ante el Presidente y, temblando y alterada,
le dice que el viejecito ha muerto. “¿Y qué?” contestará el Presidente.
El
Presidente se nos presenta pues como alguien que ejerce el poder de la
manera más cruel e inhumana, imponiendo castigos desmesurados y
arbitrarios, que son ejecutados militarmente, sin rechistar y sin
contemplaciones por sus subordinados, encarnados en este caso por un
general, que no es más que el ayudante del máximo dignatario. Al
personaje psicópata e insensible del presidente se opone la reacción no
desprovista de ingenuidad de la sirvienta, que se permite explicar al
Presidente que el viejecito ha muerto, atribuyendo inocentemente la
ausencia de reacción del Presidente al hecho de que no hubiese
comprendido, y poniéndose a sí misma en peligro, lo suponemos, al salir
con tamaña desfachatez de los límites de sus atribuciones. Desfachatez,
por supuesto, que sólo es tal siguiendo los cánones del poder delirante
que parece reinar en el ámbito en que exhibe su autoridad despiadada
aquel atroz presidente. De hecho, lo que se pone de manifiesto a través
de esta oposición es que aquí los únicos seres humanos son la sirvienta y
el viejecito. Los “animales”, si damos al término el sentido de estar
desprovisto de consideraciones éticas o morales, de albergar
sentimientos de pena, de miedo, de simpatía o de conmiseración, los
auténticos animales son pues el Presidente y su perro de guardia de
general. El primero, por su crueldad infinita, el segundo por la
obediencia sin límites que testimonia ante las órdenes más esperpénticas
de su superior.
Este texto nos muestra el ejercicio de un poder despiadado, sin ningún tipo de límite o de control. Todo el poder emana de una sola persona. Sus designios son ejecutados sin vacilaciones. Los cuerpos de los subordinados vienen a ser el lugar donde este poder omnímodo se actualiza, desencadenándose y mostrándose en toda su arbitraria brutalidad. Pero, aun cuando sea contingente o casual la elección de la víctima, aun cuando el chivo expiatorio hubiese podido ser otro, siempre tiene que haber, en esta forma de poder, cuerpos en los que la fuerza del déspota se muestre, para ejemplo, terror y escarnio de los sometidos, para que cada uno sepa que siempre cabe la posibilidad de que sea él el próximo que se torne en torno de cristal ante la muerte.