Villeneuve d’Ascq, siete de marzo de 2020.
Señor de Borbón,
Rey emérito de España,
Durante los años en que ejerció la jefatura del Estado, su predecesor Francisco Franco se hizo con una fortuna de unos 400 millones de euros.
Usted, en un tiempo sensiblemente comparable, ha conseguido acopiar, según el New York Times, más de dos mil millones de euros.
El general Franco se enriqueció con latrocinios diversos que, poco a poco, van aflorando. El origen de su fortuna, señor de Borbón, por el momento, no es claro. Sobre el empleo que usted ha dado a la misma, algo más parece empezar a saberse, ya que, gracias a la justicia y a la prensa helvéticas, ciertos fastuosos y multimillonarios regalos a una dama danesa han llegado a nuestro conocimiento.
En un informe reciente, el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza escribe sobre nuestro país:
La palabra que escuché más veces en las últimas dos semanas fue “abandonados”. Los personas menos favorecidas describieron sentirse abandonadas en una ciudad rural sin ningún tipo de transporte público para acudir a una consulta médica, sin dinero para pagar el transporte privado y sin saber con seguridad si acudiría una ambulancia en caso de una emergencia; abandonadas en un suburbio estigmatizado de bajos ingresos que la policía evita; abandonados ante personas propietarias sin escrúpulos, subidas desmesuradas de alquiler o viviendas públicas sin ningún tipo de mantenimiento (…)
Señor de Borbón, ¿por qué no dona usted su inmensa fortuna al Estado español para que pueda este emplearla en algo útil?
¿Para qué quiere usted tanto dinero? Sobre todo a estas alturas, ¿verdad? ¿Qué edad tiene usted, señor de Borbón? 82 años. Me acabo de fijar.
Mire, desde que Franco se hiciera con el poder hasta la precipitada abdicación de usted, en 2014, los dos jefes de Estado que tuvo España se han enriquecido de manera vertiginosa cuando, es de suponer, su dedicación exclusiva hubiese debido ser el progreso de la Nación. Que la avidez de los herederos de Franco les impida ver que deberían devolver sus bienes mal habidos al pueblo español, su legítimo propietario, no debe sorprendernos sobremanera. Pero, usted, señor, tal vez quiera dejar para los siglos venideros un legado menos ominoso que el de quien lo prohijara y encumbrara a la jefatura del Estado. Además, ¿le parece buena idea dejar a sus hijos el regalo envenenado de una fortuna tan cuantiosa como dudoso parece su origen? Carnegie ponía en guardia a los ricos sobre los efectos nocivos de las herencias ¿No tiene usted miedo de que sus hijos se vuelvan unos inútiles con tantos millones? ¿Tendrán ellos cabeza para lidiar con algo que podría dar en ser una especie de Nóos a la potencia 100? Y si a Leticia le da el pronto de acudir a su compi yogui para arreglar el tema con alguna que otra tarjeta black, es que ya se arma la de San Quintín.
En cierto sentido, es una suerte que el Estado español le haya otorgado a usted una inmunidad y un aforamiento que, materialmente, dejan y han de dejar impune el enriquecimiento corrupto que muchos españoles le atribuyen -o, a lo menos, reducida a la nada su mera investigación-. Usted puede entregar lo que queda en sus cuentas bancarias al pueblo español sin que se piense que lo hace por temor a la ley.
Hágalo, señor de Borbón: hay muchos españoles que andan más necesitados que la señora Larsen de su regia liberalidad.
Lo saluda atentamente,
S. Nowenstein.
PS: Soy docente en Francia y preveo trabajar sobre el tema de su enriquecimiento y el de Franco con mis alumnos. También me gustaría colaborar sobre el tema con compañeros españoles. Si desea hacerme llegar algún comentario al respecto, lo verteré con gusto en el dossier pedagógico que preparo.