Nuestro pasmado rey emérito.
En Crónica del rey pasmado, Torrente Ballester nos muestra a la Corte española del siglo XVII en plena agitación a causa de la peregrina obsesión que se ha adueñado del rey, quien quiere ver a la reina desnuda. Esta idea le viene al rey tras haberse quedado pasmado después de una noche pasada con la hermosa Marfisa, puta, que así es como, a lo largo de todo el libro, el autor designa la profesión de la dama.
El relato hace mofa de las adustas admoniciones de quienes afirman temer que recaigan sobre el pueblo las consecuencias de los pecados del rey y que, en realidad, cínicamente, aspiran al poder. Contra ellos, los que gustan gozar de la vida: cristianos buenos y razonables, parejas que se entregan con regocijo y entusiasmo a los placeres sexuales y hasta un diablo filósofo y bastante buena persona.
En estos últimos días, la justicia helvética (que cuando quiere, puede) ha estado manejando documentos que parecen indicar que nuestro rey emérito entregó 65 millones de euros a su ex amante Camilla Larsen y otro millón de euros a otra amante que, como la primera, también vive en Ginebra.
El libro de Torrente Ballester es de 1989. Atribuir a los escritores y artistas una suerte de clarividencia es una costumbre bastante frecuente entre críticos y aduladores. Aquí pasa un poco lo contrario: facilón y maniqueo, el libro de Torrente Ballester nos interesa porque nos muestra lo poco clarividentes que fuimos respecto de nuestra cacareada transición, que fue, con más propiedad descrita, una restauración monárquica. Nos equivocábamos, tanto Torrente Ballester como sus lectores.
Indiquemos, antes de proseguir, que el haber pensado en el libro de Torrente Ballester en las circunstancias actuales no encierra juicio de valor alguno sobre la persona de Corinna Larsen o sobre las prostitutas y que, por supuesto, nada permite dudar que los sentimientos de la señora Larsen hubiesen estado mancillados por algún interés crematístico. También hay que precisar que, en el libro de Torrente Ballester, el rey es algo distraído en cuestiones de dinero y está muy poco al tanto del pago que merecen los servicios de Marfisa: no tiene más que medio ducado en la escarcela y el conde que le sirve de alcahuete tiene que poner los diez que vale una noche con la afamada profesional. Parece que los cuidados prodigados (con ocasión de cierta enfermedad) por la señora Larsen dejaron muy contento al monarca y que este juzgó razonable recompensarlos con 65 millones de euros. No cabe excluir, naturalmente, que tanto las liberalidades vertiginosas como la tacañería involuntaria sean el resultado del mismo fenómeno, de una suerte de pasmo, digamos, que tal vez deje a las personas regias algo descolocadas respecto de los usos y tarifas imperantes en sus sociedades.
Nos equivocamos, pues.
Pensamos que un poco de impudencia alcanzaba. Que con incordiar un tanto a la Iglesia, bastaba. Pero no, la liberación sexual, el guiño cómplice y libertino y el destape no fueron suficientes. Fuimos indulgentes con las trastadas del rey, lo que está bien, pero no nos dimos cuenta de que eso no bastaba.
Mientras admirábamos los éxitos de nuestra transición y nos solazábamos en el erotismo picarón de Torrente Ballester, el rey se enriquecía. Como Franco, pero más rápido.
Ahí quedaron una justicia politizada que se ha vuelto el hazmerreír de Europa, una constitución cuando menos incompleta, una corrupción profusa y profunda y unos poderes económicos cuya prosperidad nació al calor del Régimen, con el ávido monarca de portaestandarte. Inmunidad: voz desprovista de significado que permite tener a un eurodiputado en la cárcel y al rey emérito ahogándose en millones mal habidos.
En 1989, nos engañábamos. De este engaño es testimonio La Crónica del rey pasmado. Ahora ya sabemos que no hay atajo y que queda mucho por hacer. El juancarlismo nos ha hecho perder demasiado tiempo.