El caso de Gerencio Márquez, como dimos en llamarlo entre nosotros, es sin duda el más dolorosamente extraño de cuantos he tenido en mi ya dilatada carrera universitaria. Paso a reseñarlo. Se me perdonará que dé algunas breves indicaciones relativas al funcionamiento de nuestra casa de estudios que me parecen necesarias para la justa comprensión de lo que debo contar.
En nuestra universidad se preparan carreras literarias y jurídicas. Tras un ciclo de cinco años, los estudiantes más aventajados pueden efectuar estudios doctorales. Desde hace ya bastantes años lo esencial de mi labor docente se efectúa en este último ciclo. Los estudiantes deben escribir tesis cuya evolución yo acompaño con mis observaciones y comentarios. Deben enviarme una vez por mes una relación de su actividad y yo, en reuniones también mensuales formulo mis consideraciones y dispenso mis consejos. Con frecuencia, escribo a los estudiantes antes de nuestros encuentros a fin de que los mismos sean más fructuosos. Cabe agregar que se incita a los estudiantes a publicar artículos en revistas científicas aun cuando su redacción los aleje un tanto del tema de sus tesis. Si bien no figura entre mis atribuciones la lectura de dichos artículos, los estudiantes saben que pueden dirigirse a mí en busca de comentarios siguiendo los canales habituales que emplean en su trabajo propiamente doctoral. No es por lo tanto infrecuente, dada la admirable capacidad de trabajo de nuestros jóvenes investigadores, que yo reciba textos que se aventuran fueran de la línea de investigación en la que están encarrilados. Se produce incluso no pocas veces que se me honre solicitando mis comentarios sobre poesías y narraciones breves. Yo siempre leo con simpatía y benevolencia unos textos a menudo sobrecargados por la intemperancia de la juventud y busco en ellos más lo que pueden llegar a ser sus autores que la imagen calumniadora que algunas líneas o versos imprudentes y fogosos pueden dar de ellos. Pero, sobre todo, lo que me interesa, es observar sus mentes bajo la luz cruzada de esas dos emergencias intensas que son sus creaciones literarias y sus escritos científicos, dos manifestaciones fenomenológicas de una misma entidad, su ser. Para mis estudiantes, el beneficio cognitivo es evidente : el ejercicio de la literatura da vigor, profundidad y perspectivas al pensamiento racional, el cual precisa de los fulgores de la imaginación. Además, hay que reconocer que muchas veces aparece con claridad en sus composiciones literarias lo que sólo con gran dificultad puede vislumbrarse en sus textos científicos y yo, gracias a ello, puedo ayudarlos con mayor eficacia. Quizás pueda objetárseme que esa mayor eficacia a la que aludo se deba más a la cercanía y a la intimidad intelectuales que se establece entre los estudiantes que me confían sus experimentaciones literarias y yo que a la información contenida intrínsecamente en sus trabajos. Pero poco importa, sólo los hechos cuentan, y, cualquiera que sea la razón, observo que los estudiantes que escriben literatura y me mandan sus trabajos son a menudo investigadores más brillantes que sus compañeros. Digo todo esto para explicar porqué, a pesar del número impiadoso de páginas que he de recorrer todos los meses, leí con atención el manuscrito que encontré en mi buzón el dieciocho de diciembre de 2002, en un sobre de papel madera que llevaba rubricada con banalidad la mención “Gerencio Márquez, proyecto de tesis”.
Debo reconocer que no supe identificar al firmante, las clases habían empezado en octubre y yo había visto sólo dos veces a mis estudiantes. Busqué su expediente y me encontré con un rostro cetrino y afilado que desconocí. Reproché mentalmente a nuestra secretaria el poco cuidado que ponía en realizar las fotocopias, a menudo los estudiantes de tez oscura eran irreconocibles.
Aquellas navidades nevó mucho. El fuego, el contraste con el frío exterior, me incitaban a arrellanarme en mi sillón y a complacerme en el examen algo voyeur de aquellos fragmentos de vida que me mandaban mis jóvenes estudiantes. Cuando me sumergí en la lectura de los folios cuidadosamente presentados de Gerencio Márquez pensaba pues entregarme una vez más al goce inconfeso, honorable y estipendiado de escudriñar una vida ajena. Desde las primeras líneas comprendí que estaba ante el caso especial de un estudiante díscolo, desafiante.
Gerencio Márquez me anunciaba que negaría ser el autor del texto que me enviaba, que desbarataría cualquier atribución ultrajante con el avasallador argumento de que nadie en este mundo lo había visto hablar o escribir español, que sus escritos no contenían la menor cita en aquella lengua -a pesar de que recurriese con asiduidad a la obra de mi querido Borges-, que, en suma, todo indicaba que él ignoraba con una pertinacia avergonzada mi lengua materna y que por lo tanto parecería en extremo improbable a toda persona razonable que él fuere el autor de aquellos escritos. Ociosamente, con una delicadeza no carente de cierta ambigüedad, me avisaba de algo que yo había entendido desde el principio : el hacer yo públicos unos textos escritos en español atribuyéndoselos apócrifamente al oscuro estudiante que él era sería visto como un desafortunado juego literario imaginado por un viejo profesor impudente del que era víctima un investigador joven, serio y riguroso. Con justicia o sin ella, veladamente o no, se imputaría mi comportamiento a debilidades reprobables e indecorosas, aun cuando se entendiera -con la tolerancia habitual de nuestro campus- que son muy humanas.
Tras esas advertencias liminares, venía el núcleo del proyecto, que paso a resumir.
Desde hacía siete años venían publicándose en diversos medios, pero esencialmente en Internet, relatos cortos y poesías firmados por Gerencio Márquez. Gerencio Márquez se proponía redactar una tesis analizándolos. Aparentemente, los textos albergaban celadas referencias harto eruditas, y Gerencio Márquez no disimulaba el orgullo y contento que le procuraba el hecho de sentirse capaz de identificarlas y desvelarlas. Así, por ejemplo, el haber detectado una frase que era la traducción exacta de las palabras de un vikingo de una saga islandesa del siglo XII lo llenaba de satisfacción por tanto en cuanto ello demostraba que no sólo dominaba el arduo islandés, sino que además era tal su conocimiento de las sagas que era capaz de reconocer una sola frase disimulada en un abundantoso texto en español. Su perspicacia no se limitaba a lo literario o a lo islandés : en otro relato había identificado como fuente evidente de inspiración un tratado de biología molecular escrito en inglés, en un tercero, el comportamiento del helio superfluido de un pequeño tratado de divulgación de mecánica cuántica de un físico francés. También lo jurídico había apasionado al escritor y excitado el olfato de sabueso incansable del exegeta.
Gerencio Márquez me declaraba que él era consciente de que la proverbial estrechez de miras de los jurados universitarios los conduciría a descartar su trabajo y a rebajar la valía de su autor. Se las iba a haber con certezas seculares, con corporativismos indignados. Para imponer su tesis contaba con el derecho, con la autonomía y rectitud de los tribunales del país, a los cuales profesaba una admiración ferviente que me intrigaba. Tenía previsto llevar ante ellos a las universidades que se negasen a auspiciar sus trabajos. Me anunciaba que nuestra correspondencia tendría por objeto principal ir afinando sus argumentos. Esta declaración la efectuaba con el desparpajo de aquel que, sintiéndose investido de una misión superior, considera que puede apropiarse los recursos necesarios a su realización. No parecía contemplar la posibilidad de que yo me negara a colaborar con él. Decía que a pesar de no poderse prejuzgar de cuál sería la estrategia que adoptarían las universidades era previsible que recurrirían a argumentos basados en la autoría de los textos y en la insignificancia de los mismos. Hasta aquí el primer envío.
Yo vi a mis estudiantes el seis de enero. La noche anterior dormí mal. Pasé lista. Gerencio Márquez no estaba. Al llegar a casa me encontré con un segundo envío suyo que contenía alusiones a la clase del día. Perplejo, leí su texto, que amén de las alusiones -muy forzadas- a la clase en la que en principio no había estado, desarrollaba una serie de argumentos para justificar la legitimidad de su tesis sobre sí mismo. Los resumo :
No puede demostrarse que los textos sobre los que el trabaja no son apócrifos. En principio, sólo él lo sabe, pero, dado el interés personal de Gerencio Márquez en el asunto, su testimonio debe ser tomado con precaución. En efecto, Gerencio Márquez investigador no tiene ninguna garantía de que Gerencio Márquez testigo no miente.
La escasa probabilidad de que Gerencio Márquez exegeta haya descubierto las fuentes ocultas de los relatos y poemas de Gerencio Márquez escritor milita en favor de una identidad de los dos individuos, pero no constituye más que una presunción. Por lo demás, el que la erudición provenga del exegeta o del autor, si ambos son la misma persona, no la anula ; Gerencio Márquez agrega lealmente que, por impresionante que pueda parecer, su erudición, pura anécdota en el fondo, no debe confundirse con el valor real de su tesis, que radica en la agudeza de su análisis de las obras de Gerencio Márquez.
Procede a continuación a enumerar un número impresionante de patologías neurológicas que pueden acreditar la tesis de que un individuo puede sufrir amnesias que lo alienan de una parte de su ser. Así, puede haberse dado el caso que el envoltorio carnal haya sido el mismo, pero que Gerencio Márquez exegeta ignore con sinceridad todo de un supuesto Gerencio Márquez que hubiese escrito en el pasado. En esta tesitura, negarse a examinar el trabajo del exegeta constituiría una cruel sanción que se aplicaría a alguien cuyo único delito sería el haber sido víctima de una amnesia selectiva. Sugiere asimismo que pudiera ser esquizofrénico, que escriba e investigue olvidando que él es la misma persona. Pero, agrega, razonando de manera análoga a como lo hace en el supuesto de la amnesia, que eso no tiene porqué invalidar los resultados propiamente científicos de su labor investigadora.
Mi corresponsal propone el concepto de sinceridad fenomenológica. La sinceridad se presume de manera objetiva y formal a partir de los actos ejecutados, no a partir del acuerdo entre los actos del individuo y un supuesto estado mental inverificable. En su caso, el preguntarse cuidadosamente si él escribió o no los textos que estudia, el examinar su ordenador en busca de indicios de que en él hayan sido escrito sus textos son actos que bastan para que la sinceridad esté constituida.
Gerencio Márquez piensa asimismo que asociar un pensamiento, una tesis, a una persona es el resultado de una singular miopía que puede ser interpretada útilmente como una voluntad del envoltorio carnal del hombre, de su cuerpo, de dominar el pensamiento. Sugiere que el pensamiento pueda existir independientemente del hombre. El declara haber realizado una ascesis que le ha permitido en ciertas oportunidades tocar el pensamiento desencarnado, que el mismo es ardoroso y pesado.
El seis de febrero, Gerencio Márquez estaba presente. Se comportó como un estudiante más. Por la noche, cuando intentaba pensar en él, sus rasgos se me desdibujaban. El diez de enero recibí un folleto publicitario que promovía las actividades del “Encarnador de Realidades Virtuales”, entidad radicada en Islandia que pretendía transformar entidades virtuales en realidades ferales, según los términos del folleto. Se proponía a estudiantes de literatura escribir los relatos que justificasen sus tesis. Los relatos eran difundidos por Internet gracias a un sistema de anillos y adquirían rápidamente un peso que justificaba su estudio. Previsiblemente, Gerencio Márquez era el responsable de esa sección. Los precios parecían asequibles. El diez de febrero recibí un folleto de una entidad asociada a la primera el, “Virtualizador de Realidades Carnales”, que proponía a las personas que contemplaban la posibilidad de suicidarse de cesar de ser sin cometer ningún acto cruento, su ser se virtualizaba en Internet y el sufrimiento cesaba. El responsable comercial era Gerencio Márquez.
A partir de marzo empecé a recibir los relatos que habían de constituir la tesis oculta de Gerencio Márquez y que pueden leerse a continuación. En lo que se refiere al Gerencio Márquez oficial, sus trabajos eran sólidos, laboriosos, eruditos y poco imaginativos. Sus temáticas coincidían con las de sus relatos, pero ello no probaba nada, puesto que llevaba un blog prolífico que cualquiera podía consultar.
En enero de 2003 mandé el manuscrito a mi editor argentino, atribuyéndome la paternidad de los textos de Gerencio Márquez. La traducción salió en 2004. Tres años después, Gerencio Márquez publicaba una tesis definitiva y erudita sobre mi libro. Dentro de dos meses se publica una nueva versión y mi editor le ha pedido a Gerencio Márquez que prologue mi obra y a mí que traduzca en español sus comentarios. Es lo que se acaba de leer. Yo ya no existo, me descarno hasta pseudónimo. Gerencio Márquez me inmola y conmigo se consume su carrera de investigador. Todo eso para que él pueda darse el gusto de repetirles una y otra vez desde un manicomio olvidado : “ahora la tienen bien adentro, vieron, bien adentro se las metí”