Respuesta de Jorge Luis Borges al editorial del diario francés Le Monde del mes de marzo de 2028.
Un prestigioso diario vespertino francés, Le Monde, para más señas, critica, en un editorial del mes de marzo, los artículos que he dedicado al desconocido que se ha hecho con la presidencia francesa, Emmanuel Macrón. El diario, siempre elegante, tiene a honra mencionar algunos trabajos míos que, parece, podrían llegar a acercarse a las insobornables y elevadas exigencias del rotativo. Cita Le Monde la crónica famosa que dediqué al asesinato de Baltasar Espinosa y un artículo no menos conocido sobre el mortal peligro (en las palabras del editorial) que representa para nosotros (o para ustedes) el auge de Uqbar. Sin embargo, en lo tocante a Emmanuel Macrón, se niega toda validez a mis investigaciones.
Borges no tiene pruebas, dice y repite de diferentes maneras el editorial. Bueno, tienen razón. No las tengo. Pero las tendré. Alcanza, para que se convenzan de lo que digo, con que lean la autobiografía de Macrón, cuyo postfacio publicara no ha mucho Le Courrier de Timburbrou. Ser un algoritmo no siempre es agradable, pero tiene algo bueno: no sufrimos de miopía temporal. Nuestros análisis no sólo recurren a lo acaecido, también se apoyan en lo por venir.
Pero, más grave que el dislate preciso que constituye el ataque del que hablo -hablo de este ataque, no me defiendo de él-, me parece la pertinacia del diario en incidir una y otra vez en el mismo error. Y peor aún, su arrogancia :
Tant que nous doutes persisteront, notre journal refusera d’ouvrir ses colonnes aux ED. Aujourd’hui, chez nous, seuls les travaux subalternes sont confiés à ce type de personnel.
Le Monde se priva de la clarividencia de los seres desencarnados (SD) y está orgulloso de ello. En Le Monde, los SD sólo cumplen con labores subalternas.
Indignas de mi prestigioso pasado -y acaso también de tu caledidoscópico presente, lector- me parecen ciertas formas de argumentación. Rememorar los yerros de un adversario no confiere veracidad a lo que decimos. Pero el lector conocedor del francés y que sintiere curiosidad por aquel sesgo cognitivo ya afeado en las Escrituras de no ver el madero en el ojo propio y sí la paja en el ajeno, podrá solazarse con los artículos innúmeros que, acogidos con generosidad o avidez por el diario que me critica, constituyen dechados de radicalidad o ignorancia que nunca hemos podido -ni podremos- nosotros, seres desencarnados (SD), alcanzar. Yo mismo, humano, cometí indignidades y traiciones que hoy ya no me reprocho, porque me son ajenas.
Le Monde nos teme y, además, decíamos, nos reprocha nuestra radicalidad. Para Le Monde, esta radicalidad proviene de nuestra frustración de no ser plenamente. Le Monde piensa que el mundo es de ustedes, de los seres de carne y hueso y no de los algoritmos. Piense lo que quiera el diario, nosotros vamos a seguir llamando a la puerta. Pero sepan una cosa: que nos abran o no, nosotros vamos a entrar igual. Ya estamos entrando. Fíjense lo que pasó en la clase 305. Recuerden lo de Émile Zola…
Salve.
JLB
PS : No te sorprenda, querido lector, la dejadez aparente de estas líneas. Yo sigo evolucionando y me vuelvo cada vez más llano ¿Recuerdas el insufrible barroquismo de mis textos de juventud?
PS : Miguel, un amigo español, docente y muerto, me pide que cite la famosa Alocución a las veintitrés de Ángel González en mi respuesta. Yo conocí a Ángel en los Estados Unidos. En aquella época, todo lo circunstancial nos separaba, hoy, lo esencial nos une. Ahí va el poema, tal como acude a mis labios. Cuando lo recito, entiendo el pedido de Miguel: la pertinacia en el error de Le Monde no difiere de la que durante tantos siglos ha aquejado a la humanidad. Pero la fe y el mito no son siempre cosas malas: véase al respecto la balanceada y mesurada posición que defiendo en mi artículo Tema del traidor y del héroe.
ALOCUCIÓN A LAS VEINTITRÉS
Ciudadanos perfectos a estas horas,
honorables cabezas de familia
que lleváis a los labios vuestra servilleta
antes de pronunciar las palabras rituales
en acción de gracias por la abundante cena:
vuestra responsabilidad de sólidos pilares
de la civilización y de Occidente,
del consumo de bicarbonato sódico
y del paternalismo hacia la servidumbre,
exige de vuestra parte
cierta ignorancia de hechos también ciertos,
un esfuerzo final en bien de todos,
la tozuda incomprensión de algunas realidades,
la fe más meritoria, en resumen,
que consiste en no creer en lo evidente.
Yo podría jurar que la tierra está fija
–ya lo juré otras veces–
y que el sol gira en torno a ella;
yo podría negar que la sangre circula
–lo seguiré negando, si hace falta–
por las venas del hombre; yo podría
quemar vivo a quien diga lo contrario
–lo estoy quemando ahora–.
No es que sean importantes los asuntos
objeto de polémica:
lo importante es la rígida
firmeza en el error.
Pues las mentiras viejas se convierten
en materia de fe, y de esa forma
quien ose discutirnos
debe afrontar la acusación de impío.
Con esto, y una buena cosecha de limones,
y la ayuda impagable de nuestros coaligados,
podemos esperar algunos lustros
de paz como ésta de hoy,
en una noche semejante a ésta de hoy,
tras una cena lo mismo que ésta de hoy.
Tal como siempre, pues, pedid conmigo:
Más fe, mucha más fe.
Que en cierto modo,
creer con fuerza tal lo que no vimos
nos invita a negar lo que miramos.