El movimiento de Aldoro, que se aleja del lago no deja de evocar aquel, opuesto, de la Llorona, el personaje más conocido del folclor altaneco. La Llorona camina hacia las aguas y se hunde en ellas, reproduciendo el martirio de sus hijos a quienes ahogara en un río después de dilapidar la riqueza del difunto marido. Aldoro parece alejarse del lago y de los crímenes cometidos, internándose en el espesor verde de la selva.
La policía, sin embargo, no lo entendió así y le imputó falsamente un crimen del que el matón era inocente, del que, ni siquiera, llegó a saber, porque la selva se lo había tragado antes de su comisión. Nos referimos, claro, a la ejecución por degüello de un operario ruso de la mina, Yuri Strottof, que la policía nunca consiguió resolver. La policía altaneca, en su afán por luchar contra el crimen, podía imputar a personas diferentes el mismo crimen. En este caso, supuestamente resuelto, el que el condenado Ordo Jalote estuviera cumpliendo condena desde hacía muchos años en el penal de Tarapo no era óbice para que la policía siguiese imputando a otros individuos el crimen. Aldoro fue uno de estos individuos.
En los relatos que empezaron a menudear tras la desaparición de Aldoro, este había visto en el lago su rostro y en él, vertiginosamente, la verdad. A Aldoro se habían unido unos niños malformados y mutantes a causa de la ingestión de pescado cargado con cromo y níquel por parte de sus madres durante el embarazo. Juntos, se estaban empezando a vengar de los operarios de la compañía, empezando por los rusos. En estos relatos, los niños malformados disponían de superpoderes relacionados oscuramente con el color rojo, con la lava de los volcanes y con la fuerza atómica con que, según se contaba, los rusos abrían las vetas.
Al calor de estas ficciones colectivas, surgieron grupos que empezaron a explotar la estela de fascinación y pánico que dejaban tras de sí. Eran algo carnavalescos y actuaban mezclando bandolerismo y mendicidad agresiva, cortando carreteras o presionando a la compañía. Surgían durante la noche, enmascarados o pintarrajeados. Difundían fotos de sí mismos en las que se mostraban con deformidades horrendas, reales o fingidas. Se sugirió que adolecían de lepra, una enfermedad que aun perduraba en el país y que, tal vez, la irritación causada por el cromo y el níquel estuviera agravando.
Una segunda generación de relatos caracteriza a la expuesta más arriba como una cortina de humo. Según esta versión, las bandas de asaltantes y las historias de la primera generación permiten que pase desapercibida la emergencia de criaturas del submundo de Ajotlatl, un líder demoníaco de origen foráneo o, dicen algunas versiones, extraterrestre, que, desde hace siglos planea apoderarse del mundo, comenzando por las ubérrimas y atormentadas tierras de Xuanala y que infiltra a sus agentes, cuya apariencia humana es imperfecta, entre los miembros de las bandas que asolan la región. Estos, se dice, deben mutilarse, deformarse o adquirir la lepra para camuflar a los agentes de Ajotlatl acercándose a su imperfecta humanidad.
El mundo avanzado, por llamarlo de algún modo, se ha apropiado estas historias, encauzándolas de maneras variadas. Escasos de tiempo y convencidos también de que la exhaustividad nos aleja de lo esencial, queremos limitar nuestro escrutinio a dos de ellas: una investigación periodística de un gran diario francés y la serie El Lago, fervorosamente seguida por el público estadounidense.
La primera descubre que Aldoro tenía un hermano gemelo, Rostrano, que, también, sobrevivió y que, adoptado por una familia islandesa, creció en aquella isla septentrional. A los 28 años, Rostrano viaja a Guatemala en busca de sus raíces y alguien le habla de Aldoro. Rostrano lo busca, lo encuentra y se lo lleva con él a Islandia. Allí, el ex matón emprende una larga cura que le permitirá despojarse de la abyección con que, desde su orfanato precoz, fue cubriéndolo la despiadada Xuanala. Junto con su hermano, encontrará en Islandia, el gusto de las cosas elementales, de la inhóspita lluvia y del viento que atizan el rostro y que también lo lavan y purifican. Junto a Rostrano, que ha reunido testimonios sobre quienes fueran sus padres, dará espacio en su mente para que crezcan los recuerdos, o los falsos recuerdos, del cariño y los cuidados que les prodigaran a los gemelos sus genitores antes de morir asesinados por las balas y la barbarie del ejército de Xuanala.
La segunda percibe el interés comercial de un universo en que la avidez, hechos realmente acaecidos y terror se mezcla con la fantasy. El Lago prodiga las escenas espectaculares, tiene personajes heroicos y la narración da vuelcos inesperados: los cánones de las grandes producciones se respetan escrupulosamente. Quienes han criticado su falta de originalidad no niegan, sin embargo, que el éxito de la serie ha sensibilizado a millones de norteamericanos sobre las nefastas consecuencias de la actividad extractiva de Solvegrin, algo a lo que, en verdad, la propia empresa contribuyó muy a su pesar. La campaña de denigración y escarnio contra la serie, organizada por una agencia de comunicación remunerada por la empresa, que fue eficaz en sus inicios, contribuyó, pero terminó impulsando su difusión cuando el colectivo de hackers que había revelado que la empresa tenía conocimiento de su responsabilidad en la presencia de cromo y níquel en las aguas del lago, halló, entre los millones de documentos de que disponía, la prueba de que la empresa estaba detrás de la campaña. Los seguidores de la serie difundieron masivamente los documentos en las redes sociales y muchos fueron los que, por deber cívico o por curiosidad, se acercaron a la obra. La escena en que una niña altaneca descubre a Ajotlatl arengando a sus agentes tras haberse internado en una gruta en busca de su pelota se volvió viral y llevó a identificar a la empresa con Ajotlatl, lo que, por supuesto, no figuraba entre las intenciones de los creadores de El Lago.