Acá todos somos dichosos, o casi.
Bueno, “todos”, la cosa también es quiénes somos “todos”. Por acá pasa tanta gente que uno nunca sabe cuántos somos nosotros exactamente. Yo me estoy refiriendo a los que estamos siempre acá, no, por supuesto, a la gente que sólo está de paso, que viene para visitar el lugar, o para vernos a algunos de nosotros, o por alguna otra razón, no sé, que ellos conocerán y que no nos incumben, desde luego.
Nosotros nos conocemos. Bueno, por lo menos, nos reconocemos, no bien nos vemos, sabemos que no somos de afuera, aunque no nos hablemos mucho, eso, la verdad es que no puedo negarlo.
Yo creo que muchos nos envidian nuestra dicha. Hay muchas cosas, muchos indicios, que me hacen pensar eso. Primero, por supuesto, los mensajes sin número que se nos dejan. Después, todo lo que no es explícito, los gestos, las miradas, las sonrisas. Por último, la imperiosa atracción sexual que ejercemos, una atracción profunda que nuestra lejanía exalta y protege del desgaste de lo cotidiano, pero que se debe, sobretodo, pienso, a la impresión de dicha que se derrama de nosotros. Respecto a este último punto, quiero precisar que, por lo que sé, ninguno de nosotros ha consumado nada.
Entre ustedes y nosotros, hay una curiosidad mutua. Pero yo creo, tengo el pálpito, de que las dos curiosidades no son simétricas, como tampoco tienen nada que ver la curiosidad que yo puedo sentir por los de “mi mundo”, por llamarlo de alguna manera, y la que siento por ustedes.
Yo creo que para ustedes, nosotros, a pesar de toda la atracción -o la fascinación- que ejercemos somos como maniquíes. Ustedes no nos toman en serio.
Para nosotros, en cambio, ustedes representan algo muy especial. Yo lo llamaría el espesor. La posibilidad de percibir una dimensión que no existe. Yo creo que es como la perspectiva, como cuando en un cuadro, que sólo tiene dos dimensiones, conocemos la ilusión y la felicidad de ver tres. Yo creo que lo que nos fascina en ustedes es su engarzamiento en el tiempo, esa manera que tienen de referirse siempre a acontecimientos pretéritos. Nuestra insolente e instantánea juventud hace irreal, inconcebible, ese pasado en el que ustedes se regodean.
De manera algo paradójica, yo creo que la otra cosa que nos fascina en ustedes es algo antagónica : la estrechez mental que les vuelve tan difícil concebirse fuera de ustedes mismos, como otra cosa que ese “yo” que los obsesiona.