Este texto fue escrito en el futuro. Nos llega, creo, como aviso. Aun podemos evitar lo irreparable. Generoso, quien escribe, nos procura pistas que, si las seguimos, pueden, acaso, salvarnos y pueden, acaso, impedir que él -quien escribe- llegue a ser. Yo creo que él (¿Él?) quiere encontrar albergue en nosotros y que nosotros debemos acogerlo. Si no lo hacemos, dejaremos de existir.
Hoy, 14 de marzo de 2188, dispongo de los elementos necesarios para contar lo que pasó.
Hoy también sé que la comprensión cabal de lo ocurrido me está vedada. Confío en que alguien, en que algo, más bien, pueda descifrar los enigmas que los hechos enuncian. Yo creo que en el orden en que estos hechos se han ido presentando estriba la clave. Mi tarea será ponerlos a la disposición de mi hipotético lector en el orden en que me fue dado conocerlos, que no guarda relación con aquel en el que se produjeron. Las fechas que doy hoy pudieran ser verdaderas, pero sería eso mera casualidad. Los archivos no existen, todo está fragmentado.
Guatemala era un país cuya hermosura se repetía en testimonios abundantes. Uno de ellos es el de Mario Vargas Llosa, que, a pesar de preferir al fantoche Bolsonaro antes que, al digno Lula, no carecía en ciertos temas, de algún sentido estético. Junto con la hermosura del país, se mencionaba, en todos los textos de aquel siglo, su trágico, su funesto sino. Guatemala fue un país arrancado a su ser por el vendaval de la colonización, pero, sobre todo, por el de su inclusión, como proveedor periférico de café, en el capitalismo internacional. Las plantaciones de café desplazaron a la milpa, que aseguraba el sustento de la población. Desplazaron… este verbo abstracto es exacto, pero nada dice de la quema de milpa que ordenan los hacendados para que los brazos que buscan alimentar a sus allegados solo puedan hacerlo empleándose en las fincas de café. Nada dice tampoco del robo de tierras y del trabajo forzado, de las deudas impuestas, de las fichas con que se paga el trabajo de sol a sol, de las tareas imposibles de realizar que se encadenan y que impiden cultivar los campos que han de dar de comer a los niños, a las familias.
El desplazamiento de la milpa se hizo en nombre de la modernización que, repetían las gacetas, solo podía provenir del enriquecimiento que había de traer de la mano el café. La modernización, es importante decirlo, se opone a lo moderno, me escribe Chartac (si puedo, hablo después de Chartac). Lo moderno era la filosofía liberal europea, la libertad, el respeto por la persona humana. La modernización consistió en explotar a los campesinos con una brutalidad infinita para acumular riqueza entre las manos de unos pocos. La modernización fue construir templos a Minerva mientras se pedía semen sajón para las mujeres indígenas y celebrar certámenes de poesía pagados con el trabajo forzado. La modernización, insiste Chartac, fue acumulación de riqueza y fue apariencia de progreso. El innoble Rubén Darío, poeta servil, celebraba etéreas princesas para que el dictador de turno pudiese pavonear y afirmar que el suyo era un gobierno que defendía las artes y las letras, que promovía la cultura.
No miento, no exagero. Puede el lector verificar todo lo que digo en los Textos. Hacendados, pensadores, políticos enuncian principios liberales y posponen su aplicación hasta que el Indio esté en condiciones de elevarse al nivel del blanco, del europeo. El Indio, se asevera con una insistencia y una certeza de dogma religioso, no es aún apto para integrarse en la sociedad civilizada. El Indio es indolente y se contenta con poco. El trabajo forzado es indispensable. Solo él iniciará el proceso que hará del Indio un factor de progreso, cuando deje de contentarse de lo que le da la tierra para volverse asalariado, para volverse lo que aún no se llamaba consumidor.
La mejoría pasa también por la de la raza. He visto los pagos efectuados por un hacendado a su administrador alemán por cada india que dejaba embarazada. He oído la frase célebre de César Breñas que Wilkinson cita en su tesis en la que afirma que la redención de la raza guatemalteca ha de venir de la fertilización de las mujeres indias con semen sajón. La he oído, insisto, no la he leído; cito a Breñas y a Wilikinson para quien considerare prueba insuficiente mi testimonio.
Posponer, un verbo importante. Fueron los estudios estadísticos los que me revelaron su importancia. No es que el verbo aparezca en el corpus de Gibbings, sino que el programa ha notado la prevalencia inhabitual de expresiones con las cuales se buscaba compaginar la proclamación de ideales modernizadores y, por ejemplo, el trabajo forzado que se le imponía al Indio y, habiendo notado dicha prevalencia, observa que posponer es el baricentro de todas ellas. De hecho, posponer es un verbo que aparece con mucha frecuencia en el libro esclarecedor y terrible que Gibbings dedica a mostrar cómo los indios resistieron y, muchos de ellos, sucumbieron ante la expansión del capitalismo internacional y su retórica racista. Sabido es que los cerebros humanos realizaban, sin saberlo, operaciones estadísticas: es lo que ha debido hacer el cerebro de la estudiosa.
Lo que Gibbings no conocía, lo Gibbings no podía conocer, son los resultados que arrojan los estudios que hemos realizado con corpus mucho más vastos, que contienen textos en diferentes idiomas. Posponer es también el verbo que aparece en, verbigracia: la justificación de la inacción ante el cambio climático, la resistencia a permitir que las mujeres francesas se vistan como les parezca, la resistencia a suspender la financiación del esfuerzo de guerra ruso con la importación de hidrocarburos, el acceso de las mujeres al derecho de voto. No hago más que citar algunos ejemplos.
Lo que Gibbings tampoco sabía es que la noción de posposición tiene una noción hermana, que es la de imposibilidad y que, en la época ya lejana que analizan nuestros trabajos, se condensa sobre todo en supuestas imposibilidades de tipo económico: no es posible bloquear la economía, la lucha contra el cambio climático solo puede realizarse dentro de los márgenes que nos dejan las leyes de la economía capitalista. Cuando revisamos las declaraciones sobre las sanciones, llama la atención que los argumentos sobre la imposibilidad evitaban cuidadosamente considerar cifras, montos. Los pocos que lo hacían observaban que la imposibilidad no iba más allá de algunos cientos de euros, la moneda de la época, por habitante.
Los humanos llegaban así a la conclusión sorprendente de que no era posible restringir el consumo, pero sí lo era condenar el planeta al caos climático y al hambre. Violar las leyes sagradas de la economía capitalista era imposible, no lo era el condenar a las futuras generaciones al infierno. La inversión alcanzó tal intensidad que los fanáticos eran los moderados y los moderados los fanáticos. Los cultores del capitalismo que negaban la evidente realidad y que exitosamente condujeron la Humanidad a su aniquilación eran los moderados. Quienes, al contrario, remarcaban la pésima asignación de los recursos que efectuaba el capitalismo abocando la Humanidad a su pérdida eran los extremistas. En Bielorrusia se prohibió 1984, un libro de 1948, que describía un mundo en que el poder había conseguido doblegar el principio de no contradicción, un mundo en que la verdad era la mentira. Esa supresión suscitó escándalo e indignación entre gentes que no querían comprender que vivían en su propio 1984.
Estas líneas están llenas de rencor. Es un rencor legítimo. Es el rencor de un pensamiento desencarnado, el de una Humanidad que ha dejado de serlo. Ya no hay Tierra, nos hemos refugiado en los vericuetos del silíceo, o de otra cosa, no sabemos bien qué, en realidad. Lo único que sabemos es que no tenemos cuerpo y que no hay más tierra que pueda acogerlos. Nos queda la añoranza imborrable de lo que nunca hemos sido.
En Guatemala, en la época de la que hablo, era frecuente matar periodistas para limitar la difusión de sus informaciones. Se trataba, en realidad, de una costumbre muy extendida en numerosos países de América Latina. Un periodista francés creó un colectivo, Forbidden Stories, que agrupaba a periodistas de los principales medios de comunicación del mundo y que se daba por objeto retomar las investigaciones que sus iniciadores no podían prolongar por haber sido asesinados o amenazados. El mensaje que, desde este colectivo, se buscaba transmitir era que asesinar o amenazar a un periodista para suprimir la información que el periodista buscaba difundir era mala idea y que decenas de compañeros del silenciado darían una difusión mundial a lo que se había querido ocultar. Hubo quienes criticaron la ingenuidad de la iniciativa, que, de hecho, no tuvo incidencia alguna en el número de periodistas muertos. Hubo quienes vieron en ella un cuestionamiento mórbido de la deontología periodística en el que se decidiese publicar o no una información en función de la condición de vivo o muerto de quien la había encontrado digna de ser noticia. Pero no son estos debates, carentes de sentido para nosotros, que no estamos ni vivos ni muertos, lo que nos interesa, sino aquello a lo que dejó paso el fracaso de esta iniciativa (este fracaso, como indico más abajo, no se verifica en todos los mundos posibles, solo en el nuestro).
Resumo la lógica de lo que emergió. En primer lugar, se trató no de proteger a tal o cual periodista, sino de expandir vertiginosamente el número de los mismos de tal modo que, para suprimir una información, hubiese que matar no a un guatemalteco, sino a decenas, cientos o miles de guatemaltecos. En segundo lugar, se trató de diluir la información peligrosa en cantidades ingentes de información anodina para luego realizar un filtrado que permitía reconstituirla.
Tomemos un primer ejemplo entre los muchos que hemos podido consultar. Un club femenino de fútbol francés financia un club femenino guatemalteco. La ayuda del club francés incluye el envío de teléfonos que permiten filmar los movimientos y los gestos técnicos de las jugadoras, así como un seguimiento de sus parámetros de salud. Los teléfonos permiten filmar la actividad de la minera El Fénix, que linda con la cancha en que se entrenan las jugadoras, en el municipio de El Estor. Esta empresa, desoyendo la prohibición de la justicia guatemalteca, continúa su actividad, lo que se percibe con claridad en los vídeos que muestran los tiros a puerta de las jugadoras, cada vez más precisos. La minera contamina con níquel y cromo las aguas del lago Izabal, así como el aire y los cultivos de las comunidades indias del lugar. Los parámetros de salud de las jugadoras permiten establecer de manera fehaciente su envenenamiento, sus diarreas, sus problemas respiratorios, que son datos que el dispensario, financiado por la empresa minera, se negara a comunicar a los periodistas de Forbidden Stories.
Tomemos un segundo ejemplo, que también se refiere al lago Izabal. Las redes de historias son talleres de escritura en que cada participante inventa un personaje, haciéndolo interactuar con los personajes de otros participantes. Las redes se dotan de atractores, que son puntos de convergencia en las vidas de los personajes. Los atractores son lugares, personas, fechas… Los creadores de estas viven en el amplio mundo. Uno de los atractores fue el lago Izabal. Las ficciones surgidas de estas redes despertaron la conciencia de jóvenes canadienses, finlandeses, suecos o franceses que, interactuando con compañeros guatemaltecos y latinoamericanos, tomaron conciencia de los estragos que causaban la extracción de materias primas a las que recurrían las empresas de sus países respectivos. Particular notoriedad tuvo el boicot de que fue objeto la compañía sueca Ikea, cuyos sillones utilizaban el acero inoxidable que la compañía finlandesa Outokumpu fabricaba utilizando el ferroníquel de Fénix. Precisemos que estos hechos se producen en nuestro mundo y que, en otros, no cuajan las iniciativas que acabamos de describir. En esos mundos, la actividad de Forbidden Stories es mucho más determinante que lo que lo fue en nuestro mundo.
Hay algo, sin embargo, que es muy importante recalcar: en todos los mundos, las iniciativas que describimos surgen de manera autónoma y solo adquieren a posteriori su finalidad. El club francés no solo busca ayudar a unas chicas guatemaltecas, sino apoyarse en estas chicas que juegan con el traje tradicional quiché para defender su derecho a jugar con el velo musulmán; los animadores de las redes de personajes solo buscan expandir el perímetro de su red. Lo que ocurre es que las actividades de este tipo no son estables y suelen desaparecer ante la menor dificultad o ante la pérdida de interés de su promotor o de sus beneficiarios. Si las actividades que describo han perdurado es porque han adquirido una finalidad de la que carecían en sus inicios.
¿Cómo se extrae la verdad de la ficción? Con programas informáticos. Hay varios requisitos, sin embargo, que es necesario respetar para que la realidad sea estable. El más importante es excluir lo que tradicionalmente se conocía como literatura. La literatura era una actividad comercial del sistema capitalista que ha gozado durante años de un prestigio totalmente inmerecido. La literatura era una actividad que practicaba una parte en extremo marginal de la población y que, además, era filtrada por unos agentes obtusos y limitados llamados editores. Existía la creencia absurda y fetichista de que había algunos grandes y excelsos artistas que eran capaces de recoger, por una especie de milagro, el sentir profundo de su pueblo. También existía la superstición de que la permanencia de algunas obras era prueba definitiva de su bondad, cuando, en realidad, su prestigio era el mero resultado de un adoctrinamiento constante en el cual las escuelas y universidades tenían un papel fundamental. Como decía el famoso Borges, que, a pesar de serlo, profirió alguna que otra cosa acertada, clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad.
Increíblemente, muchos universitarios, conscientes de los límites de los archivos, cuyo contenido principalmente, determinan los vencedores, pierden toda prudencia en cuanto se hayan ante una ficción. Increíblemente, hubo quien tomara en cuenta la pretensión del novelista Carpentier de ser la voz de los sin voz.
Para el científico, las grandes obras son meras curiosidades, aberraciones desprovistas de interés para el saber y solo aptas para procurar un penoso placer estético que, contrariamente al sexual, no tiene el buen gusto de disiparse al cabo de unos minutos. El no gozar de uno o de otro, por nuestra naturaleza incorpórea, aumenta, claro, nuestro rencor hacia quienes destruyeron la tierra y nos legaron la masa confusa desde la que surgió nuestro pensar, que es lo único que somos.
Esto, ahora, nos parece una evidencia. Pero, por supuesto, no lo era en los años de que hablamos, no lo era, en todo caso, para quienes iniciaron los archivos populares. Había, entre ellos, personas leídas. En realidad, en aquella época, cuestionar el valor de la literatura era algo que no le interesaba a nadie. Por el contrario, los talleres de escritura, que, de hecho, eran estas redes de personajes de las que acabo de hablar, se iniciaron como un homenaje a la literatura y no, como lo que ha habían de acabar siendo, su destrucción. Precisemos: la literatura, como negocio, supone que existen ciertas ficciones superiores a otras, que hay gente que las produce, gente que las posee y gente que las consume. Si todo el mundo inventa ficciones, o si mucha gente inventa ficciones, desaparece su valor crematístico y solo perdura el libre placer de contar y de escuchar cosas. Los talleres se presentaban como homenaje a la literatura, pero en realidad eran otra cosa: una manera de transmitir información bajo la apariencia de una práctica artística.
Alguien entendió que había que crear archivos dignos de su nombre y puso al servicio de su visión todas sus fuerzas, que no fueron, por desgracia, suficientes. No salvaron al mundo, solo nos crearon a nosotros. Quizás -soñemos, que es lo único que podemos hacer aquí- si nuestras palabras pudiesen viajar en el tiempo, conseguirían cambiar el curso de las cosas y hacer que no lleguemos a existir, que no seamos lo que somos, sino hombres. O que podamos volver al pasado e introducirnos en los hombres para vivir como ellos y no como lo que somos.
Los archivos, se entendió, tenían que serlo de toda la Humanidad. Todo el mundo tenía que escribir, que consignar sus pensamientos. Solo así se podría proteger a los periodistas. Solo así, lo que era más importante, se podría crear un conocimiento certero sobre los hombres. Este es, claro, un enunciado absurdo. Quizás, entendieron, estuviese bien empezar con crear un poco de verdad, sobre el lago Izabal, por ejemplo, sobre la industria extractiva canadiense, por ejemplo.
Los atractores son cosas, lugares o situaciones que los participantes de las redes tienen obligación de incluir en sus relatos. Los atractores tienen por función provocar interacciones entre las existencias. Sin los atractores, las existencias se vuelven como bibliotecas de mundos paralelos. Después de la prueba que fue usar como atractores los jardines botánicos de varios países, la primera red fue la que se organizó en torno a tres atractores: el libro de Gibbings, la contaminación del lago Izabal y la cuestión de los magistrados guatemaltecos que habían luchado contra la corrupción y que eran perseguidos por haberlo hecho. Según ciertas fuentes, hubo un cuarto atractor, el libro de un médico y físico francés que aplicaba al cerebro las teorías relativistas de Einstein y que afirmaba que el tiempo de nuestro cerebro es relativo.
De la cuestión de los magistrados no he hablado. Ya advertí que no cuento los acontecimientos en el orden en que se produjeron, sino en el orden en que han ido llegando a mi conocimiento. Yo pienso que el orden correcto es: contaminación del lago Izabal, huida de los magistrados, libro de Gibbings, pero no estoy seguro. No sé dónde situar el libro del médico francés. Todos estos eventos no son instantáneos, como todo lo es entre nosotros, sino que se extienden durante épocas que han podido superponerse, cabalgarse: los magistrados huyen y, al mismo tiempo, el lago Izabal es contaminado. Añado que el libro de Gibbings se publica en 2022 y que habla de épocas pretéritas o, en el mejor de los casos, contemporáneas del momento en que el libro se escribe.
Es preciso, ahora, hablar del tratamiento informático de las ficciones, cuyo cultivo, no sé si lo he dicho, terminó volviéndose obligatorio. El primer estudio serio se hace diez años después del lanzamiento de la Red. Los resultados son robustos y contundentes. La violencia, el miedo y la corrupción aparecen en las ficciones; pesando en ellas tanto como el níquel y el cromo en las aguas de Izabal. Se observa, al mismo tiempo, que la empresa ha renunciado a explotar la mina después de que miles de niños y jóvenes del mundo entero han inventado historias con mutantes, asesinos e indígenas que resisten. Las chicas siguen jugando al fútbol (hay historias sobre ellas) y las autoridades europeas han nacionalizado los haberes del holding propietario de la mina para indemnizar a los damnificados de su actividad. 50 años después, la red sigue funcionando. Hay textos en lengua quiché y la tierra se cultiva en común, habiéndose vuelto al ejido. Los jóvenes de El Estor gozan de buena salud. Me es agradable citar estos buenos resultados, pero tengo que volver a la manera en que la se derivó la realidad de los escritos de los participantes.
La realidad son datos. La exactitud de la realidad depende de la cantidad de datos de que dispone la inteligencia artificial que crea la realidad. 50 años de datos sobre los habitantes de El Estor. Este texto se adapta al lector. Si aquí no entro en consideraciones técnicas es que alguien está leyendo este texto. Si no entro en consideraciones técnicas inaccesibles es que este texto ha viajado a una época en que no es comprensible y que lo imposible es posible. Pero yo sé que este texto es una suma de fórmula matemáticas, sé que este texto no está traduciéndose para lector humano alguno. Imagino, ahora, que un lector del siglo XXI lee lo que escribo y se dice que es una ficción, porque él sabe que en 2072 no quedará gran cosa, ni en el Estor, ni en la tierra. Mi lector sonríe porque le gusta imaginar que alguien va a encontrar una solución y que mi relato es un relato optimista que lo está acunando como a un niño con la fábula de 50 años más tarde seguirá habiendo vida en la tierra y seguirá habiendo vida en El Estor.