¿Eran más crueles los jueces franquistas homosexuales? Carta al director de CTXT.

Señor director,

Me permito escribirle para manifestarle mi perplejidad ante algunas de las razones vertidas por el catedrático Ríos Carratalá en la entrevista (http://ctxt.es/es/20161019/Politica/9048/franquismo-Carratala-franco-represion-censura-cela.htm) que otorga el 19 de octubre de 2016 a CTXT con motivo de la publicación de su libro Nos vemos en Chicote. Imágenes del cinismo y el silencio en la cultura franquista.

El señor catedrático explica de la manera siguiente la evolución que condujo al humorista Martínez Gargallo a transformarse en juez franquista que persiguiera con celo redentor a sus antiguos compañeros de trabajo y de tertulia :

¿Cómo se produjo esa deriva hacia convertirse en represor? ¿Tenía alguna característica que le empujara?

Hay un dato, que no doy en el libro porque no deja una huella documental, pero creo que era homosexual.

Señor director, yo soy docente en Francia e imparto dos materias, español y enseignement moral et civique (EMC son sus siglas, que empleo en lo que sigue), que vendría a ser una suerte de educación para la ciudadanía, por buscar una equivalencia con la fenecida asignatura de nuestro país. Como profesor de español, busco documentos que permitan a mis alumnos entender diferentes aspectos de la sociedad española. Como profesor de EMC, me ocupo, este año, de dos grandes temas : el estado de derecho y las discriminaciones y, también, de un principio de funcionamiento en clase, el del debate argumentado, que consiste en el compromiso de intercambiar razones de manera leal y racional. Señor director, discúlpeme por esta digresión, pero era necesaria para lo que sigue.

Le propongo, señor Mora, un experimento mental. Imagínese que yo lo he invitado a usted a mi instituto, que estamos ambos ante mis alumnos y que tenemos que explicarles juntos a los chicos la respuesta del catedrático Ríos Carratalá y, ya que estamos, también la decisión de su web de publicar la entrevista.

El primer dato relevante es que el investigador no puede establecer la homosexualidad de Martínez Gargallo; se trata de una sospecha no confirmada, como lo reconoce el entrevistado. Por lo tanto, la primera cuestión a la que tendremos que prepararnos a contestar es la de cómo explicar que el investigador seleccione, entre diferentes líneas causales posibles, una que reposa no en hechos establecidos sino supuestos. Personalmente, yo aprovecharía la oportunidad para reflexionar sobre las nociones de causalidad y de deontología en las ciencias sociales: ¿En qué medida puede ser legítimo recurrir a una suposición como factor explicativo? ¿Qué hacer con una intuición no demostrada? Yo ya he tenido oportunidad de hablar de estos temas con mis alumnos. Me parece que, a menudo, elegir una línea causal es instituir una normalidad: si Juan declara ante el juez que Pedro murió a causa de la atracción gravitatoria y no a causa del hecho de que él, Juan, lo empujó, es muy probable que el juez desestime su defensa y lo condene por asesinato. No es que el juez niegue que sin atracción terrestre Pedro no hubiese caído del piso doceavo, por supuesto. Lo que pasa es que el juez selecciona, entre las diferentes series causales la que le parece pertinente, la que sale de la normalidad: como es normal que la tierra atraiga a los cuerpos y como no lo es empujar a la gente desde el piso 12, el juez condena a Juan tras haberle imputado la responsabilidad de la muerte de Pedro. Yo explicaría que la escueta respuesta del profesor, al no aludir a ningún marco temporal, corre el albur de sugerir que, de manera general, la homosexualidad de un juez puede llevarlo a condenar con una fiereza particular. El haber descartado, en la construcción de la explicación causal, otros determinismos refuerza la ambigüedad que observamos. De hecho, en la respuesta, podemos sustituir la homosexualidad por “una vida disoluta” o “haber tenido amigos de izquierda” o muchas otras cosas, sin que la sustitución haga que la respuesta sea peor que lo que es.

En segundo lugar, tendríamos que explicar cómo imagina el catedrático que haya podido incidir la supuesta homosexualidad de Martínez Gargallo en sus decisiones y, en particular, cómo ha podido dicha homosexualidad tener por efecto el incrementar la severidad de las condenas pronunciadas por el magistrado. La explicación de Ríos Carratalá la encontramos algunas líneas más abajo :

Estas personas son las que se convierten en los máximos represores. En el régimen nazi, los que más judíos matan son aquellos que tienen la posibilidad de ser vinculados con los judíos. Esos se exceden.

A falta de referencias bibliográficas o de datos estadísticos que puedan confirmar el contundente enunciado del profesor, deberemos considerar que el mismo se incluye en lo que a menudo se denomina ciencia popular, es decir, un acerbo de enunciados que se consideran comúnmente (en medios no universitarios, en principio) como verdades evidentes, que todo el mundo comparte y que no es necesario comprobar. Lo bueno, agradable y práctico para nosotros, docentes, de estas verdades evidentes es que podemos, sin salir de nuestra clase y con el solo y recto uso de la razón, llegar a extensos conocimientos tanto en historia como en otras materias. Podemos, por ejemplo, entender mejor el nazismo y observar, no sé si con alivio, que muchos jerarcas nazis no eran nada sospechosos de judaísmo, homosexualidad o gitanería y que, de no haber sido así, se hubiesen excedido, por emplear el verbo al que recurre el investigador. Menos mal. También podemos pensar que, si hubiera habido más jueces con tan establecida hombría como la de Millán Astray que, parece, estaba por encima del bien y del mal y que salvó a un amigo suyo escritor, pues la represión franquista no hubiera sido la que fue. ¿No habrá sido Mola homosexual?, nos preguntaríamos, usted y yo en voz alta. Sería sin duda una vía a investigar. En realidad, estamos ante algo que puede terminar siendo una riquísima veta historiográfica. Juntos, le escribiríamos al profesor Ríos Carratalá para sugerírsela. Él, en su ulterior artículo, nos citaría, agradeciéndonos la idea. Yo aprovecharía, porque soy modesto, para decir que todo el mérito es suyo y de mis alumnos, etc, etc.

También sería interesante mencionar que la manera en que las características personales de los jueces pueden incidir en la manera en que juzgan es un tema habitual en investigación, en particular en las realizadas por los sociólogos del derecho en Estados Unidos. Ahora, como en mi instituto las clases duran 55 minutos y dado que me parece importante que nos ciñamos lo más posible en nuestro experimento mental a las condiciones reales, vamos a tener que ser bastante sobrios en este tema, focalizándonos, si le parece, señor Mora, en la cuestión del género de los jueces. ¿Son, por ejemplo, las juezas más severas que los jueces, para, pongamos, compensar el hecho de que son mujeres y, por lo tanto, más dulces que los hombres? Bueno, en realidad, los estudios intentan evitar los estereotipos y generalidades poco definidos de la psicología popular, así que tendríamos que cambiar un poco la pregunta, formulándola quizás de manera más neutra: ¿Son las juezas más severas que los jueces? Lo único que podría hacer yo sería decir que los estudios no permiten dar una respuesta definitiva, que puede haber resultados variables en países y en situaciones diferentes. También explicaría que para obtener dichos resultados hay que proceder haciendo acopio de estadísticas rigurosas. ¿A usted se le ocurre algo mejor, señor Mora? Oiga, ¿usted cree que el profesor Ríos Carratalá tendrá una especie de bola de cristal de estadísticas retrospectivas que le permitiría conocer la orientación sexual de los jueces franquistas? Es que el catedrático, fíjese usted, si hasta es capaz de decirnos lo que Martínez Gargallo pensaba:

¿Y Martínez Gargallo qué tenía siempre detrás de la oreja?: « Y si alguien se acuerda de quién era yo en los años 30, y si alguien se acuerda de los bailes a los que iba y de con quién salía y a qué cafés ».

Ya aquí iríamos mirando la hora. Si tuviésemos tiempo, abordaríamos la cuestión de González Ruano, esa sórdida criatura del franquismo que despojaba judíos desesperados por conseguir salvoconductos en el París ocupado y que, también, fue propagandista nazi publicando, además de los suyos, artículos que los servicios de Goebbels le transmitían. Declara Ríos Carratalá sobre este individuo:

En París, él trafica con judíos, les cobra para que salgan hacia España y de ahí a Latinoamérica. Les cobra y en Andorra los espera y los mata. O sea, estaba conchabado con gente de Andorra que se encarga de cargarse a los judíos.

Nosotros tendríamos que decir que los autores de El marqués y la esvástica, libro dedicado a investigar la vida de González Ruano, mencionan esta acusación pero declaran no poder establecer su veracidad. Lo que nos conduciría, de nuevo, a abordar cuestiones de epistemología y deontología, como la diferencia  entre hecho verificado y el rumor.

Antes de que viniese usted a charlar con mis alumnos, yo le habría comentado que he trabajado con ellos sobre el relato de Borges Tema del traidor y del héroe. En él, Ryan descubre que su bisabuelo no fue el héroe de la independencia irlandesa que todos pensaban, sino un traidor. Ryan escribe un libro a la gloria de su bisabuelo. También le habría mencionado que trabajo con mis alumnos sobre los casos de Marco y Pastor Martínez, que se pretendieron deportados y no lo fueron, así como sobre la estrafalaria acogida que ha recibido el negacionista Garaudy en Córdoba. El colofón de su presencia entre nosotros hubiese sido una reflexión general sobre la historia y sus falsificadores y sobre el papel de un órgano de prensa como el suyo, que se enorgullece de ir despacio para verificar lo que publica.

Yo me pregunto a veces, señor Mora, si quienes más daño hacen a la memoria de los murieron bajo la barbarie franquista, de los represaliados, de aquellos cuyos cuerpos esperan una sepultura digna en las cunetas y campos del país, me pregunto, digo, si quienes más daño hacen son los trasnochados adalides del postfranquismo que escupen su cavernícola vileza o aquellos que, animados tal vez de buenas intenciones, piensan que pueden echar mano de todo lo que pasa para rebajar a personajes como González Ruano o a Martínez Gargallo, cuyos solos hechos objetiva e históricamente establecidos, alcanzan y sobran para que la gente de buena voluntad y aceptable moralidad se desvíe del camino de la ideología cuya mala leche mamaran estos personajes con avidez. Sacrificar la confianza en la historia por el placer efímero del vituperio es una jugada insensata. Favorecer, de paso, los prejuicios contra los homosexuales, es, señor Mora, de espanto.

Señor director, si desea usted pasar por mi instituto y que transformemos este experimento mental en experiencia real, será para mí un gusto recibirlo. También podemos, para ahorrar CO2, trabajar por escrito: si tiene a bien usted contestar a esta carta, pondré su respuesta con mucho gusto en este blog.

Transmito esta carta al señor Ríos Carratallá.

Lo saluda cordialmente,

Sebatián Nowenstein

professeur agrégé