Bruselas, martes 17 de enero de 2017.
Estimado señor,
Soy docente en Francia y estoy trabajando en estos momentos sobre la cuestión de la falsificación de la historia. Se trata de preparar un dossier para difundirlo entre compañeros franceses y españoles. Mi enfoque consiste en estudiar un caso preciso, el del falso deportado Antonio Pastor Martínez, para intentar entender qué mecanismos sociales son los que transformaron las fabulaciones de un impostor en historia1. También habrá que intentar entender porqué, aun hoy, el mito de la deportación de Antonio Pastor Martínez perdura2. Se tratará, a continuación, de averiguar si aparecen mecanismos análogos en otros casos de desinformación o de falsificación de la historia. Parto del principio de que en todo grupo humano lo bastante numeroso existirán individuos que produzcan narraciones espurias. Se trata de un principio antropológico que adopto y que no intento elucidar o explicar. Lo que me interesa es ver en qué circunstancias dichas narraciones llegan a alcanzar un reconocimiento social, no siendo rebatidas por las instituciones, organismos o individuos que, en principio, deberían percibir la impostura y revelarla a la sociedad. Este enfoque me lleva, pues, a interesarme menos en el impostor que en quienes han posibilitado su paso de fabulador anónimo a testigo fiable. Dicho en otros términos: la impostura deja de ser la de Antonio Pastor Martínez para convertirse en la de quienes la han fabricado e instituido en hecho social.
Señor Gibson, usted publicó, el 18 de marzo de 2003, en el prestigioso diario El País, una crónica3 que califica de memorable el documental de Roberto Sánchez Benítez Mauthausen, vivir para contarlo. En el primer párrafo de su texto afirma usted:
Cuando los matones de la SS organizaban en Vernet sus pantagruélicas comilonas, indiferentes al hambre de los presos que les rodeaban, a Antonio Pastor, un « extranjero indeseable » más en aquel siniestro campo de refugiados, le incumbía volver a afinar su clarinete e interpretar con los otros componentes de la banda, en una barraca colindante, trozos de obras de Wagner. Amenizada así la fiesta por el dios nacional, los nazis despachaban aún más a gusto, y quizás echaban un poco de menos la patria.
La consulta de alguna cronología somera de la segunda guerra mundial le hubiese permitido a usted entender que, durante el internamiento de Antonio Pastor Martínez, el campo del Vernet estuvo bajo la autoridad del gobierno de Vichy y no de los alemanes, que no cruzarían la llamada línea de demarcación antes de noviembre de 1942, fecha en la cual Antonio Pastor Martínez había vuelto ya a España por voluntad propia, lo que hizo en 1941, realizando su servicio militar en régimen de Batallones Disciplinarios4. Los historiadores Benito Bermejo y Sandra Checa, que revelaron la impostura de APM en 20045, nos informan en su artículo que, además de este espectacular desatino, el documental contenía numerosos otros elementos inverosímiles.
¿Tendría usted a bien, señor Gibson, comentar lo que acabo de exponer? ¿Cómo puede ser que un historiador de prestigio como usted haya contribuido con su crónica a la impostura? Entender su error puede ayudarnos a entender el de otros muchos que, menos preparados que usted, han podido dejarse engañar por el autor del documental.
Señor Gibson, hoy, en el momento de escribirle, la web de la Junta de Andalucía alberga un documento6 destinado al público escolar que presenta como verdadera la impostura de Antonio Pastor Martínez. Tal vez, dado su inmenso prestigio, señor Gibson, de haber usted corregido su error públicamente, la situación sería hoy distinta. Por supuesto, a estas alturas, es ésta una cuestión imposible de zanjar, quizás se hubiese ignorado su corrección7…, pero ¿no exigía la deontología del historiador que lo hiciere?
En 2009, Rafael Sánchez Benítez, el animador de televisión autor del documental del que estamos hablando, citaba su trabajo con una desfachatez desconcertante:
Señor Roberto, ¿por qué la televisión está llena de violencia y sufrimiento? Créame que usted es de los pocos que no incurre en estas cosas.
– Muchas gracias Raúl. Creo, como tú, que las personas que salimos en televisión debemos deofrecer la mejor de nuestras sonrisas a los demás. Es un privilegio trabajar en lo que te gusta y, mucho más, en Andalucía. Mis amigos y familiares me dicen que suelo ser de los que siempre veo la botella medio llena en vez de medio vacía. En un documental que hice para el programa 60 MINUTOS sobre los supervivientes andaluces del campo de concentración de Mauthausen me sorprendió comprobar que a los protagonistas les mantuvo vivos ser optimistas, no perder la esperanza, ni la sonrisa. Por cierto, 60 años después de haber sufrido el holocausto (sic) no guardaban ningún rencor a nadie. Admirable. Creo que en esta vida, estamos para ayudar a los demás. SALUD AL DÍA y TECNÓPOLIS son programas informativos con un marcado carácter de servicio público. Gracias por tu apoyo y ánimo Raúl. Un abrazo.
¿Qué si no es la certeza de la más completa impunidad puede explicar que el realizador del documental osase citar su trabajo espurio a fines de autopromoción y que convocara para ello a deportados sonrientes que a nadie le tienen rencor? Tal vez tampoco esto hubiera pasado si una intervención firme de su parte hubiera dado al artículo de sus colegas historiadores Bermejo y Checa el espaldarazo entusiasta que usted prodigara al animador televisivo. Pero, claro, una vez más hemos de reconocer que se trata de una pregunta sin respuesta. Y también será necesario que nos preguntemos, como lo hacíamos más arriba, si la deontología no le imponía a usted que rectificara.
En mi blog8 recojo otros hechos que muestran la sorprendente permanencia del mito de la deportación de Antonio Pastor Martínez. También en relación con ellos cabrá preguntarse si no hubiese sido oportuno que se manifestase un mayor rigor deontológico por parte de quienes tienen por misión no construir o mantener ficciones, sino indagar con objetividad y seriedad el pasado.
Permítame, señor Gibson, dado que soy docente y que tengo por función no sólo transmitir conocimientos sino también formar a los ciudadanos de mañana, que formule una afirmación de valor moral: honrar la memoria de las víctimas de la ferocidad nazi y franquista es incompatible con la mentira y la impostura. Si bien el creador o el artista que dejan claro lo que hacen pueden con toda legitimidad emplear la ficción, no podemos nosotros, historiadores o docentes, mezclar lo real y lo inventado, por muy efectista que esto último fuere. No podemos inventar comilonas de matones SS en un campo francés si las mismas no existieron. No es algo serio.
Quisiera agregar otro argumento en favor de la necesidad de deslindar realidad y ficción9. Javier Cercas observa en El impostor, que la busca de impacto narrativo lleva a Enric Marco a dar una imagen kitsch10 de los campos nazis. Benito Bermejo y Sandra Checa notan, por su parte, que los relatos de los deportados auténticos son menos espectaculares que los de Marco o Pastor11. En mi instituto, hemos recibido a un deportado. Tal vez la austera sobriedad de sus palabras, carentes de todo pahtos, haya suscitado cierto aburrimiento entre algunos de nuestros alumnos. Los relatos de los impostores, por el contrario, suelen ser brillantes, rocambolescos, interesantes. Pero dan una imagen obscenamente falsa de los campos. En la Historia a la Holywood de Rafael Sánchez Benítez, el animador de televisión cuyo trabajo usted tan fervorosamente encomiara, se sale de Mauthausen gracias a una carta de un cura francés amante de la música12. El argumento que quiero someter a su consideración es el siguiente: la necesidad de obrar para impedir la difusión de falsos testimonios reside no solamente en el imperativo ético de oponerse a la mentira, sino también en el compromiso con la construcción de un saber histórico objetivo y digno de su nombre. Dictado por la busca del impacto emocional en el auditorio, el testimonio del impostor obedece a imperativos de eficacia narrativa que, es razonable pensarlo, priman sobre la necesidad de presentar de manera fehaciente los hechos. Cabe sospechar que mecanismos de este tipo han podido dictar la vindicación de 2009 del animador Sánchez Benítez; cabe sospechar que para el animador lo que contaba era la autopromoción y que los deportados fuesen para él un instrumento al servicio de dicha promoción. En estas circunstancias, la descripción de la realidad parece determinada no por los hechos, sino por las necesidades de producir tal o cual efecto en el público ¿Aprueba usted este argumento, señor Gibson? De ser así, ¿no habrá constituido una falta profesional el no haber obrado activamente para corregir su error?
Señor Gibson, esta carta se integra en un dossier que contiene otras muchas y, también, dos textos de Borges: Tema del traidor y del héroe y El guerrero y la cautiva. En el primero, un hombre, Ryan, descubre que su bisabuelo no fue el héroe que todos siempre han creído, sino un traidor. Ryan decide ocultar la verdad y escribe un libro a la gloria de su antepasado, dice el narrador en las líneas finales del relato.
En el final de El guerrero y la cautiva, el narrador medita sobre los destinos de ambos personajes:
Mil trescientos años y el mar median entre el destino de la cautiva y el destino de Droctulft. Los dos, ahora, son igualmente irrecuperables. La figura del bárbaro que abraza la causa de Ravena, la figura de la mujer europea que opta por el desierto, pueden parecer antagónicos- Sin embargo, a los dos los arrebató un ímpetu secreto, un ímpetu más hondo que la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar. Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales.
Yo he dado en pensar que el destino de Antonio Pastor Martínez y el suyo, en este asunto, comparten algo esencial: a los dos los arrebató un ímpetu más fuerte que la razón. Tanto usted como Pastor Martínez acataron el llamamiento de la sociedad del espectáculo que anhela lo ostentoso y desdeña el trabajo paciente y sobrio de quienes, como Bermejo y Checa, han buscado la mera verdad. También, por supuesto, comparte usted con Pastor Martínez la insignificancia histórica de sus intervenciones: un falso testimonio y su defensa imprudente son igual de irrelevantes para el estudioso de la deportación de los republicanos españoles a Mauthausen.
Sin embargo, creo que incumbe también a los historiadores rigurosos dejar de vez en cuando sus estudios para impedir que, al calor de la dejadez, la incuria, la indulgencia o el cinismo, las fabulaciones sustituyan en las mentes de los ciudadanos a la historia factual13. Para nosotros, docentes14, que debemos formar ciudadanos capaces ejercer el sentido crítico, se trata de una obligación legal. Y, para todos nosotros, ciudadanos españoles, se trata de una obligación moral que tenemos con las víctimas del franquismo, que sólo podemos honrar con la verdad, jamás con la impostura. Ésta última es, por el contrario, el mejor caldo de cultivo de relativistas y negacionistas rancios que quieren sepultar en el olvido a los crímenes del franquismo y dejar en cunetas y campos a sus víctimas.
Publico esta carta en mi blog. Si desea usted que adjunte a ella una respuesta suya, le ruego me la transmita a la dirección sebastian.nowenstein@gmail.com.
Lo saluda cordialmente,
Sebastián Nowenstein
professeur agrégé,
Lycée R. Queneau,
Villeneuve d’Ascq.