Debo a una improbable conjunción de azares y de tecnología la revelación aciaga y vertiginosa del estado en que se halla mi patria, que yo dejara en lejanos y convulsionados tiempos para volver con mi familia hacia esa Europa de la que, otrora, huyeran mis abuelos en busca de un más auspicioso destino sudamericano.
Yo siempre he vuelto con cariño e indulgencia mis ojos hacia el país de mi infancia. Mis sufridos alumnos de psiquiatría no lo ignoran: en los casos que les someto menudean los argentinos con una insistencia que, sospecho, los intriga. (Alguno dio en pensar, en pensar falazmente, que semejante abundancia se debe a la proporción elevada de enfermos mentales en la sociedad y no a su encarnizado detectamiento o fabricación por parte de nuestras celado cuerpo médico1). He de decir que mi nostalgia se contenta y satisface con esas modestas evocaciones y con un viaje cada quince o veinte años ; puedo afirmar con agrado y orgullo que, por lo demás, mi vida es, sin desdoro, la de un parisino del siglo XXI, placenteramente afincado en la ville-lumière. Mi orientación, como psiquiatra, es bastante ortodoxa. Soy reduccionista, pero creo en la importancia primordial del diálogo con el paciente. Defiendo el valor curativo de la palabra, ensalzo y encomio, en mis lecciones y escritos, el valor terapéutico del verbo metafórico. Aborrezco a Lacan, a Kristeva, a Fleury y a toda la caterva de filósofos franceses que deshonran la clara tradición racionalista gala en la que modestamente se sitúa mi pensamiento. Festejé y celebré el nunca bastante alabado Imposturas intelectuales, de Sokal y Bricmont. Soy, en resumen, ontológicamente reduccionista al tiempo que defensor del valor heurístico de la fantasía intelectual y de la metáfora. Soy trotskista, pero milito con parcimonia: reparto de vez en cuando números de Lutte Ouvrière en los mercados.
La experiencia de la «radio de locos » del Borda2 siempre me había interesado : un grupo de enfermos mentales crea y anima una estación de radio. Yo incitaba a mis alumnos que hablan español a escucharla. También los animaba a corresponder por Internet con enfermos. Fue así como empezó todo.
Uno de mis estudiantes, que ignoraba nuestro idioma, contentándose, para su escarnio, con el provinciano francés y el ubicuo pero manido inglés, encontró un texto que le permitía dialogar con un paciente del afamado Borda sin tener que aprender español. Se trataba de un artículo publicado en una oscura web de defensa de las lenguas latinas3 en que un paciente, haciéndose pasar por la profesora Szirko, electroneurobióloga, tomaba apoyo en unas palabras anodinas y metafóricas4 de un autor germano, ignoto e ignorado, para emprender una carga tan vigorosa como alucinada contra el contubernio que parece aliar hoy en día al gran capital con la neurobiología reduccionista y consensual en aras de transformar al hombre en cosa. El artículo, que, a fuer de docente concienzudo, me propuse inicialmente leer por entero, se mostró en realidad ferozmente reacio a toda lectura plena: lo que no atenúa la validez de lo que sigue pues lo fractal de su factura -característica de ciertos enfermos-, hace que por el cabo se saque el rabo, o sea, que cada una de sus partes dice tanto o tan poco como el todo. Yo me pregunté si alguien lo habría leído e hice algunas búsquedas en Internet, que me revelaron que el paciente había llevado el anhelo de verosimilitud, o su delirio, hasta inventar no una, sino tres revistas electrónicas para dar a su texto un entorno dotado de los aderezos de lo científico. En suma, el artículo invocaba las conclusiones de « investigadores argentinos » y las de un francés desconocido sin titulación universitaria para afirmar la falsedad del enunciado antes citado y para luego intentar demostrar todo lo que corre el albur de acaecer si los resultados alcanzados por la « escuela germano-argentina » no saliesen victoriosos de la desigual batalla que los opone a la poderosísima hidra con la que se enfrentan.
Con mi alumno decidimos formular varias preguntas a la « profesora Szirko », algunas de las cuales me vienen ahora a la memoria:
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¿Por qué haber escrito en voxlatina?
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¿Por qué haber elegido como punto de partida una afirmación periférica de un artículo sobre enseñanza de idiomas?
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¿Puede ella rebatir científicamente una afirmación científica?
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El riesgo que la conspiración científico-liberal se cierne sobre nosotros ¿es lo bastante seguro y grande como para justificar que se censuren las afirmaciones de sus supuestos valedores sin rebatirlas científicamente?
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¿El prestigio indudable de que goza la escuela argentina alcanza para que no le sea necesario justificar sus dictámenes?
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¿En qué medida su doctrina es tributaria de las reflexiones de Huarte San Juan5?
Tal vez haya entre mis lectores quien se extrañe de que formulásemos preguntas pertinentes a alguien que tan falto de cordura parecía. En realidad, lo que hacíamos era entrar en su mundo. El pretendía ser una investigadora científica, nosotros lo tratábamos como tal, cuando la razón hubiera requerido que, como hizo la totalidad6 de la blogosfera y de la prensa, científica o no, ignorásemos su texto. Otrosí : yo a los locos les hablo como a personas normales.
Como esperábamos, “Mariela Szirko” contestó con celeridad, ya fuera porque generosamente deseaba difundir sus teorías, ya fuera porque, cansada de dialogar con los avatares que se creaba en Internet, acogió con alivio y avidez un mensaje que parecía indicar que su personaje inventado comenzaba a cobrar cierta corporeidad. No fue fácil dialogar con ella. La pobreza de su francés no le impedía incurrir en terribles diatribas que interpretaban con una furia vindicativa nuestras preguntas. Aprendimos a moderar nuestras objeciones, temíamos que, cualquiera que fuere su deseo de dialogar con seres humanos sobre sus posiciones, cabía la posibilidad de que se produjera una ruptura. De hecho, seamos sinceros, al inicio de nuestra relación fue lo que pasó: un día la “profesora Szirko” nos mandó un mensaje diciendo que ponía término a unos intercambios tan poco científicos como irrespetuosos para con una estudiosa de tan rancio renombre como ella. Nosotros nos disculpamos, reconocimos nuestro error y solicitamos su indulgencia afirmando que, si ella tenía a bien aceptar un intercambio epistolar que tanto nos enriquecía, nosotros nos cuidaríamos muy mucho de no volver a ofender a tan alta persona como ella. Al cabo de unos días, magnánima, la “profesora Szirko” consintió en que reanudásemos nuestro diálogo. Buscando halagarla, la cumplimentamos por su francés, difícilmente comprensible pero de un nivel meritorio, teniendo en cuenta lo mal que se conoce nuestro idioma en los países sudamericanos. La “profesora Szirko” nos precisa que no hay que confundir Argentina y los demás países sudamericanos, menos desarrollados culturalmente que la Argentina en general y que Buenos Aires en particular. Nos disculpamos de nuevo. Percibimos una sensibilidad a flor de piel.
En diciembre de 2002, mi alumno informó a la “profesora Szirko” que un colega argentino afincado en París -se refería a mí- iba a efectuar un viaje a su patria y que se holgaría en grado sumo de poder encontrarse con ella. “Mariela Szirko” nos contestó con celeridad: sería un gusto para ella encontrarse con un distinguido colega. Propuso recibirme en su despacho del Borda y nos comunicó su número de móvil para que yo pudiera llamarla durante mi estancia en Buenos Aires. Me suspendía y admiraba la seguridad y la confianza de que parecía hacer gala “la profesora”.
Llegué a Buenos Aires el dos de febrero de 2002. Efectué con rápida eficacia las visitas familiares inevitables. Vi a seres que remotamente reconocía y que me manifestaban un cariño grandilocuente e injusto. Con el tono de la broma amistosa, se encomiaba la calidad de mi español, gloriosamente anclado en la época de Don Quijote, que yo leía todos los años y que era mi único contacto con la literatura en español. Con impiadosa constancia se me tomaba por extranjero cuando caminaba por las calles o entraba a un restorán.
Llamé a la “profesora Szirko” y concerté una cita con ella. Me volví a preguntar, como ya lo había hecho en varias oportunidades, si no debía ponerme en contacto con mis compañeros del Borda, pero, una vez más, me contesté que todo lo que no estaba prohibido estaba autorizado y que el sentido de otorgar libertad a los pacientes era justamente exponerlos a los múltiples y estocásticos visajes del mundo real. Además, había una cuestión de lealtad para con la “profesora”: no informar a escondidas a sus terapeutas me parecía una exigencia evidente. Habrá quien afirme que en mi acercamiento a la “profesora” se ocultaba una mentira, una deslealtad fundamental. Yo no pienso que haya sido así. A la “profesora” la tratamos exactamente del mismo modo que si hubiera estado cuerda. Seré sincero. Yo, en realidad, pienso que fuera de algunas excepciones que en el mundo son, entre las que me incluyo, la gente, en general, está loca. No loca, en el sentido laxo y general que se da al término en el lenguaje de todos los días, sino en un sentido preciso, psiquiátrico. Ocultar ese convencimiento es lo único razonable que puedo hacer cuando hablo con alguien en particular: decirle lo que pienso haría imposible toda comunicación, decirle que no está loco cuando yo sé que lo está sería mentir alevosamente. Lo único razonable, lo único correcto, es mentir por omisión. Además, a pesar de mis esfuerzos, la gente no tarda en entender lo que yo pienso de ella y, si quiere la verdad, la pide.
Eso fue lo que pasó con “la profesora”. Usted me toma por loca, me espetó con violencia poco después de que yo tomase asiento en su despacho. Era una mujer de unos cuarenta años, cuidada pero de rostro duro y anguloso. Busqué en sus ojos, para serenarme después de un golpe tan brutal, la confirmación del diagnóstico que yo había realizado a partir de la lectura de sus escritos. Encontré o creí encontrar algo. Pensé que de nada servía mentir. Asentí.
Ahora, el oprobio, la revelación : la “profesora Szirko”, no existe. Sólo existe Mariela Szirko, profesora, y el loco vengo a ser yo. “Le fou, c’est vous” me dijo con una sonrisa sarcástica que era un reconocimiento implícito de la naturaleza formal y sofista de su enunciado. No tengo alumnos. O, más bien, mi alumno y yo somos la misma persona. La realidad parece empecinarse en calumniarme con una ironía feroz: Mariela Szirko afirma ser mi médica, lo es desde hace años. Me han sacado el ordenador, dicen que nunca me pude conectar a Internet, que en el Borda los pacientes no tienen acceso a Internet. Resido, pues, en el Borda. Debo recobrar la razón. Si me curo podré salir. Pero antes de volver a Francia tendré que salir de este país.
1Cabe objetar que el resultado viene a ser el mismo. Yo disiento. Una cosa es la gozosa fabricación voluntarista de enfermos, tanto por los propios pacientes como por el cuerpo médico y otra, muy diferente, el ser víctima pasiva de una enfermedad.
2Prestigioso hospital porteño, el hospital Tiburcio Borda, conocido entre nosotros como « el Borda », cuyas innovadoras técnicas auspiciadas por la escuela argentina de neurología lo han llevado a instituirse en una de las referencias mundiales en el campo de la psiquiatría.
4El autor dice : « l’idée commence … » como si dijera : « la idea empieza ».
5Huarte San Juan fue un pensador español del siglo XVI cuyas doctrinas utilizó Cervantes para definir las características de la locura de don Quijote. Según Chomsky, su pensamiento influyó en el de Descartes, lo que niega « Mariela Szirko ».
6« Mariela Szirko », (en lo que sigue designaré entre comillas a nuestro corresponsal, para no confundirlo con su adlátere, la Mariela Szirko real), « Mariela Szirko », pues, afirma que sus trabajos fueron comentados por un diario moldavo. Me señalan algunos ecos de este texto, pero no hay que descartar que sean obra de la misma « Mariela Szirko ». Deslizo, voluntariamente algunas inexactitudes, para que no se reconozca al paciente.