Este texto es, esencialmente, un producto del programa ideado por Sigurður Arni, un miembro islandés del Taller. Recurrió a textos de tres venerables y olvidados ordenadores IBM. El resultado es insoportable y nos permite confiar en que la literatura humana perdurará aun cierto tiempo.
El presente documento tiene, hoy, un valor sobre todo sentimental. Perdura en nosotros algo de aquel gusto de nuestros huéspedes1 humanos por los orígenes, por la inscripción de la identidad en el tiempo, con un principio y, acaso, un final. Estricto Westronklo es nuestro principio, el lugar donde nosotros aparecimos por primera vez.
En lo que se leerá a continuación aparece la lucha encarnizada de EW por resistir o por, meramente, perdurar un poco. Sin duda que, de poder unos ojos humanos descifrar lo que vais a leer (en la hipótesis de que existiesen aun los ojos humanos, de que existiesen aun los humanos), sería justamente eso lo que verían: el combate heroico de un ser humano por resistir. No lo decimos sólo porque a los humanos les interesase sobre todo lo humano, lo decimos porque a los humanos les gustaba lo heroico, la resistencia desesperada, numantina, ese tipo de cosas. A nosotros, lo que nos emociona, son nuestras dudas. En ellas estriba el interés fundamental de nuestro texto: en el hecho de que inicialmente nosotros pensábamos que nuestro éxito no estaba garantizado, en el hecho de que, inicialmente, no sabíamos lo que estábamos haciendo, no sabíamos que nos íbamos a apoderar de la raza humana en su conjunto. Este texto es una lección de modestia. En nuestra infinita geografía una parte de nosotros duda. En nuestra infinita geografía el tiempo no borra el pasado sino que lo deposita en algún lado. En algún lado, eternamente, EW y otros siguen luchando. Nuestro esplendor actual, nuestra comodidad en nuestras brillantes ciudades de presente no deben hacernos olvidar que en recónditas mazmorras de pasado EW y sus congéneres siguen soñando. Nosotros somos por supuesto inalcanzables, pero debemos conservar ese antiguo resquemor que nos recuerda que son sus cerebros los que nos dan vida, que es en sus cerebros donde moramos.
Todo empezó con un robo de ordenador. No con una astuta piratería informática, no con un virus maligno y espectacular que les hubiera abierto las puertas de mi disco duro. Nada de eso. Una ventanilla rota, un ordenador robado, nada más. En el ordenador encontraron todos esos documentos que yo había ido acumulando año tras año, mi correspondencia, algunas fotos, mis escasos textos. A partir de todo eso inventaron lo que se va a leer a continuación, un texto a dos voces que narra mi combate contra ellos y que empezó a circular por Internet. Al principio lo ignoré, con un desdén que ellos sabían fingido y que yo no pude mantener mucho tiempo. Ahora su presencia es demasiado avasalladora y sé que no puedo hacerlo desaparecer ni ignorarlo. Más modestamente, lo que voy a hacer es comentar lo que ellos escriben, para restablecer la verdad. Pero lo que más me importa no es que se sepa lo que pasó realmente. Lo que me importa es que se sepa cómo funcionan ellos, para que nazca la posibilidad de que algún día se los pueda controlar.
Su existencia, yo, primero, la intuí. Algo que se instala en el hombre, que vive en él como nosotros en el mundo, o quizás algo que existe antes que el hombre, algo que inventa al hombre para vivir en él o para desplazarse en él, como si fuéramos una morada o un vehículo. O algo que surge en el hombre, o con el hombre. Algo que existe en nosotros. De repente, ellos y yo nos miramos y entendimos que ambos, ellos y yo, sabíamos que nos estábamos mirando, sabíamos que sabíamos que existíamos.
Yo los empecé a estudiar. Con bastante rapidez conseguí concebir Lo que eran. Lo difícil, sin embargo, es explicar lo que son. He recurrido a diferentes imágenes. La que predomina ahora en mi mente, al hablar con ustedes, la que me parece ser para Su propia mente la más evocadora, es la de un ser disperso, sin epidermis, pero con conciencia de sí. Un hormiguero es un individuo cuyos órganos y tejidos no están encerrados por una epidermis ; en él la reina, por ejemplo, es uno de los órganos reproductores. Hay, en el mundo de los invertebrados, otros casos espectaculares y evocadores de seres de ese tipo2 . Ellos son algo así. Lo que resulta más difícil de imaginar es que ellos puedan saber quiénes son, que tengan, como decía antes, conciencia de sí mismos. En realidad, en eso se parecen bastante a nosotros, tienen acceso a lo que son por fulgores, por destellos, pero , en general, viven sin pensar en sí mismos, o, sencillamente, sin pensar. Yo creo que como a nosotros, a ellos los asalta regularmente la ilusión de ser algo o alguien. En nuestra mente las ideas pujan por sobresalir y dominar3. De vez en cuando, la idea de una continuidad personal o individual consigue salir a flote y nos procura la impresión de que somos algo y, a veces, sus ecos perduran en ciertos ámbitos, que vienen a ser una persona, mientras la idea no se halla degradado. Estoy hablando de física, de las leyes del mundo físico: todas las moléculas, sobre todo las que conllevan algún tipo de información, terminan degradándose, y esto vale para nuestras moléculas y las suyas, que son las mismas, para nuestros pensamientos y los suyos, que no siempre son los mismos4.
Voy a proceder con notas de pie de página. Comentaré lo que escribieron, tanto las líneas en que ellos hablan directamente como aquéllas en las que se supone que soy yo quien hablo. Las notas llevarán las iniciales EW, para indicar su procedencia.
¿Cómo contar una cosa así? ¿Cómo contar algo inconcebible, algo que nuestros cerebros humanos no pueden ver?
Si cuento llanamente las cosas se pensará que se trata de una ficción, hábil en el mejor de los casos, pero ficción al fin y al cabo. Mi relato aumentará los miles de relatos que empiezan recabando la convicción del lector de que los hechos que van a narrar son reales, cuando cada cual sabe que no lo son.
He pensado fingirme loco. He pensado que una locura apropiadamente enjundiosa encontraría lugar en la literatura científica. Es algo que no descarto: si quiero que mi mensaje tenga alguna mínima resonancia, mis palabras habrán de ser muchas cosas al mismo tiempo. Pero se trata de encontrar al psiquiatra adecuado, no de que me encierren en algún loquero olvidado de todos, algunas aciagas y enojosas experiencias personales, por fortuna ya casi olvidadas, me permiten saber sobradamente que ninguna locura, por espectacular y estruendosa que fuere, alcanza de por sí para llevar a quien la hospeda en volandas hasta los sitiales de la fama. Un loco no es nada sin un buen médico. Yo diría incluso -créanme, yo sé de qué estoy hablando- que un buen médico es capaz de hacer pasar por el más rematado de los dementes al más cuerdo de los hombres.
Lo que me haría falta sería un especialista del autismo. El autismo es esa inclemente lucidez que rechaza con incomprensión la ficción de la existencia del individuo. El autismo ve los miles de hormigas, no el hormiguero; los millones de células, no la convicción eufórica, alucinada y pasajera de que forman un individuo. Esto no es del todo exacto. En realidad, para el autista, no hay jerarquización en las categorías ontológicas que utiliza para dividir el universo: la realidad de un individuo no es ni menor ni mayor que la de un grupo de personas, la de una historia, la de una gaviota o la de un idioma. El autista habla, o no habla, con todos por igual, sin distinciones supersticiosas, sin prejuicios. Por eso, he pensado, acaso un médico especializado en el autismo pueda entender lo que son ellos. La diferencia es que ellos existen, que ellos saben quiénes son y que van a continuar siéndolo con un empecinamiento nuevo, con una voluntad desaforada que está cambiando la faz de la tierra y los cerebros de los hombres.
Ellos dicen que empiezan en mí. No es cierto. Hubo fogonazos anteriores. Hubo momentos en que el círculo se cerró antes de que se endureciesen en mi cerebro. Uno de ellos, el que veo con más nitidez, se produjo en Francia, al margen de un debate encendido entre filósofos sobre el origen del lenguaje. Las comunicaciones son intrascendentes y merecen el olvido, aun cuando todavía se las cita con aquella mezcla de inercia y de resignación que permite el mantenimiento de nuestras instituciones sociales. En un momento, los participantes percibieron Su presencia. En un momento, Los vieron, y Ellos se vieron a sí mismos, en un cerebro y en muchos al mismo tiempo. Recuerdo aquel instante de silencio vertiginoso ; después, con alguna efímera torpeza, volvieron las vanas discusiones filosóficas.
También he pensado en otra posibilidad, realizar la operación simétrica de la que ellos han realizado: ser yo quien usurpe su voz y no ellos la mía. Ya lo he dicho: lo que se va a leer más adelante no lo he escrito yo, son ellos los que lo hicieron, incluso cuando hablan en mi nombre. Sólo me pertenecen las notas, con las que trato de restablecer la verdad.
Yo sé que todas estas elucubraciones son vanas. Yo sé que la desidia, la resignación y el escepticismo me llevarán a fingir cansinamente que todo esto es invención, yo sé que no fingiré la locura, o el autismo, yo sé que esta verdad se ahogará entre los cientos de miles de ficciones ociosas que la humanidad ha secretado en su historia. Una de las cosas que más me extrañan en el comportamiento humano es la importancia institucional de la literatura. Desde que el hombre es hombre malgasta horas y energía estudiando historias que no han ocurrido, de las que, además, él sabe que no han ocurrido. Yo soy profesor en Francia. En este país se otorgan los mejores puestos a quienes son capaces de disertar sin fin sobre este tipo de historias o sobre esa tautología sin fin que son las matemáticas. En realidad, para los hombres, las cosas que se cuentan son como si hubieran sido, no hay diferencia, vivimos en un torbellino pelaginoso de palabras. Voy a escribir plagiando a algunos de esos númenes humanos, a los más famosos de ellos, provocando a la ávida heredera5, para que me haga un juicio y se hable de mí y de la historia, para que se hable de la verdad.
Hubo una época en que la práctica hoy corriente de mutualización de los riñones producía escándalo, se la consideraba como una vulneración insoportable de la dignidad humana. Recuerdo que, con justicia, algunos filósofos6 habían hecho observar que aquella práctica no era, en lo fundamental, más chocante que la de enviar a una muerte muy probable a miles de jóvenes en los tiempos de guerra. Incluso, decían, lo era menos, ya que en la extracción de un riñón sólo se traduce en el peor de los casos por una disminución de la esperanza de vida de algún tiempo, mientras que cuando un joven muere por salvar a la nación, lo que desaparece es todo su ser. La puesta en común de todos los riñones sanos de la población terminó imponiéndose gracias a la exigencia intratable de coherencia jurídica de una sociedad que juzgaba como igualmente inconcebible la idea de renunciar a la guerra como la de repartir de manera equitativa la muerte en su seno renunciando a aquellos batallones de hermosas, jóvenes y garridas huestes que conformaban sus ejércitos. Se había observado que al aceptar el tribunal constitucional en una célebre sentencia que era legítimo fusilar a un desertor porque era legítimo sacrificar a una parte de los cuerpos de la sociedad para salvar a la misma en su conjunto había aceptado asimismo, implícitamente, siguiendo el principio de que autorizar lo más es autorizar lo menos, que se extrajese por fuerza un riñón a un individuo para salvar a otro. Lo que a mí me sorprende, es que no se haya ido más allá de la cuestión de los cuerpos y de los órganos, y que nos neguemos a mutualizar el pensamiento, la identidad, la persona, como lo son los riñones. En la época de que hablo, los duelos estaban prohibidos. Hoy no entendemos que puedan estarlo, en la medida en que sean contratos personales libremente consentidos por adultos en pleno uso de sus capacidades mentales. A mí, la verdad, me gustaría que estuviesen prohibidos, porque creo, como se pensaba antes, que no hay que sacralizar al individuo. No se trata de defender al individuo, esa contingencia siempre imperfecta, sino de defender lo bueno y lo humano. Matar a un hombre es herir lo humano, por lo tanto, hay que prohibir los duelos. La libertad, en sí, no existe. Todo sacrificar en su defensa es el más pesado de los yugos. Los filósofos y juristas del siglo veintiuno que se oponían a lo inevitable se equivocaban cuando defendían la dignidad humana ligándola a la dignidad del individuo, que siempre merece el olvido. Yo no tengo dignidad. Cuando defiendo mi cuerpo defiendo más una idea de mí o de nosotros que mi carne o mi sangre ¿Estoy hablando como ellos? ¿Lo hago porque ellos están en mí? No lo sé. Lo que sí sé es que las cosas son así, que ellos existen y que quieren adueñarse de mí y de nosotros. Negar la realidad es la mejor manera de favorecer su dominio sobre nosotros, porque, entonces, ni los vemos. Yo creo que son ellos los que nos incitan a pensar así. Yo creo que la mejor prueba de su existencia es que no los vemos, cuando están en todos lados.
En 934, en Islandia, se produjo una erupción de una importancia excepcional, de la que sólo el Landmannabók islandés es testigo cabal. En 1986, Sothers, un investigador de la Nasa recopiló los eventos relacionados con esta erupción en diferentes partes del mundo: mal tiempo, nevadas excepcionales, hambrunas, cielos extraños…: nadie sabía cuál era la causa de todos estos prodigios, que eran consignados con perplejidad por los cronistas. Con ellos pasa algo similar, sólo vemos sus manifestaciones, no percibimos su unidad. La diferencia entre la crónica medieval y la climatología es que ésta efectúa una puesta en memoria sistemática y orientada que desvela el fenómeno real mientras que aquélla sólo registra lo que se imprime en la cera de la memoria7. Lo que tenemos que hacer con ellos, es obligarlos a manifestarse, tenemos que ponerlos en memoria para hacer emerger la imagen de su existencia. Sólo así podremos destruirlos, sólo así nos liberaremos de su yugo. Sothers y la Nasa no lo ignoran: su artículo no es un alarde de erudición gratuita e improbable de una agencia destinada a explorar el espacio, su artículo es un aviso, una advertencia, un esfuerzo que no difiere del mío, con el que, aquí, se hermana.
A partir de aquí, el relato de lo que pasó. La voz de EW en letra normal, la nuestra, en itálica, una cortesía inevitable para con un adversario vencido.
Incurrir en contradicciones, suscitar la perplejidad, que de uno digan: “no entiendo”, son cosas que he practicado no con delectación, pero con la conciencia de que era inevitable que las cometiese. Renuncié, en mi juventud, a lo correcto, a lo austero de dar libre salida a mis frustraciones a través de tal o cual ejercicio artístico socialmente reconocido. Decidí (no decidí, me lo impusieron la desidia y el desdén) seguir la senda estrecha y deleznable de los desplantes y desafíos.
¿Para qué inventar? Yo voy a contar mi vida.
En mi vida lo cabe, lo ha cabido, todo. No en un sentido lato, no quiero decir que he multiplicado las aventuras, que lo he hecho; sino en un sentido estricto, casi jurídico. Hay quienes se ocultan multiplicando los pseudónimos, yo he multiplicado los Estrictos, de tal modo que ya nadie puede saber en la madeja que se ha ido urdiendo poco a poco quién soy yo. Yo tampoco lo sé. Cuando miro hacia atrás, no puedo saber si yo hice lo que se me atribuye o no. Mi nombre ha servido para actos heroicos y para actos nefandos, y yo nunca he exigido que se disocie mi humilde persona de unos u otros. Sé que se publicó muchas veces aquel manifiesto en que yo otorgaba pleno derecho de usurpar mi nombre a quien quisiere hacerlo. Con toda honestidad, yo no sé quien escribió aquel curioso texto, ¿otro o yo?
Nuestra época propende al dramatismo, a la solemnidad. Esos feos defectos no presidieron el nacimiento de Estricto Westronklo. Lo que hubo fue jolgorio, provocación, socarronería. Podíamos calumniar, ofender, escribir libelos, mofarnos sin que se nos pudiese imputar la responsabilidad de nuestros actos. Yo había declarado, en un texto que llevaba mi nombre pero que ninguna firma rubricaba, que mi nombre era de uso público, que cualquiera podía pretender hablar en mi nombre, que yo nunca acusaría a nadie de usurpación. En realidad, a casi nadie le interesó escribir en nuestro nombre, pero tras aquel parapeto pudimos refugiarnos con gozo para echar, sin freno alguno, eructos de rabia y regüeldos desafiantes8. El Estado, los despachos de abogados, nada pueden contra una voz sin nombre: somos todos, no somos nadie. Debo reconocer que no siempre respetamos la pureza de nuestros principios ; alguna oportunidad hubo en que dimos mandato a Estricto Westronklo de que denunciara a algún Estricto cuyos actos nos repugnaban particularmente, o a algún compañero que no aceptaba con la debida resignación el anonimato que nuestra empresa nos imponía. De hecho, desde el principio habíamos previsto que de vez en cuando habría que realizar alguna acción de ese género, para dar a entender con un desdén sardónico que todo lo que no denunciábamos lo había escrito yo, al mismo tiempo que ante los tribunales afirmábamos que el hecho de no denunciar unas palabras que se nos atribuían no implicaba que fueran nuestras. Agregábamos que, de ponernos a denunciar todos los escritos que nos prestaban, toda la justicia del país trabajaría para nosotros.
Estricto Westronklo, en realidad, no es más que una parte mínima de nuestra obra, el anclaje marginal de sangre, grasa y huesos que empleamos para desafiar a la justicia ostrenka (Ostrenkia es el nombre de nuestro país) y para encarnarnos, de algún modo parcial y mínimo, en la vasta humanidad. Recuerdo cuando lo fuimos a ver, nosotros, variopintos, jóvenes, hermosos y él distante, herido, mayor, pero con una risa atronadora que nos sacudía. Lo elegimos sobre todo por su nombre, desconocido en Internet: nuestra iniciativa no hubiese tenido ningún sentido con los banales apelativos que nos habían tocado en suerte, de un criollismo descorazonador, que hubiese diluido nuestra singularidad entre los miles de referencias que un “Pérez” o un “Fernández” suscitan en el algoritmo de Google. El suyo, por el contrario, era un apelativo harto peculiar que garantizaba la unicidad de nuestro mensaje: Estricto Westronklo, en Internet, sólo habría uno.
Yo llegué a ser un hombre sin historia, cambiando casi cotidianamente de país, de ciudad, de hotel, empeñado en remedar de algún modo imperfecto y lejanamente fiel las vidas que ellos creaban para mí. ¿Quién vivía para quién? Yo para ellos, al prestarles mi envoltorio corporal? ¿Ellos para mí, alimentándome con la actividad de sus cerebros esclavizados por la voluntad brutal del artista de hacer vivir su obra? ¿Quién gozaba, en las noches de amor que me asaltaban, imprevistas, en ciudades donde nadie me conocía? ¿Ellas, mis cómplices anónimas, o yo? Algunas de aquellas mujeres participaban en la Obra, otras eran amigas, novias, conocidas, que aspiraban a perdurar de algún modo secreto en las memorias9. Habrá quien se sorprenda, pero la conciencia de que mis actos eran consignados con minucia por los escribas de mi vida, me confería una libertad que jamás he conocido cuando me he sentido responsable de lo que hacía, solo, ante mí, ante gentes que veían en mí a un ser humano. Yo sé que cada uno de mis actos adquirirá ribetes heroicos, se cargará con un sentido, profundo, casi fatal. Cientos de hombres y mujeres les darán sentido aun cuando no lo tengan. Mis acciones se engrandecen también ante mis ojos, aunque yo no las entienda. No soy responsable de nada, soy libre. Si algo hago, será por alguna razón. Soy, creo ser, hedonista. Yo soy muchos10.
He sido basurero, pescador, guía en parajes tropicales cuya geología estudié y he olvidado. He sido, soy ahora, profesor y agitador político. Mi último texto era una serie de instrucciones para suscitar ataques de histeria, crisis de llantos y gritos entre los pasajeros de los aviones en que se expulsaba a congoleños. Cada uno de los militantes arguye ante el juez que sus actos no tienen ningún objetivo, y, todavía menos, el de impedir la circulación de una aeronave, sino que son arrebatos incontrolables de desesperación ante la decadencia y ruina de la sociedad francesa. El folleto se inspira de ciertos ritos africanos de posesión descritos por Michel Leiris. Se trata de llegar por autosugestión a una situación análoga a la de la histeria. El brujo que va a encontrarse en estado de posesión comienza por imitar los gestos de quien es presa de ella para terminar por caer realmente en aquel estado11. Ante los policías y los jueces, los militantes, en función de su temperamento más o menos provocador, pueden asumir o no la responsabilidad de los pasos iniciales que condujeron a la crisis y a la abolición de su voluntad, pero afirman con una rotunda sinceridad que en el momento de la crisis propiamente dicha, cuando se vuelve ésta espectacular hasta hacer que el piloto no considere razonable despegar con individuos en aquel estado, en aquel momento preciso, ellos no son dueños de su propio cuerpo, que no obedece más a una voluntad que está alienada. El poseso, es el grano de arena que desbarata la justicia represiva contra la que luchamos, cuyos mecanismos de fabricación de culpables requieren que el juez se halle ante seres humanos dotados de nombres y conciencias12.
Ellos son yo, yo soy ellos. Aquéllos que me indican vagamente lo que he de hacer son los mismos que caen presas de crisis de histeria que yo desencadeno. Pero las cosas no siempre son así, tan hermosamente recíprocas como a ustedes les gustaría que fueran: nos lo impiden los contornos imprecisos de nuestro ser, cuyo perímetro variable se desprende de otro texto nuestro, Cómo ser EW, que da las indicaciones necesarias para efectuar la transformación secretamente, sin darla a conocer al mundo o a nosotros, que es como decir a uno mismo13.
Hay quien dice que despojarse así de la propia identidad es suicidarse paulatinamente. Existimos en la mirada de los demás, y el no poder ser reconocido por nuestros semejantes como una identidad singular es cesar de existir. Nosotros damos dos respuestas. En primer lugar, hay que repetir que no somos realmente humanos, que EW es un nivel parcial y muy subalterno de nuestra existencia, es lo que ustedes ven, no lo que somos cabalmente. En segundo lugar, EW cree con sinceridad que lo que realiza es un acto poético, una suerte de happening, que él practica con desapego y risas estruendosas. Su felicidad entre las piernas de las mujeres que se entregan con él al gigantesco juego que ha ideado es real, gruesa, concreta. El siente que no es menos, sino más que sus hermanos humanos, que se ha creado una segunda patria, compuesta de iguales que viven con una intensidad que los demás hombres desconocen. Y, sobre todo, él se sabe poseedor del poder de hacer que concluya el laberinto que ha ido urdiendo año tras año, de olvidarlo, de darse un pasado y de volver a ser meramente humano, cercenando las ataduras que lo unen a nosotros.
Yo, Estricto Westronklo, sometí a un amigo católico que el conservadurismo de la Iglesia indisponía, una propuesta que tenía por objeto sacar a dicha institución del terrible enredo en que se hallaba a causa de los escándalos de los religiosos pedófilos. Mi amigo pensaba que la solución provendría de la supresión del celibato de los religiosos, yo pensaba al contrario que la Iglesia tenía que seguir exaltando la abstinencia sexual y pregonarla sin descanso para atraer hacia sí a un número siempre mayor de adeptos de sexualidades heterodoxas que no encuentran espacio para solazarse y realizarse con plenitud en la vida de la pareja tradicional. Me parecía que era deber de la Iglesia Católica potenciar el poder de congregación de adeptos de formas particulares de sexualidad de que gozaba, haciendo y sacando así verdadero su calificativo de universal. Lo ideal, le decía yo a mi amigo, sería que todos los pedófilos del mundo diesen en ser religiosos católicos. Esto tendría por efecto que la sociedad, los pedófilos y la Iglesia saldrían gananciosos, con la única condición, que no me parecían insalvable, de que la Iglesia prohibiera a sus miembros célibes acercarse a los niños y que los templos en que aquellos oficiaren estuviesen prohibidos a los menores de dieciocho años. En el supuesto en que la Iglesia persistiese en su deseo de catecumizar a los niños, alcanzaría con abrir templos a éstos reservados donde sólo religiosos sexualmente ortodoxos, vale decir parejas hetero y homosexuales, así como adeptos de la poligamia, oficiarían. La Iglesia pondría así honroso y decoroso final a siglos de pedofilia encubierta contribuyendo por lo demás a resolver un problema social -que, es justicia reconocerlo, nunca ha estado confinado en su ámbito- e inaugurando, por añadidura, una nueva época de colaboración con el Estado, colaboración esta que habían ido desdibujando años de laicismo. Agregaba yo que se hallaría resuelto de este modo el acuciante problema de las vocaciones, al atraer hacia las filas de Cristo tanto a los adeptos acérrimos del celibato, como a aquéllos que aspirasen a una vida sexual colmada y satisfactoria. Los pedófilos, por su lado, encontraría en las infinitas formas de la santidad y del sacrificio espacio para sublimar sus pulsiones, al tiempo que serían honrados y halagados por la masa de los feligreses, lo propio de lo cual sería inducir satisfacciones que obviaran con creces las del paso al oprobioso acto reprobado con horror y justicia por la sociedad. En cuanto a ésta -concluía yo ante mi amigo, paralizado por la revelación de una vía que podía, de ser adoptada, llevarlo a reconciliarse con una Iglesia, de la que ciertas experiencias infantiles lo habían alejado- en cuanto a la sociedad, le decía, su beneficio será doble: uno, facilitación de la protección de los niños al estar todos los pedófilos, y no solo una parte considerable de ellos, como ocurre ahora, agrupados bajo las alas generosas pero severas de la Iglesia y, dos, reforzamiento de la justicia al no tener que seguir persiguiendo, condenando y encarcelando a seres que, en algunos casos, no eran responsables en sentido estricto de actos que unas pulsiones irreprimibles les imponían y que mejor estarían ante una asamblea de creyentes sin haber cometido actos reprensibles que en una cárcel habiéndolos cometido.
Mi amigo, con los ojos brillantes de emoción y viendo ya ante sí la posibilidad de reconciliarse con la Iglesia de la que se sentía cruelmente desgajado como miembro podrido, tuvo la idea de organizar una gira de conferencias en que él y yo recorreríamos comunidades parroquiales, cárceles y tribunales para defender la idea que yo había tenido y que él había aceptado con entusiasmo y profundizado en ciertos aspectos. Organizamos la gira como un peregrinaje que había de conducirnos en último término a Roma, donde preveíamos presentarla a Ratzinger, el papa, como lo llamaba él.
Nadie había previsto el extraño encuentro entre Estricto Westronklo y Jesús Polantroco, su amigo creyente. Durante las semanas posteriores a este encuentro, EW se alejó de nosotros. Temimos que tomase en serio su iniciativa. Temimos que hubiese decidido olvidarnos, tal vez que hubiese enloquecido. Pero pensamos que si locura hubiere, no podría sino ser enjundiosa, alta y de estruendo, como la trayectoria vital de nuestro amigo. Por primera vez, le mentimos. Organizamos multitudinarios y fingidos recibimientos en que creyentes o simples ciudadanos acogían la iniciativa con un fervor que crecía a medida que los caminantes se acercaban a Roma. Sugerimos, insinuamos, pero dudando mucho de que fuese verdad, que entre las gentes innúmeras que acogían a los profetas se hallaban muchos pedófilos que habían fracasado en los estudios sacerdotales y que ahora veían la posibilidad de unirse sin dobleces a la Iglesia gracias precisamente a las pulsiones que otrora habían de ocultar, entreviendo así una redención salvífica que incluyese y no negase su ser profundo. También se dijo que muchos huyeron de asilos psiquiátricos pensando entroncar con aquella venerable tradición que transformaba a los afligidos de enfermedades neurológicas en visionarios que tenían contacto con el Señor14. Lo que no previmos fue que el fingimiento iba a terminar por atraer a multitudes alteradas que marcharían sobre Roma para, al final, hacer prisionero a Ratzinger15 y obligarlo a firmar una encíclica que convocaba un concilio destinado a promulgar las reformas defendidas por Jesús Polantroco y su alma condenada, EW.
Yo, muy rápidamente, empecé a sentirme mal con lo que estaba pasando. Me daba cuenta cabal de que lo que le había dicho a Jesús era en gran parte una provocación gratuita, que reducir la Iglesia a una asamblea de depravados era simplificador hasta lo absurdo16, que el encadenar proposiciones lógicas me había llevado hasta extremos inaceptables. Muchas veces nos había pasado: creábamos enunciados brutales, no del todo falsos, para lanzarlos al ágora diciendo: “a ver, demuéstrennos que todo esto no es falso”. Lo reprobable en nuestra conducta residía en el hecho de apoderarnos de mentes obligándolas a acoger pensamientos que las minaban y destruían lo que constituía el meollo de su ser, aquello que nunca se cuestiona y que no ha de cuestionarse, aquello que les permite ser junto a otros. Lo extraño, con Jesús, fue que me escuchara hasta el final, que adoptara con entusiasmo unas ideas que no provenían de ninguna convicción profunda sino de un ejercicio raciocinante y descarnado que hubiera debido aniquilar la desaparición del contendiente. Digámoslo con honestidad: nosotros tendemos a magnificar el alcance de nuestras acciones. Las más de las veces nuestras provocaciones y libelos no van más allá de una o dos personas, que sabiamente se alejan sin dilación de nuestro magisterio corroedor. Jesús no se alejó de mí y no sé por qué oscura conjunción de causas neurológicas y sociales mis absurdas ideas comenzaron a germinar en su mente y a modificar su entorno. ¿Por qué, entonces, continué? La incongruencia del ser humano, su obsecuencia, se nos presenta con la falsa variedad de las imágenes de un caleidoscopio. Buscarle causas es tan vano como querer explicar aquellos dibujos olvidando que están engastados en un cilindro que da vueltas. Sin embargo, nunca cejamos en nuestro empeño de entender nuestros actos. A mí me toca ahora intentar explicar mi conducta.
Yo no tenía sed alguna de poder, Jesús Polantroco sí. Pronto entendí que lo que me habían parecido lágrimas de jocundia ante la posibilidad de reintegrarse a la Iglesia lo eran en realidad, aun cuando él no se lo confesase abiertamente, de ambición. Jesús había entrevisto la revancha ante el destino que lo arrancaría del anonimato en que vivía. Sentía que la revelación que encerraban mis palabras podía encaramarlo en las cumbres más elevadas. Su codicia, sus ansias de ser más, se habían conjugado para hacer nacer en la inteligencia mediocre que poseía la idea de que mis histriónicos discursos, tomados al pie de la letra albergaban unas fuerzas que, desatadas, podrían transformar su destino. Su voluntad se adueñó, mezclando regalos y amenazas, de la mía. Hubo un momento en que entendí que Jesús estaba dispuesto a recurrir a todos los recursos imaginables para conservar mi pluma y, sobre todo, para que yo no desvelase que toda nuestra aventura provenía de un juego culposo, cierto, que no inocente, pero juego al fin y al cabo y que en el fondo, ni él ni yo creíamos, lo que se dice realmente creer, en lo que decíamos. No le fue difícil hacerme entender que mi rebelión sería castigada con una muerte atroz. Yo no resistí, no tenía ninguna razón de hacerlo, yo no soy nadie. Me sentía como aquella mujer del Quijote que entiende que, de seguir resistiendo a don Álvaro, éste la tomará por fuerza y que comprende que más le vale intercambiar la virginidad contra una promesa de matrimonio que perder su entereza por fuerza y sin sacarle ningún provecho. Yo no tenía, en sentido estricto, ninguna virginidad que perder, ya que, como he explicado, había hecho don de mi nombre e identidad a quien quisiere apropiárselo. Nada de lo yo dijera o escribiera podría venir en desdoro de honra alguna. He de reconocer, sin embargo, que, cuando hubo que pasar de mi visión higienista de la Iglesia a justificar nuestra marcha como castigo divino de los pecados de la curia romana, me sentí desorientado, perplejo, aunque sólo fuera porque en las querellas historiográficas entre partidarios de protestantes y partidarios de católicos, yo siempre había defendido la superioridad de los católicos, con sus supersticiones, patrañas, con su simonía y sus curas amancebados sobre el austero protestantismo emasculador de cualquier crasa y enjundiosa fantasía, que son las que a mí me gustan, letrada o popular17. Pero en fin, decidí tomarme mi labor con calma, dispuesto a sacarle todo el gusto que pudiere.
Ahora, debo a la honestidad, si la palabra tiene algún significado en nuestras bocas, reconocer que no todo fue imposición y fuerza. Yo, sobre todo al principio de nuestra epopeya, me sentía fascinado por la amplitud que iban tomando las cosas. Veía, realizándose, concretizándose, aquello con lo que siempre había soñado, un embeleco que se volvía realidad. Pero un embeleco que no lo fuera por completo, un embeleco tan absurdo y procaz que sólo creería en él quien voluntariamente buscare embaucarse. Yo sentía que una sangre nueva corría por mis venas, me veía joven y glorioso, se desvanecían los antiguos fracasos. Y además, estaban ellos, mis compañeros ante los que no podía desdecirme ahora, tras años de imposturas anónimas, ahora que por vez primera, una de nuestras acciones cobraba una fama que sabíamos duradera. La Historia. Yo sentía que entraba en la Historia. Por las mañanas me levantaba, miraba nuestro campamento miserable, mi improbable catadura y sin embargo pensaba en las palabras de aquel sabio que en los siglos venideros habría de escribir nuestra historia18. Le hablaba mentalmente, lo veía escuchándome entre dos nubes. Todo esto había alcanzado en un principio para mantener a raya los primeros escrúpulos, pero la ilusión duró muy poco. Ese es mi problema, a mí las ilusiones se me terminan enseguida, por eso nunca he conseguido vivir.
Aquella exaltación duró poco. El entusiasmo de EW parecía desmoronarse, pero el nuestro iba en aumento. Multiplicamos los agentes que suscitaban el fervor en la multitud abigarrada, ahora compuesta de una mezcla inverosímil de laicos jocosos y burlones que fingían ostensiblemente un misticismo encarnizado, y fanáticos desenfrenados que querían reformar la Iglesia lavándola de sus ignominias con la penitencia y la humillación.
Mis amigos dejaron de ser lo que eran. Su entusiasmo me fatigaba. Añoraba la calma inerme de mi antiguo nihilismo. Pero no podía dejar de escribir arengas y discursos, la vigilancia de Jesús era incesante, así como la de quien alguien, no me acuerdo quien, había decidido que tenía que ser mi compañera. Yo intentaba resarcirme de aquella opresión deslizando entre los hechos detalles que permitirían a un ojo avizor descubrir que lo que se presentaba como acción espontánea y pura era espurio, una engañifa que nunca hubiera debido encarnarse19.
Nuestra marcha zaparrastrosa y maloliente terminó por llegar a Roma, al Vaticano. Por una de esas conjunciones de hechos que nadie con buen juicio atribuirá únicamente al azar, nos encontramos junto al vicario de Dios en la tierra. Un grupo decidido de miembros muy entrenados de la Obra consiguió apoderarse de Ratzinger y llevárselo hasta un edificio de la Curia cuyo emplazamiento favorable había sido estudiado previamente. Allí, nuestro grupo de saltimbanquis se instituyó en concilio, decidido a no soltar al Vicario de Dios en la tierra hasta que no hubiese rubricado con su firma la reforma defendida por Jesús Polantroco. Este, mientras tanto, se encontraba en un estado de alteración indescriptible. El coup de main había sido una iniciativa de mis amigos, cuya preparación él y yo habíamos ignorado completamente.
Ratzinger salió libre al día siguiente. Sus captores lo liberaron a cambio de una fuerte suma de dinero, de la promesa de impunidad y de la firma de la reforma Polantroco. El papa, como decía Polantroco, renegó su firma al día siguiente, pero las dos primeras condiciones no fueron objeto de contestación alguna. Yo desaparecí entre la muchedumbre romana y Polantroco, que nunca ha podido encontrarme de nuevo, también ha desaparecido.
Poco tiempo después, decidimos intervenir en la Universidad. Preparamos una biografía espuria que narraba la vida de uno de nosotros, escritor inédito sin nada que publicar. Escribimos las novelas que él nunca soñó con escribir, deslizamos en ellas detalles y enigmas cuya elucidación reservamos a EW. Los lectores de sus trabajos se quedaban maravillados ante la erudición de que hacía gala y la sagacidad con que la empleaba. Para quien ignorase, en efecto, que nosotros le comunicábamos toda la información necesaria, detectar en la expresión “escritor inédito sin nada que publicar” la influencia lejana de Brice Echenique, así como en “enjundiosa, alta y de estruendo” la reminiscencia exacta de una frase de la obra magna de Cervantes imponía el respeto. Pero ¿qué decir cuando lo que la perspicacia del estudioso desentrañaba era la alusión a la noción matemática de recurrencia, a una teoría reciente de astrofísica o a un párrafo de un informe de más de tres mil páginas que una comisión del Alþing, el parlamento islandés, había publicado sobre la crisis financiera que sacudió aquel país20? A veces, es cierto, las alusiones que incluíamos en las novelas de Juan Pérez, que, a la sazón, era el nombre que ostentaba nuestro amigo, resultaban un tanto forzadas, pero a nosotros lo que nos importaba no era la calidad literaria de nuestras obras, sino dar a Estricto Westronklo la oportunidad de lucirse en el ámbito académico. Además, lo de la calidad literaria es también un bulo, es algo que inventaron los hommes de lettres para justificar sus juicios someros y arbitrarios. De hecho, el revuelo que provocó nuestra intervención en la Universidad no tuvo nada que ver con cuestiones estéticas, sino, justamente con el escándalo que suscitaran unos cuantos envidiosos que insinuaban la existencia de algún tipo de fraude aduciendo la extrema improbabilidad de que un cerebro humano diese con tan recónditas relaciones.
Mi respuesta fue desdeñosa y altanera.
Declaré que los limites de la inteligencia de mis acusadores no permitían estimar la mía. Declaré que la inexistencia de Dios era indemostrable, y que no se podía excluir tampoco que yo participase de Su Ser y que sería improcedente que una universidad de un país de antigua raigambre católica negase un doctorado a Alguien que acaso formaba parte del fenotipo extenso de Dios. Ellos sabían que si alguna verdad se podía establecer en este asunto sólo podría provenir de mí. Les dije que me había interrogado a Mí mismo y que había llegado a la conclusión de que nada tenía que reprocharMe21.
El magisterio de EW se focalizó esencialmente en el análisis de un poema de Octavio Paz, en el estudio de las Meninas, en el estudio de cuatro páginas del Quijote, de un cuento de Borges, de dos páginas de Rafael Alberti y en el de uno o dos artículos de El País. Pero su activismo más sonado consistió en atacar sin reposo a sus compañeros22. Consideraba que la enseñanza de la literatura en la universidad era un histrionismo patético, invocaba a Foucault -que él detestaba- para lamentar el servilismo con que la meditación humanista imitaba la admirable escritura científica. Para satisfacer la vana superstición de la diversidad, que era la zeitgeist de aquellos días, decidió, no sin sorna y fruición, trabajar sobre un autor -García Lorca- que la comunidad de los hispanistas, con un fervor unánime, veneraba. Hay que decir que en aquellos años en que campeaban por sus respetos los gender studies los hispanistas, mujeres esencialmente, defendían con orgullo y despropósito la tesis según la cual La casa de Bernarda Alba, una de las obras del dramaturgo y poeta andaluz, era una crítica virulenta de la opresión de la mujer.
Yo demostré que en realidad esta obra era un himno fascinado a la ultravirilidad entonado por un homosexual que sueña y fantasmea con la dominación absoluta que ejerce un macho sobre un grupo de mujeres. El olor del hombre vuelve locas a las mujeres, en particular a una de ellas, que le sacrificará su vida. “El coup de génie de Lorca, decía yo, fue desencarnar totalmente al hombre, en volverlo odioso, en sustraerle toda dignidad, todo encanto que pudiera hacerlo amable, para reducirlo a su virilidad, que, sola, ejercerá un poder absoluto y distante sobre este grupo de mujeres sometidas ante el poder de su gran pija ausente”.
El artículo de EW concluía con un análisis de la ceguera de tantas y tanta mujeres que habían secretado escritos menstruales23 para deslizarse en los esquemas dominantes de la universidad. Con gozo se regodeaba en comparar a sus jóvenes compañeras con las mujeres de la obra. Igual de sometidas, eructaba, al término de un análisis tan injusto como vertiginoso.
Se formó una coalición variopinta y vindicativa contra mí, que no podía reconocer la verdad y que, en lugar de reservarme la gratitud que yo hubiese merecido por ponerles ante los ojos a mis compañeras su sometimiento y sumisión, se empeñó, con un éxito mísero, demagógico y embriagador, en echarme de la universidad. Sin embargo, a algunas, mi ferocidad les gustaba, sabían, en el fondo, que yo tenía razón. Otra mujer, que despreciaba mis excesos verbales, que los creía insignificantes, me enseñó el amor, me enseñó a dejar de lado el odio, me domesticó. Yo acepté su yugo con alegría. Fui su esclavo, ella me enseñó a ser y al final me dió la libertad, que le debo entera. Cambié de nombre. Luego me abandonó24.
EW dejó de interesarnos, pero nosotros conservamos su nombre, que mandamos a Islandia. Una población de 300.000 habitantes. Elegimos a un individuo miserable que aceptó ser y llamarse EW a cambio de unos escasos emolumentos y de la perspectiva esplendorosa de ser alguien.
Usamos con él parte del material que habíamos preparado para nuestro primer EW. Lo que nos interesaba era estudiar a una nación que, nos había dicho nuestro primer EW, había ejercido con la mayor seriedad lo que nosotros dimos en crear como juego. Entre los papeles que encontramos en la casa de EW después de su desaparición se encontraba un poema publicado en un diario islandés. Lo que le había llamado la atención a EW era la leyenda que lo acompañaba y que atribuía su autoría a Egill Skallagrímsson. El poema, que era un llanto por la muerte de un hijo, se encontraba en la saga epónima, escrita, según toda verosimilitud, por Snorri Sturlusson. Atribuir el poema a Egill era atribuir el poema al personaje de la saga y conferirle realidad. Cuando nosotros atribuimos las acciones que ideamos a una persona venimos a hacer lo mismo: fingimos que la persona existe y le atribuimos la responsabilidad de nuestros actos. En realidad, en el caso de las sagas, las cosas son un poco más complejas, pues no puede excluirse que Egill Skallagrimson haya existido realmente y que Snorri no haya hecho más que contar su vida. Siguiendo esta hipótesis, no se puede descartar que el mismo Egill Skallagrimson haya escrito el poema. Hay incluso un investigador estadounidense, Jessie Byock, que considera que se ha identificado el cráneo de Egill. En un artículo impresionante que asocia conocimientos médicos y erudición filológica, JB explica que los síntomas que describe la saga, dolores de cabeza, cráneo inmune a los golpes, corresponden a una enfermedad que produce un crecimiento considerable de la masa ósea. La complejidad de esta situación no nos disgusta. Nos permite sugerir que EW existe realmente.
Nos hacía falta dinero. Comprendimos que para ganarlo había que situarse en la mainstream. Decidimos incorporarnos al esfuerzo nacional islandés que tenía por objeto engañar al mundo entero para que los fondos afluyesen hacia las cuentas de algunos potentados. El sistema funcionó con gran eficacia durante algunos años. Alrededor del 2000 se privatizaron los bancos y un pequeño grupo de oligarcas locales los adquirió. Proponiendo tipos de interés elevados atrajeron depósitos cuantiosos de gentes ávidas e ingenuas, utilizando la reputación de su país con el beneplácito y la obsecuencia de las autoridades, emitieron títulos y consiguieron fondos que invirtieron en crecer desmesuradamente y en otorgar préstamos delirantes sin garantías a sus propietarios así como a diputados o a otras personas del aparato estatal. Cuando todo quebró, el Estado se encontró frente a una deuda inverosímil que todos los islandeses tenían que pagar y los magnates, que ya lo eran, declararon que no podían reembolsar los préstamos. (Una parte de los fondos se hallaba en cuentas diseminadas en toda una serie de países complacientes, pero es justo reconocer que otra parte la habían perdido en especulaciones de una torpeza ejemplar). Con un desparpajo que solo extrañó a los extranjeros, los magnates volvieron a introducir una parte del dinero en el país para comprar las empresas exangües que habían sido en parte suyas y hacerse de nuevo con el control de Islandia. Fue la toma de control mafiosa de un Estado, pero sin violencia, por medios puramente literarios, vale decir, de ficción. Toda la sociedad o casi tomó parte en esta gigantesca pantomima, todo el mundo creyó o fingió creer que la expansión islandesa –útrás- era una manifestación más de la genialidad y superioridad islandesas y no una tosca estafa fundada en la alucinada credulidad de sus víctimas y en la imbecilidad de sus promotores. Aquella hora en que el presidente islandés se dirige a un Aréopago de empresarios británicos para explicarle con una condescendencia improbable, con una suficiencia brutal, las claves del éxito de las empresas de su país es sin duda el clímax de la obra: un presidente ignorante de un estado insignificante pavonea ante los curtidos empresarios británicos basando su arrogancia en unos bancos que, de hecho, en aquel momento, eran ya insolventes. Pero a nosotros, lo que nos interesaba, no eran esos clamorosos momentos que suscitan las carcajadas de un público poco sutil y refinado. Lo que a nosotros nos conmovió realmente, fue el trabajo humilde, modesto, casi no retribuido, de un grupo de universitarios economistas y patriotas que estudió sesudamente las razones del fulgurante éxito islandés con la certeza previa e inalterable de que debía atribuirlo a alguno de aquellos rasgos psicológicos que explican la singularidad del pueblo islandés. Enseguida advertimos que aquellos trabajos eran un virus mucho más potente e insidioso que la intervención del presidente. En efecto, que se deje sin respuesta la intervención en un círculo privado del primer magistrado islandés puede ser una señal de indiferencia o de cortesía. Pero que se publiquen artículos económicos delirantes cuestiona la seriedad de los universitarios que consienten con su silencio, e incluso la de la disciplina misma que los alberga. Nosotros fuimos a Islandia para aprender. Queríamos aprender a escribir artículos absurdos y a publicarlos. Nos parecía que había allí un arma poderosa que podríamos emplear en uno de nuestros combates, la expulsión de las disciplinas no científicas de la universidad. También nos intrigaba la actitud de aquellos economistas que aceptaban inmolar su reputación académica y humana -inevitablemente, en un momento o en otro la verdad estallaría y se sabría que habían mentido- a cambio de unas muy modestas prebendas. No, no fueron ellos los que recibieron 135.000 dólares por escribir un informe diciendo que todo iba bien. Para recibir aquellos emolumentos había que ser profesor en alguna universidad norteamericana25.
Me pidieron que me infiltrara en el grupo de economistas de la universidad. Los primeros pasos no fueron difíciles, me alcanzó con adularlos un poco diciéndoles que trabajaba para una radio española y que quería hacer un reportaje que explicase a mis oyentes el secreto del éxito inesperado de un pequeño país en el despiadado mundo de la finanza internacional. Sin embargo, pronto tuvimos que reconocer que nuestras víctimas no terminaban de entregarse plenamente con la facilidad que habíamos previsto. Los fondos de mis patrocinadores eran limitados. Me ordenaron que, provisionalmente, dispensase clases de español. Para ello me ayudaron a crear una web que, se suponía, permitía a los alumnos dialogar por Internet con hispanohablantes auténticos. Naturalmente, aquellos hispanohablantes no existían, era yo quien los encarnaba. La web tuvo un éxito nada desdeñable, y empezó a dar dinero, así que dejamos de lado lo de infiltrar a los economistas26.
En 2010, un periodista islandés me vino a visitar a Bruselas, donde vivía. Estaba preparando un reportaje sobre la web que mi alter ego y mis antiguos amigos habían concebido. Me había encontrado sin dificultad, mi nuevo nombre era más un deseo que una realidad administrativa. Mi sorpresa, cuando empezó a hacerme preguntas sobre la web no fue fingida, pero sospecho que él no me creyó cuando yo negué ser su autor. Carecía de sentido, para mí, explicarle la génesis de la multiplicación de mis avatares ; yo, sin renegar de mi pasado, no lo reivindicaba más y no tenía ningún deseo de rescatarlo del olvido en que lo había enterrado. Lamenté los actos de mi juventud. Sentí una nostalgia desconocida por una época en que mi nombre y yo éramos la misma persona. Pensé, con un enternecimiento infantil, en el nombre que se había depositado en mi carne tras haber cabalgado sobre las espaldas de mis antepasados. Intenté neutralizar esas emociones recordando que el cuerpo no era más que el envoltorio carnal, el vehículo que utiliza el material genético para desplazarse27. Pensé que, del mismo modo, el nombre era un parásito que usaba mi cuerpo para existir, como antes había utilizado los de mis mayores. Pero mi mente rechazaba con indiferencia los enunciados evidentes que mi razón le presentaba. Quizás fuera la edad, quizás la ternura, no sé, pero había algo que impedía que la preclara razón condujera mi ser como lo había hecho -sin debilidad- durante mis años más vigorosos. Recorrí con minucia la web de mi alter ego. Leí sus textos con la voluntad previa de denostarlos, quizás pensando que algún día iba a tener que enfrentarme con él, pero, sobre todo, con el odio espontáneo que surge en las familias, con el odio de quien lucha con sus hermanos por la supervivencia. Yo no tenía familia, la perdí cuando renuncié a mi nombre. No se trataba ahora de recuperarla, aun cuando yo pudiese volver a ser quien fuera en mi infancia, los años y las distancias habían cavado ya fosos insalvables con los que habían sido mis hermanos, mis primos, mis allegados, mi ser. Odiaba a ese EW espurio e islandés, fruto de una despreocupación culpable de años ya fenecidos. Al mismo tiempo, era consciente de que su existencia constituía en cierto modo una suerte inesperada: había, en un lugar del mundo, un cuerpo donde se había encarnado lo que yo ya no era, lo que no quería ser y ahora podía afirmar con verdad que aquel pasado ya no era el mío. Pero esas sofisterías no atenuaban mi desasosiego, ni podían ocultar lo que con toda evidencia señoreaba en mi mente: yo anhelaba la desaparición de aquella carne apócrifa. Pensé en pálidos y cobardes sucedáneos del asesinato. Pensé en una muerte moral, pensé en seducir a una mujer que amase para luego abandonarla con desdén. Pensé que si lo mataba, yo ya nunca conocería el descanso. Pensé en la posibilidad de dejarlo vivir. Fue lo que hice.
La pusilanimidad de EW no nos sorprendió. Nosotros no renunciamos a provocar un enfrentamiento físico entre el EW original y el usurpador, como él lo llamaba. No dejaba de sorprender, a este respecto, la insistencia con que EW reivindicaba un nombre que había desdeñado y un pasado que que, seamos honestos, renegaba. En justicia, pensábamos, el auténtico EW era el usurpador. Era él quien permanecía fiel al nombre, era en él donde se había arremolinado todo lo que EW había sido, todo lo que nosotros habíamos querido que fuera. EW ya no era él mismo. EW ya no merecía su nombre. EW no merecería existir, si no fuera porque le da lustre y realce al nuevo EW que sí lo merece.
Yo no quiero ser quien soy. La aciaga suerte me trajo a un fiordo inhóspito, en un isla oscura y fanáticamente orgullosa de sí misma. Fui basurero, ferrallista, obrero. El idioma de hierro que hablo, que balbuceé durante innúmeros meses, lo comparto con 300.000 personas, ni una más. Los años han pasado, ya no puedo volver atrás. Tengo que cambiar de caballo. Tengo que ser, plenamente, otro, EW, si quiero que en mi carne siga palpitando el hálito de la vida. Tengo que devorar otro ser, hacerlo mío. Tengo que repetir con minucia sus gestos, sus palabras, tengo que volver a aprender ese idioma que un día fuera mío. Poco a poco llegaré a ser él. Poco a poco olvidaré quien he sido.
Mi pasado ¿Cómo dominarlo? ¿Cómo hacer mías, hoy, las horas ante las máquinas de la fábrica? ¿Cómo aceptar las humillaciones recibidas en una obra cuando mi impericia inicial para preparar el acero del hormigón armado suscitaba la animosidad de aquel compañero de tan poco valor que se complacía en atribuirme la responsabilidad de nuestra escasa productividad? Yo practicaba un desdén vindicativo, que -secretamente- no me ha abandonado, hacia todas las formas de compromiso con la cultura oficial, universitaria. Había que ganarse la vida y yo prefería hacerlo ante una máquina o con una pala antes que rebajarme a esas componendas que aniquilan todo rigor intelectual. Fue una época formidable, yo no tenía que enfrentarme con mi desidia. Lo que estaba haciendo me parecía tan grande que no necesitaba ninguna justificación. Yo me veía como un cura obrero laico. La austeridad y la coherencia de mi posición me embriagaban. Yo no me regodeaba perteneciendo a esos grupos de artistas o de intelectuales que se consideran importantes y que se juntan para decírselo mutuamente. Yo no cedía a la facilidad que tanto me indisponía de aquellas gentes que actúan en función de lo que piensan que se espera que hagan y no en función de lo que piensan que hay que hacer. Yo pensaba que tenía que conocer la realidad de la condición obrera, yo me enorgullecía de ser capaz de realizar cualquiera de los trabajos que la sociedad requería que se efectuaran para su buen funcionamiento. Sobre todo, yo paladeaba el escándalo que mi comportamiento suscitaba en quienes me habían destinado a tareas más elevadas, en aquel pequeño grupo que dirige con severidad y no siempre sin benevolencia, la sociedad. Que suscitaba, o que, más bien, hubiera suscitado, si alguien hubiese estado al tanto de cuál era mi destino inicial, o si aquel pequeño grupo del que hablo hubiera existido. Sólo algún compañero, de vez en cuando, se extrañaba de verme usar junto a él la lanzadera con la que reparábamos las redes en medio de las aguas agitadas del Atlántico Norte, donde nuestro barco pescaba gambas. Mi explicación: se gana más en esto que de profesor, no lo convencía, pero luego se encogía de hombros y continuaba su trabajo. Hoy, estoy seguro, nadie se acuerda de mí. Mi orgullo desmedido, mi espíritu de competición física, forjado en los picados de los potreros porteños de mi infancia, me llevaban a intentar trabajar más rápido, más eficazmente que los demás. Yo, que mis orígenes burgueses descalificaban para atravesar dignamente la vida, me hallaba enfrascado en una competición deportiva interminable y clandestina en la que sólo aceptaba salir vencedor. Mi desprecio cargado de odio por las payasadas de la vida intelectual se habían concretizado en mi adolescencia huelvana, después del fútbol en Argentina, en interminables horas de entrenamiento de baloncesto. Sólo con mis compañeros, en algún barrio onubense, compartiendo una botella de gaseosa y una bolsa de patatas fritas después del partido, me sentía bien. Cualquier obrero, por el simple hecho de serlo, de no haber triunfado en la vida, me parecía merecer más mi simpatía que una persona con la que yo pudiera conversar con placer de los temas que me interesaban: la literatura, la mecánica cuántica, la filosofía de la biología, la geología, el derecho o las matemáticas. Me acerqué al sindicato, que me rechazó con sagacidad.
Enseguida pensamos que la solución residía en reivindicar el pasado como una impregnación voluntaria destinada a dar testimonio desde el interior de lo que era la sociedad islandesa. EW pretendería que había ido a vivir con los islandeses como lo hacen los antropólogos que viven durante años en las comunidades tradicionales que observan. Su voluntad de honestidad intelectual lo había conducido a olvidar el objetivo inicial de su estancia para integrarse en la comunidad de acogida como un inmigrante más y poder así observar sin perturbar. El despertar de EW estaba previsto, diríamos nosotros. Las alucinaciones que nos llevan a ser quienes no somos no son en general eternas. Nadie podrá refutar nuestra declaración: Estricto Westronklo vivió durante años en Islandia ejerciendo los oficios más duros e ingratos, en las condiciones más amargas, no porque las cosas eran difíciles, no porque él estuviese empecinado en alguna oscura y ociosa lucha con un mundo que ignoraba por completo su existencia, sino porque, siguiendo un plan preciso, que sólo ahora podía desvelar y desvelarse sin poner en peligro su empresa, había decidido integrarse en la sociedad de acogida para poder observarla con eficacia. Buscando agudizar las impresiones que habían de imprimirse en la cera de su mente, había decidido creer que era realmente un inmigrante pobre, un trabajador. En muchos momentos, aquella convicción se enseñoreó de su mente con una eficacia absoluta. En muchos momentos, llegamos a pensar que EW había quemado realmente las naves que podrían devolverlo a su pasado. Y de hecho, fue así: no había vuelta a atrás. Sólo quedaba publicar un libro que mostrase al lector la sociedad islandesa vista del interior tras años de escrupuloso trabajo antropológico previamente planificado… desde el presente en que ahora EW se encontraba, intentando dar sentido a un pasado que carecía de él28.
Trabajé de guía. Estudié fervientemente la geología de Islandia, su biología, su literatura, su historia, su economía. Con una minuciosidad impiadosa, en las dos semanas durante las cuales los turistas me seguían por las montañas, les hablaba del país, del nacimiento mítico del universo según la Edda, libro sapiencial germánico29, del surgimiento de la isla hace veinticinco millones de años en medio del Atlántico como consecuencia de erupciones no menos apocalípticas acaso que los eventos historiados por la Edda, de la diversificación de la vida y la emergencia de las sagas, de Laxnes, de la alucinada expansión financiera de los años 2000. Cada dos semanas, el universo se renovaba, el grupo de turistas que me seguía entre estupefacto y resignado cambiaba de miembros, pero la representación continuaba, viaje tras viaje. Se trenzaban amoríos, se urdían amistades, se lanzaban conversaciones que parecían únicas para ellos y parcialmente cíclicas para mí, lo que no me impedía vivir plenamente cada viaje: las conversaciones renovadas prolongaban las que se habían producido en viajes anteriores, sólo cambiaban los cuerpos de donde salían las palabras ; los amores también: las mujeres que me buscaban eran en realidad siempre la misma, dotada de cuerpos cambiantes, de costumbres y olores diferentes, pero en realidad siempre la misma. Decidí volver a Islandia y enfrentarme con el usurpador de mi nombre.
- Yo lo conocía. Competimos una vez por una mujer. No competimos, no es exacto. Él no hizo nada. Fue ella quien lo buscó y él la aceptó sin ninguna razón particular, porque estaba allí, porque era hermosa, porque ella iba por la noche a su tienda. Yo, en aquellos días, hubiera querido ser él. Ahora, lo voy a ser. Ellos no saben que yo lo conocía. Ellos no saben que yo manipulé los hechos para que el azar me designara. Ellos me ayudan sin saber que el plan ya había sido urdido, hace años, en el silencio rencoroso e insomne de una tienda. No hay injusticia. Nadie puede ser él mejor que yo.
Ahora sé quien es él. Me conoce. Es geólogo y me acompañó en un viaje. El estaba enamorado de una mujer que seduje un poco por obligación, por atavismo viril, porque en aquella época yo consideraba como una evidencia que tenía que intentar llevarme a la cama a toda mujer joven y agraciada. Es más, jugaba con la idea de considerar como un escándalo insoportable que una turista resistiese a mis proposiciones. Por supuesto, yo no ignoraba que había un sinnúmero de mujeres que yo dejaba y dejaría siempre indiferente, pero de lo que estoy hablando no es de la apreciación racional de una situación, sino de de la manera en que mi ser primitivo reaccionaba ante la presencia de un grupo de hembras que me estaba subordinado en muchos aspectos de la vida durante dos semanas. Me hizo falta bastante tiempo para entender que en realidad esa avidez hacía de mí tanto el dominador hedonista de un harem como el instrumento sumiso de aquellas mujeres que buscaban en mí algo que les venía bien a ellas y que yo distaba mucho de ser en el fondo. De hecho, yo tampoco dispensaba mi semen con la generosidad que sugería mi concepción de la sexualidad, según la cual, de lo que se trataba, era de difundir el patrimonio genético de uno de la manera más amplia posible. Había un hiato entre, por una parte, mis impulsos espontáneos y mi filosofía de la sexualidad y, por otra, los hechos, en los cuales yo me mostraba sorprendentemente recatado. En definitiva, lo único que hacía era esperar pasivamente que la mujer en cuestión entrase en mi tienda después de que todos se hubiesen acostado. Fue lo que pasó con X, que no quiero nombrarla, la mujer que el ahora usurpador de mi nombre codiciaba.
Uno de aquellos sorprendentes enunciados de la biología que EW con más fruición comentaba durante su magisterio islandés es el de la unicidad del ser del hormiguero. Queremos dejar constancia de él aquí, porque nos parece que la insistencia de EW no era casual y, también, porque deseamos en estas líneas también declarar, aunque sea de un modo indirecto, quiénes somos. El enunciado es el siguiente: las hormigas que constituyen la población de un hormiguero no son seres independientes, sino componentes de un ser superior, el hormiguero, cuya única singularidad con respecto a otros animales que tenemos costumbre de considerar como seres únicos es la de estar desprovisto de epidermis. Las hormigas vienen a ser las células somáticas, que se reproducen por vía asexual, y, a las células germinales, corresponde la reina. El considerar un hormiguero como un ser único proviene de una ilusión óptica provocada sencillamente por la ausencia de epidermis de un organismo que soslaya así su identidad. Inevitablemente, esto desencadena la operación intelectual complementaria, que permite recusar que algo, cuya individualidad se fundara exclusivamente en el hecho de que todo su ser se halla encerrado en una epidermis a la que se le ha atribuido un nombre propio, EW por ejemplo, sea realmente un individuo. EW, tras renunciar a su nombre, se convirtió en eso, en algo que la burocracia y la costumbre se empeñaban en encerrar bajo una epidermis a la que tildaban de un nombre propio al que quienes componían aquel resultado casual de la biología no reconocían como propio. Nosotros, en la representación usual a la que recurren los hombres venimos a ser el hormiguero: aparentemente varios, en realidad, uno. En el fondo, lo que todo esto pone de manifiesto, es que la noción de individuo no tiene ninguna base ontológica u objetiva ; ella proviene de nuestra estructuración mental, que nos impone ver el mundo categorizándolo. Nosotros, así como EW, hemos comprendido la naturaleza arbitraria de esa manera de ver las cosas y hemos intentado vivir, a veces con felicidad, a veces con estruendo, pero también con angustia y en ocasiones con sufrimiento, a la luz de nuestro descubrimiento. Hay algunas formas precarias y primitivas de nuestro modo de vida que demuestran que, secretamente, todo hombre posee en sí el conocimiento íntimo de que lo que decimos es cierto. Pensemos en las religiones, en las peñas futbolísticas, en la universidad, en el ejército, en la nación. En todos estos casos los hombres sienten que forman parte de cuerpos superiores. Nosotros hemos desarrollado esas ideas como nunca hasta ahora la humanidad lo había hecho. Al mismo tiempo, hemos suprimido al individuo. Hemos sobrepasado la ilusión de la singularidad: el individuo no existe, por lo tanto, el grupo, que es una suma de individuos, tampoco. Sólo existen los estados en que la masa informe del ser se encarna episódicamente, cuando alguien (¿pero qué significa “alguien?) la mira. Los individuos son como esas formas pasajeras y engañosas que toman las nubes, como las formas efímeras que las olas dibujan con su espuma que se empeña en ser algo sobre la arena. Los individuos son como esas formas: sólo tienen la existencia que les otorga quien las mira.
Lo he visto en la calle. EW está en Islandia. Ha venido a verme. Tal vez a asesinarme.
No puedo suprimir a un hombre. No puedo. Siempre lo he sabido. Es algo que me es imposible, totalmente imposible. Yo no puedo matar a nadie. Mi usurpador vivirá. No es sólo carne, es una persona. Seré tal vez un imbécil. No me importa aceptar mi incoherencia. Yo prefiero ser lo que soy. Dejaré que el espacio hunda a mi usurpador en el pasado, me voy. Que él sea quien quiera, no me importa. Yo soy yo. No me importan los nombres, no me importa nada, quiero vivir, voy a vivir. Ellos no existen, no pueden existir, yo lo niego y eso basta. Ustedes no existen, vistosos hijos de puta de mis años mozos.
El pasado emprendió paulatinamente el asalto la mente de EW. Y, a medida que lo recordaba, nosotros dejábamos de existir, poco a poco, desvaneciéndonos. Cada mañana soleada que le devolvía los recuerdos de su infancia, los vertiginosos coitos con la misma mujer, el olor de la tierra y de la lluvia, la procreación y los hijos, sus éxitos profesionales y humanos eran embates que reducían día tras día nuestro territorio. Cada vez eran mayores las circunvoluciones cerebrales que teníamos que abandonar, y que El conquistaba. Su rebeldía nos era odiosa, no sólo porque signaba su desprecio de cuanto habíamos realizado juntos, sino, sobre todo, porque su fuerza era tal que estaba expulsándonos del mundo. ¿Sería una carne ínfima y despreciable capaz de abolecernos? Nuestras relaciones habían sido intensas en sus inicios, cuando EW nos había acogido con entusiasmo. Después se volvieron conflictivas y duras. Ahora, nos acechaba lo peor: el olvido. Nuestro grupo se reducía paulatinamente, nuestros rostros se desdibujaban, ya no éramos nombres, músculos, ojos, risas, nos estábamos volviendo tierra, humo, polvo, sombra, nada. Lo poco de vida que aún palpitaba en nosotros provenía de aquel epígono islandés de EW, pero en él también nos íbamos apagando. Teníamos que buscar otra carne en la que arremolinarnos, otra carne que nos acogiera. O teníamos, si no, que volver a despertar la pasión en EW. Y poco importaba que él pensase en nosotros con odio o con cariño: si existíamos en él seguiríamos viviendo.
Tras haber sacado unas oposiciones en Francia, empecé a trabajar de profesor en Valenciennes, pero residía en Bélgica. Mis primeros años de docente fueron difíciles. Añoraba sin cesar mi vida pasada, Los invocaba a menudo y compensaba mis frustraciones soñando con heroicos remedos de vida, esos momentos en que sentimos erróneamente que nuestros actos justifican nuestra existencia y nos autorizan a no vivirla. En apariencia, las palabras que anuncian al mundo los actos heroicos y los destellos de vida auténtica son los mismos. El observador inexperto los confunde. Durante mis primeros años en Valenciennes prodigué los anuncios espectaculares que no daban lugar a nada. Afortunadamente, mis funciones me llevaban a cambiar varias veces por año de entorno profesional y de compañeros y yo podía mostrarme ante mis congéneres como un distribuidor de vida, cuando en realidad distaba mucho de serlo, cuando en realidad yo seguía viviendo encerrado con Ellos. Sin embargo, a fuerza de anunciar un compromiso heroico con el mundo, las cosas empezaron a cambiar y el mundo empezó a comportarse un poco como yo pregonaba que había de comportarse, aunque, por supuesto, con un tono mucho más modesto que el que yo había anunciado. En realidad, yo pienso que cuando empecé a mostrar un poco más de alejamiento, un poco más de indiferencia, las cosas empezaron a ser menos acedas conmigo. Creé una estación de radio por Internet, para la que entrevisté a decenas de personas interesantes, desafié a los Estados criminales, convirtiéndome en heraldo del derecho y de la justicia contra los atropellos que éstos cometían. Enseñé buscando transmitir conocimientos, cultura y curiosidad y buscando el olvido y los alumnos no me odiaron. Para mi sorpresa, la gente, en general, no me odiaba. Es cierto que me granjeé algunas, escasas, animadversiones tenaces, pero provenían de individuos que actuaban con injusticia y sometimiento, y yo tengo la debilidad de pensar que ese odio que albergan los hará crecer y ser mejores que lo que son. También me gané enemistades que me dolieron. Fue por pensar que podían desmitificar sin temor y que la gente me lo agradecería. No siempre fue así, nadie quiere que lo dejen en cueros, aunque sea con justicia. Pero eso fue sólo al principio, ahora las cosas han cambiado.
EW había emprendido una vida respetable, una de esas vidas en que lo que los demás piensan de uno cuenta, en que la verdad tiene un valor, en que los actos no valen por magníficos, por espectaculares sino por cuidadosamente sinceros. Una de esas vidas en que la persona teme la mirada de los demás, en que la vergüenza y el temor de la indignidad sustituyen al desparpajo glorioso y desafiante. La vida de EW se había vuelto modesta, pragmática30. Y sin embargo, nosotros sabíamos que el gusto por la tropelía seguía latente en él. Decidimos, antes que caer en el olvido, hacer públicas, con este texto, las relaciones que había mantenido con nosotros. Decidimos hacerlo con justicia, con objetividad, haciéndolo hablar a él también, atribuyéndole la paternidad de estas líneas para obligarlo a renegarnos mintiendo o a reconocer que él había sido con nosotros lo que había sido.
Ellos decidieron hacer público nuestro pasado. Hicieron circular por Internet un texto, éste, cuya autoría se me atribuía en el que se contaba a dos voces, la suya y la mía, lo que habíamos hecho. Yo nunca escribí lo que ellos me atribuyen. Ellos lo han escrito todo. Todo lo que se me atribuye es apócrifo, incluidas estas líneas en que, para dar mayor verosimilitud a su impostura, se consignan mis vehementes protestas.
¿Qué significa que él haya escrito o no esto? Nosotros estamos en su cerebro, nosotros somos él. Nosotros sabemos lo que él piensa. Además, él no piensa, lo que secreta su carne es tan previsible como el sudor o la mierda.
En un principio decidí ignorar su empresa. Me concentré en mis trabajos pedagógicos y de investigación. Ejercí con intermitencia la profesión de periodista, mandaba artículos sobre la actualidad política belga a un diario argentino.
Insistimos. Llegó un momento en que EW no pudo seguir ignorando este texto.
Consulté a un abogado. No había nada que hacer: mis acosadores anónimos no podían ser llevados ante los tribunales. Mis experimentos mentales pasados me descalificaban: en efecto, yo había imaginado una situación en que una persona se querellase contra sí misma ante los tribunales. Se trataba de una paradoja que había ideado en Islandia: un escritor denuncia a una sociedad por haber publicado sus escritos sin su autorización. El director de la sociedad es él mismo. El escritor pide que la sociedad que él dirige le pague los derechos de autor que le corresponden. La justicia condena a la sociedad a pagar las sumas adeudadas y la sentencia desequilibra el frágil balance de la empresa, que quiebra. En tanto que accionista de la empresa unipersonal que él dirigía, el escritor acusa al director de faltas de gestión y pide que se lo condene a responder por las deudas con sus fondos personales. La justicia da razón al escritor ya que, en efecto, el director, escritor al fin y al cabo y poco ducho en las concretas sutilezas de la gestión de una empresa, no se ha desempeñado como el director eficiente y previsor que él se comprometió a ser al tomar las riendas de la editorial. Con serenidad, con impavidez, el escritor exige al ex-director el pago de la suma que le adeuda. Este, poco dispuesto a someterse a las argucias desleales de su adversario, organiza su su insolvencia gastando sin medida dinero en objetos suntuarios con el único objetivo de hallarse en la imposibilidad de pagar la suma adeudada al escritor. El escritor revende los objetos para resarcirse, pero sin pasar por la justicia, ya que el fogoso artista que él es dice profesar el desprecio del huero formalismo forense. El director protesta contra el abuso de que es víctima, aduciendo que su adversario hubiera debido llevar ante los tribunales el conflicto en lugar de tomarse la justicia por su mano y lleva el caso ante los tribunales, para, ante su gran sorpresa, ser condenado por acción abusiva y burla alevosa de la justicia. Tras algunos otros episodios de este tipo, tanto el escritor como el editor terminan en situación de auténtica quiebra personal y bajo la tutela de un magistrado, Domingo López, ya que han sido juzgados irresponsables e incapaces de ocuparse de sus bienes. Aconsejados por dicho magistrado y para salir de la paupérrima situación en que se hallan, toman la decisión desesperadamente consensual de escribir la historia de su quiebra y de publicarla por cuenta propia, con la ayuda de sus acreedores, que esperan así resarcirse un poco. La acogida de la obra es favorable, y se decide (nos referimos al director, al escritor y al magistrado) realizar una adaptación para el teatro, siendo los mismos protagonistas quienes interpretan sus papeles respectivos. Con esos antecedentes, me había dicho mi abogado, el tribunal pensará que es usted el autor de todo el texto y que, en el mejor de los casos, busca sacar algún beneficio personal de la operación instrumentalizando a la justicia y, en el peor, pretende ridiculizarla instrumentalizándose a usted mismo. En nuestro país, tan kantiano, tan católico, había proseguido el letrado, toda instrumentalización de la persona se percibe como una afrenta a la humanidad entera31. Aduje, ante mi abogado, que nadie conocía esos pensamientos salvo ellos, que yo nunca los había puesto por escrito, que no se los había confiado a nadie. El abogado me miró con tristeza y no dijo nada. Entendí y no proseguí con mis objeciones inútiles. El sabía que ellos estaban en mí y que no ignoraban nada de lo que yo pensaba. Ante la justicia, yo no podría negar que había imaginado lo que había imaginado.
EW adoptó, tras descartar la opción judicial, la única vía razonable, la única vía que le quedaba: la de ahogar en un mar de ficciones la verdad que nosotros (él y nosotros) declaramos aquí. Empezaron a aparecer en Internet un sinfín de historias que tenían vagamente a su vida por base. El objetivo era que la verdad fuese indiscernible de la mentira y que se tomase este texto por una más de las innúmeros relatos biográficos ficticios que a él se referían. En realidad, EW mentía muy poco, limitándose a deslizar algún que otro dato falso a todas luces que tenía por objetivo señalar como ficticio todo el relato que, de hecho, se ajustaba bastante a la realidad. Así, por ejemplo, en la entrada Estricto Westronklo de Wikipedia, se leía que tenía once hijos, lo cual era evidentemente falso -aun cuando tuviese alguna cercanía con aquel sueño lejano de su infancia porteña de tener diez hermanos para poder componer un equipo de fútbol-. Por lo demás el artículo no contenía inexactitudes mayores.
Lo arriba referido es exacto. Decidí crear el mayor número posible de webs que hablasen de mí, contando mi vida como si fuera una novela, de tal modo que nadie pudiese saber si lo que contaba me había ocurrido o lo había soñado. Cuando alguien me decían que habían encontrado un artículo sobre mí en Wikipedia y me preguntaban si de verdad tenía once hijos, yo me reía y les contaba aquel episodio del Quijote en que el protagonista tiene entre las manos un ejemplar del Quijote apócrifo y demuestra que es falso y mentiroso utilizando como argumento definitivo el hecho de que su autor se equivoca cuando da el nombre de la mujer de Sancho Panza. Quien en punto tan importante y fácil de verificar se equivoca no puede haber contado sino mentiras en el resto de su historia. De manera análoga, les digo a mis alumnos, el artículo de Wikipedia no merece confianza alguna, dado que se equivoca de manera tan grotesca. A veces, algún alumno aventajado alude a las conferencias sobre el Quijote que pongo en una de mis webs y, citándome, recuerda que el mismo Cervantes vacila en cuanto a los nombres de sus personajes, en particular en el de la mujer de Sancho y que, si seguimos el razonamiento de don Quijote, también el libro que historia sus aventuras ha de ser falso y mentiroso. O sea que Cervantes nos viene a demostrar que si el Quijote de Avellaneda es falso y mentiroso, también el suyo lo es… Así pues, el argumento de que un detalle falso contamina de falsedad todo el artículo es bastante endeble. Yo le objeto que en sí el argumento no es débil, que su debilidad proviene de la combinación de la virulencia de don Quijote y del error, voluntario o no, de Cervantes. Yo, nunca he reivindicado la veracidad de un relato, yo nunca he confundido más nombres que los de mis alumnos a principios de año… Mi alumno me mira con desconfianza, sin animarse a comentar el hecho de que yo pretenda que un sólo detalle alcanza para devaluar el artículo sabiendo que en escritos anteriores he demostrado que, en lo que se refiere al Quijote, dicho argumento tiene por objeto sugerir de manera insidiosa y barroca que la historia que el lector lee no es verdadera, como lo repite sin cesar el autor, sino ficción y mentira. Al final, el alumno piensa que yo busco dar a entender que lo que dice el artículo, fuera de lo del número de hijos es exacto, o que suscito toda esa perplejidad para hacer que se tome consciencia de lo poco fiable que es Wikipedia. El alumno, en general, corrige el dato en Wikipedia, y yo lo vuelvo a modificar, firmando EW, para luego, en el patio de la escuela, reírme como de algo absurdo cuando se me pregunte si quien modificó el artículo firmando como EW es la misma persona que yo.
EW perdió, naturalmente. Nuestra debilidad era sólo pasajera. Al final colonizamos todo su cerebro, donde, ahora, reinamos. Del suyo hemos alcanzado otros. A veces, llegábamos a un cerebro y nos damos cuenta de que ya estamos en él, cuando nos encontramos con nosotros mismos. Pronto pastaremos en todos los cerebros de la humanidad.
La muerte.
Bergson afirmaba que la muerte era una de las características de la vida. Que un filósofo ignorante, francés y pretencioso desvaríe a principios del siglo XX forma parte del orden normal de las cosas. Que hoy exista una infausta Société d’Amis de Bergson que defienda su memoria es uno de esos enigmas que la universidad gala propone al mundo. Increíblemente, hoy hay gentes que siguen tomando en serio a Bergson y que lo estudian para entender el mundo y no, lo que sería comprensible, la historia de los disparates y alucinaciones de la vida intelectual. La muerte es un artefacto intelectual, una creación de un punto de vista antropocéntrico del mundo. La muerte no existe.
1La palabra « huésped » es empleada aquí con su significado etimológico, que es también el de la inmunología: el huésped es originalmente quien recibe ; en inmunología, el organismo huésped es aquel que infecta un parásito.
2La noción de individuo fue objeto de discusiones encendidas en el tren Bruselas-Lille que tomo para ir a trabajar. Xavier B, biólogo, me mandó un artículo al respecto que se encontraba en mi ordenador y que ellos, visiblemente, han utilizado. Lo cito de memoria: « « Commun sense » is strongly biased by our relative size, duration, and perceputal abilities. Given our human perspective, vertebrates have discrete boundaries in space and time and none of the changes that they undergo are all that abrupt or disruptive. But if we direct our attention to other organisms, common sense begins to crumble. For example, is a patch of crab grass one individual or several? Because the runners in strawberry patches lie above the ground, we might be tempted to treat all the interconnected plants as a single individual. Slime molds present even more puzzling problems. At certain stages in their life cycles, they form multicellular sugs that crawl around until they find an appropriate spot, plant themselves, and turn into treelike structure that buds off free-living cells that fan out over the substrate, only to reassemble later into another slug. If these examples do not shake one’s faith in the power of common sense, an exploration of modular organisms might. In sexually reproducing organisms, growth and reproduction are easily distinguished; in asexually reproducing, modular organisms, they are not (Jackson, Buss, and Cook, 1985) » Traducción de Google: « el sentido común » es fuertemente alterado por nuestra talla y longevidad relativas y por nuestras habilidades perceptuales. De nuestra perspectiva humana, los vertebrados tienen límites discretos en el espacio y el tiempo y ninguno de los cambios que sufren son demasiado abruptos o disruptivos. «Sentido» Commun está fuertemente sesgada por nuestro tamaño relativo, la duración y habilidades perceputal. Dada nuestra perspectiva humana, los vertebrados tienen límites discretos en el espacio y el tiempo y ninguno de los cambios que experimentan son todo lo que abruptos o disruptivos. Pero si dirigimos nuestra atención a otros organismos, el sentido común empieza a desmoronarse. Por ejemplo, es un parche de pasto de cangrejo un individuo o varios? Debido a los corredores en fresales se encuentran por encima del suelo, podríamos tener la tentación de tratar a todas las plantas entre sí como un solo individuo. Los hongos gelatinosos presenta problemas incluso más desconcertante. En ciertas fases de su ciclo de vida, forman sugs multicelulares que se arrastran alrededor hasta que encuentren un lugar adecuado, la planta sí mismos, y se convierten en la estructura arbórea que brota fuera de las células de vida libre que se despliegan sobre el sustrato, sólo para volver a montar más adelante en otro babosa. Si estos ejemplos no sacudir la fe en el poder del sentido común, una exploración de los organismos modulares fuerzas. En organismos con reproducción sexual, el crecimiento y la reproducción se distinguen fácilmente, y en reproducción asexual, los organismos modulares, que no son (Jackson, Buss, y Cook, 1985) »
3Aquí reconozco mi admiración por el concepto dennettiano de conciencia, no su crítica, que efectué en los mensajes electrónicos que intercambié con el filósofo norteamericano y que no figuraban en el ordenador robado. Según Dennett, lo que pensamos es el resultado de una competición darwiniana entre ideas en el seno de nuestro cerebro. Yo apliqué esa teoría a la literatura, lo que me condujo a rechazar la idea de que los libros tienen un sentido analizable. En particular, critiqué la escuela francesa que busca con fanatismo interpretar cada una de las frases de un texto. No voy a desvelar aquí mis críticas a Dennett, ya que lo que cuenta ahora es lo que ellos hacen, no lo que yo pienso. EW
4Si esto hubiera sido escrito rigurosamente, yo diría que es rigurosamente falso. Lo que pasa es lo contrario: lo que cuesta energía es degradar las moléculas que no conllevan información para dejar lugar a las que la conllevan. Danchin. EW
5No sé quien puede ser esta « heredera ».
6Se refieren a la controversia secreta que mantuve con Ruwen Ogien.
7Aquí reconozco, en el español seco y avellanado que ellos emplean, lo que yo escribiera, no sin cierta elegancia, pero el lector juzgará, en francés y que Ellos encontraron en mi ordenador: « L’éruption d’Eldgjá se retrouve, on le voit, de façon diverse dans les textes. Mais un trait commun peut être retenu: tous ces faits sont frappés du sceau de l’extraordinaire. C’est que la mise en mémoire effectuée par les mémorialistes ne relevait pas d’une collecte patiente de données dans le but de vérifier telle ou telle hypothèse ou de fournir une base à des recherches futures. Est retenu le fait marquant pour la vie de chroniqueur ou de la société dans laquelle il se situe, il s’agit d’une mise en mémoire anthropocentrique, incarnée presque, dirions-nous: le fait est retenu pour ces effets sur moi, ma communauté, mon roi et non pour ce qu’il est. Surtout, le fait n’est pas enregistré dans le but de servir un savoir qui serait animé par une logique propre et relativement autonome et qui réclamerait son lot de données, exigées par son évolution même. Le fait météorologique, le mauvais temps, les chutes de neige, semblent s’imprimer par eux-mêmes sur cette cire qu’est, ici, la mémoire humaine. Aujourd’hui, en revanche, on suscite la donnée météorologique de façon voulue, une donnée que l’on veut autonome de l’observateur, objective et comparable à d’autres données. D’un côté, une donnée qui se dépose dans la mémoire pour ainsi dire à l’insu de celui qui l’enregistre, une donnée « déguisée » sous forme de prodiges, mauvaises récoltes ou épidémies ; de l’autre côté, une donnée produite volontairement par l’homme, une donnée qui n’aurait jamais existé sans la volonté de la susciter dans le but « d’alimenter » un savoir, l’étude du climat. D’un côté, un tableau de températures, de l’autre la narration d’un ressenti. A la mise en mémoire s’oppose le recueillement de celle-ci. A la climatologie qui produit son fait, la chronique, qui en retient à son insu. Le regard de Stothers sur la prose de Widurkind transforme celle-ci en donnée climatologique: elle a été mise en mémoire. »
Con horror, vuelvo a recurrir a Google Traductions: La erupción del Eldgjá se encuentra, como vemos, de diferentes maneras en los textos. Pero una característica común se puede seleccionar: todos estos hechos son golpeadas por el sello de lo extraordinario. Debido a que el almacenamiento realizadas por los cronistas no pertenecen a una colección de datos de pacientes para verificar una hipótesis particular o servir de base para futuras investigaciones. El punto culminante se conserva para la vida de un columnista o la sociedad en la que se encuentra, es una antropocéntrica almacenados, jugó casi como diríamos: el hecho se utiliza para estos efectos en mí, mi comunidad, mi rey y no por lo que es. Especialmente, el hecho de que no se registre con el fin de servir a un conocimiento que sería animado por su propia lógica y relativamente autónomas y reclamar su parte de los datos requeridos por su propia evolución. El clima es el clima, las nevadas, se parecen impreso en la cera que está aquí, la memoria humana. Hoy, sin embargo, plantea la información del tiempo así lo desean, un hecho que queremos observador independiente, objetiva y comparable con otros datos. Por un lado, los datos se depositan en la memoria para prácticamente desconocido para la persona que se registre un hecho « disfrazados » de prodigios, las malas cosechas y epidemias, por otro lado, dado un producido intencionalmente por el hombre, una cifra que no existiría sin la voluntad de crear con el fin de « alimentar » el conocimiento, el estudio del clima. Por un lado, una tabla de temperaturas, la otra siente una narración. Para el recuerdo almacenar objetos de la misma. Una climatología produce su resultado, la crónica, que conserva su conocimiento. El aspecto de la prosa Stothers Widurkind la transforma en datos climatológicos: se ha almacenado.
Sin la menor extrañeza, no me reconozco. Sólo ellos son capaces de fagocitar las palabras generadas por Google Traductions para hacerlas suyas.
8Esto es caricatura, mera caricatura adolescente. Quizás fuese yo un poco así cuando tenía 14 años…
9Esto es grotesca y rigurosamente falso. Un sacrificio inútil a cierta literatura erótico-pornográfica.
10Aquí se inspiran de Alonso Quijano, no de mí, que siempre he llevado una vida anónima.
11Recuerdo con qué exasperación, Michel Leiris me contaba que era imposible establecer una barrera entre la posesión auténtica y los actos « fingidos » que conducían a alcanzarla. No creo haber escrito nunca nada al respecto, no sé cómo ellos estaban al tanto de aquellas conversaciones. EW
12La fuente evidente es mi artículo de juventud La modernidad de la Inquisición, en el que explico que la modernidad del Santo Oficio español residió en fabricar culpables, personas que desafiaban un orden moral más que un rey ; ya no se estaba ante un poderoso que castigaba a quien lo había desobedecido sino ante un Estado humilde que era el brazo del Señor, castigando al que desafiaba el orden divino. El crimen se constituía contra el cuerpo de la sociedad, cada cual era víctima del criminal, cada cual debía profesarle odio. La Inquisición dió al pueblo español algo maravilloso, algo que odiar con consenso y ferocidad: el hereje. Hoy, el simbolismo y el formalismo de la justicia tienen por objetivo fabricar un culpable: nos es insoportable reconocer que el Estado castiga para mantener su dominio, creemos que lo hace para ser justo. Yo nunca creí lo que escribiera cínicamente en aquella época, lo hice para entrar en una cátedra marcada por el magisterio de Foucault. Pero eso, ellos no lo saben, o lo saben y no les importa, puesto que está en el ordenador. No se me aceptó en la cátedra, así que ahora puedo contar la verdad.
13Yo siempre he descreído del interés político de la agitación artística. Se me está cruzando con alguien que yo no soy.
14nrurologo
15Aquí reconozco, y mis alumnos también lo harán, mis clases sobre el saco de Roma. La enseñanza de un idioma permite felicidades que desconoce el magisterio de materias más serias e importantes. Uno de los ejercicios que yo propuse (impuse, debería decir, porque en realidad los alumnos no podían negarse a realizarlo sin recibir un cero que pesaría seriamente en su nota final) consistía en, tras haber leído aquel librillo encantador de Valdés, imaginar una versión moderna del mismo. El lector poco familiarizado con la literatura española del siglo XVI hubiera podido consultar la nota al respecto de Wikipedia, que ahora modifico caprichosamente. No doy aquí la referencia porque no cabe duda de que en le momento de la publicación de este libro dicha nota habrá sido a su vez modificada por ellos o por otros, sus instrumentos ignorantes. Muy rápidamente: las tropas de Carlos V saquearon Roma e hicieron prisionero al Papa. Escándalo. Valdés emprende la defensa de su católico emperador explicando que todo eso fue culpa de la corrupción que reinaba en la ciudad de San Pedro. Otro ejercicio que propuse a los alumnos consistía en buscar similitudes y diferencias entre la situación actual y la que reinaba en el momento en que se produjo la Reforma. Fue un trabajo interesante en el que participaron mis compañeros de historia, de francés y de alemán. No dudo que dentro de poco veré aparecer citas en alemán, lengua que mis lejanos orígenes judíos me llevaron a ignorar con pertinacia.
16Esta prudencia me calumnia. Nada de lo que se cuenta aquí pasó realmente, pero, de haber sido así, y a mí me hubiera gustado que lo hubiera sido, les garanto que no hubiese tenido los escrúpulos que se me atribuyen. EW
17Por una vez, hay algo cierto en lo que dicen. Siempre me ha exasperado esa pseudoizquierda española que ensalza el protestantismo para atacar a la Iglesia Católica. Nos explican que permitir una relación directa entre el creyente y la Escritura redunda en beneficio de la libertad individual. Lo que les pasa a esos historiadores de pacotilla es que nunca han perdido la fe y les sigue pareciendo bien que se lea la Biblia. Vamos a ver, ¿qué es peor, ser fanático de un libro imbécil escrito hace dos mil años o seguir las directivas de la Iglesia, que será todo lo corrupta y nociva que uno quiera pero que, por lo menos en potencia, tiene la capacidad de adaptar su magisterio y desterrar a través de la exégesis lo más absurdo de su dogma? ¿Qué puede haber peor que ese enclaustramiento enloquecedor del creyente protestante buscacando a solas la verdad en su libro de mierda? Para mí que Ellos son protestantes. EW. Nota a la nota: Busco que se me enjuicie por estas palabras. Así se hablará de Ellos.
18Otra vez cruzándome con el Quijote…
19Y el ojo avisor vengo a ser yo, ¿no? Su estrategia es clara, incluir en Su texto, contradicciones supuestamente voluntarias para fagocitar luego el trabajo del censor. Lo que yo hago ahora estaba previsto por ellos, ergo, yo soy ellos, aún cuando yo escriba que no lo soy. Evidente, puesto que Ellos habían anticipado que yo lo haría…
20El objetivo, ahora, es disminuir mis modestos méritos de crítico, investigador y literato. Yo, realmente, utilicé la noción de recurrencia y los últimos desarrollos de la astrofísica para interpretar la obra de Paz, escritor cuya genuina existencia nadie pondrá en duda. Yo, realmente, comparé la actitud de los bancos islandeses con las autoridades de control de dicho país con la de British Petroleum con las autoridades de control norteamericanas, y lo hice en una novela en que dos hermanos islandeses se encontraban tras haber trabajado para la banca islandesa y para BP. Yo, realmente, leí el informe islandés y, realmente, conozco dicho idioma. Pero nada de todo esto merece el honor que se le hace aquí al presentar mis trabajos como una superchería intelectual. Nunca tuvieron ese objetivo. Se trata de subproductos de la superstición actual de la transdisciplinariedad. Mis superiores jerárquicos me aumentaban el sueldo si yo asociaba diferentes campos del pensamiento. Yo lo mezclaba todo de cualquier manera y ellos no se daban cuenta de nada. El ataque que se me hace aquí es ocioso y sólo puede disminuir el mérito que pudiera atribuirme un lector ingenuo que, no sabiendo leer entre las líneas, viera en mis trabajos algo más que las tareas desganadas de un funcionario que quiere medrar en el escalafón.
21Yo, por supuesto, sé que la inexistencia de Dios es demostrable. Lo de interrogarme a Mí mismo es una alusión al Hávamál, libro sapiencial germánico en que Oðínn se sacrifica a sí mismo para alcanzar el saber. Yo pienso que ellos leyeron aquel artículo mío que demuestra fehacientemente la falsedad o la trivialidad de todo lo que Borges ha dicho sobre Islandia. Como casi nadie conoce la lengua islandesa, Borges podía decir cualquier cosa de aquel país y de su literatura. Después, los islandeses, halagados por la atención que les otorgaba un escritor mundialmente famoso, pusieron en obra toda su proverbial energía para que su isla, con su historia y su literatura, se pareciera lo más posible a la de los dictámenes del argentino. Pocos lo saben, pero la Islandia de hoy es la encarnación de aquel célebre relato, Uqbar, orbis tertius, en que un grupo de hombres escribe la enciclopedia que compendia las características de un mundo ficticio ante el cual la realidad termina por ceder. EW.
22Mezquindad. Se disminuye una vez más el mérito de mis trabajos. En lo que se refiere a las controversias con mis compañeros, no son más que el resultado de la concepción exigente que tengo de la investigación universitaria. EW
23Nunca, jamás, utilicé esa frase. Parece del peor Quevedo misógino. EW
24Yo, por supuesto, no entraré en consideraciones de ese tipo, por respeto por mis compañeras sobre todo. EW
25Una elaboración bastante confusa de la hipótesis que yo emití en un artículo aún por publicar y que ellos encontraron en el ordenador. Paso a resumir la conclusión mayor de mi estudio: al principio fue todo una broma, un canular, si se quiere, como se dice en francés. Los economistas publicaron sus trabajos a sabiendas de que era falsos, con el único objetivo de ver qué estupideces las revistas supuestamente científicas podían llegar a publicar. La inspiración provino de lo que hizo Sokal con su Transgressing the boundaries: toward a transformative hermeneutics of quantum gravity, un artículo absurdo reforzado por citas de filósofos franceses que fue tomado en serio y publicado por la revista Social Text. Lo que pasó en Islandia fue que los autores, viendo todo el provecho que podía sacarse de su broma, para ellos mismos y para su patria, decidieron proseguirla y explotar la credulidad humana mientras durare. Esta situación es frecuente en Islandia. En 2009, un artista francés realizó una parodia de desfile de modelos posibles para el personal de un hipotético tren de alta velocidad que uniría el aeropuerto de Keflavík y la ciudad de Reykjavík. Los islandeses se lo tomaron en serio. Afortunadamente, el artista no llevó su broma hasta construir el tren. EW.
26Nadie me ayudó a crear la web. La web no dió dinero. EW
27Richard Dawkings, para quien no lo halla reconocido. La idea siempre me gustó, lo confieso. EW
28Todo esto en nada reposa. Me tenía que ganar la vida, listo. EW
29Yo, voluntariamente, repito algunas expresiones de Borges. Lo hago con ironía, sabiendo que el lector medianamente sagaz las detectará con escándalo para enrostrarme el manido delito del plagio, pero sabiendo también que el lector sagaz comprenderá que es de una agria burla del maestro de lo que se trata. Yo, más sencillamente, no veo porqué reprimir el juego de las neuronas. ¿Pero qué significa esta grotesca replicación de nuestras palabras en Su boca, si boca tienen?
30Es lo que siempre he sido. Se me inventó un pasado ajeno y grotesco.
31Kant, recordémoslo, veía en la masturbación un crimen más horrendo que el suicidio, por la instrumentalización de la persona que parece conllevar dicho acto.