En Tema del traidor y del héroe, de Borges, un grupo de conspiradores asesina a su líder, que la población venera, ya que
la más tenue sospecha de su vileza hubiera comprometido la rebelión.
En Queremos tanto a Glenda, de Cortázar, un grupo de admiradores de la actriz Glenda Garson la suprime para evitar que su vuelta al cine altere la perfección de sus películas:
Queríamos tanto a Glenda que le ofreceríamos una última perfección inviolable. En la altura intangible donde la habíamos exaltado, la preservaríamos de la caída, sus fieles podrían seguir adorándola sin mengua; no se baja vivo de una cruz
La idea del sacrificio del ídolo en aras de proteger o realzar el mito del que es vector nos es familiar. El sacrificio puede ser voluntario, y estaremos entonces ante un mártir, o no serlo, como en el caso de Glenda. Esta dicotomía puede enriquecerse agregando el tema de la traición: Kilpatrick, en el texto de Borges que nos ocupa, es un traidor que borra su infamia colaborando activamente en la realización de su ejecución y que, de este modo, vuelve a ser el héroe que siempre la población había pensado que él era.
El cuento de Borges y el de Cortázar son, esencialmente, la misma historia, que es la del héroe sacrificado para salvar el mito que ha anidado en sus personas o, como lo decíamos más arriba, del que son vectores.
En unas líneas famosas, el biólogo inglés Dawkins afirma que el cuerpo es el vehículo que el ADN emplea para existir :
“We are survival machines – robot vehicles blindly programmed to preserve the selfish molecules known as genes. This is a truth which still fills me with astonishment.” .
Las palabras de Dawkins son metafóricas o pedagógicas y, por lo tanto, no buscan describir objetivamente una realidad, sino suscitar imágenes mentales que permitan aprehender eficazmente una teoría. Nosotros podemos inspirarnos un poco de Dawkins y sugerir que los héroes o los ídolos son los vehículos que los mitos o las historias utilizan para existir. El anhelo de Irlanda por la libertad, o la historia del anhelo de Irlanda por la libertad, necesitaba un héroe que dio en ser Kilpatrick. El anhelo por la perfección cinematográfica se encarnó en Glenda Garson. En ambos casos, los vehículos del mito mueren para que su vida o su supervivencia no altere el mito1.
Lo dicho hasta ahora nos puede resumirse en la afirmación siguiente :
A un nivel de abstracción suficiente, los relatos de Cortázar y de Borges son el mismo relato.
Esta idea de identidad esencial entre historias distintas está recogida en el final memorable de Historia del guerrero y de la cautiva, de Borges:
“Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales”
Ahora, a nosotros, lo que nos va a interesar aquí va a ser ver si el relato de Cortázar agrega algo al de Borges. En otros términos, si sirve para algo. Más generalmente, refiriéndonos a Borges, podríamos preguntarnos si no hay demasiadas historias en el mundo: ¿por qué no nos contentamos con dos o tres historias? ¿Por qué no nos contentamos con las dos o tres historias que al final acabamos siempre contando?
Baltasar Espinosa, en El evangelio según Marcos, de Borges, observa:
También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota.
Puede haber muchas respuestas a esta pregunta de por qué los seres humanos han dado en prodigar variaciones sin número de historias que acaban siendo siempre más o menos la misma. O que son esencialmente la misma.
Nosotros no vamos a intentar dar respuesta a una cuestión tan vasta, pero vamos a proponer un enunciado que reconoce la identidad esencial de los relatos de Borges y de Cortázar, pero que busca también entender su diferencia esencial.
Cuando decimos diferencia esencial nos queremos referir no a los infinitos detalles y circunstancias que difieren en ambas historias, sino a rasgos que nos impiden reducir una historia a la otra. Borges mismo, en el inicio del relato al que nos referimos, escribe:
Digamos (para comodidad narrativa) Irlanda; digamos 1824.
Y nosotros, cuando buscamos una diferencia sustancial entre los relatos de los dos escritores, no nos referimos por lo tanto a lo circunstancial, a las diferencias de lugares, que son irrelevantes para lo que estamos queremos encontrar.
Bueno, aquí está el enunciado:
Los relatos de Borges y Cortázar coinciden en lo esencial de la trama pero difieren en el punto de vista.
Ya hemos indicado en qué nos parece que se basa la primera parte del enunciado. Intentemos ver si podemos defender y darle un sentido concreto a la segunda.
Lo primero que vemos es que en el relato de Borges tenemos un narrador exterior, mientras que en el de Cortázar, el narrador es uno de los miembros del grupo que matará a Glenda, al ídolo. Ahora bien, esta diferencia puede ser circunstancial, una mera cuestión de estilo o de gusto. Lo que está por ver es si se trata de una diferencia esencial o sustancial.
Para mí, es así. Quiero decir que para mí tenemos ahí una diferencia esencial, que voy a concretar o a enunciar enseguida: hay una diferencia esencial entre los dos relatos y esta reside en que los dos textos nos muestran aspectos diferentes de la misma historia.
En el relato de Borges, tenemos a un narrador que nos cuenta los hechos desde tan lejos que ni siquiera sabe bien dónde o cuándo transcurre la historia. Lo que importa son las simetrías de la historia o la ausencia de las mismas. De ahí el vértigo. De esa manera cuasi inhumana, cuasi divina de mirar. Cortázar, por el contrario, nos hunde en lo ínfimo de la conciencia del hacedor, del partícipe del crimen. Y nos muestra su cortedad y encierro: para los que quieren a Glenda solo existe su amor por Glenda. Todo debe serle sacrificado. Hasta Glenda.
Y son dos aspectos de la misma realidad lo que tenemos porque los abismos y las perspectivas exorbitantes de Borges se fabrican con la fantástica cortedad de quienes fabrican la historia, de todos nosotros, que actuamos guiados por impulsos que alientan y crecen en nuestra, acaso irremisible, soledad.
Entonces, si retomamos el enunciado que acabamos de formular, podemos aumentarlo de la manera siguiente:
Los relatos de Borges y Cortázar coinciden en lo esencial de la trama pero difieren en el punto de vista. Borges nos muestra la historia desde fuera y desde lejos, Cortázar nos la muestra desde lo íntimo.
Otra diferencia:
En el relato de Borges, los personajes actúan sobre la Historia y la modifican. Todos sirven una causa superior. El sacrificio se hace para servirla y la decisión de la ejecución se toma en un cónclave. Kilpatick, firma su propia sentencia de muerte. Los personajes de Cortázar viven encerrados en un mundo propio y sin acaso proyecciones o conexiones con la realidad, un mundo, reducido, egoísta, perverso que solo puede existir gracias a la potencia financiera de uno de sus miembros. Por un lado, tenemos el amor por la Nación o la liberación de la patria, por el otro, el amor por el amor que uno alberga. Si bien, es cierto, cabe la posibilidad de que el amor por la patria sea en realidad el amor por el propio amor de la patria, el texto de Borges no integra esta posibilidad, que queda como una virtualidad exterior al relato.
Volvamos al enunciado al que hemos llegado y apliquémosle la crítica siguiente:
Borges nos muestra lo íntimo de las dudas y vacilaciones del Ryan, el bisnieto de Kilpatrick…
Sí, es verdad. Pero Ryan piensa. Ryan toma una decisión racional. Borges no indaga en lo que Ryan siente. A Borges le interesa lo que Ryan piensa.
Para los personajes de Cortázar todo se da de por sí. Matar a Glenda es la prolongación normal de unos cafés, de unos whiskys, de unos cigarrillos, de una conversación de café. Ni hace falta decidir, ni hace falta decir que van a matar a Glenda. Lo que resulta angustiante, en el relato de Cortázar, es justamente, la naturalidad de los actos, la ausencia de cuestionamientos morales o de debates. Glenda, en realidad, no es nada. Glenda les pertenece. En Cortázar, todo es ruin. En Borges, nada lo es, puesto que incluso la traición se redime. Nosotros queremos a los personajes de este cuento de Borges, hasta a quien miente, hasta a quien traiciona, hasta, incluso, a quien ejecuta. Los queremos tanto… pero no mataremos por ellos, claro.
Los personajes del texto de Cortázar son monstruos, los del de Borges aceptan estoicamente mentir, dar la muerte o recibirla.
Yo, argentino, con un primo desaparecido, no puedo no ver en los personajes de Cortázar a los militares que, entre 1976 y 1983, torturaron, asesinaron, violaron y robaron bebés mientras tomaban whisky. Yo sé que explicar la historia argentina por la perversidad intrínseca de los militares es una falacia. Pero también sé que de la desmesura, de la indignidad y de la crueldad de quienes sacrificaron a gente porque corrían en pos de poder y de sueños vanos y soeces da cuenta el texto de Cortázar y no el de Borges.
Ahora, yo, a Cortázar, no siempre consigo leerlo. A Borges, sí.
Yo, casi no he estudiado a Cortázar en mis clases. A Borges, sí.
Los personajes de Borges son abstracciones inverosímiles. Los de Cortázar son exageraciones, solo eso, de la deshumanización y de la substitución de las personas por el mito.
Yo creo que la realidad está más cerca de Cortázar que de Borges. Pero yo prefiero leer a Borges.
Volvamos a nuestro enunciado y completémoslo.
Los relatos de Borges y Cortázar coinciden en lo esencial de la trama pero difieren en el punto de vista. Borges nos muestra la historia desde fuera y desde lejos, Cortázar nos la muestra desde lo íntimo. Cortázar es irrespirable, Borges, no: puede ser erudito y difícil, pero no sufrimos al leerlo. Cortázar nos muestra la insoportable y monstruosa realidad. Borges, mostrándonos de ella una visión estilizada y sublimada, nos permite mirarla sin flaquear.
Pero, ¿qué pasa cuando se mira el mundo como Borges y qué pasa cuando se mira el mundo como Cortázar?
Bueno, no podemos dar una respuesta general a esta pregunta, pero sí podemos observar que Cortázar fue lúcido ante el golpe militar del 76 y Borges no lo fue, si bien, una visita de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo le permitió, después, entender lo que estaba pasando y si bien, en 1980, firmó una solicitada por los desaparecidos que fue publicada en el diario Clarín.
O sea, que, por lo menos durante un tiempo, Borges aprobó a quienes, entre whiskys, conversaciones y cafés, mataban a gente para defender a su Glenda Garson particular, que fuere el Occidente cristiano o una República argentina tan patricia y ruin como trasnochada. Mientras tanto, Cortázar obraba en favor de las víctimas.
¿Pero qué pasa cuando nosotros miramos el mundo como Borges o como Cortázar? ¿Nos volvemos monstruos si leemos con fruición la historia desencarnada a la Borges? ¿Nos volvemos mejores si aceptamos el sufrimiento de leer a Cortázar?
Para mí, la respuesta es no a las dos preguntas. No voy a argumentar aquí para defender mi respuesta. Lo que sí haré es señalar que la serenidad que instaura el distanciamiento de Borges me permite tratar temas importantes en clase, mientras que la mirada de Cortázar me resulta más difícil de manejar.
A partir de El indigno, he hablado con mis alumnos sobre si hay que denunciar a un amigo. La respuesta general ha sido que no. ¿Y si el amigo se prepara a cometer un crimen? ¿Y si el amigo, le pregunté a S, que quiere ser militar, es un compañero de armas que tortura? Quizás si en Argentina o durante la guerra de Argelia hubiera habido más denuncias de amigos que las que hubo, no hubiera pasado lo que pasó, ¿no?
Las cosas nunca son tan claras. Borges hubiera podido ser lúcido a pesar de haber escrito Tema del traidor y del héroe. Y Cortázar carecer de lucidez a pesar de haber escrito Queremos tanto a Glenda. Nadie puede demostrar lo contrario.
Vayamos terminando.
La pregunta inicial que nos hacíamos era, de algún modo, la de saber cómo puede ser que la gente escribe o lee tantas historias que vienen a ser variaciones de un mismo tema. ¿Para qué escribir tantos cuentos si tenemos los grandes mitos de la Humanidad? De hecho, en muchas sociedades, se ha vivido durante siglos con un solo libro.
La pregunta queda, por el momento, sin responder, pero lo que sí cabe observar es que con una misma trama narrativa se pueden escribir historias muy diferentes. El que se las pueda reducir todas a un argumento no alcanza para justificar la inutilidad de su multiplicación. Pero, claro, tampoco hemos demostrado que sea mejor la variedad que la sencillez de un único relato.
En el mismo volumen en que aparece Queremos tanto a Glenda, tenemos otro relato, Recortes de prensa, en el que un escultor le pide a una escritora que escriba un texto de presentación de su obra. El que un artista presente la obra de otro artista es algo frecuente. En 1946, Cortázar, le llevó a Borges su relato Casa tomada y este último lo publicó en la revista que dirigía, Anales de Buenos Aires. Años después, en un encuentro ulterior, en París, Cortázar le recordaría a Borges el episodio y le contaría que aquella había sido la primera vez que él veía un texto suyo publicado en letras de molde.
No voy a contar aquí lo que pasa en Recortes de prensa. Me limitaré a decir que aparecen en el relato los horrores de la dictadura argentina.
Borges y Cortázar se apreciaron como escritores. Se leyeron y apreciaron sus obras respectivas. Su animadversión política no impidió que se leyeran y se apreciaran. Eso, en principio, nos parece bien.
Tal vez, para Dios, Borges y Cortázar son el bárbaro y la india, el anverso y el reverso de la misma moneda. Desde lo alto son solo dos escritores. Pero entre sus destinos, para nosotros, aquí, media la sangre y el estilo; la complicidad con el crimen y su denuncia; el terror y la posibilidad de dejarlo atrás gracias a las paradojas, a las simetrías y a las magias parciales.
Tema del traidor y del héroe y Queremos tanto a Glenda pueden contar, en el fondo, la misma historia. Pero a mí no me cuesta trabajo leer a Borges, mientras que Cortázar me hunde de nuevo en el terror que sentí cuando tenía diez años.
1La teoría evolucionista se ha ocupado de situaciones en que se da un conflicto entre el genotipo y el fenotipo, es decir entre los genes y el individuo.