Carta al profesor Fontana

Profesor Josep Fontana

Universitat Pompeu Fabra
Plaça de la Mercè, 10-12
08002 Barcelona

Reykjavik, jueves 30 de octubre de 2014

Estimado profesor Fontana,
Me permito dirigirme a usted porque preveo estudiar su artículo La deriva nazi del Partido Popular1, con mis alumnos franceses y, asimismo, incluirlo en un corpus de documentos que estoy preparando en relación con la cuestión catalana. Busco someter dicho corpus a una discusión que respete los principios de la institución escolar, es decir, que sea leal, rigurosa y racional. Deseo, asimismo, que esta iniciativa, en la cual los alumnos franceses y españoles constituirían como una tercera parte neutra, una suerte de tribunal que no juzga, pero que busca entender, sirva para que se cree un espacio de discusión que permita un diálogo entre adversarios y que se facilite así el buscar una salida sensata a la crisis institucional que se está viviendo en estos momentos. Lo que solicito a usted y a las personas que estoy contactando es que ante estos jóvenes y ante nosotros, docentes, que recibimos la función de hacer de ellos personas respetuosas de los valores de una ciudadanía democrática, acepte cada cual argumentar con rigor y lealtad, aun cuando los desacuerdos sean profundos.
La cuestión central que preveo tratar en mi clase es la de la legitimidad de la analogía. Inspirándome del profesor Bouvresse2, consideraré que una analogía entre los objetos A y B es legítima si comparar A con B permite esclarecer ciertas características del objeto A gracias a lo que sabemos del objeto B. Observar que el tigre es como un gran gato me puede permitir comprender las técnicas de caza del tigre a partir de lo que yo sé de las del gato. Para que sea legítima, una analogía debe ser lo más pertinente posible. Comparar el tigre con el caballo porque ambos son cuadrúpedos será menos pertinente que comparar tigre y gato.
Anuncia usted en las primeras líneas de su artículo que reconoce que el título del mismo pueda parecer provocativo, reconociendo que hay grandes diferencias entre la España del 2013 y la Alemania de 1933. Pero no es ello óbice para que llame usted la atención sobre la semejanza que tienen, en sus objetivos, la actual política centralizadora del Partido Popular y la actuación del NSDAP (el partido nazi alemán) en 1933, en su lucha por hacerse con el poder absoluto. La mayor de las diferencias es, nos dice usted, que Hitler debió recurrir a la violencia mientras que al PP le basta la mayoría absoluta de que dispone en las cámaras. Se trata de un recurso retórico muy usado : la diferencia entre los actos del PP y los Hitler se deben al contexto, son contingentes, pero, en el fondo, son ellos bastante parecidos. La idea consiste en equiparar los crímenes reales del NSDAP con aquéllos que, se sugiere, hubiera cometido el PP de no disponer de la mayoría absoluta. El que Suecia no haya cometido los crímenes que Francia cometió en Argelia no significa que no los hubiera cometido en circunstancias similares. Seguro. Pero el historiador o el comentarista leal, intento yo transmitir a mis alumnos, no confunde lo que pasó y lo que podría haber pasado. Su posición, distinguido profesor Fontana, busca también reducir a algo meramente contingente lo que podría considerarse como fundamental : el que el PP disponga de la mayoría en ambas cámaras no sólo le permite tomar ciertas decisiones sino que también confiere a las mismas una legitimidad democrática, que podrá ser cuestionada, por supuesto, pero no aniquilada, con lo cual los actos del PP, por brutales que hayan podido parecer a muchos españoles, no podrán ser equiparados, en términos jurídicos por lo menos, a los del NSDAP, lo que viene a constituir una diferencia bastante importante, no meramente contingente, que no es muy juicioso soslayar. El resto de la argumentación reposa en la ecuación « centralización + debilitamiento de los sindicatos + control de la enseñanza = lucha por conseguir el poder absoluto » :
« El Partido Popular ha seguido un camino parecido a partir de la reforma laboral de febrero del 2012, que mermó la influencia de los sindicatos y la capacidad de resistencia de los trabajadores, y ha continuado después debilitando las comunidades autónomas con imposiciones legales y con el estrangulamiento económico, a la vez que procedía a vaciar de capacidad política a diputaciones y ayuntamientos, reducidos a funciones administrativas, y se preparaba para controlar la enseñanza con la reforma educativa de Wert. »
Este párrafo describe evoluciones que pueden preocupar a los ciudadanos, pero el equiparamiento de las mismas con el poder nazi parece arbitrario, toda vez que 1. el debilitamiento de la capacidad de resistencia de los trabajadores es un fenómeno al que se asiste en numerosos países en estos años, 2. la elección de un estado centralizado o no difiere de la de la democracia (no sería absurdo afirmar que el Estado francés es más democrático que el español, el estadounidense o el mejicano), 3. el control de la educación que supone la ley Wert parece a muchos brutal, pero es limitado y, sin duda, en parte más retórico que real ; controlar la educación hasta el punto de que la comparación con el poder totalitario nazi tenga algún sentido implicaría mucho más que lo que contiene la reforma Wert y 4, estas evoluciones son reversibles ; pueden ser anuladas si los electores lo deciden, ya que nadie piensa, no creo que usted lo haga tampoco, que el PP desee salir del marco constitucional perpetuándose en el poder sin organizar las elecciones que la Carta Magna prevee3.
Yo pienso que usted reconocerá que, puestos a buscarle analogías a la evolución del PP, se las encontraremos mejores y más apropiadas en nuestro entorno político actual. El único punto para el que no encuentro una analogía inmediata superior a la que usted realiza con el nazismo es la cuestión de la centralización. Pero lo más probable, me parece, es que si nos ponemos a estudiar las veleidades centralizadoras del PP o de UpyD y las comparamos con la llevada a cabo por el nazismo, las diferencias resultarán pronto tan apabullantes que ningún historiador se pondría a escribir un artículo serio sobre el tema. Y usted tampoco, señor profesor, de eso estoy seguro. Yo creo que ahí reside una parte del problema : ¿no habría que imponerse el mismo nivel de rigor cuando uno escribe para la prensa o para la escuela y cuando lo hace para una revista profesional ? O, por lo menos, ¿no habría que intentar acercarse a ese estándar ?
Quizás critique usted las limitaciones que he impuesto al uso de la analogía, en particular la obligación que postulo de recurrir a la más pertinente. Podrían adoptarse criterios menos estrictos : sería legítima una analogía que no fuese demasiado falsa, cuando se trata de algo particularmente deleznable con lo que toda proximidad debe ser reprobada. Alcanzaría con encontrar algunos elementos comunes para luego emplazar al adversario a que demuestre él la falsedad profunda o la naturaleza espuria de la acusación. Bastaría que el objeto A y el B se parezcan un poco para que la comparación se justifique y desempeñe su función de alerta o aviso de que se acerca uno a algo terriblemente peligroso. Estaríamos recurriendo a una suerte de principio de precaución : lo que yo digo se parece un poco, aunque sea muy poco, a algo terriblemente peligroso. Si bien la similaridad es débil, el riesgo es tan grande que debo, por prudencia, evitar dicho riesgo a toda costa. En su caso, profesor, se ha utilizado, para descalificarlo, su militancia comunista4.
¿Es legítimo este empleo de la analogía ? En todo caso, no podemos negar que recurrimos a él de manera bastante frecuente y espontánea. Podemos verlo como una manera de actualizar enseñanzas del pasado, como un operador que permita proteger el presente de horrores pasados. Vista así, la analogía no es un vector de conocimiento, sino de posicionamiento moral y no se basa en un conocimiento neutro u objetivo sino en una ponderación ética que busca la prudencia y que da un peso especial a ciertos acontecimientos que hieren particularmente nuestra conciencia moral. Ahora bien, estas analogías son difíciles de manejar y su abuso puede producir resultados sorprendentes. En general, recurrimos a ellas sólo cuando nos conviene y las rechazamos cuando cuestionan nuestras certezas. Un riesgo de usar así la analogía es que se derive de la necesidad legítima de protegernos contra males particularmente atroces hacia la instrumentalización de los mismos. Y por supuesto, dicha deriva contiene también el riesgo de la banalización y del acostumbramiento y de que el día en que emerja una situación que presente similaridades profundas con el episodio inicial, el poder de evocación de la analogía se haya atenuado, con lo que se descartará el aviso como un episodio más de la instrumentalización.
Es bastante fácil enjuiciar el recurso a la analogía cuando se la admite sólo con los criterios estrictos que yo proponía más arriba. Lo es mucho menos cuando se admite el uso que acabo de describir. Se trata de apreciar la oportunidad de un enunciado que, por definición, contendrá cierta desmesura…
Yo creo que el primer criterio al que podemos recurrir es el de la riqueza y la elaboración de la analogía. Una analogía como la que usted ha formulado puede considerarse como insultante, pero ganará en admisibilidad si se fundamenta con una argumentación sólida. En este sentido, el lector del artículo, podrá, me parece, sentirse frustrado : es que la argumentación la despacha usted en un párrafo.¿Que no podía usted efectuar los desarrollos que le pido en un artículo de diario ? Seguro. Pero quizás hubiese sido apropiado, por ello mismo, ser más prudente y no incurrir en unas formulaciones lapidarias de las que sólo o casi sólo queda el improperio o la descalificación.
Otro criterio podría ser el pragmático. Se evaluaría la legitimidad de un enunciado excesivo con el rasero de su eficacia. Un gesto desplazado puede disculparse si los efectos que produce son salutíferos. Otro criterio podría referirse a la intención y residir en el estado psicológico de la persona : una persona que actuase impelida por una indignación sincera que no pudiera sofrenar.
Según entiendo, usted mismo lamentó la elección del título de su artículo al atribuir al mismo la consecuencia indeseable de que hubiera oscurecido lo que usted aspiraba a explicar. No podremos pues invocar unos efectos favorables que usted mismo, según entiendo, excluye. Permítame agregar, al margen de estas consideraciones, que, cuando usted declara arrepentirse de aquel título, lo hace refiriéndose a sus consecuencias indeseables que, se entiende, residen más bien en la miopía o a la malevolencia de los lectores que en el hecho de que dicho título haya sido una falta :
« La verdad es que me arrepiento de haber adoptado finalmente la primera opción, no por ahorrarme los insultos, sino porque ha dado lugar a que se reduzca lo que quise decir a un ataque al Partido Popular, cuando lo que me importaba era llamar la atención acerca de una deriva realmente grave de nuestra política, a la que el Partido Socialista no es enteramente ajeno (no he visto que se haya pronunciado abiertamente por la derogación de la reforma laboral, que es una de les piezas esenciales de este desarme democrático). »
Que tenga usted lectores poco piadosos, me parece evidente. No quita que, aquí, no es que se reduzca lo que usted ha querido decir, es que usted lo ha reducido solo. Y es que el problema es que se ha leído no lo que usted quería decir, sino lo que dijo ; lo cual -le confesaré- me parece bastante normal. En lo que usted quería decir, en lo que dijo después5 se incluye la crítica al PSOE ; no en lo que usted dijo. Lo que usted dijo se reduce a una crítica del PP, que es lo que usted deplora que se hizo, pero que es sobre todo lo que usted hizo, lo que usted dijo, si bien no fue, nos dice usted después, lo que usted quería decir.
El último párrafo del segundo artículo que menciono parece designar el curso futuro de los acontecimientos como método para saber quien tiene razón :
« A quienes se han dedicado a insultarme por advertir los riesgos del actual desguace de la democracia en España no tengo más que decirles que bastará que esperemos unos meses para ver cómo evolucionan las cosas: la calle nos dará la razón a unos o a otros. »
Supongo que aquí abandona usted la analogía con el partido nazi y que se refiere a disturbios, pero confieso no entender muy bien cómo podría conectarse lo que pase en la calle con su preocupación por el desguace de la democracia española para transformar los meses consecutivos a la fecha en que se publica el artículo, el dos de abril de 2013, en balanza que permita sopesar sus posiciones y las de sus adversarios. Intuyo, sin embargo, que las protestas que se han producido, cuya amplitud ha ido atenuándose -tengo la impresión- desde la fecha de publicación de su artículo, no le serían muy favorables como indicador.
Tal vez haya usted actuado movido por la indignación. El que se trate de un escrito resta fuerza a este argumento, pero no lo anula. Numerosos han sido en estos últimos tiempos los dictámenes que asocian soberanismo y nazismo6. Considerar su artículo como un rayo en un cielo sereno sería tendencioso. Puede pensarse que su texto es una dolida respuesta a tantas y sulfurosas acusaciones que, desde el nacionalismo español, se han vertido sobre el proceso catalán. De ser así, pienso, señor profesor, que debería usted habérnoslo indicado. Además, me parece que más hubiera valido desmontar unas afirmaciones que, a ojos de muchos, desacreditan7 a sus autores que incurrir usted mismo en excesos.
Yo a usted, señor profesor, lo conocía sólo de nombre. Lo que he estado leyendo en estos días de y sobre usted, si omitimos el artículo que critico, me da ganas de leer sus libros. El escribirle surge, creo, de mi perplejidad. Me gustaría saber, para explicárselo a mis alumnos, cómo articular el artículo que menciono con su obra. Me parece que hay ahí un hiato, pero pienso también que si usted nos ayudase a comprenderlo, a mis alumnos y a mí, y si luego difundiésemos sus comentarios y nuestras interrogaciones, podríamos juntos contribuir a fortalecer los valores de una ciudadanía democrática y la exigencia de que prevalezca una argumentación rigurosa, algo en lo cual usted estará, seguramente, más cómodo que en la polémica mediática.
Lo saluda atentamente,
Sebastiân Nowenstein
professeur agrégé,
lycée Raymond Queneau
Villeneuve d’Ascq
Francia.
 
PD : Publico esta carta en mi blog : http://sebastiannowenstein.blog.lemonde.fr/
 
 

1http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/deriva-nazi-del-partido-popular-2336761

2Jacques Bouveresse, Prodiges et vertiges de l’analogie : De l’abus des belles-lettres dans la pensée, Éditions Raisons d’agir,‎ 1999, 158 páginas.

3A usted le preocupa que la democracia se limite al voto cada 4 años, lo que es, me parece legítimo. Pero no creo que lo lleve dicha preocupación a negar que hay una diferencia fundamental entre poder votar cada 4 años y no poder hacerlo en absoluto.

4http://blogs.elconfidencial.com/espana/notebook/2013/03/23/refutacion-de-la-deriva-nazi-del-pp-10965/

5http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/sobre-destruccion-democracia-2353529

6Un no exhaustivo florilegio aparece en diario.es : http://www.eldiario.es/catalunya/episodios-comparaciones-odiosas-nacionalismo-catalan_0_108839791.html

7Si no condenamos a Martín Fierro, escribe Borges, es porque sabemos que los actos suelen calumniar a los hombres : un título desafortunado no desacredita una obra.

Respuesta del profesor Fontana :

Estimado profesor Nowenstein:

 
Citar el adjetivo “nazi” fue un error, como lo he reconocido, porque se suele asociar únicamente al “holocausto”; pero hay otras muchas cosas características del nazismo, desde su política sindical a la condena del arte no figurativo y de la “entartete Musik”, que no tienen nada que ver con los campos de exterminio. Desde el primer momento dije que lo que estaba comparando era la política recentralizadora del PP con la de Gleichschaltung, que me temía que los lectores desconocerían, y de ahí el añadido “nazi”, y en eso no veo motivos para rectificar. No hubo, por tanto otra “analogía” que ésta; no recuerdo haber sugerido que el PP preparase campos de concentración para exterminar a sus enemigos.
De todos modos es difícil que lleguemos a entendernos, porque hablamos lenguajes distintos. Yo soy un historiador que trata de estudiar la realidad de la evolución política y social del mundo actual en esta era de la desigualdad que está avanzando rápidamente hacia la liquidación de la etapa de progreso social que culminó en la postguerra de la Segunda guerra mundial. La descripción que hago del avance autoritario del PP en ningún momento va encaminada a sugerir que va en dirección hacia la resurrección del nazismo; esta suposición me la atribuye usted gratuitamente. 
No miro hacia atrás, sino hacia adelante, a partir de los datos de un mundo actual que presenta rasgos de una evolución preocupante, en que una desigualdad creciente se asienta en una destrucción gradual de los mecanismos de defensa democrática.
Hace tiempo que Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan denuncian el riesgo que implica para las sociedades avanzadas un proceso combinado de empobrecimiento de la mayoría y de aumento de la represión, que está conduciendo a una asíntota, a una situación límite, que podría llevar a la ruptura social, como ha sucedido en otras ocasiones en el pasado. A lo que añaden: “como las otras clases dominantes en el curso de la historia es probable que [las nuestras] se den cuenta de que han llegado a la asíntota cuando ya sea demasiado tarde”[1].
Una conclusión con la que viene a coincidir, paradójicamente, Nick Hanauer, un próspero empresario norteamericano -uno de los fundadores de Amazon, entre otros muchos negocios, que se considera a sí mismo como un miembro del 0’01 por ciento de los más ricos- quien sostiene que, si bien alguna desigualdad es necesaria para el funcionamiento de una economía capitalista, el grado actual de acumulación de la riqueza está convirtiendo la sociedad norteamericana en cada vez más semejante a la feudal. “Ninguna sociedad puede tolerar este nivel de crecimiento de la desigualdad. De hecho, no hay ejemplo en la historia de la humanidad de que se haya acumulado una riqueza semejante y no hayan aparecido las horcas de la rebeldía. Mostradme una sociedad muy desigual y os mostraré un estado policía. O una insurrección. No hay ejemplos en sentido contrario. No se trata de si…, sino de cuándo”[2].
Hablar de democracia en un sistema político como el español actual, en que lo que hay es un sistema de partidos turnantes que se han apoderado de la interpretación de la constitución a través del control del sistema judicial –le recomiendo, sobre esto, el libro del profesor Bartolomé Clavero, España, 1978. La amnesia constituyente, Madrid, Marcial Pons, 2014- no tiene mucho sentido. Esa democracia ha convertido en un sarcasmo el artículo 47 de la constitución –“Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”- ante la realidad de los doscientos desahucios al día que se han producido en España en el primer semestre de 2014. Pero el fallo fundamental de este supuesto sistema constitucional reside en la evidencia de que no ha servido ni para protegernos de los ataques a nuestras libertades –reforma laboral, ley mordaza, desmantelamiento de los ayuntamientos- ni para poner coto a una corrupción que ha ido adueñándose gradualmente de la administración y de la sociedad españolas hasta extremos nunca conocidos en su historia.

No encontrará usted ni una sola alusión al nazismo en lo que escribo habitualmente, porque lo que trato de explorar es el camino que está siguiendo una sociedad, en términos mucho más amplios que la española, desde que en los años setenta del siglo pasado se inició lo que Paul Krugman llamó la “gran divergencia”, y eso no tiene nada que ver con el nazismo.

Aferrarse a una cita aislada de un artículo, en que se me ocurrió hacer una comparación tal vez desafortunada con la Gleichschaltung –nunca con el nazismo en términos generales- es, cuando menos, un reduccionismo exagerado.

En cuanto a su opinión de que “las protestas que se han producido, cuya amplitud ha ido atenuándose -tengo la impresión- desde la fecha de publicación de su artículo, no le serían muy favorables como indicador”, muestra claramente que su información sobre la realidad española es escasa. Desde las últimas encuestas sobre la intención de voto al encarcelamiento de políticos corruptos, pasando por el escándalo que ha producido saber que se están estrenando unidades del ejército para la represión civil, el panorama está muy lejos de la tranquilidad que usted imagina.

A mi me preocupa una situación como la de España en que hay un paro de más del 20 por ciento, que es de más del 50 por ciento para unos jóvenes que crecen sin esperanzas de futuro, en que la pobreza infantil sigue aumentando y en que los gestores de los “bancos de alimentos” están pidiendo ayuda urgente porque se ven incapaces de hacer frente a las necesidades de la gente que acude a ellos por necesidad. Y la de un mundo en que los hambrientos del África subsahariana se cuelgan de las vallas de Melilla, viendo como juegan al golf del otro lado o se juegan la vida intentando atravesar el Mediterráneo para llegar a un paraíso que no existe.

Entre los historiadores de los que he aprendido lo fundamental de mi oficio figura el Marc Bloch que denunciaba la conducta de quienes se limitaban a investigar en sus despachos en lugar de salir a la calle a hacerse eco de las necesidades colectivas. Y porque pienso que el oficio de historiador me da herramientas para analizar las corrientes que han engendrado la desigualdad creciente que empobrece a los más, pienso seguirlas empleando en esta faena. Lo hago habitualmente con una base de documentación suficiente, porque soy consciente de que cuando se va contra corriente es necesario cargarse de razones, y tengo la costumbre de no usar adjetivos ni descalificaciones. Someterme a juicio por un adjetivo aplicado desafortunadamente me parece excesivo.

Cordialmente,

      Josep Fontana       
Respuesta al profesor Fontana.
Estimado profesor Fontana,
Ante todo, como ya lo he hice ayer por mail, quiero agradecerle el que haya usted aceptado contestar extensamente a mi carta. Le diré, desde ya, que me fue difícil, algo penoso, incluso, enviarle las críticas que formulaba en mi primera carta. Lo fue por el respeto que siento por lo que usted representa, una vida dedicada al estudio y al compromiso en defensa de una sociedad justa y democrática.
Permítame darle algunas explicaciones sobre lo que me llevó a escribirle. Después intentaré contestar a las observaciones que usted formula. Por último, evocaré algunas posibilidades que entreveo para que se reflexione a partir de los avisos que usted efectúa sobre la progresión de las desiguladades sociales y las limitaciones de una democracia muchas veces sólo formal.
En el inicio del año escolar decidí estudiar con mis alumnos el relato de Borges Tema del traidor y del héroe. Al final del mismo, uno de los personajes, Ryan, descubre que su bisabuelo, considerado por todos como un héroe, fue, en realidad, un traidor. Ryan silencia su descubrimiento y publica un libro a la gloria de su antepasado. El estudiar este texto se enmarcaba en una de las nociones que nuestro programa nos impone : Mitos y héroes. Me pareció interesante asociar este texto con los debates que tienen lugar actualmente en España y en Cataluña sobre la historia, con acusaciones cruzadas de su instrumentalización para servir los intereses políticos del momento. Para ello, elegí la cuestión del simposio España contra Cataluña, apoyándome en el artículo que El País publicara sobre el mismo el 11 de diciembre de 2013. Les expliqué a mis alumnos que aquello de lo que se acusaba a los organizadores del simposio era, en esencia, lo mismo que hacía Ryan en el relato de Borges : escribir una historia mítica en función de las necesidades del presente1. También intenté mostrarles la extremada parcialidad y la ausencia de rigor del artículo, que presentaba seis opiniones críticas sobre la realización del congreso y ninguna o casi ninguna en su defensa. Les anuncié a mis alumnos que me había puesto en contacto con una de las participantes del simposio, la señora Cussó, profesora de la universidad de París I, para pedirle que comentara el artículo. Por mi parte, escribí a la defensora del lector del diario, Lola Galán, para realizar una serie de observaciones sobre la inadecuación entre los principios éticos del diario2 y el artículo, pidiendo a la señora Galán que tuviese a bien contestar a las mismas. Le diré, a título anecdótico, que una de las críticas que formulo se refiere al que no se recabase su propia opinión, señor profesor, sobre el simposio cuya lección inaugural debía usted pronunciar3. Ambas señoras, para mi satisfacción y, creo, para la correcta información de mis alumnos, tuvieron a bien contestar, con suma cortesía, a mis cartas. En relación con mis intercambios con El País, que son los que me condujeron a su artículo, le diré que la respuesta de la defensora del diario me animó a analizar críticamente la manera en que se realizaba en dicho órgano el seguimiento de la cuestión catalana en una nueva misiva que se encuentra también en mi blog4. Uno de los artículos que analicé en mis comentarios citaba una frase del profesor Ballbé, que entendía ilustrar el proceso de consulta del 9-N con una analogía sorprendente : « Es como si para juzgar a un negro se elige un jurado formado solo por miembros del Ku Klux Klan »5 6. La comparación empleada por el profesor Ballbé me llevó a intentar entender el recurso a ella en el debate que se desarrolla actualmente en España y en Cataluña. De hecho, la del empleo de la analogía es una cuestión que me interesa desde hace bastante tiempo, en sus diferentes vertientes, lingüística, cognitiva o antropológica. Intuyo, en particular, que la intensificación de dicho procedimiento retórico puede contribuir a dificultar el que se hallen salidas negociadas, sensatas y no cruentas a los conflictos sociales y políticos. Por el contrario, la moderación en su empleo puede facilitar la discusión racional y concreta sobre los puntos que separan a los adversarios. La manera en que yo interpreto los textos legales que rigen mi profesión en Francia me lleva a pensar que forma parte de mis funciones el incitar a mis alumnos a que no se dejen llevar por el abuso de la analogía hacia posiciones enconadas e irreductibles que tal vez no lo sean tanto en sus fundamentos. Entiéndame, señor profesor, no pretendo en absoluto que se renuncie a la crítica o que se rehuya el conflicto. Lo único que digo es que, antes de entrar en él hay que estar seguro de que los diferendos son profundos y reales y no el resultado de aceleraciones retóricas. Además, si me permite tomar de nuevo el ejemplo de su artículo, lo que pasó, como usted mismo lo explica, es que las severas y fundadas críticas que usted formula sobre la situación que conoce nuestro país quedaron ahogadas en un tumulto de reacciones indignadas, sinceras o no, que permitieron descartar sus críticas sin tener que tratarlas convenientemente. De manera quizás paradójica, la analogía no controlada intensifica a un tiempo el conflicto y soslaya la crítica racional y radical, porque el debate, aunque intenso, se vuelve primario, visceral.
De la declaración del señor Ballbé, pasé al título de su artículo. De él, a un repaso de la proliferación del adjetivo nazi en los intercambios políticos en España en los últimos tiempos. No sé si tengo escasa información sobre la situación española, como usted lo sugiere, seguramente será cierto ; lo es, seguro, en comparación con aquélla de la que usted dispone. Pero permítame justamente hacerlo partícipe de mi reacción de observador foráneo que es de, digamos, sorpresa y perplejidad. En la carta que le dirigí cito un artículo de eldiario.es que recapitula algunas de las declaraciones de personas eminentes que recurren al adjetivo nazi en relación con el denominado proceso soberanista, pero podría haber citado otros muchos ejemplos. A ello se agregan actos oficiales, lo que es sin duda más grave, en que se igualan a quienes sirvieron en el ejército republicano con los que lo hicieron en la División Azul. Ayer recibí un texto de la señora Cussó, que menciona unas increíbles declaraciones del señor Tertsch7 sobre el fusilamiento de Companys. Buscando informaciones sobre dicho señor, encuentro unas extraterrestres8 palabras suyas en las que, desde Telemadrid9, asegura que Podemos matará si llega al poder. Por favor, no piense usted que lo pongo en el mismo saco que las personas que acabo de citar, nada más lejos de mi intención. Lo que intento transmitirle es la reacción de perplejidad que se siente desde fuera cuando se pone uno a leer la prensa española. Yo tengo la impresión de que el país está inmerso en una vorágine de discursos que al mismo tiempo crispan e impiden que se plantee eficazmente lo que realmente cuenta, todos esos puntos que usted menciona en su artículo y en la carta que me dirige. En estas circunstancias, yo creo que nosotros, docentes, que tenemos el deber de formar a los ciudadanos de mañana, debemos exigir de quienes toman parte en el debate público que hablen a la juventud de manera leal. Como ciudadano, pienso que imponer a la sociedad algunas de las pautas de respeto y de lealtad intelectual que han de imperar en las escuelas es algo deseable.
El escribirle a usted parte de la continuidad que puedo establecer, a través de su nombre, entre los documentos que voy estudiando con mis alumnos ; el volver a encontrar en un documento a alguien que ya han visto en otro les resulta atractivo10. Pero también, lo que me ha interesado, es que usted ha corregido su posición, lamentando haber empleado el adjetivo nazi. Por lo que he ido viendo, es algo inhabitual reconocer el error. Además, creo que usted, por su envergadura intelectual, puede ayudarnos mejor que otros a entender lo que puede llevarnos a esa especie de espiral retórica que percibo desde el exterior. La dificultad reside, como usted señala en la carta que me manda, en que quizás no sea en sí éste un tema que le interese o corresponda a su trabajo. Espero que le interesen más las posibilidades que sugiero en la última parte de esta carta.
Me permitiré contestar ahora a algunas de las observaciones que usted formula.
Estoy de acuerdo con usted en que en su artículo se acotaba el alcance de la semejanza entre los objetivos del PP y los del NSDAP. Le diré, sin embargo, que tengo dudas sobre la posibilidad cognitiva, por calificarla de algún modo, de realizar dicha acotación. Yo creo que nuestra responsabilidad puede ser limitada por una acotación como la suya, pero sólo en parte, porque, en la mente del lector, inevitablemente, se extenderá la analogía a otros campos. Por lo tanto, creo que puede defenderse el que la extensión que yo efectúo y que usted califica de gratuita reposa no en una arbitrariedad, sino en lo que es el funcionamiento normal del cerebro de sus lectores, que su declaración liminar no puede constreñir eficazmente. Yo creo que en esta cuestión, tal vez, en efecto, profesor, hablemos lenguajes diferentes. Yo uso un enfoque cognitivo para establecer el perímetro de una responsabilidad y usted se refiere sin duda a otras tradiciones intelectuales.
En relación con el anuncio de que el nivel de desigualdad no puede sino conducir a revueltas futuras, yo pienso que su debilidad reside en la ausencia de límite temporal. Anunciar que habrá revueltas es fácil ; la falsedad posible de dicho enunciado es inverificable : siempre se podrá decir que la revuelta está por venir. Atribuir estas futuras revueltas a la pobreza y a las desigualdades es probable, pero también inverificable. Quizás pueda fundarse más eficazmente el rechazo del acrecentamiento vertiginoso de la desiguldad que usted describe no a través del argumento pragmático del temor a las revueltas futuras sino a partir del presente y de nuestra negativa a aceptar dichas desigualdades. Se puede y se debe proclamar, pienso, que el pueblo soberano tiene derecho a negarse a vivir en un mundo de injusticia y desigualdad y que no se lo puede privar de la libertad de modificarlo a través de la constitucionalización de cierto modelo económico o de su presentación falaz como natural.
Lo que nos lleva a las cuestiones de derecho que usted menciona. Leeré con mucho gusto el libro que me recomienda, en cuanto me lo pueda procurar. Sobre estos temas he estado trabajando con las publicaciones del profesor Michel Troper, que se apoya en Kelsen y su Teoría pura del derecho. Yo creo que la cuestión de la legitimidad democrática de la acción de los tribunales constitucionales en general y la del español en particular es de una enorme importancia en nuestros días. Lo que he estado leyendo sobre la manera en que ha intervenido el tribunal constitucional español en la cuestión de los referendums vasco y catalán, así como en la cuestión del estatuto, me lleva a pensar que cuando el profesor Pérez Royo11 habla de golpe de estado no está cometiendo ninguna exageración culpable. No he terminado mi análisis, pero lo que voy entendiendo es que le tribunal constitucional se ha arrogado un poder de creación de derecho que la constitución no le da explícitamente y que ha llegado hasta instituirse en poder estatuyente. El rechazo del referendum catalán es una construcción muy débil que se funda en gran parte no en la Constitución misma sino en una sentencia precedente del tribunal constitucional, cuya jurisprudencia es, en derecho español y muy poco democráticamente, de aplicación obligatoria por los tribunales.
En lo referente a los desahucios, me permito remitirle a una clase que publico en mi blog12 en que analizo la situación creada por la especie de insurrección judicial que desencadenaron los jueces decanos con su declaración unánime tras sus XXII jornadas de Barcelona, del 5 al 7 de noviembre de 2012, reaccionando ante la situación insoportable en que los ponía un derecho injusto. Agrego que las disposiciones constitucionales que usted menciona pueden ser analizadas como proclamaciones puramente retóricas, como lo hacen los profesores Tropper y Hamon13 cuando comentan el uso de fórmulas como soberanía nacional o popular, indicando que tal vez se empleen con el único objeto de conseguir la adhésión popular y sin la menor intención de que tengan consecuencias reales. Pero también existe la posibilidad de que el ciudadano, aun a sabiendas de cuál era la intención del legislador o del constituyente, apoyándose en la imposibilidad estructural de que se reconozca, explícitamente, su valor puramente retórico -y el cinismo de quien las proclama-, las utilice para legitimar su combate. Por lo tanto, no alcanza con constatar la ineficacia en los hechos de tal o cual disposición para demostrar su inutilidad. La misma sólo sería completa si se constriñera totalmente su interpretación, lo cual, he de reconocer, es lo que pasa a menudo en España con la actuación del tribunal constitucional cuya jurisprudencia, como lo decía, es de aplicación obligatoria.
Entiendo que critique usted que me refiera a un adjetivo de un artículo, cuando tiene usted publicados decenas de libros y artículos. Pero permítame que haga tres observaciones : la primera es que yo no buscaba estimar una obra, sino entender la manera en que está funcionando el debate público en España. La segunda es que el seleccionar el artículo se acompañaba del pedido de que usted formulase las observaciones que desease, las cuales figurarán junto al artículo en lo que yo difunda. La tercera es que yo precisaba, citando a Borges que un título desafortunado no desacredita una obra.
En lo que se refiere a la gravedad de la situación española estoy plenamente de acuerdo con usted. Mi crítica era metodológica y se refería únicamente al recurso a un indicador que me parecía imperfecto y que comporta el riesgo de que se descarten sus observaciones por razones que no serían válidas. Comparto su horror ante la hecatombe del Mediterráneo, comparto su preocupación por el paro, comparto su admiración por Marc Bloch.
¿Puedo hacer extensiva la enseñanza de éste último a la docencia secundaria ? ¿Cuál es la legitimidad que tengo yo si lo hago ? Usted, como historiador tiene la facultad de orientar su trabajo como lo desee. Y como profesor universitario se le reconoce sin duda una mayor libertad de cátedra que a mí, docente del secundario. Yo, si quiero hacer mía la exigencia de Bloch, debo disponer no sólo de una autoridad intelectual sino también de una base legal, que encuentro en el artículo L111-1 del código de la educación francés : « Outre la transmission des connaissances, la Nation fixe comme mission première à l’école de faire partager aux élèves les valeurs de la République ». Esta exigencia la recoge también la legislación española, en los artículos 1 y 27.2 de la ley orgánica de educación : « La transmisión y puesta en práctica de valores que favorezcan la libertad personal, la responsabilidad, la ciudadanía democrática, la solidaridad, la tolerancia, la igualdad, el respeto y la justicia, así como que ayuden a superar cualquier tipo de discriminación. » ; « El Estado tiene como obligación formar a todos los ciudadanos y ciudadanas en valores y virtudes cívicas que favorezcan la cohesión social »14.
Yo considero que estos textos me permiten, como usted dice, salir a la calle. Es lo que intento hacer cuando escribo -todavía no he terminado, estoy en ello- a todos aquéllos cuyos nombres aparecen en un artículo, pidiéndoles que reaccionen a lo que se dice en mi clase. También, cuando busco imponer la ética de la discusión racional más allá de los muros de mi aula y cuando exijo, apoyándome en mi función, que se me15 den respuestas racionales y argumentadas sin recurrir a triquiñuelas retóricas, pues, afirmo, la obligación intelectual de no engañar se transforma en obligación moral de hablar claramente cuando alguien se dirige a los ciudadanos de mañana cuya formación la nación nos confía a nosotros, docentes. Creo, asimismo, que tiene que haber una continuidad intelectual entre la enseñanza que dispensamos y lo que se hace en el pensamiento y en la investigación. El material que preparamos debe poder servir no sólo para preparar un examen sino también para reflexionar, dentro y fuera del aula, que sea uno alumno o no, durante los estudios y después de los mismos.
Señor profesor, voy a dar su carta a mis alumnos. Pero me gustaría proponerle que fuésemos más lejos. Le propongo que me transmita material, textos suyos o de otros, para que yo los difunda entre mis compañeros, españoles y franceses, para que los someta a comentario y, también, para que exija respuestas institucionales. Yo pienso, profesor, que se puede ningunear a un investigador, por más prestigioso que sea, pero que es más difícil ignorar una exigencia colectiva de argumentación racional que emane institucionalmente de la escuela. Usted tiene cuestionamientos cívicos a los que no se contesta, yo tengo la misión de formar a los ciudadanos de mañana y el deber de exigir respuestas. Trabajemos juntos.
Un saludo cordial,
Sebastián Nowenstein.
 

1En el relato de Borges, no se explicitan las motivaciones de Ryan, que quizás él mismo ignore. Pero el lector entiende que la falsificación de la historia en que incurre el personaje tiene por efecto fortalecer el mito fundacional de la Irlanda independiente y ficticia del relato.

2http://blogs.elpais.com/defensor-del-lector/doc/principios_eticos.pdf

3El punto 1.2 de los mencionados principios dispone que la información ha de ser « lo más completa posible » y debe, reza el mismo punto, ayudar « al lector a formarse su propia opinión ». En lo que a mí se refiere, la lectura del artículo no me permtió formarme una opinión, justamente, porque la información no era completa. En efecto, la posición de los historiadores participantes en el simposio, algunos de ellos tan presitigiosos como el maestro Fontana, no aparece en el artículo, si no es a través de las palabras vertidas por el señor Sobrequés –que el periodista no juzgó oportuno entrevistar- durante la presentación del simposio y escuetamente citadas en el texto. Es sintomático que la explicación de la participación del señor Fontana no se busque en el interesado sino que se solicite a uno de los adversarios del mismo, que confiesa su perplejidad y atribuye dicha participación a una supuesta tendencia a los planteamientos maniqueos del reconocido historiador. Mucho he echado en falta que no sometiese el periodista las mencionadas valoraciones psicológicas al principal interesado. El no hacerlo suscita la impresión de que se trata de un dictamen objetivo o científico que no requiere mayor cuestionamiento. http://sebastiannowenstein.blog.lemonde.fr/2014/10/23/lettre-a-la-defensora-del-lector-de-el-pais-espagnol/

4http://sebastiannowenstein.blog.lemonde.fr/

6He transmitido, espero que haya recibido el mensaje, mis observaciones al profesor Ballbé, quien, por el momento, no ha contestado a ellas.

7https://twitter.com/hermanntertsch/status/338207695171641344

8Discúlpeme por los extraños adjetivos que utilizo, yo tengo una obligación de neutralidad en las declaraciones que formulo en el ejercicio de mis funciones.

9http://www.publico.es/politica/538040/hermann-tertsch-monedero-e-iglesias-matarian-a-gente-sin-ningun-problema

10Agrego otra motivación : la de rastrear de la manera más completa posible la inserción y las interacciones de un texto con su entorno.

11http://elpais.com/diario/2007/02/10/espana/1171062012_850215.html

12http://sebastiannowenstein.blog.lemonde.fr/2014/10/27/desahucios-y-orden-constitucional/

13« En quatrième lieu, l’opposition traditionnelle néglige l’usage rhétorique que les constituants peuvent faire de formules comme souveraineté nationale ou souveraineté populaire. Il est possible et il arrive fréquemment qu’on les proclame sans autre souci que d’obtenir une adhésion populaire, mais sans aucune intention d’en tirer la moindre conséquence » Michel Troper, Francis Hamon, Droit Constitutionnel, LGDJ, 33 éd., p 85.

14Es posible que, las disposiciones que cito se proclamen sin que se exista realmente la voluntad de que produzcan efectos (ver nota 8). Esta suposición, sin embargo, no anula la posibilidad de que el ciudadano o el funcionario funde en ellas la legitimidad de su acción.

15No a mí como persona, sino a mí como docente.

El profesor Fontana, en su repuesta me transmitió el texto siguiente :

Una ojeada al problema de la desigualdad

Que el de la desigualdad sea uno de los mayores problemas de nuestro tiempo lo admite incluso Janet Yellen, que preside la Reserva Federal de los Estados Unidos, quien dijo, en una conferencia pronunciada el 17 de octubre en Boston:

La extensión y el continuado aumento de la desigualdad en los Estados Unidos me preocupa seriamente. Las últimas décadas han visto el aumento más sostenido de la desigualdad desde el siglo XIX. (…) Según algunas estimaciones, la desigualdad en la riqueza y en los ingresos está hoy cerca de los mayores niveles que haya alcanzado en los últimos cien años (…) y probablemente por encima de los de la mayor parte de la historia anterior de los Estados Unidos”. Una apreciación que completaba con afirmaciones como esta: “la mitad inferior de los hogares en términos de riqueza tenía en 1989 un 3 por ciento de la riqueza global y sólo un uno por ciento en 2013”1.

Esta manifestación se producía al mismo tiempo que la prensa se hacía eco del informe sobre la riqueza mundial publicado por Credit Suisse2, que mostraba que el problema tenía una dimensión planetaria: el 8’6% de los más ricos reúnen más del 85% de la riqueza mundial, mientras que el setenta por ciento de los más pobres no llegan a poseer conjuntamente ni un tres por ciento. Por otra parte, el rasgo más alarmante de los cálculos de Crédit Suisse es el que se refiere a la rapidez con que la desigualdad ha crecido en un solo año, lo que ha llevado a Danny Dorling a decir que si este ritmo continuase: “en cinco años el uno por ciento de los más ricos del planeta lo poseerían todo y los pobres no tendrían nada”, lo que demuestra que este ritmo de acumulación es insostenible3.

Una visión global de la evolución histórica de la desigualdad, desde 1820 hasta la actualidad, aparece en una publicación reciente de la OECD4, preparada por un equipo de investigadores que proceden sobre todo de universidades holandesas y que se presentan como continuadores de la obra de Angus Maddison. Estos, empleando como unidad de medida el índice Gini, confirman también que desde 1970 se está produciendo un aumento progresivo de la desigualdad de los ingresos en la mayoría de las naciones de la Europa occidental y de los “Western offshoots” (de sus antiguas colonias emancipadas).

Aunque la mejor referencia a esta historia de la desigualdad es, sin duda, el reciente trabajo de Emmanel Saez y David Zucman sobre la evolución de la desigualdad de la riqueza en los Estados Unidos desde 1913, que se hizo público en octubre pasado 5, donde concluyen que “el crecimiento de la desigualdad de la riqueza se debe casi por entero al aumento de la parte que corresponde al 1 por mil de los más ricos, que ha pasado del 7% en 1979 al 22% en 2012”. Una proporción, la de este 22%, que viene a estar muy cerca de la riqueza total del 90% de los de abajo.

Los mecanismos que producen la acumulación del beneficio en el decil más alto de la tabla son fundamentalmente la disminución del gasto salarial y la de los impuestos. Este mismo factor contribuye a explicar el empeoramiento de los deciles más bajos: menos ingresos por el trabajo y una disminución de los servicios sociales que proporcionan los gobiernos, como consecuencia de la incapacidad financiera de éstos. A lo que hay que sumar un fenómeno que hay que considerar separadamente, como es el del endeudamiento creciente de las capas bajas y medias.

La forma en que las políticas llamadas de austeridad han favorecido esta polarización de la riqueza se denuncia en un estudio publicado esta semana en Gran Bretaña, donde se concluye que “las reformas tuvieron el efecto de hacer una transferencia de ingresos de la mitad más pobre de los hogares (…) a la mayoría de los de la mitad de los más ricos, sin beneficio neto para la hacienda pública”6.

Que haya una disminución de los costes salariales es algo que se produce incluso en la economía de los Estados Unidos en momentos en que su recuperación puede considerarse completa. El paro llegó en octubre pasado al 5’8 por ciento, pese a lo cual no se ha producido la esperada subida de los salarios, sino que estos se mantienen estancados, de modo que ha podido señalarse que “la paga media semanal de los trabajadores a tiempo completo a mediados de 2014 está ligeramente por debajo de lo que era en 2011” 7, a lo que hay que añadir que el descenso es mucho mayor para los trabajadores a tiempo parcial. Más grave es aún la situación en la Unión Europea, donde las cifras del paro se mantienen en el 11’5 % y donde abunda más el trabajo a tiempo parcial, que en algunas actividades funciona con contratos de diez, de ocho o de cero horas8.

Hace unos años que un estudio sobre el empleo en los Estados Unidos mostró que las reducciones de plantilla de las grandes empresas solían compensarse con la contratación de nuevo personal en categorías salariales inferiores, a la vez que se comprobaba que las reducciones se producían con más frecuencia en las empresas en que era mayor la proporción de trabajadores sindicados, con el fin de eliminar el coste mayor de sus salarios9. De ahí que le sorprenda a uno que la Comisión Europea descubra ahora que los recortes salariales en España afectan más gravemente a los trabajadores con contratos temporales10. ¿Habrá que explicarles cómo funciona el mundo real?

Un estudio realizado por la OECD, la OIT y el Banco Mundial sobre la situación de los países del G20 no sólo muestra el estancamiento a la baja de los salarios entre 2006 y 2013, sino que contrapone estos datos con los del aumento de la productividad, que ha crecido en más de un 15 por ciento entre 1999 y 2013, a la vez que señala que la participación del trabajo en la riqueza producida –que se define como la relación entre la compensación del trabajo y el producto doméstico total- ha descendido en todas las economías avanzadas entre 1970 y 2013 en términos diversos, con una pérdida máxima en el caso de España, donde el descenso supera el 16 por ciento. Lo cual conlleva una disminución del consumo, “puesto que –se añade- la remuneración del trabajo es la principal fuente de ingresos para la mayoría de los hogares” 11.

Barack Obama señalaba el mes pasado lo que esto significa en términos económicos y humanos: “Cuando las familias de clase media no se pueden permitir comprar los bienes o servicios que nuestro negocios venden, esto hace más difícil que nuestra economía crezca. Nuestra economía no puede tener éxito si nos encontramos atrapados en un sistema… en que un grupo cada vez más reducido va muy bien y una mayoría creciente tiene que luchar para salir adelante”12.

Que la desigualdad sea un obstáculo para el crecimiento es algo que reconocen los investigadores del Fondo Monetario Internacional13, en un estudio en que acaban concluyendo –leo literalmente- que “lo que los gobiernos hacen para redistribuir no parece haber llevado a malos resultados en términos del crecimiento, a menos que las medidas fueran extremadas, y el estrechamiento resultante de la desigualdad ha ayudado a apoyar un crecimiento más rápido y más duradero, a parte de las consideraciones éticas, políticas y sociales”, lo que, como ven, es una forma muy retorcida de decir algo que va en sentido contrario a las recomendaciones políticas que el Fondo suele hacer a los gobiernos, cuando les exhorta a que se esfuercen a bajar los salarios. Pero lo que es realmente extraordinario en que incluso la agencia de calificación Standard and Poor’s se ha manifestado en el mismo sentido al hacer al aumento de la desigualdad responsable de la débil recuperación que ha seguido a la crisis de 2007-2008 14.

Neil Irwin lo razona del siguiente modo: “Los ricos tienden a ahorrar una gran proporción de sus ingresos, mientras que la gente de ingresos medios y bajos gastan casi todo lo que ganan. Dado que una parte creciente de los ingresos va a parar a manos de los ricos, el gasto –y en consecuencia la demanda agregada- crece más lentamente de lo que haría de existir una distribución más equilibrada del ingreso”. A lo que añade, comentando las buenas cifras de crecimiento de la economía norteamericana en el tercer trimestre de este año, que lo más preocupante es lo que puede pasar “si las fuentes de demanda privada no empiezan a crecer más de lo que lo han hecho en el pasado verano” 15.

Y si estas circunstancias se dan en un país como Estados Unidos, donde se considera que se ha alcanzado una plena recuperación en el terreno del empleo (aunque quede el problema de verificar si, más allá de las cifras de ocupación, la “calidad” del empleo es comparable a la de antes de 2008), no cabe duda de que la disminución de la demanda agregada ha de ser mayor en el resto de un mundo en que la Organización Internacional del Trabajo calcula que había a fines de 2013 un total de 202 millones de parados y que esta cifra se prevé que aumente hasta 215 millones en 2018 16.

Hay otro aspecto fundamental en que estos factores que engendran desigualdad influyen en las dificultades de la economía, como es el de la imposibilidad de eliminar la carga de la deuda, de proceder al “desapalancamiento”, tal como lo señala el informe de una conferencia internacional del Center for Economic Policy Research celebrada en Ginebra en septiembre17, que nos muestra que la dimensión del endeudamiento global, excluyendo el sector financiero (esto es, la suma de las deudas de los gobiernos y las privadas), asciende al 212 por ciento del PIB (y en el caso de la Eurozona, al 257 por ciento). Si recordamos que los análisis acerca de las causas de la crisis de 2008 insisten en atribuir un papel esencial al endeudamiento privado, haríamos bien en preocuparnos por esto18.

En los estudios de Saez y Zucman que he citado se señala que “el endeudamiento creciente de la mayor parte de los norteamericanos es la causa principal de la erosión de la parte de riqueza de las familias del 90% más bajo”, a lo que se añade que a ello han contribuido las oportunidades de obtener crédito que ha ofrecido el proceso de desregulación financiera, que ha dejado en algunos casos a los consumidores insuficientemente protegidos de algunas formas de crédito depredador.

Esto no es una alusión a la crisis de 2007-2008, sino al endeudamiento masivo de los hogares norteamericanos, que tan solo en los tres últimos meses de 2013 aumentaron sus deudas en 241.000 millones de dólares, como consecuencia, sobre todo, de los “payday loans”, por los que se paga un interés anual medio del 350%. La situación ha llegado a un punto en que el auge del crédito de dudosa fiabilidad empieza a alarmar a las autoridades, que temen el estallido de una nueva burbuja. Hay que contar, por una parte, con los créditos a empresas de limitada solvencia, que generan una deuda que se vende a fondos de inversión, fondos de pensiones, etc.19 Viene después el crédito en el terreno de la vivienda, donde la disminución de los pagos de entrada y de las exigencias de solvencia de los compradores están llevando a un aumento progresivo de la inseguridad20. Y, sobre todo, una proliferación del crédito subprime, concedido por empresas como OneMain Financial, de Citigroup, que tiene 1.300.000 clientes. El 60 por ciento de las cuentas de OneMain son “renovaciones”, esto es cuentas de clientes que no han podido pagar a tiempo y que van compensándolo durante años en pagos mensuales en que se acumulan intereses que pueden llegar a superar el 30 %.

El sistema está garantizado por 360.000 cobradores de deudas encargados de encontrar a los deudores y hacerles pagar, que actúan con una notable eficacia. Por ejemplo, un ciudadano que se arruinó en 2009, dejando impagados 7.000 dólares de su tarjeta de crédito, se vio sorprendido, cuando encontró un nuevo trabajo, al ver que la nómina del primer mes tenía un descuento del 25% que estaba destinado a pagar su deuda con OneMain, que entre tanto había pasado de 7.000 a más de 15.000 dólares.

Aunque hay métodos que funcionan más rápidamente aún. Por ejemplo las ventas de automóviles, que son una de las mayores fuentes de este tipo de endeudamiento, con un 27% de compradores de escasa solvencia, que han alcanzado un volumen de 145.000 millones en los tres primeros meses de 2014 –se me ocurrió entrar en Google por “auto loans” y en el primer texto que pinché apareció un titular que decía “Hemos encontrado siete préstamos de auto para usted”. Los prestamistas han encontrado un método seguro, que es vender el automóvil con un mecanismo, que al parecer se ha instalado ya en unos dos millones de vehículos, que permite detener a distancia el funcionamiento del motor, por lo que un comprador que se retrase en el pago del plazo puede encontrarse con que el motor del automóvil se detiene mientras va a toda marcha por una carretera o que no le permite volver a casa con la compra del supermercado21.

¿Cuál es la situación de la economía española en este terreno? Un artículo de Cinco días del 6 de octubre pasado dice: “España debe al exterior 1’11 billones de euros netos, algo más del 100% del PIB, la ratio más alta de la OECD”, a lo que añade que la “deuda bruta”, la que estado, banca y empresas tienen que refinanciar, asciende a 2’48 billones, un 250% del PIB, que este año va aumentar un tanto, por el lento desapalancamiento y la vuelta al déficit. Habría que añadir a esto el funcionamiento del crédito interior, que debe tener sus problemas, por cuanto el Banco de España señala que los créditos impagados, los “non performing loans”, habían aumentado en febrero de 2014 en un 21’4% respecto del año anterior22.

Por cierto, el diccionario de la Real Academia Española no reconoce el término “apalancamiento” en el sentido de “leveraging”, ni sabe siquiera que exista “desapalancamiento”, lo que demuestra hasta qué punto la Academia vive alejada de los problemas del mundo real.

Volvamos, sin embargo, a las consecuencias de la desigualdad. Al margen de lo que significa como obstáculo al crecimiento, la desigualdad en el interior de las sociedades del mundo desarrollado preocupa también en términos del efecto que puede tener en la estabilidad social. Hace tiempo que Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan denuncian el riesgo que implica para las sociedades avanzadas un proceso combinado de empobrecimiento de la mayoría y de aumento de la represión, que está conduciendo a una asíntota, a una situación límite, que podría llevar a la ruptura social, como ha sucedido en otras ocasiones en el pasado. A lo que añaden: “como las otras clases dominantes en el curso de la historia es probable que [las nuestras] se den cuenta de que han llegado a la asíntota cuando ya sea demasiado tarde”23.

Una conclusión con la que viene a coincidir Nick Hanauer, un próspero empresario norteamericano -uno de los fundadores de Amazon, entre otros muchos negocios, que se considera a sí mismo como un miembro del 0’01 por ciento de los más ricos- quien sostiene que, si bien alguna desigualdad es necesaria para el funcionamiento de una economía capitalista, el grado actual de acumulación de la riqueza está convirtiendo la sociedad norteamericana en cada vez más semejante a la feudal. “Ninguna sociedad –dice- puede tolerar este nivel de crecimiento de la desigualdad. De hecho, no hay ejemplo en la historia de la humanidad de que se haya acumulado una riqueza semejante y no hayan aparecido las horcas de la rebeldía. Mostradme una sociedad muy desigual y os mostraré un estado policía. O una insurrección. No hay ejemplos en sentido contrario. No se trata de si…, sino de cuándo”24.

Hay, además, otro problema que suele pasarnos por alto, como es el de la desigualdad a escala internacional. No se trata ahora de las habituales comparaciones entre los índices del PIB de diversos países, que permiten hablar, por ejemplo, del progreso de las economías africanas, sino de la realidad interna de estas comunidades25. Parece claro que para estas comparaciones resulta más útil el empleo de la llamada “Palma ratio”, que relaciona el ingreso del 10% de los hogares más ricos con el del 40”% de los más pobres; pero no es este problema de medición el que me interesa, sino el del impacto de la desigualdad26.

Jim Yong Kim, que es el presidente actual del Banco Mundial, decía en una entrevista publicada en abril de este año que el acceso a internet (sobre todo a través de los teléfonos móviles) por parte de la población del mundo subdesarrollado está creando las condiciones para que todos puedan saber cómo viven los demás –esto es, los ciudadanos medios del mundo desarrollado- lo cual significa que “el próximo gran movimiento social” podría estallar en cualquier lugar y en cualquier momento27.

De hecho, es esta evidencia de la terrible distancia que existe entre nuestros niveles medios de vida y los del mundo subdesarrollado lo que anima ese gran movimiento de desplazamiento de la población del África subsahariana hacia la frontera del Mediterráneo, que se vive cada día en las vallas de Melilla –donde los subsaharianos encaramados en las rejas ven cómo los ciudadanos de Melilla juegan al golf- o en las pateras en que hombres, mujeres y niños se juegan la vida para llegar a un paraíso que no existe.

Si la desigualdad es un problema que amenaza la continuidad del crecimiento y conduce a una fractura social ¿qué se puede hacer para frenar su aumento? Las soluciones que se nos ofrecen habitualmente no pueden tomarse en serio, comenzando por la más conocida, la de Piketty, que hace un tiempo que se dedica a repetir que todo se resuelve con un impuesto sobre el capital28, lo cual parece razonable, salvo que, lamentablemente, olvida explicarnos cómo se consigue implantar semejante impuesto de manera efectiva en el mundo real en que vivimos. Tal simplicidad deriva de su visión histórica de la desigualdad como un hecho natural e inevitable: la fatalidad de la desigualdad r>g. Como dice José Gabriel Palma: “‘r’ es actualmente mayor que ‘g’ como resultado directo de la acción humana y no como consecuencia de las supuestamente inevitables actuaciones de la mano invisible”29. En el mundo de la realidad, la fórmula de Piketty requiere unas instrucciones adicionales acerca de las medidas políticas necesarias para su implantación. Como ha dicho Stiglitz, el debate sobre la desigualdad es, en realidad, un “debate sobre la naturaleza de nuestra sociedad”: débil crecimiento y desigualdad, añade, son en realidad opciones políticas30.

Remediar esta situación exigiría recuperar la capacidad de los gobiernos para imponer una fiscalidad que les permitiera restaurar y restablecer los servicios sociales que están degradándose día a día, y devolver a los sindicatos la capacidad de negociar salarios y condiciones de trabajo en un contexto como el de entonces 31. O, como dicen Saez y Tucman, poner en práctica “políticas que deriven el poder de negociación de los accionistas y los administradores hacia los trabajadores”. El problema es que estos son objetivos inalcanzables en las perspectivas vigentes, gane quien gane las próximas elecciones para el gobierno, en Madrid, en Berlín o en Washington.

Esta incapacidad de prever soluciones para este tipo de problemas es preocupante. Reconozco que mi pánico ha aumentado al leer hace unos días las estimaciones diversas y contradictorias de los economistas norteamericanos que discutían el papel que han tenido los “estímulos” de la Reserva Federal norteamericana, a los que se ha puesto término recientemente. Lo más sensato que he leído ha sido la afirmación de Ben Bernanke de que es evidente que se trata de una política “que funciona en la práctica, pero no en la teoría”32. Y eso, que parece una boutade, es algo que debería hacernos reflexionar, porque está claro que las medidas de política económica suelen tomarse de acuerdo con lo que propone la teoría.

Lo cual resulta alarmante porque lo que viene a continuación es el alza de los tipos de interés, que están pidiendo los mismos que en estos últimos años han venido imponiendo las políticas de austeridad. Como decía Binyamin Appelbaum hace menos de un mes “el foco se dirige ahora a los tipos de interés”. Lo cual puede ser especialmente grave en una situación que tiende a la deflación y en una economía como la española, que va soportando su tremenda carga de endeudamiento gracias a los bajos tipos actuales. Como de costumbre, la crisis puede encontrarnos desprevenidos.

Es evidente que hemos avanzado mucho en el terreno de descubrir la desigualdad, evaluarla y definir sus consecuencias. Pero no hemos sido capaces de encontrar soluciones que sean aplicables a su remedio en las condiciones existentes. Lo cual significa que va a ser necesario buscar caminos nuevos e inventar soluciones de futuro, dado que las viejas son irrecuperables. Pienso que los historiadores, que tenemos un horizonte mental más amplio que el de nuestros colegas de otras disciplinas, más encerrados en sus respectivas ortodoxias, estamos especialmente preparados para ayudar a pensar en el futuro. Y será bueno que los que pueden y deben hacerlo, que son los jóvenes, se pongan al trabajo. Porque se están jugando su futuro.

Josep Fontana

1 Janet Yellen, “Perspectives on inequality and opportunity from the Survey of Consuemr Finances”, conferencia pronunciada el 17 de octubre de 2014 en el Federal Reserve Bank of Boston, Boston.

2 Credit Suisse, Global Wealth Report 2014, Zurich, 19 de septiembre de 2014.

3 Danny Dorling, “Why current global inequality is unsustainable”, en Social Europe Journal, 28 de octubre de 2014.

4 J.L. van Zanden, et al., How was life? Global well-being since 1820, OECD, 2014.

5 Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, Wealth inequality in the United States since 1913: evidence from capitalized income tax data, National Bureau of Economic Research, Working Paper 20624, october 2014. Complementariamente he usado Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, “Exploding wealth inequality in the United States”, en VOX CEPR’s Policy Portal, 28 de octubre de 2014.

6 El estudio ha sido realizado por Paola de Agostini y el profesor Sutherland, de la Universidad de Essex y por el profesor John Hills de la LSE. Hago las citas a partir de una noticia de Daniel Boffe en The Observer, 15 de noviembre de 2014.

7 Patricia Cohen, “Jobs data show steady gains, but stagnant wages temper optimism” y Justin Wolfers, “The jobs report is even better than it looks”, ambos en New York Times, 7 de novembre de 2014; David Leonhardt, “The great wage slowdown of the 21st century”, en New York Times, 7 de octubre de 2014 (con una continuación el 11 de noviembre del mismo año); David Ruccio le recordaba que este descenso no era “del siglo XXI”, sino que se había iniciado en los años setenta del siglo anterior (David Rucio, “The great wage slowdown in the USA”, en Real-world Economics Review Blog, 8 de octubre de 2014.

8 Sobre contratos a cero horas, Rowena Mason, “Jobseekers being forced into zero-hours roles”, en The Guardian, 5 de mayo de 2014.

9 William J. Baumol, Alan Blinder y Edward N. Wolff, Downsizing in America. Reality, causes, and consequences, Nueva York, Russell Sage Foundation, 2003. No he tenido tiempo suficiente para estudiar el reciente estudio, dirigido por John R. Logan Diversity and disparities. America enters a new century, Nueva York, Russell Sage Foundation, 2014.

10 Ignacio Fariza, “Bruselas tacha de ‘lento, ineficaz e injusto’ el recorte salarial en España”, en El País, 11 de noviembre de 2014.

11 G20 Labour Markets: outlook, key challenges amd policy responses”, Report prepared for the G20 Labour and Employment Ministerial Meeting, Melbourne, Australia, 10-11 septembrer 2014; UNICEF, Children of the recession. The impact of the economic crisis on child well-being in rich countries, octubre de 2014.

12 The White House, “Remarks by the President on the economy—Northwestern University”, 2 de octubre de 2014.

13 Jonathan D. Ostry, Andrew Berg y Charalambos G. Tsangarides, Redistribution, inequality, and growth, IMF Reasearch Department, febrero-abril de 2014.

14 How increasing inequality is dampening U.S. economic growth, and possible ways to change the tide, 5 de agosto de 2014; véase el comentario de Neil Irwin, “A new report argues inequality is causing slower growth. Here’s why it matters”, en New York Times, 5 de agosto de 2014. Un informe posterior, de 15 de septiembre, de Standard and Poor’s señalaba además que “la desigualdad del ingreso significa más bajos ingresos fiscales para el estado”.

15 Neil Irwin, “What Janet Yellen said, and didn’t say, about inequality”, en New York Times, 17 de octubre de 2014, y “It was a good summer for the economy, but the future looks less bright”, en New Yprk Times, 30 de octubre de 2014.

16 International Labour Organization, Global Employment Trends 2014. Risk of a jobless recovery?, Ginebra, ILO, 2014.

17 L. Butiglione, P. Lane, L. Reichlin y V. Reinhart, Deleveraging. What deleveraging? The 16th Geneva Report on the World Economy, Ginebra, CEPR Press, septiembre de 2014.

18 Véase, por ejemplo, Paul Krugman, “Why weren’t alarm bells ringing?”, una reseña del libro de Martin Wolf The shifts and the shocks, en New York Review of Books, 61, nº 16, 23 de octubre de 2014.

19 Peter Eaves, “A recent surge in leveraged loans rates rattles regulators”, en New York Times, 4 de noviembre de 2014.

20 Peter J., Wallison, “Underwriting the next housing crisis”, en New York Times, 31 de octubre de 2014.

21 Michael Corkery, “States ease laws that protected poor borrowers”, en New York Times, 21 de octubre de 2014; Paul Kiel y Chris Arnold, “Collectors seize wages of millions of Americans burdenend by debt”, en NPR, 18 de septiembre de 2014; Michael Corkery y Jessica Silver-Greenberg, “Miss a payment? Good luck moving that car”, en New York Times, 24 de septiembre de 2014. Sobre los abusos, Rachel Abrams, “New York City agency subpoenas 2 Santander auto lenders”, en New York Times, 14 de noviembre de 2014.

22 José Antonio Vega, “La deuda externa, el flanco dèbil”, en Cinco días, 6 de octubre de 2014, p. 26; Banco de España, Financial Stability Report 05/2014.

23 Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan, “How capitalists learned to stop worrying and love the crisis”, en Real-world economics review, nº 66 (2014).

24 Nick Hanauer,”The pitchforks are coming… for us plutocrats”, en Politico Magazine, julio-agosto de 2014; véase el comentario de Steve Keen, “The revolt of (part of) the top 1% of the top 1%”, en Real-World Economics Review Blog, 19 de julio de 2014.

25 No conviene usar en estos casos visiones comparadas globales, sino estudios específicos, como, por poner un ejemplo, Mthuli Ncube, John Anyanwu y Kjell Hausken, Inequality, Economic Growth, and Poverty in the Middle East and North Africa (MENA), Working Paper Series nº 195, African Develompment Bank, Túnez.

26 Alex Cobham y Andy Sumner, “Is it all about the tails? The Palma measure of income inequality”, Washington, Center fpr Flobal Development, Working Paper 343, septiembre de 2013.

27 Jon Queally, “Climate change and inequality brewing global social upheaval”, en Common Dreams, 4 de abril de 2014.

28 En una entrevista en La Vanguardia de 11 de noviembre de 2014 afirme: “Es muy sencillo: los más ricos deben pagar más impuestos”.

29 José Gabriel Palma, “Has the income share of the middle and upper-middle been stable over time, or is its current homogeneity across the world the outcome of a process of convergence? The ‘Palma Ratio’ revisited”, Cambridge Working Papers in Economics 1437.

30 Joseph Stiglitz, “Slow growth and inequality are political choices. We can choose otherwise”, en Washington Monthly, november/december 2014.

31 “El poder negociador de la mayoría de los trabajadores norteamericanos está en su punto más bajo”, afirman Jared Bernstein y Dean Baker en “Full employment: the recovery’s missing ingredient”, en Washington Post, 3 de noviembre de 2014.

32 Binyamin Appelbaum, “Federal Reserve caps its bond purchases; focus turns to interest rates”, en New York Times, 29 de octubre de 2014. Véase, por otra parte, la interpretación de Michael Roberts, “The story of QE and the recovery”, en Michael Roberts Blog, noviembre de 2014.

 
 

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