He alterado los nombres de los alumnos.
Miércoles 14 de septiembre de 2020.
Estimados alumnos,
Hemos estado estudiando el famoso relato de Julio Cortázar Casa tomada.
Sometí a vuestra consideración los comentarios que de dicho cuento efectúan dos afamados críticos, José Pablo Feinmann y Julio Ortega. Os pedí que buscaseis dos afirmaciones de ambos críticos que son falsas.
En un relato que se caracteriza por su brevedad, no os resultó demasiado arduo ver que, no, no es verdad, como lo dice Julio Ortega, que el narrador no sale nunca de su casa y que recibe los libros por correo:
La pareja, la pareja de hermanos, ni siquiera va al correo. No, salen, por alguna razón que no sabemos, no salen. Reciben los libros, en francés, enviados por una editorial, por correo.
dice el eminente crítico, en el taller de lectura que imparte en el Tecnológico de Monterrey.
Cortázar lo desmiente:
Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa.
José Pablo Feinmann cree -o finge- citar la frase final del relato de Cortázar, en el minuto 7.30 del vídeo:
No podíamos quedarnos en la casa porque estaba totalmente tomada.
El último párrafo del cuento de Cortázar, no el del que Feinmann inventa, es este:
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.
Vuestra perplejidad intentó disolverse en vuestra modestia: no habías entendido bien, sin duda. Teníais que mejorar vuestra comprensión del español.
Pero no, repetí, no, no: ambos críticos transforman, traicionan, corrompen o usurpan Casa tomada. El relato, en la fotocopia que os dí, ocupaba tres páginas. Parecía inverosímil que los críticos no hubiesen leído, con un poco de atención, un texto tan famoso como breve sobre el cual iban a disertar. También lo era, por supuesto, el que nadie se diese cuenta, el que nadie reaccionase. Ortega impartía un taller de lectura ante decenas de universitarios ¿Habían todos de desconocer el cuento? Feinmann profiere sus despropósitos en circunstancias que no conocíamos exactamente, pero su vídeo había sido visto por miles y miles de personas y, además, llevaba la rúbrica del estado argentino.
Diana, cuyo feminismo ardiente se proyectaba en todos los textos que estudiábamos en clase, sugirió que se trataba de una cuestión de género y de edad. A partir de cierta edad, la seguridad y la autocomplacencia de los hombres los llevaba a situarse al margen de lo real. Ortega y Feinmann, con el tiempo, habían adquirido tal convencimiento de su superioridad que habían dejado de interesarse por la literatura. La misma, para ellos, era un espacio necesariamente coherente con lo que ellos pensaban. Sin tener una conciencia clara de hacerlo, transformaban el mundo para adaptarlo a su manera de verlo. El relato de Cortázar, siendo el argentino un inmenso escritor, no podía sino corroborar lo que ellos decían de él. De no ser así, no serían ellos grandes críticos o pensadores, o no sería Cortázar el gran escritor que el conjunto de la crítica celebra.
Draskia, sin rechazar la explicación feminista, dijo que el ministro de la Educación, Jean-Marc Mégizier, también gustaba de inventar hechos ficticios, que le venían bien. No recuerdo quien de vosotros objetó que lo que Mégizier modificaba era la realidad, no una ficción. Draskia contestó que la ficción era una parte de la realidad, o una de las formas que ésta toma1. La hipótesis complementaria, no podía ser de otro modo, fue propuesta, no recuerdo por quién: la realidad es una de las formas que toma la ficción.
Ernest expresó su incredulidad ante la actitud del auditorio de Ortega. Se preguntó si lo que la explicaba era la sumisión, el desinterés, u otra cosa. Al respecto, Diana habló de la necesidad de liberarse de la inhibición que se inculca a las niñas desde muy pequeñitas y que les impide reaccionar como debieran en situaciones así. Le hubiera gustado que alguien le bajase un poco los humos a Ortega; que alguien le preguntase si había leído el cuento de que hablaba, si él se dedicaba a transformar los grandes textos para ponerlos al servicio de sus teorías.
José anunció que él le escribiría a Ortega públicamente para denunciar su error y pedirle explicaciones. También dijo que escribiría a la universidad norteamericana donde Ortega trabaja para denunciar la ligereza del crítico. Yo dije que ya lo había hecho yo, pero que me parecía muy bien que José agregase sus cartas a las mías (ver más abajo).
Ernest aprobó la iniciativa de José, pero dijo que a él, lo que más le extrañaba era que la gente no dijese nada. Sugirió que la universidad o la policía mexicanas podían sancionar a quien contradijese a Ortega. Dijo que, tal vez, a Ortega lo protegiesen unos peligrosos narcotraficantes. Ante vuestras risas, Ernest precisó que estaba bromeando, pero que lo que él quería decir era que le parecía totalmente inverosímil que nadie dijese nada cuando Ortega se inventaba un cuento nuevo.
Fersta planteó la posibilidad de que existiesen varias versiones del relato, que Cortázar hubiese difundido varias versiones del mismo. Yo precisé que Internet desconoce las frases espurias de ambos críticos. Es cierto que Cortázar había dado pábulo a interpretaciones improbables de su relato, pero nunca se había sugerido que existiesen diferentes versiones de él. Observé que la versión que yo había dado a los alumnos no condecía con la más frecuente, como se había puesto de manifiesto cuando escuchamos la lectura de Cortázar de su propio texto.
Sanaa recordó Tema del traidor y del héroe, de Borges, que había estudiado el año pasado: los oyentes de Ortega participaban en una vasta representación teatral; algunos de ellos lo sabían, otros no. Todos decían lo que se suponía que habían de decir, todos actuaban como se esperaba que actuasen.
Berta, prolongando el comentario de Sanaa y retomando el tema de la conspiración que impregna todo el relato de Borges, sugirió que unos despropósitos así de extravagantes no podían no ser voluntarios. La probabilidad de que dos críticos eminentes dijesen semejantes barbaridades sobre un cuento tan breve como famoso le parecía ínfima. Se trataba, sin duda, de una señal, de una contraseña. Decir barbaridades sobre Casa tomada permitía a los conspiradores reconocerse entre sí. Yo le dije que podría encontrar sin duda argumentos convincentes para defender una versión débil de su explicación. Resultaba claro que las interpretaciones del cuento de Cortázar permitían a quienes las proferían reconocerse entre sí. Otra cosa era suponer que Feinmann y Ortega hubiesen dicho barbaridades voluntariamente para reconocerse, o ser reconocidos. Berta persistió y sugirió que todos los oyentes de la conferencia de Ortega, todos los que habían visto el vídeo de Feinmann sin denunciar sus errores formaban parte de la conspiración. Yo no dije, debería haberlo hecho, que dejé transcurrir largos años antes de denunciar los dislates de Feinmann, que no había percibido o de cuya importancia no me había percatado ¿Habré de ser, yo también, un conspirador, Berta?
Jueves 15 de septiembre.
Estimados alumnos,
Clase sobre Casa tomada, 3.
Poco después de haber puesto en línea esta síntesis de vuestros debates, empezasteis a recibir mensajes numerosos, corruptos, confusos.
Esto ha suscitado la preocupación de vuestros padres y la vuestra, como es normal. Me habéis pedido explicaciones, que yo no os puedo dar. Me siento tan perplejo y desvalido como vosotros. He puesto el asunto entre las manos del proviseur y de las autoridades competentes. Yo también recibo mensajes. Los empecé a recibir dos días después de la publicación de mi clase. No me preocupé. Lo hice, sin embargo, cuando supe que a vosotros también os estaban llegando mensajes similares.
¿Por qué nosotros? ¿Por qué mi clase? La pregunta vuelve una y otra vez a mi mente.
Pongo a vuestra disposición la nota recapitulativa que acabo de transmitir al comisario César Barrero, quien aprueba que yo lo haga. No dudéis en efectuar las observaciones que consideréis oportunas. El comisario César Barrero es también destinatario de este mensaje. Podéis escribir a todo el grupo, dirigiros solo al comisario, solo a mí.
1Este párrafo no aparece en la versión de Sebastián Nowenstein, pero sí en la de Esteban Nierenstein. El que aparezca en tu pantalla, lector, el que aparezca esta nota, también, puede ser un indicio de que estás siendo despegado de nuestro universo y de que estás siendo absorbido por el de Feinmann o el de Ortega. Ver más abajo.
Pierre Menard, autor del Quijote, Ortega y Feinmann. 7 octobre 2020 « Casa tomada ». Bitácora de mis clases. 7 octobre 2020 Informe. Comisario César Barrero. 7 octobre 2020 Mensaje para mis talleristas. 7 octobre 2020 « Casa tomada », carta a José P. Feinmann. 7 octobre 2020 Sobre « Casa tomada », carta al profesor Julio Ortega. 7 octobre 2020 « Cabecita negra ». Respuesta al profesor Julián D. 7 octobre 2020 Comentarios sobre « Cabecita negra », de Germán Rozenmacher, 10 octobre 2018.
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