El Quijote, libro desconocido. Carta a mis antiguos compañeros de escuela de Sevilla.

Hola compañeras y compañeros,

Después de mi clase de ayer, tuve ganas de escribiros para contaros algunas lindezas, agudezas y donaires que dijeron mis alumnos mientras estudiábamos un conocido episodio del Quijote. Os las pongo en este enlace: https://sebastiannowenstein.org/2024/06/02/el-quijote-libro-desconocido-carta-a-mis-antiguos-companeros-de-escuela-de-sevilla/

Salve, compañeras y compañeros.

Esteban Nierenstein, Timburbrou-Lille, 26 de marzo de 2138.

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“¿Cómo puede ser que esa novela que usted dice sea tan famosa si ninguno de nosotros la conoce?”

Antes, Yanis me había preguntado si la historia de Grisóstomo y de Marcela que estaba contando la había inventado yo. 

No, Yanis, no. Como dije al principio, se trata de un episodio de Don Quijote, una novela muy famosa, la novela más vendida del mundo.

Yanis me preguntó si estaba seguro. También me preguntó para qué servía leer historias.

Fandy, durante otra clase, me había dicho que, siendo niña, había visto el dibujo animado y que ese episodio que yo contaba, ella no recordaba que apareciese. Bueno, Fandy, cuando se adapta un libro, se suele dejar de lado algunos elementos. Mmmm…: Fandy reflexionaba, no sabiendo si había que dar más crédito a sus recuerdos de infancia y al dibujo animado o a su profesor.

El aguzado juicio crítico de que hacen gala mis alumnos no les impidió tomar parte en la escenificación del episodio. Nayarno, tumbado sobre las mesas de la primera fila, fue Grisóstomo, muerto de amor por la hermosa Marcela. Salana se encaramó a mi escritorio para representar a Marcela, que, surgiendo en lo alto de una peña, proclama su inocencia en la muerte de Grisóstomo, de la que, abajo, los apocados amigos del amador la acusan. Ella es mujer libre, no quiere casarse, no es culpable de su belleza, no ha dado esperanza alguna a Grisóstomo ni a todos aquellos que dicen amarla, quiere vivir cuidando de sus cabras y divirtiéndose con la conversación amena de las zagalas del lugar. Marcela da media vuelta y desaparece en la espesura. Los enamorados de Marcela quieren seguirla, pero don Quijote se interpone, recuerda las claras y admirables razones de la pastora y prohíbe que se la siga… para después partir en su busca.

Fandy, ante la representación improvisada del episodio, creyó recuperar el recuerdo, pero dio en inventarlo : “Ah, oui, il la viole, c’est ça, monsieur ?”. No, Fandy, don Quijote no viola a nadie. Yo creo que debes de estar confundiéndote con el episodio de la venta, que don Quijote piensa ser un castillo y en el que Maritornes, la, para don Quijote, hija del castellano, topa con él cuando intentaba ir a ver al arriero, que duerme en el mismo aposento. Don Quijote toma a Maritornes por la muñeca y empieza a contarle que, a pesar de su inmensa belleza, él ha de permanecer fiel a Dulcinea. Pero, Fandy, el arriero da un inmenso puñetazo a Don Quijote y la escena termina con una batalla campal.

En el tren, por la mañana de aquel día, yo había hablado con Stéphanie, profesora de historia. Le había dicho lo regocijante que me resultaba ver a nuestros clásicos con la mirada a menudo desfasada de los alumnos. Confieso, ahora, empero, que no estaba preparado para encontrarme con don Quijote cándidamente transformado en sátiro violador de pastoras.

Después de interpretar improvisadamente la escena, los alumnos debían escoger a un personaje y contar lo que había pasado desde el punto de vista del personaje elegido. Nayarno, perplejo, me dijo que, estando él muerto, no iba a ser fácil que contase lo que había pasado. Le reproché su mala voluntad y le pregunté desde cuando los muertos, en una sociedad democrática, no pueden dar su opinión. Le recordé nuestro trabajo sobre las Meninas (la princesa Margarita tuvo a bien volver de entre los muertos para hablar con los alumnos del cuadro). Nayarno, que monta, a veces, en cóleras fenomenales, reflexionó y me dijo : “D’accord, monsieur”. Por la boca de Nayarno, el infeliz Grisóstomo reflexiona amargamente sobre la amistad, fugitiva y mudable, que no duda en traicionar cuando la poderosa pasión amorosa conmina a hacerlo.

Les di a los alumnos el artículo del profesor López Navia La pastora Marcela: una precursora del feminismo en el Quijote, que ve en don Quijote un precursor del feminismo y que, para ello, elige obviar las líneas finales del capítulo. En ellas, como lo adelantaba más arriba, don Quijote sale en busca de Marcela tras haber prohibido con alta y soberbia voz que nadie lo hiciere. Cervantes invalida así el supuesto feminismo del personaje. También es de interés que el artículo ignore un aspecto muy llamativo: la airosa Marcela no necesita a nadie, no necesita a ningún hombre y se las apaña muy bien sola. Recordar la subordinación de la mujer en la sociedad del siglo XVII, algo incuestionable pero genérico, le impide al docto profesor observar que la intervención de don Quijote es grotesca no solo porque proclama un interdicto que él desconoce e incumple de inmediato, sino también porque el desastrado caballero, el empedernido, descalabrado y siempre derrotado andante, entiende defender a quien, sin espada, sin adarga, sin lanza y sin rocín, muy bien se las apaña sola para mantener a raya a esos enojosos e insistentes pretendientes. El hidalgo sale muy mal parado de este episodio, en el que da la impresión que más que proteger doncellas, lo que busca sobre todo es eliminar rivales. El, a mis ojos, anacrónico y oportunista profesor no salió mucho mejor parado que el caballero de mi clase. Le he escrito, para que pudiera defenderse. Creo que es de leales y honrados hacerlo.

Tal vez les pida a mis alumnos que escriban al profesor para pedirle explicaciones sobre la omisión del párrafo que acabo de mencionar.

Lo que hice con mis alumnos, después de explicarles que don Quijote sale en busca de Marcela, pero que no la encuentra, fue pedirles que imaginasen que sí lo hacía. Tras ese encuentro, tras esa confrontación con una Marcela y con el desparpajo hiriente y cruel de mis deslenguados pupilos, queda don Quijote muy trasquilado. No físicamente, claro, sino en lo moral: sus certezas salen desbaratadas.

Yo digo y afirmo que, reescrito hoy por mis alumnos, el relato hace de Marcela la curadora del alma de Quijano, la que le abre los ojos, la que lo desmonta del ensueño.

Es cierto que, durante el diálogo, los improperios abundan. Pero ya más calmado, don Quijote entiende que esa jovencita va muy por delante de él, que es ella la que está cambiando el mundo, que es ella la invicta y él el ínclito perdedor, el derrotado. Este final, redactado por un ingenio lego de 57 años no es menos oportunista que las omisiones del profesor López Navia. Ejerzo en un equipo compuesto exclusivamente de mujeres. Entre ellas, la más joven, es una especialista del siglo de oro y de los peñascos que aparecen en las tramas literarias de aquella época. Ante su saber y ante su futuro, ubérrimo y luminoso, me inclino. El peso de mis derrotas y de mis años no es menor que el del hidalgo ni que el del profesor. El suelo nos llama.

Don Quijote acepta su derrota, deja las armas por las letras y, en volviendo, a su pueblo, compone, para las generaciones venideras, el relato de sus desvaríos e infortunios.

Debo decir, para no conculcar la verdad, que esto no lo entiende solo don Quijote, claro: mis alumnos lo han ayudado. En Timburbrou y también en ese lugar que, por abuso de lenguaje, llamamos futuro, los diálogos como el acaecido entre don Quijote y mis alumnos son usuales.

Quiero recordar que el Don Quijote era uno de los libros preferidos de Einstein. Quiero, también decir que ver en don Quijote un Einstein temprano y español me parece tan absurdo como hacer del personaje un iniciador distante de metoo.

Quiero decir que recuerdo cuando vosotros, los de letras, leíais el Quijote.

Quiero decir que El Quijote me permite volver a conversar con vosotros, me permite recordar el dibujo animado que veíamos todos, porque solo había dos cadenas.

Quiero decir que, gracias a él, he tenido la oportunidad de conversar con mis compañeras y de pelearme con un profesor que no conozco.

También que hemos hablado de él en casa.

Quiero decir que vi a Yanis sonriendo mientras escribía una de las frases del diálogo entre don Quijote y Marcela.

Quiero decir, por último, que El Quijote es un libro admirable, pero que sus cualidades no explican su éxito, que es una mera casualidad, que es un capricho del azar, que es, por lo tanto, incomprensible. He jurado dedicar lo que me queda de vida a estudiar y a celebrar esa incongruidad. Tal vez, tras ella, se oculte una voluntad consciente. Un alumno me dijo una vez que un clásico era un libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término. Con el correr de los años, Borges, acaso creyendo haberlas inventado, había de reproducir las palabras de mi alumno. También celebro que, tan repetidas veces, la verdad haya hecho de mis alumnos sus valedores.

Concluyo esta nota con temor. No sé si me es lícito revelar así los secretos de las aulas; lo mejor sería dar al fuego digital estas líneas.