El evangelio según Marcos

Lectura de El evangelio según Marcos
Clase, primera parte
Clase, segunda parte
Clase, tercera parte

Borges

Octavio Paz

Cien años de soledad.

I. Del principio hasta « Con el tiempo llegaría a distinguir los pájaros por el grito ».

Se trata de un cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges, nacido en 1899 y muerto en 1986. Este relato se encuentra en El informe de Brodie, que se publicó en 1970.

En esta primera parte vemos aparecer a los personajes principales del relato, Baltasar Espinosa y los Gutres, así como el lugar donde va a transcurrir la acción, la estancia La Colorada, y la fecha de los hechos, el mes de marzo de 1928. Baltasar Espinosa será crucificado por los Gutres, después de haberles leído a éstos, más de una vez, el evangelio según Marcos. El primer párrafo, con mucho el más largo, nos presenta a B.E con bastante detalle, el segundo, la estancia y los Gutres, la familia del capataz, el tercero vuelve a Espinosa.

Vamos a ver, en primer lugar, quiénes son estos personajes. A continuación observaremos que la mirada del narrador es la de un argentino urbano y que Baltasar Espinosa comparte importantes rasgos con el escritor. Veremos, asimismo, que Baltasar Espinosa y los Gutres, lejos de ser simples tipos humanos, encarnan espacios que se confrontan y enfrentan en Argentina y en América Latina, el de la urbe ansiosamente occidentalizada y el del campo que lo es indirectamente, un poco a regañadientes. En el texto aparece el nombre de un filósofo, Spencer, y el lector piensa en el de otro, Spinoza, que se cruza con el de un escritor Baltasar Gracián. Nuestra lectura deberá también definir el espacio que estos nombres han de ocupar en el relato. Empezamos a sospechar que las cosas no van a ser tan sencillas como parecen indicarlo las primeras líneas ; no vamos a leer solamente la relación de unos hechos acaecidos en La Colorada en marzo de 1928.

Como lo decíamos más arriba, el primer párrafo está dedicado a Baltasar Espinosa, a su definición. Pero, esta definición, se nos dice en seguida, es algo provisional, algo que se hace por ahora. Definición, dice Borges, no descripción o presentación1. La definición es una operación mental, una construcción intelectual, mientras que la descripción aspira a dar cuenta de la realidad sin que el narrador medie entre ella y el lector. Baltasar Espinosa no impondrá en el mundo su singularidad, Baltasar Espinosa será más bien el soporte carnal de un tipo teórico, cuyas características serán las convenientes para la historia : a Baltasar Espinosa, en puridad, no se le puede describir, se le ha de definir, más tarde veremos por qué. Y sin embargo, lo narrado se nos presenta como hechos fehacientes, con fecha y lugar precisos donde, en principio, obran seres reales y acabados. Vemos pues aparecer una tensión que estará presente en todo el relato entre la singularidad irreductible y no reproductible de lo real y la insinuación de que Baltasar Espinosa y los Gutres son agentes de fuerzas que los sobrepasan, de una historia que se repite a lo largo de los tiempos y que ahora les toca a ellos encarnar. Esta sensación de que estamos ante una situación en que hay más de una capa de realidad encuentra una resonancia en la expresión por ahora. Un por ahora que será olvidado, que, lanzado hacia el futuro por una frase inicial, nada vendrá explícitamente a recoger en la continuación del texto. Estamos ante una manera de escribir, lo veremos, como desganada que impregna todo el cuento, que tiene ciertos tintes de oralidad, cierto descuido. La relación que vamos a leer no es meramente factual, como parecía indicarlo el incipit, nos llega, antes bien, mediante un intermediario que nos irá desvelando las cosas como a él le parezca o que, incluso, no nos las desvelará todas. Las expresiones “definir” y “por ahora” son, pues, capitales.

Baltasar Espinosa es un hombre de su tiempo. Abunda en opiniones triviales y discutibles. Sus genitores no tienen nada de particular en la sociedad porteña y acomodada de la época o en la imagen que tenemos de ella: un padre librepensador, una madre católica, un primo con tierras. Sin embargo, algunos rasgos lo distinguen, sus capacidades oratorias y una casi ilimitada bondad.

Baltasar Espinosa es bueno y trivial. También es indolente, perezoso, indiferente quizás. Escéptico, librepensador y buen hijo. A los 33 años (la edad de Cristo, detalle que será clave más tarde) le falta una materia para terminar la carrera de medicina, la que más le interesa. Puede pelearse e intercambiar dos o tres puñetazos con unos compañeros, pero con indiferencia. No cree en Dios, pero ejecuta sin dificultad las plegarias que su madre le pidiera que rezara. En realidad, todas estas cosas no tienen mayor importancia : Baltasar Espinosa posee la inteligencia suficiente para entender que Dios no existe y la sutileza que le permite no perder demasiado tiempo en esas nimiedades2. Baltasar Espinosa es un contemplativo, lo que le pasa a él es como si le pasara a otro, como dice Borges en otro cuento, Borges y yo3. Baltasar Espinosa no entra en el mundo no se sumerge en él, lo mira como desde lejos. Baltasar Espinosa no es, en el sentido pleno y entero del término. Por eso no se le puede describir. Baltasar Espinosa advendrá sólo al final del relato, en los instantes que preceden a su muerte, cuando reconozca a los pájaros por su grito.

Tenemos después la descripción de los Gutres. ¿Cómo se podría ser más lapidario? Algunos adjetivos aplicados a bulto, a los tres juntos. Dos o tres frases escuetas y subordinadas a la descripción de la estancia y de sus dependencias, donde nos encontramos como por sorpresa con estos Gutres tan someramente descritos. El poco espacio reservado a los Gutres contrasta con la prolija presentación de « uno de tantos muchachos porteños ». Los Gutres no son, plenamente, personas, individuos. Aquí, contradiciendo al Borges lector de Spencer, son los individuos los que constituyen una inconcebible abstracción4. Los Gutres son un grupo, los Gutres son una dependencia de la estancia, una cosa5. Los adjetivos que los describen los cosifican. Uno de ellos se destaca : tosco, aplicado al hijo, que lo es singularmente, más que la chica, tal vez porque la paternidad de ésta es incierta. Se anuncia lo que será uno de los temas del cuento, el de la degradación de una estirpe abandonada en la soledad de la pampa6. Los Gutres casi no hablan.

Este desequilibrio sitúa y define al narrador. Está del lado de Espinosa, del que cuenta, del orador. Los Gutres le parecen una materia lejana, ajena, poco humana. Baltasar Espinosa, en parte, es Borges, de un modo no muy oculto para quien ha leído un poco al escritor argentino. Su padre era profesor de psicología y enseñó al hijo las doctrinas de Spencer. Borges era un lector asiduo de Baruch Spinoza, cuyo apellido no es muy difícil identificar con el del personaje ; sus nombres difieren, pero poco. El personaje reza con cariño filial el padrenuestro, aun siendo librepensador. El escritor dispuso que en su entierro se dijesen dos misas, una católica y otra protestante, las religiones de sus mayores, cuando a lo largo de su vida siempre se había declarado agnóstico.

El narrador se centra pues en Espinosa, como nos lo muestra el que los Gutres no merezcan muchas líneas. Ahora bien, hay un elemento que, al respecto, quizás sea aún más revelador, que pasa desapercibido en la primera lectura pero que cobra un peso -una vez que hemos leído la historia y que sabemos que es de un asesinato de lo que se trata- que no esperaríamos de las dos escuetas letras que lo componen. Se nos dice, en la segunda frase del texto : «Su protagonista fue un estudiante de medicina, Baltasar Espinosa ». Cuando nos enteramos de que lo que pasa es que los Gutres crucifican a Baltasar Espinosa no podemos sino sorprendernos ante la presencia de este « su ». La negación de la existencia de los Gutres llega hasta el punto de hacer de Baltasar Espinosa el protagonista -¿por qué no el urdidor?- de su propio asesinato. En un texto de Borges, el dios germánico Odín se sacrifica a sí mismo para obtener el saber (“yo, a mí mismo sacrificado”). Es como si los Gutres fueran los meros auxiliares de un proyecto que los sobrepasa. La expresión Su protagonista sugiere un comportamiento activo, cuando, en principio, pero sólo en principio, Baltasar Espinosa ignora hasta el último momento lo que va a ocurrir, sólo comprende lo que lo espera cuando ve la cruz irguiéndose en el galpón. Tenemos, de algún modo, un asesinato sin asesinos, en el que, perturbadora paradoja, conocemos a los asesinos… Tenemos, por lo menos, en apariencia, la relación de un asesinato en que el autor desdeña interesarse por la psicología de los asesinos para centrarse en la de la víctima, como si fuera ella la responsable de lo que ha de acontecer.

Pero quizás sea útil, antes de adentrarnos en la resolución de estos enigmas, acercarnos al contexto en que se desarrolla el relato. Hay una larga tradición en América Latina que busca explicar el devenir histórico del continente a través de la confrontación entre la civilización y la barbarie, entre la urbe y el desierto, entre lo europeo y lo indígena. En Argentina, esta retórica se cristaliza, por ejemplo, en Facundo, civilización y barbarie, del que fuera presidente de la República, Domingo Faustino Sarmiento. En su forma menos pulida, la doctrina que defendiera Sarmiento es claramente racista : hay que salvar a la Argentina exterminando a las razas inferiores (indios, negros…) y poblando sus vastos territorios con hombres blancos de cultura europea. En su forma más civilizada, la cuestión no es racial sino cultural : las ciudades, que se identifican a Europa o a Estados Unidos y buscan copiarlos representan el futuro ; el campo, las inmensas soledades pampeanas, es una rémora cuya inercia dificulta el avance de la nación. En Argentina hubo, durante el siglo diecinueve, largos enfrentamientos entre federales y unitarios. Borges pertenece a la tradición unitaria, que siempre viera con horror el “salvajismo” de sus adversarios federales y que constantemente ha reclamado para sí el encarnar los valores de la civilización. El máximo líder de los federales era Rosas, que habían organizado a sus peones en el regimiento de los colorados del monte. La estancia donde van a desarrollarse los hechos lleva por nombre… La Colorada. Los Gutres son de pelo rojizo.

En la época en que Borges escribe este cuento toma fuerza una corriente crítica en economía política que es la encarnada por Celso Furtado y su teoría de la dependencia, según la cual las economías latinoamericanas no están orientadas hacia la satisfacción de las necesidades nacionales sino hacia las de los países centrales, los países industrializados. En las ciudades, una clase occidentalizada imita lo que se hace en los países del primer mundo y se entrega a un consumo suntuario de productos importados que estimula muy poco la economía nacional y que hay que pagar con exportaciones de materias primas. Borges no simpatizaba con esta corriente, identificada a menudo con posiciones de izquierda, que el sólo profesara muy brevemente durante su juventud. Sin embargo, el Baltasar Espinosa que él nos muestra en estas primeras líneas del texto, al que “el país le importaba menos que el riesgo de que en otras partes creyeran que usamos plumas” parece ser una incisiva y ácida ilustración de esa clase social abocada a imitar el modo de vida occidental.

En este relato, lo veremos, hay diferentes niveles, diferentes referencias y mundos. Los personajes, los protagonistas, como podemos decir a pesar de la frase inicial del autor, tejen una historia que les es propia, pero su enfrentamiento es también el de dos Argentinas, el de dos espacios que coexisten y chocan, que se buscan o se rehuyen y que ellos encarnan. Estos espacios no son herméticos, hay contactos entre ellos, por lo menos en lo que se refiere a Baltasar Espinosa, que “con el tiempo, aprendería a reconocer a los pájaros por el grito” y que aprende cosas que no sabía y que no sospechaba.

Nos queda la peliaguda cuestión de Spencer y de Spinoza ¿Cómo tratar la presencia de estos autores en el texto? ¿Son sus presencias de la misma naturaleza? La respuesta inmediata es, por supuesto, no. El primero aparece claramente citado, al segundo lo convoca el lector, que no puede considerar que, bajo la pluma de Borges, Baltasar Espinosa, no sea de algún modo, Baruch Spinoza. El otro problema que se nos va a plantear es qué papel otorgar en la lectura a esta presencia. ¿Se trata únicamente de un guiño para los lectores familiarizados con la obra de Borges? ¿O situaremos el texto bajo la advocación de estos filósofos para ver qué efectos su tutela produce en la lectura? Tratar todas las hipótesis, en una lectura que remedara El jardín de los senderos que se bifurcan sería sin duda de interés, pero el espacio, ahora, nos falta. Nosotros consideraremos, pragmáticamente, que la convocación de la filosofía de Spinoza enriquece el texto y, por lo tanto, se justifica. La de Spencer nos parece menos ligada al meollo del relato, más circunstancial y familiar que esencial. Agreguemos que nuestros comentarios adolecerán de una debilidad que no debemos ocultar : nuestro muy somero conocimiento de esos autores (podéis solicitar información complementaria a vuestros profesores de filosofía).

Borges se definía como un pacífico anarquista spenceriano. Spencer es el autor de la expresión “la supervivencia de los más aptos”, que se inscribe en su tentativa de aplicar el darwinismo (que entendía mal) a la vida social. Spencer pensaba que sólo el individuo tenía una existencia real y que las instituciones sociales, como el Estado, eran puras abstracciones. Consideraba, asimismo, que todo individuo tenía derecho a cortar sus lazos con el Estado. El caso es que este texto resuena más bien como un mentís bastante categórico de las tesis del filósofo : los que sobreviven no son precisamente los más aptos, y lo distendido del lazo de los Gutres con el Estado, su aislamiento, no parece haber producido ningún resultado favorable, antes bien, los ha alienado de su naturaleza humana. Lo que queda, quizás, es el reconocimiento velado del autor de que las teorías del filósofo no funcionan, la aceptación de que el comportamiento humano es siempre singular y no se deja encerrar en sistemas abstractos. Lo que queda, tal vez, es el rito filial de un escritor que evoca piadosamente al mentor de su padre en sus textos, aunque éstos últimos contradigan al filósofo. Lo que sería, en suma, algo bastante similar de lo que hace el librepensador Espinosa cuando reza el padrenuestro por pedido de su madre. El pensamiento de Spinoza, por el contrario, nos parece informar mucho más profundamente el relato, en particular en lo que se refiere a sus posiciones en relación con la lectura de la Biblia, que debe basarse únicamente en el texto, dejando de lado las interpretaciones, y a su concepción del hombre y de las cosas como efectos o afectos de una sustancia universal que es Dios o la Naturaleza. Agreguemos que Borges leyó muchas cosas pero que no siempre las entendió. Uno comprende muchas veces es que lo que le importaba no era tanto la exactitud de un enunciado como su valor literario. No se trata de ver en El evangelio según Marcos una ilustración de las tesis de Spinoza, sino de ver como éstas resuenan en él, aun cuando lo que nos llegue sean ecos alterados, deformados por el autor. Borges nos invita a leer a Spinoza y su relato juntos, nada más, no a confundirlos. Veremos más tarde que algunas afirmaciones son, con evidencia, falsas. No importa : su mera existencia transforma el mundo de La Colorada, son performativas en el sentido de Austin. No importa : su mera existencia determina el curso del relato (y hacen que se desborde, como el Salado).

Estas primeras líneas del relato nos han presentado a los actores y la escena del mismo. Baltasar Espinosa porteño trivial que sólo su ilimitada bondad y sus dotes oratorias singularizan, se encuentra en la algo abandonada La Colorada junto a los Gutres, tres individuos que, a bulto, describen algunos adjetivos. La confrontación entre dos mundos encarnados por los personajes será la trama del cuento. Pero algunos indicios nos llevan a pensar que otras historias se están fraguando, que, en este relato, habrá muchas historias…

II. De “A los pocos días, Daniel tuvo que ausentarse…” hasta “Esto se llamaba una guitarreada”.

Daniel, el primo, se ausenta. Baltasar Espinosa se queda sólo con los Gutres. Daniel, el profeta que amansaba a los leones. Espinosa, entendemos al final del relato, será víctima de ellos.

Daniel, pues, se tiene que ausentar para cerrar una operación de animales. Baltasar Espinosa, el hombre que no saber decir no, esta vez se queda, rehúsa acompañarlo, está harto de las “bonnes fortunes” de su primo y de su “infatigable interés por las variaciones de la sastrería”. Daniel no era más que el vector, el vehículo que llevara a Baltasar Espinosa hasta el lugar donde ha de realizarse su destino, un destino de una envergadura incomparablemente mayor que el horizonte vital de su primo, tan fatuo, tan huero. En realidad, aquella natural complacencia de Espinosa de que se hablaba al principio del relato no es tal. Más parece ser desdén inconsciente por las pequeñeces de este mundo de quien está inmerso en el curso de algo que le es superior o que por lo menos sobrepasa las existencias de sus coetáneos, de alguien que, entendemos o entenderemos nosotros, lectores, corre hacia algo sin aun saber que lo está haciendo. Espinosa, en cada una de las encrucijadas en las que se hallará, tomará el camino hacia el que lo lleva el relato, que es su historia, que es la historia del mundo. Aunque lo que ocurre contradiga al narrador, lo que no debe de disgustar a éste último, que se complace en la ambigüedad de una posición en que a veces parece saberlo todo y a veces se equivoca o no entiende muy bien los hechos que narra, como lo veremos más adelante. Estamos ante el flujo inalterable e indiferente de algo que parece sobrepasar al narrador, al autor, a lo humano.

El calor aprieta. Al alba, los truenos despiertan a Baltasar Espinosa, caen las primeras gotas y el protagonista da gracias a Dios.

B.E se alegra de un evento sin en el cual la concatenación de causas que acabarán por conducir a su muerte no hubiese acaecido. Más tarde, unas imprudentes palabras suyas serán las que lo condenen. Los dos acontecimientos, el de agradecer banalmente a Dios y el de pronunciar palabras sin las cuales los Gutres no lo hubieran sacrificado, pueden parecernos del todo disímiles. La ironía de Borges los aúna : en este relato, unas palabras inocentes parecen tener precio y definir el flujo de la realidad, aún cuando sean dichas después de los acontecimientos y sólo para comentar los mismos. O quizás, las palabras tengan por objeto el hacer visible, ostensible, el flujo de acontecimientos que acompañan. Son los desbordes de la historia, como los del Salado, cuyas aguas abandonan ahora su lecho.

Viene luego un párrafo capital, vertiginoso, en el que una serie de frases cortas y escuetas preparan el drama.

La pampa es el mar, hay que salvar al ganado. La estancia viene a ser el arca de Noé. Vamos entrando en el contexto bíblico. El pueblero, Espinosa, ayuda o incomoda. Extraña formulación. Borges gustaba de decir que había aprendido en las sagas islandesas el hecho de contar las historias como si no las entendiera plenamente. Es lo que hace aquí. Pero más allá del interés que puede revestir el señalar esta inscripción del relato en sus principios estéticos, que un lector puede legítimamente ignorar, cabe preguntarse qué efectos esta produciendo, en este lugar, dicha manera de contar, sobre todo si observamos que esta posición no es constante en el relato : el narrador incapaz de evaluar con alguna precisión los efectos de la intervención de Espinosa en el salvamento del ganado es el mismo que, en el primer párrafo, nos diera con seguridad tantos detalles sobre la personalidad y la vida mental del protagonista. Desdén por los hechos contingentes, predominancia del pensamiento. También : identificación con Espinosa, cuya interioridad no tiene secretos para el narrador. Pero asimismo, más allá de la manera de contar las cosas, tenemos una etapa intermedia en la evolución de Espinosa, que cuando llega al campo ignora tantas cosas de él y que cuando muere reconoce a los pájaros por su grito. La perfecta simetría de los dos términos sitúa el momento en la mitad de la evolución que lleva del estudiante huero, indolente, como ausente del mundo al hombre que sin vana reflexión reconoce los ruidos de la pampa. El aspecto casi provocador de la formulación de esta frase, que sacude las convenciones literarias más frecuentes, así como nuestros hábitos de lectura, dota este instante de un peso particular. Las cosas van hacia su realización plena, ya serán irreversibles. El destino de Espinosa y el de los Gutres se entremezcla cada vez más. Espinosa corre hacia su encarnación en la tierra, a su advenimiento como hombre, y corre también hacia su muerte. Al principio, Espinosa era un simple cúmulo de pensamientos bastante estereotipados cuya existencia estaba supeditada a una definición. Al final será una persona. Esta realización plena de su ser se verá sancionada por la muerte. O quizás : está realización de su ser encontrará plenitud en la muerte, con la muerte. Aquí, el instante en que, funambulista entre dos estados, Baltasar Espinosa está entre ser previo, precario, disminuido y ser advenido, real, total, feral. En este mundo no nos extrañarán, más tarde, las reminiscencias que asaltarán al protagonista y que condicen con aquella creencia según la cual en los umbrales de la muerte hemos de rememorar nuestra vida : constantemente, en el relato, tenemos la impresión de que Baltasar Espinosa sabe oscuramente que va a morir y que incluso participa, o por lo menos se deja llevar por ella, en la ineluctable escenografía que lo conduce a la crucifixión.

Este drama al que asistimos se produce en una estancia a la que llevan cuatro caminos, ahora cortados, pero que proyectan La Colorada en los cuatro puntos cardinales y los hechos que en ella se desarrollan en lo mítico y fundacional. Todos los textos sagrados son isótropos, tienen vocación a ser en la totalidad del espacio. Lo que está pasando, nos dice Borges, no es sólo la preparación de un acto aberrante que cometen seres deshumanizados, sino también la actualización esperpéntica de esas epifanías que menudean en los textos fundadores de la humanidad, entre los que se encuentra la Biblia. Si lo que en La Colorada ocurre se conecta con los cuatro puntos cardinales del Universo, es que tienen una validez universal o que corre el albur de contaminar el mundo entero. Recordemos « La forma de la espada » : « Lo que hace un hombre es como si todos los hombres lo hicieran. Es por ello que no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine a todo el género humano; como no es injusto que la crucifixión de un solo judío sea suficiente para salvarlo. Posiblemente Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, todo hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon. » Que estos caminos estén cortados no anula la conexión fundamental con el resto del mundo, las aguas bajarán, los caminos volverán a aparecer. En esta estancia aislada, temporalmente cercenada del mundo, se produce el drama común y repetido del género humano. Universo fractal : el todo está en la parte.

Una gotera amenaza la casa de los Gutres ¿Cómo puede una gotera “amenazar” una casa? Esta frase es una provocación. Ostensiblemente, Borges escribe lo que le da la gana. No se molesta en que nos parezca verosímil el relato. Dios escribiría así, con ignorancia por las cosas humanas, sin desprecio, sin desdén, porque estamos demasiado lejos de Él para que nos desprecie. Él no sabe que existimos, o lo sabe y no le importa. O sabe que no existimos. Borges nos está diciendo que los Gutres se mudan a la casa principal, que la razón de ello es indiferente y que él no se va a preocupar por hallarla. Pero además, y sobre todo, nos da un encadenamiento causal visiblemente espurio. Una página memorable, dice en algún lugar Borges, ilustrando su enunciado con el Quijote, es una página que admite las traiciones, por ejemplo las del traductor (aquí, la del autor mismo), no una página perfecta donde nada puede cambiarse sin grave desmedro. Borges, burlándose de sí mismo, produce páginas memorables que lo son intrínsecamente, como con aquel desganado “ayudados o incomodados”, como ahora, con esta gotera que amenaza una casa : una manera bastante torpona de llevar a los Gutres al casco principal. Una página perfecta no puede ser memorable, por lo tanto urdir páginas imperfectas es un primer paso para que lo sean. O, tal vez, incurriendo en un paralogismo : si una página perfecta no puede ser memorable, una imperfecta ha de serlo… Y de hecho, muchas veces la realidad es así : la página que nos perturba, la que nos irrita y confunde, es la que recordamos, la que es, etimológicamente, memorable.

Los Gutres no saben explicar lo mucho que saben del campo (ya se nos había dicho que el español les costaba trabajo y que el inglés lo habían olvidado). Los Gutres, además, no tienen memoria : cuando Baltasar Espinosa les pregunta si la gente guardaba recuerdo de los malones, de cuando la comandancia estaba en Junín, dicen que sí, pero lo mismo hubieran contestado a una pregunta sobre la ejecución de Carlos Primero. Los Gutres no están mintiendo. No saben lo que es la memoria. Afirmar y negar, en lo que se refiere al pasado, que no existe, es indiferente. No lo dice Borges, lo dice la mente de Baltasar Espinosa, que lo piensa, o que, artera, asocia tres ideas (hablar del pasado libérrimamente, ignorar la fecha de nacimiento y el genitor de uno) para hacernos pensar que los Gutres son como niños, como los inmortales (cf : El inmortal7), que con tanta imprudencia se sustrayeran al curso del tiempo. Los Gutres lo han hecho no prolongando la existencia de sus cuerpos, sino recortando el habla y atrofiando el lenguaje, que es lo que permite interrogar el pasado y hacer que se encarne la memoria : viven en un presente instantáneo. A los Gutres los describía el narrador a bulto, la paternidad de la chica era incierta ; los gauchos reciben el mismo trato : todos revolcaos, masa, plebe, populacho, muchedumbre inculta8. Los Gutres son un pedazo de la gauchada. Como con la sustancia spinozista, salvo que aquí la fusión se realiza por abajo, por la degradación de los hombres que vienen a ser cada vez menos, a medida que van perdiendo sus atributos humanos : el lenguaje, la memoria. Spinoza al revés, Spinoza esperpéntico, espejo, simetría : una antisustancia divina, como la antimateria de la astrofísica se opone a la materia.

Baltasar Espinosa lee sin el menor éxito de audiencia Don Segundo Sombra a los Gutres, a quienes no pueden interesarles las andanzas de otro gaucho, que, además, exagera las dificultades de sus trabajos. Don Segundo Sombra es una novela publicada en 1926 por Ricardo Güiraldes y que describe de manera idealizada la vida del gaucho. Borges, aquí, desmitifica la novela como reflejo fiel de la vida pampeana y reduce sus manifestaciones culturales con una ácida ironía a casi nada : una guitarreada es una reunión de peones en que se templa una guitarra sin llegar a tocarla. Pero sobre todo, lo que nos interesa en este párrafo no es tanto cómo era la vida de los gauchos, sino que, en la estancia, antes, había peones y ahora no hay nadie, lo que es inquietante, lo que refuerza la singularidad y el aislamiento de los Gutres. Da la impresión de que los peones se fueron para abrirle cancha al drama que había de interpretarse en La Colorada. El ámbito de la vasta pampa, ese mar, va reduciéndose. La inmensidad ahora anegada niega su espacio a los Gutres y a Baltasar Espinosa ; ya todo está dispuesto para que se produzca el encontronazo entre esos dos mundos que se observan desde lejos o que se cruzan, pero que no podrán coexistir. El individuo, solo y urbano, va a chocar con la gauchada informe. De hecho todo este pasaje funciona como un embudo que reduciendo cada vez el espacio y preparando el huis-clos. Primero desaparece Daniel, y con él la presencia de la Argentina urbana y civilizada en La Colorada. Luego viene la inundación, que corta la estancia de la inmensidad de la pampa. A continuación, como de pasada, nos enteramos de que hubo peones en la propiedad, pero que ya no los hay, de su presencia sólo queda una guitarra muda. Por último, hasta el pasado parece haber desaparecido, que no encuentra cabida en las mentes de los Gutres. Baltasar Espinosa está solo, con los Gutres, en un lugar cortado del mundo y sin pasado. Ahora va a empezar la lectura y la exégesis de la Biblia. El monstruo que surgirá tendrá algo de un Frankenstein creado por un aprendiz de brujo spinozista y protestante, y viene a ser una advertencia de los riesgos de la confrontación individual de cada hombre con el texto sagrado en margen de toda exégesis institucional9.

Desde Espinosa, que se había dejado crecer la barba, hasta A ninguno le gustaba el café, pero había siempre una tacita para él, que colmaban de azúcar.

Vamos a asistir ahora a la transformación de la relación entre los Gutres y Baltasar Espinosa, que será bastante paradójica. El hombre de la ciudad va afirmándose hasta ocupar el lugar del patrón. O cree estar haciéndolo : para los Gutres, la evolución es distinta, para ellos el pueblero va convirtiéndose en una suerte de Cristo al que empiezan a tratar con reverencia. El etéreo Baltasar Espinosa se vuelve hombre de campo. Pero a esta evolución los Gutres le dan la vuelta y van a ir orlando el cuerpo de Baltasar Espinosa de atributos de la divinidad, en una operación en la que Baltasar Espinosa no es del todo inocente. Acaso volverse patrón supone utilizar la astucia y la superioridad cultural para afirmar un poder que es en parte simbólico. Sólo que aquí, lo imprevisible ocurre y los Gutres, asumiendo y aumentando la retórica y la manipulación casi involuntaria, van a llevar la ficción hasta sus últimas consecuencias. El patrón, en la pampa, como en tantos hábitats dispersos, cumple funciones también espirituales. Esos ropajes son los que, sin saberlo, se ha puesto Baltasar Espinosa. Su impericia en tales lides, o un deseo oculto que él mismo ignora, le impedirá percibir lo que se está forjando, para acotarlo o para ponerle freno.

Baltasar Espinosa se deja crecer la barba. Nosotros ignoramos si los aculturados Gutres conciben a Cristo como un hombre con barba. Pero nosotros, lectores, sí lo hacemos. Baltasar Espinosa está, pues, tomando un aspecto crístico Según Spinoza, los hombres creen ser libres porque no conocen la causa de sus actos. ¿Es libre Baltasar Espinosa cuando se deja crecer la barba? Una vez más se plantea la cuestión. Una vez más estamos ante un acto que parece contribuir al trágico desenlace pero que se nos presenta como ejecutado casualmente, sin motivación aparente. El problema con el que nos vamos a encontrar aquí es el de definir los niveles en los que actúa la causalidad, la motivación.

Estamos, en primer término ante una paradoja inevitable de la lectura. Cuando el escritor nos dice : este hecho es anodino, es que no lo es, sin lo cual no se hallaría en el texto, sin lo cual el escritor no lo hubiera incluido en el texto. En el mundo no todo tiene sentido, en un texto literario, obra de una voluntad (¿libre?), en principio sí. Borges ya intentó en este texto indicar que el hecho de que Baltasar Espinosa ayudara o incomodara a los Gutres en la recogida del ganado era indiferente. Nosotros, lectores, habíamos rechazado esa imposición del autor y, confiriendo significado a su enunciado, refutamos su afirmación implícita. Borges, ya lo vimos, practica la ironía. Los azares del mundo pueden presentar configuraciones irónicas que nada deben a una configuración causal analizable, en la medida en que supongamos que no existe una voluntad que los organiza, que dispone estos azares. Sin embargo, Borges se complace en ver en estas configuraciones irónicas una voluntad oculta, lo que le permite adjetivarla con riqueza : Nadie rebaje a llanto o reproche/ esta declaración de la maestría / de Dios que con magnífica10 ironía / me dio a la vez los libros y la noche11. En nuestro cuento, el conferir un carácter anodino al gesto de Baltasar Espinosa choca con la ironía de Borges que elige de manera libre (en principio) el notar un hecho que podría haber desdeñado12.

En segundo término, una vez que entramos en el relato mismo, tenemos dos posibilidades. La primera de ellas es que el aspecto de Baltasar Espinosa no incidió en el curso de los acontecimientos. Los Gutres ignoraban cuál era el aspecto de Cristo o, más bien cómo nos lo representamos13 y no podían dar en pensar que la barba de Baltasar Espinosa lo asemejaba a Cristo. La segunda es que de algún modo que no podemos definir, consciente o no, el aspecto de Baltasar Espinosa contribuyó a que la mente de los Gutres asociara a Baltasar Espinosa con Cristo. Esta segunda hipótesis se subdivide en dos. O bien el acto de Baltasar Espinosa fue meramente casual, o bien no. Esto último impone una nueva subdivisión : o bien Baltasar Espinosa busca oscuramente el desenlace, o bien en su cuerpo ha anidado algo, una historia, una voluntad divina o superior, que lo obligan a realizar actos conformes a un proyecto que lo sobrepasa, que no es el suyo. Lo que observamos, en todo caso, es que el laconismo del autor da lugar a una serie infinita de ramificaciones14 y de posibilidades y que todas parecen jugar con las nociones de determinismo y de libre arbitrio. La habilidad del autor, o su inconsciencia, o su impericia, parecen cifrar en unas escuetas páginas las consideraciones que había de contener aquel ensayo siempre en ciernes y nunca escrito sobre Spinoza, filósofo del determinismo y de la libertad. En todo caso, si, como lo afirma Spinoza, aquél que no conoce las causas de sus deseos no es libre, en este relato, nadie lo es. Agreguemos que, para Borges, las historias tienen una incidencia real en el mundo : siempre lamentó (acaso por provocación) que el libro nacional argentino hubiese sido el Martín Fierro y no el Facundo, insistiendo en que otra hubiera sido nuestra historia en ese caso. Para Borges las historias tienen una fuerza, una inercia tal que pueden modificar el mundo o hacerlo emerger en torno a ellas. Las historias, más que nada en el mundo, parecen dotadas del conatus spinozisista, su potencia de actuar es máxima y los hombres son sus vehículos, los lugares en los que se arremolinan para seguir viviendo15.

Baltasar Espinosa cambia, y se complace en observar la alteración de su fisionomía en el espejo. Sabe que a su vuelta va a aburrir a los muchachos, que seguirán siendo lo que él fuera y que todavía piensa ser : porteños intrascendentes. Unos recuerdos arbitrarios, inconexos lo asaltan, que son nostálgicos, que para nosotros anuncian su final, al inscribirse en una tradición acientífica bien establecida según la cual, ante las puertas de la muerte, recapitulamos nuestra vida. Baltasar Espinosa está sereno, pero algo en él debe de estar presintiendo lo que va a pasar. Lo que esto sugiere, lo que la alusión a la barba sugiere, es que, en cierto modo, Baltasar Espinosa está realmente transformándose en una suerte de Jesucristo.

En Tlön, Uqbar, orbis tertius, unas páginas espurias parasitan una enciclopedia y dan cuenta de unas comarcas ignotas. Poco a poco se irán descubriendo volúmenes enteros que detallan sus características, radicalmente diferentes de las de nuestro mundo. Al final, la realidad empieza a ceder ante el mundo descrito. En nuestro texto, unas páginas duermen desde hace años entre las finales de la Biblia y contienen la historia de los Guthries, antepasados de los Gutres. Esta contigüidad imprevista, improbable, tendrá una traducción o una correspondencia en el mundo real, en el que surgirá una quimera, cruce del mundo de la pampa y del de los Gutres con el de la historia bíblica.

Ahora bien, la intertextualidad no se limita aquí a funcionar dentro de la obra de Borges : esta Biblia que acoge, libro abierto, la crónica de los Gutres reproduce y actualiza la génésis del Nuevo Testamento, acopio de historias cuyo perímetro definitivo sólo se fijaría en 397, en el concilio de Cartago, durante el cual la Iglesia determinó cuáles habían de ser los 27 libros que lo compondrían. Este origen, administrativo o institucional, ha suscitado debates y controversias entre teólogos. Algunos protestantes sugieren que el canon es una pura decisión histórica, siempre revisable, contingente16. En La Colorada, se reproduce el martirio de Cristo, pero, además, el texto que narra sus prolegómenos mezcla sus páginas con las del Nuevo Testamento y podría terminar fundiéndose con él en el mundo que constituye esta estancia cortada por las aguas y el olvido del resto de la humanidad. La Iglesia hipotética que nos invita a postular el martirio de Baltasar Espinosa incluiría en su Nuevo Testamento la crónica de los Guthries… Esta Iglesia, como la real, descubriría el nuevo canon : « ce n’est pas l’Église constituée qui a comme telle créé le canon : elle en a reconnu l’existence » (K. Aland)i. Para Paul Beauchamp, « en définitive, ce n’est pas l’individu, mais les Églises, puis l’Église qui est « agie » par l’Esprit-Saint, de manière à reconnaître les écrits canoniques et à entendre à travers eux la Parole de Dieu17 ». Esta idea de un Dios o de un Espíritu Santo que dispone los hechos para que en el mundo resuene Su voz es compatible, como lo veremos más adelante con el desarrollo de nuestro texto, en el que ciertas situaciones parecen ser las manifestaciones del curso de una historia subterránea que una voluntad exterior dispone u organiza.

El lugar en que se hallan estas páginas, la Biblia, acaso no sea, lo acabamos de ver, anodino. Pero el lugar en que la Biblia misma se encuentra tampoco puede serlo. El casco de la estancia alberga una Biblia en inglés, la Biblia contiene la historia de los Guthries, oriundos de Inverness ¿Fueron otrora los Gutres los habitantes de la casa principal, los propietarios de la Colorada, acaso? En El inmortal, cuento de Borges que ya hemos mencionado, los Inmortales construyen una ciudad y luego viven como animales a su vera. En After Many a Summer Dies the Swan, de Aldous Huxley, el hombre que ha alcanzado la inmortalidad es una suerte de simio. Los Gutres, seres degradados, toscos y vigorosos, que viven junto a una casa que acaso fuera la suya en otros tiempos.

Pero, ¿quiénes son los Guthries?, ¿qué son? Al principio del relato tuvimos que contentarnos con una muy somera descripción. Ahora parece que vamos a saberlo… ¿Una familia? ¿Un clan? ¿Algunas personas? He aquí de nuevo la imprecisión que tantas veces caracteriza las alusiones a estos rojizos personajes en el relato. Los Gutres son una cosa que dura en el tiempo, que cambia de nombre, pero que no pierde su unidad o identidad18. Los Gutres se “cruzaron” con indios : el vocablo más parece corresponder a animales que a seres humanos. Lo indeciso, lo impreciso se manifiesta también con esta extraña crónica, que parece indicar que quien o quienes, la escribieran, la entidad que narraba, dejó, en un momento de saber escribir ¿Se tratará de una conclusión obtenida por deducción, a partir por ejemplo de la calidad decreciente de la escritura? Quizás muchos Gutres hayan abandonado la estancia y sepan escribir. Pero si queremos preservar la coherencia del relato, que parece querer encerrar a los Gutres en el ámbito de la estancia, hemos de aceptar una forma de enigma lógico, hemos de imaginar a alguien escribiendo algo así como “yo, que esto escribo, no sé escribir”. Intriga además el plural : ¿quiénes escribieron esta historia? El narrador no quiere distinguir la historia de los Guthries, que cuenta su instalación en Argentina y su olvido de la técnica de la escritura, y la historia de los Guthries, en el sentido de una obra por ellos escrita. Nos perdemos en conjeturas imaginando el trasfondo de esta narración : ¿un Guthrie que hace obra de historiador y escribe la historia de su estirpe? ¿Sería éste último, forzosamente un letrado, una suerte de Snorri Sturluson, el que escribiría que ya los Guthries (¿los Gutres?) no saben escribir, o que anticipa lo por venir y ve en sí mismo el último representante de un clan que hubiera tenido conciencia de sí y del pasado? Recordemos que ahora los Gutres no saben qué cosa sea el pasado (nota )¿Se habrá tratado de una obra colectiva, en la cual cada generación había de historiar sus hechos? ¿O habrá que considerar todas estas preguntas como ociosas y afirmar que la entidad Guthrie estaba animada por una suerte de conatus spinozista, que inexplicablemente para nosotros fue plasmándose en relato, en un modo paralelo o derivado, el de lo escrito? A no ser que el texto, como tantas veces en Borges, haya engendrado a los Guthries y que su ausencia los haya apocado en Gutres. El texto vendría entonces a ser la substancia divina, o, a lo menos, análogo u homólogo a ella. A menudo, en Borges el texto es el mundo. Es inevitable por tanto que el silogismo nos asalte : Dios (sustancia divina) = mundo, según Spinoza. Mundo = Libro, o Texto, según Borges. Ergo : Texto = Sustancia divina.

¿Cómo puede una crónica escrita en principio en inglés ir contando el paulatino olvido de la lengua de quienes la redactaran? ¿O es el narrador el que mezcla su omnisciencia con la crónica, sin anunciar que es él quien interviene, confundiéndose con la voz del relato, de la crónica o de Espinosa? Todo esto es exasperante. Borges no se preocupa por hacer verosímil la emergencia del relato, su genealogía. No sabemos cómo los hechos sucedidos en 1928 vienen a ser conocidos. Una solución consiste en aceptar simplemente la convención literaria de que el autor lo sabe todo y nos dice lo que quiere. El problema es que, primero, el relato está organizado de tal modo que, al darnos una de las fuentes, la historia de los Guthries, tenemos la impresión de que el narrador no ocupa aquella posición flaubertiana de estar en la obra como Dios en el Universo. Por otro lado, la identificación entre el narrador y Espinosa es tan fuerte, tan poco neutra o simétrica la posición que asume, que nos es difícil imaginarlo como una voz narrativa equidistante de sus personajes que los observa de lejos. En realidad, la historia se cuenta sola -como en las sagas-, y la vemos aparecer, como un cuadro cubista, de diferentes puntos de vista. (Cf : Octavio Paz). Acaso todo esto emerja del desgano y del descuido con que parece escrito este texto.

Los Gutres carecían de fe… explícita : pero en su sangre perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista y las supersticiones del pampa. Un hombre que no conoce la causa de sus actos, nos dice Spinoza, no es libre. Los Gutres, no solamente no las conocen : no les importa conocerlas y apenas escuchan a Baltasar Espinosa cuando les habla de la historia de su estirpe contenida en unas páginas que duermen en la Biblia. Ahí está el escándalo, en la ausencia de voluntad de definirse por una concatenación de causas, de inscribirse en el tiempo. El contraste es brutal : la voz narrativa ve a los Gutres en perspectiva, como la última manifestación de una estirpe venida a menos. Los Gutres, por el contrario, son seres del presente, cortados de sus mayores, indiferentes a ellos, como cortados también lo están de un mundo en que la religiosidad y las supersticiones encuentran un cauce, un marco… En los Gutres vive una superstición tanto más poderosa cuanto que es callada, incontrolada, ignorada.

Baltasar Espinosa ha encontrado una Biblia en inglés, que les lee a los Gutres, traduciéndola, tras haberla abierto al azar en el Evangelio según Marcos. Los Gutres escuchan con una atención inesperada, que Baltasar Espinosa explica refiriéndose a una doble presencia, en la sangre de los Gutres y en la historia de todos los hombres, de algo que se conecta con el relato bíblico. Ahora bien, lo que la mente de Baltasar Espinosa retiene como común de todas las historias de los hombres es bastante singular y más parece provenir de un deseo de aunar religión nórdica y cristianismo que de señalar convergencias entre las religiones. Así, la idea de un dios que se hace sacrificar, algo forzada en lo referente a Jesucristo, permite reunir la tradición cristiana con la nórdica, en la que el sacrificio de Odín (« yo, a mí mismo sacrificado ») se realiza para alcanzar el saber. Aquí, el que este pensamiento le venga a Baltasar Espinosa, refuerza la impresión de que el personaje alberga un conocimiento vago y augural de lo que ha de acontecerle, de que en él fluye una conciencia otra, innominada a la que accede en puntuales atisbos. Lo significativo no es el enunciado en sí, ni su veracidad o falsedad, sino su presencia en la mente de Baltasar Espinosa como confirmación de que él, por sus actos y pensamientos, va a hacerse crucificar. Los Gutres vienen a ser el instrumento de un sacrificio definido por la Biblia y realizado por Baltasar Espinosa o por algo que se ha encarnado en él. Así, Baltasar Espinosa es Cristo, pues sólo su sacrificio puede estar rodeado de tantas señales, sólo su sacrificio puede poseer tantas cualidades narrativas. Acaso el paso del hecho descarnado al relato literario sea análogo al que suscita la emergencia de la religión : prestarle a Baltasar Espinosa ciertos pensamientos hace pasar al relato de una rúbrica de noticia roja a la categoría de texto literario. Tal vez pasase lo mismo con Jesucristo : la manera de contar pudo transformar el ajusticiamiento en revelación sobrenatural. El evangelio según Marcos sugiere que pueda existir contigüidad cognitiva entre la génesis de la ficción y la génesis de la religión. Esta última es una ficción que se niega a reconocerse como falaz en lo público pero que lo hace secretamente en lo íntimo de cada creyente. La simplicidad de los Gutres les prohibe la esquizofrénica duplicidad del creyente civilizado, capaz de afirmar que lo que la Biblia proclama es verdadero y de no aplicar en los actos las burdas y grotescas directivas que pueden deducirse con rigor de sus palabras. Spinoza explicaba, para escándalo de los creyentes, que en los libros sagrados pueden hallarse preconizaciones morales, pero no la verdad del mundo (referencia).

Baltasar Espinosa predica con grandilocuencia. Poco a poco, el personaje de Cristo, diabólicamente, va apoderándose del cuerpo de Baltasar Espinosa. La teatralidad incauta y sin motivo a la que se abandona va convocando paulatinamente su crístico destinoii. La lectura histriónica de las Escrituras modifica el espacio de La Colorada y el alma de los Gutres, que, dócilmente, desempeñarán los papeles que se les asigna, que les asignan el nombre de la estancia y sus rojizos cabellos : transformar el relato bíblico en una parodia esperpéntica y blasfematoria. Este espejo deforme de seres apocados, caídos en un salvajismo degradado entra en resonancia con el odio y el patricio temor que Borges y su estirpe siempre profesaron para con el caudillo Rosas y lo que él encarnara19. Podemos observar también lo que podríamos llamar una confluencia de las conciencias. La de los Gutres y la de Baltasar Espinosa van convergiendo hacia lo mismo, hacia la escena final en que ambas partes repetirán unos actos que los preceden, que existieran antes que ellos, que la Biblia, magnética y malignamente impone (El encuentro).

Los Gutres, cautivados por la lectura de la Biblia, comen ansiosamente para poder escuchar a Baltasar Espinosa.

Una corderita se lastima y Baltasar Espinosa le para la sangre con… pastillas, lo cual suscita una gratitud asombrosa en los Gutres y la sorpresa del lector que no ignora que no es así como se corta una sangre que corre…: milagro. Milagro, sí, ¿qué otra cosa si no? Un estudiante en último año de medicina, en lugar de vendar la herida o de aplicar una compresa, da pastillas. Baltasar Espinosa, es, ahora, otro. Pero el relato, también, a partir de ahora, se desvela como lo que es, un cuento fantástico, en la medida en que la curación de la corderita con pastillas funciona. Para quien quiera, por lo menos, pues lo anodino del detalle, junto al convencimiento de la casi bestialidad de los Gutres y al descuido estilístico previo del relato permite, a quien lo desee, soslayar esta incómoda incongruencia y continuar la lectura como si lo que tiene ante los ojos fuese un texto realista o una nota de rúbrica roja de un diario. El relato aquí se bifurca : para unos será realista, para otros fantástico. O sigue siendo el mismo, y se vuelve ambiguo, todavía más ambiguo que antes.

Baltasar Espinosa es otro, cada vez menos él mismo. Movido por algo o alguien, ha curado a la corderita con pastillas. Pero los Gutres también cambian. Acatan con respeto las órdenes de Baltasar Espinosa, lo siguen como perdidos. Mientras resuenan en el ámbito de La Colorada las palabras del evangelio, repetidas por pedido del padre, los personajes son cada vez menos ellos mismos y cada vez más lo que la historia exige que sean20. Los Gutres son como niños acunados por las palabras, que no saben manejarlas y que serán caudalosamente arrancados por ellas del suelo feral en el que se habían ido fundiendo. Baltasar Espinosa tampoco opondrá resistencia al flujo de los hechos que van forjando su divinidad. La gestación de la divinidad de Baltasar Espinosa y la de su asesinato se efectúan con el mismo légamo incierto, vienen a ser las dos caras de la misma moneda que se requieren mutuamente para acaecer.

Baltasar Espinosa sueña con el Diluvio. La historia subterránea que rige lo que ocurre en La Colorada es cada vez más pujante, y se va a entrecruzar con lo que ocurre en el mundo : el sueño y la realidad comparten el mismo ruido, el de los martillazos de la cruz que construyen los Gutres, que provienen de la construcción del arca de Noé en el sueño de Espinosa. Dentro de poco, la confluencia entre las historias será completa. Los Gutres le explican a Baltasar Espinosa que el temporal ha roto el techo del galpón de las herramientas y que se lo van a mostrar cuando esté reparado. Baltasar Espinosa no puede ver los desperfectos, sólo podrá verlos cuando la escena de la representación esté lista. Con benevolencia o indiferencia, acepta no entrar al lugar adonde una curiosidad natural y su función pasajera de patrón por la ausencia de su primo lo deberían llamar. Estamos ante la más angustiante confluencia de realidad, mística y teatralización.

Baltasar Espinosa ya no es un forastero, los Gutres casi lo miman. En realidad, Baltasar Espinosa nunca ha estado más lejos de los Gutres, que lo han endiosado, que saben que va a morir.

III. De “El temporal ocurrió un martes.” hasta el final.

La chica “de incierta paternidad”, ahora “hija” del capataz, golpea a la puerta de Espinosa durante la noche y se le entrega. Cuando se va, ni siquiera le da un beso. Espinosa ignora su nombre.

Cuando la muchacha entra en la habitación, está desnuda. Baltasar Espinosa “notó”, en el lecho, que “había venido desde el fondo”. Si razonamos estrictamente, es algo que Baltasar Espinosa no puede “notar”, salvo si el fondo no es una parte de la estancia sino otra cosa, algo incierto, indeterminado, primigenio o legaminoso, algo que viene de orígenes insondables y que pudiera notarse en un cuerpo desnudo, algo que clava en la tierra a nuestro otrora etéreo Espinosa. En el momento caliginoso que precede al coito, los dos fondos pueden confundirse y ser la misma cosa. Paul Valéry escribió en Le cimetière marin : le temps scintille et le songe est savoir. Aquí, saber, o notar, es una impresión que se impone, no el resultado de un encadenamiento racional de pensamientos. Como las creencias estereotipadas de una época, como la naturaleza crística de Baltasar Espinosa. Todo esto, junto a una fuente radiante de “conocimiento”, una Biblia, que parece modificar y pervertir su entorno.

En el urbanismo del Buenos Aires de 1928, el fondo era a menudo el jardín, pero ¿qué significa el fondo en una estancia perdida en medio de la pampa? Baltasar Espinosa dormía cuando llegó la chica. Acaso su mente, entre sueños, haya implantado en el espacio de la pampa la topología porteña que le era familiar. Acaso la chica no haya venido ¿Sueña Baltasar Espinosa?

Sobre su aventura sexual, Baltasar Espinosa se promete guardar silencio, no se la contará a nadie en Buenos Aires. La entrega de la chica tiene por efecto sellar los labios de Baltasar Espinosa. No contará lo que pasó con ella, pero quizás tampoco lo demás. En todo caso, este silencio contamina lo demás : la historia nunca podrá ser contada, nunca podrá ser cabalmente desvelada. El aislamiento se completa : no es sólo el que causan las aguas, está también el que deriva de unas palabras que no serán nunca dichas. La estancia empieza a constituirse en una suerte de agujero negro que lo captura todo, hasta el verbo que hubiera podido escapar hacia el futuro en una proyección que le será vedada. Baltasar Espinosa es, ahora, leal al grupo, a los Gutres (cf : El guerrero y la cautiva), al que lo une un acto confusamente ignominioso.

Al día siguiente, el padre le pregunta si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres. Baltasar Espinosa le responde que sí, como a otra pregunta del capataz : también los que clavaron los clavos se salvaron del infierno, lugar que ha tenido que caracterizar entre las dos preguntas. En realidad, la teología de Baltasar Espinosa es incierta, y él es librepensador, pero contesta que sí porque “se vio obligado a justificar lo que les había leído (…)”21. La historia impone sus hechos y su coherencia con facilidad tanto mayor cuanto que Espinosa no es hombre que guste de contradecir a nadie. Además, Baltasar Espinosa está aliviado. Temía que el capataz le pidiese cuentas de lo ocurrido con su hija. Gutre, como vemos, no hizo tal cosa. Sin duda, entre otras razones, porque está inmerso en algo que va mucho más lejos que la virginidad de una chica cuya paternidad, vale la pena observarlo, no se pone ahora en duda. Quizás esto último sea simplemente porque el autor busca la brevedad y no haya querido aquí endiñarnos alguna fórmula como “la que Baltasar Espinosa creía ser su hija”. Pero Borges también hubiera podido decir “la chica”, sin incurrir en riesgo alguno de contradicción con la alusión a la incierta paternidad del principio del texto. Laconismo voluntario, o, ¿por qué no?, descuido, esta confusión tiene un efecto en la lectura que ya hemos observado : la voz del narrador y la de Espinosa parecen confundirse. Y el resultado viene a ser una suerte de desdén por la preocupación de traducir en términos humanos convincentes una historia que parece situarse en zonas para nosotros inaccesibles y de la que sólo percibimos algunos retazos. Espinosa, por su parte, está entre dos mundos : por un lado parece a veces percibir lo que está pasando, por otro, es como si no lo quisiera ver.

Ahora asistimos a una suerte de inversión : mientras el tosco capataz se hunde en abismos de reflexión teológica -cuya intensidad no tienen porqué desmentir la torpeza de sus preguntas-, el refinado Baltasar Espinosa se acuesta con la que es o no es su hija y teme, como cualquier muchacho porteño, la cólera del padre biológico o putativo.

No sabemos qué motiva el acto de la chica. No sabemos si fue una decisión personal o no. Podemos recordar que en Emma Zunz, la protagonista se entrega a un desconocido para justificar un crimen, el asesinato de otro hombre al que ella imputa la muerte de su padre, transformándolo en un acto de defensa propia tras una “violación” que en realidad reposa sobre el hecho de atribuirle al enemigo de su padre la relación que ella mantuviera con el desconocido. En la soledad de La Colorada, acaso sea Baltasar Espinosa todos los hombres. Tal vez para asesinarlo también había que atribuirle una “violación”.

Nuestra historia es más spinozista que spenceriana. Para Spinoza el hombre sólo puede realizarse plenamente en sociedad. Para Spencer, sólo el individuo existe, la comunidad es una insoportable abstracción. Los Gutres, solos, escuchan con fervor la Biblia y se vuelven asesinos22. Los Gutres son toscos, se nos dice al principio del texto, los Gutres son como animales, comprendemos más lejos, puesto que “se habían cruzado con indios”. En las famosas páginas liminares de “Los nombres de Cristo”, fray Luis de León (autor bien conocido por Borges) declara que la Biblia, para “las gentes toscas y animales”, es ponzoña. Sin enseñanza, sin contención social, sus mentes producen aberraciones a partir de un texto cuya única enseñanza fundamental es, según Spinoza, (cita) el amor del prójimo. En la época en que, tras la Reforma luterana y la invención de la imprenta, empezaron a difundirse traducciones de la Biblia, numerosos fueron los católicos que temían que el pueblo ignorante no pudiese interpretar correctamente el texto sagrado y que preconizaban que sólo aquellos que leyesen el latín (o las otras lenguas muertas en que la Biblia estaba escrita) tuviesen un acceso directo y no mediatizado por la Iglesia a las Escrituras23. En este sentido, el texto de Borges admite también una lectura antispinozista, o antiprotestante, si nos situamos, por supuesto, en la época de Fray Luis de León, como nos invita a hacerlo la referencia a “Los nombres de Cristo” Recordemos que Spinoza defendía una lectura literal de la Biblia que, dejando de lado las interpretaciones de los teólogos, desvelase su auténtico sentido. ¿No es éso, en cierto modo, lo que los Gutres hacen? ¿No nos estará diciendo Borges que no hay lectura literal, que ninguna lectura puede serlo, ni siquiera la del príncipe de los filósofos? ¿Quién dirá que el mensaje de la Biblia no es un mensaje de odio, de crímenes, de venganzas de un dios loco, beodo, insensible? ¿Quién que la reducción spinozista es incontestable? Muchas veces ha repetido Borges que lo que cuenta en literatura no es la escritura sino la lectura, y que hay tantos libros como lectores. La lectura de los Gutres vale la de cualquier otro…

Viene después el último almuerzo, tras el cual los Gutres pedirán oír una vez más dos capítulos, los dos últimos que oirán en la boca de Baltasar Espinosa.

Baltasar Espinosa duerme. Vuelven los martillazos, siente vagas premoniciones. Los martillazos solo parecen producirse durante el sueño de Baltasar Espinosa. En “Las ruinas circulares”, un texto de Borges, un hombre sueña a otro con una precisión cada vez mayor. Aquí, la cruz de Baltasar Espinosa también cobra cuerpo durante su sueño. El inminente futuro se desborda hacia el presente y a Baltasar Espinosa lo asaltan las premoniciones. Retomemos la pregunta que nos formulábamos más arriba : ¿sueña Baltasar Espinosa? ¿No es todo esto más que un sueño, una gigantesca pesadilla? El lector se resiste a reducir este relato a un avatar más de “El mundo es sueño”, de Calderón de la Barca, a una suerte de “Shatered island”, a quedarse con la cómoda solución de que no pasó nada, de que no era sino un sueño. Sin embargo, hemos de reconocer que la construcción de la cruz se nos presenta únicamente a través de los sueños de Baltasar Espinosa24 y que éstos acompañan, confirman y completan de manera inexplicable los hechos. No puede considerarse como trivial o insignificante el que en un relato en el cual unos personajes deshumanizados o degradados actualizan esperpénticamente la historia bíblica, los sueños de Baltasar Espinosa, que encarna en principio la racionalidad, hayan ido acompañando, como un inquietante trasfondo musical, el “delirio” de los primeros. (Como tampoco podrá considerarse como trivial el “milagro” de la curación de la corderita) Cabría, por supuesto, recurrir a la explicación extradiegética de que el autor necesitaba ir creando un ambiente bíblico. El problema es que dicho enunciado no sería una explicación sino la declaración de la decisión de no reflexionar sobre la cuestión. Lo que nos interesa es el efecto que producen en el lector estos sueños tan coherentes con la historia que está desarrollándose en el mundo real. Estos sueños no son triviales. Tampoco nos indican que todo es sueño. Lo que está ocurriendo aquí es más sutil, más creíble, más inquietante, más imperfecto. Se está dando una convergencia entre diferentes realidades, que fluyen por cauces diferentes y que están convergiendo, que están uniéndose poco a poco, cada vez más estrechamente. En el microcosmo de la estancia aislada tres órdenes confluyen. El de los Gutres, el del milagro de la corderita, el de los sueños de Baltasar Espinosa. La coexistencia de estos mundos sólo puede ser momentánea, la fractura del universo en el punto singular de “La Colorada” no puede durar. La crucifixión de Baltasar Espinosa restablecerá la normalidad perdida. Pero ¿quién cuenta la historia, quién organiza los hechos? ¿Dios? ¿La Biblia? ¿Quién suscita los sueños de Baltasar Espinosa? ¿Quién el “milagro” de la corderita? ¿Quién escribe con desdén y torpeza, para que comprendamos que él (¿El?) no está sometido a las leyes de la verosimilitud, y que puede obligar a la realidad a tomar los cauces que él desee? Señalemos una incoherencia más, ostensible, gratuita en apariencia, pero que no lo es : se nos había hecho entender que Baltasar Espinosa ya no desconfiaba de los Gutres25. Ahora se nos dice que, por las dudas, siempre cerraba la puerta con llave.

Un diálogo (¿un monólogo?) en que el capataz repite como un eco las últimas palabras de la frase de Baltasar Espinosa : ya falta poco. Para que bajen las aguas, para la crucifixión. Las palabras son las mismas, no su significado. Las palabras no son unívocas. No puede haber lectura literal, no la hay de tres palabras, no la hay de la Biblia, ni del Quijote26. Pero aquí la incomprensión alcanza ya un nivel intolerable, y la realidad va a encargarse de suprimir esta bifurcación del mundo en dos historias paralelas. Baltasar Espinosa va a morir. El mundo, la historia, volverá a encontrar su unidad. Pero Gutre repite como un eco… de Espinosa. ¿Existe Gutre? ¿O es un eco de la sustancia divina? ¿Cuántos protagonistas hay en esta historia? ¿ No habrá solo uno, como lo sugiere aquel posesivo “su”, que nos dejara tan perplejos al inicio de nuestra lectura? En “Historia del guerrero y la cautiva” los destinos de ambos personajes, en principio tan contrapuestos, se confunden : “el reverso y el anverso de de esta moneda son, para Dios, iguales”. En “Los teólogos”, leemos : “El fin de la historia es sólo referible en metáforas, ya que pasa en el reino de los cielos, donde no hay tiempo. Tal vez cabría decir que Aureliano conversó con Dios y que Este se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia. Ello, sin embargo, insinuaría una confusión en la mente divina. Más correcto es decir que en el paraíso, Aureliano supo que para la insondable divinidad, él y Juan de Panonia (el otrodoxo y el hereje, el aborrecedor y el aborrecido, el acusador y la víctima) formaban una sola persona.”. Borges pues gusta de recurrir a una posición extradiegética que muestra una suerte de comunión fundamental de los contrarios, como si fuesen simplemente dos coloraciones que pudiera tomar una misma y única sustancia, como si fuesen dos afectos, hubiese dicho acaso Spinoza, de una misma y única sustancia.

Baltasar Espinosa ha de encontrarse consigo mismo. Baltasar Espinosa se despierta de un sueño incierto (de alfanjes y de campo llano27) y comprende que está vivo porque reconoce el canto del jilguero. Entonces muere28.

Lectura comentada

El Evangelio según Marcos
(El informe de Brodie, 1970)

El hecho sucedió en la estancia La Colorada, en el partido de Junín, hacia el sur, en los últimos días del mes de marzo de 1928. Su protagonista fue un estudiante de medicina, Baltasar Espinosa. Podemos definirlo por ahora como uno de tantos muchachos porteños, sin otros rasgos dignos de nota que esa facultad oratoria que le había hecho merecer más de un premio en el colegio inglés de Ramos Mejía y que una casi ilimitada bondad. No le gustaba discutir; prefería que el interlocutor tuviera razón y no él. Aunque los azares del juego le interesaban, era un mal jugador, porque le desagradaba ganar. Su abierta inteligencia era perezosa; a los treinta y tres años le faltaba rendir una materia para graduarse, la que más lo atraía. Su padre, que era librepensador, como todos los señores de su época, lo había instruido en la doctrina de Herbert Spencer, pero su madre, antes de un viaje a Montevideo, le pidió que todas las noches rezara el Padrenuestro e hiciera la señal de la cruz. A lo largo de los años no había quebrado nunca esa promesa. No carecía de coraje; una mañana había cambiado, con más indiferencia que ira, dos o tres puñetazos con un grupo de compañeros que querían forzarlo a participar en una huelga universitaria. Abundaba, por espíritu de aquiescencia, en opiniones o hábitos discutibles: el país le importaba menos que el riesgo de que en otras partes creyeran que usamos plumas; veneraba a Francia pero menospreciaba a los franceses; tenía en poco a los americanos, pero aprobaba el hecho de que hubiera rascacielos en Buenos Aires; creía que los gauchos de la llanura son mejores jinetes que los de las cuchillas o los cerros. Cuando Daniel, su primo, le propuso veranear en La Colorada, dijo inmediatamente que sí, no porque le gustara el campo sino por natural complacencia y porque no buscó razones válidas para decir que no.

Este párrafo nos presenta a BE, el protagonista de la historia, así como el lugar y la fecha de los hechos : la estancia « La Colorada », en el partido de Junín, en los últimos días de marzo de 1928. Baltasar Espinosa es uno de tantos muchachos porteños, sin otro rasgo de nota que su capacidad oratoria y una casi ilimitada bondad. BE es inteligente, perezoso, tiene treinta y tres años, no le gusta ganar en el juego, prefiere que los demás tengan razón. No carece de coraje. Su padre era librepensador, su madre católica. Su espíritu de aquiescencia (decir siempre « sí ») lo lleva a opiniones o hábitos discutibles. El país le importa menos que lo que se piense de él en el extranjero. Acepta la propuesta de su primo de veranear en « La Colorada » porque no buscó razones válidas para decir que no.

BE tiene la edad de Cristo, es bueno, buen orador, no le gusta ganar, prefiere que su interlocutor tenga razón y no él. BE hace pensar en Jesucristo.

El narrador define a BE, no lo describe, no lo presenta. Definir a un personaje es una manera de evidenciar su carácter literario, de salir del convenio de la ficción que consiste en suponer que el personaje existe.

BE siempre dice « sí ». Da la impresión de que no tiene personalidad o voluntad propia. Da la impresión de que vive un poco en otro mundo, que las contingencias de este mundo no le preocupan demasiado. Es capaz incluso de pelearse con indiferencia.

BE, se nos dice, es el protagonista del hecho que se van a narrar : su protagonista fue BE.


El casco de la estancia era grande y un poco abandonado; las dependencias del capataz, que se llamaba Gutre, estaban muy cerca. Los Gutres eran tres: el padre, el hijo, que era singularmente tosco, y una muchacha de incierta paternidad. Eran altos, fuertes, huesudos, de pelo que tiraba a rojizo y de caras aindiadas. Casi no hablaban. La mujer del capataz había muerto hace años.

El casco de la estancia es grande y un poco abandonado. Las dependencias del capataz están muy cerca. Viene a continuación una descripción de los Gutres: son toscos, altos, fuertes, con pelo que tira a rojizo y caras aindiadas. Casi no hablan. La mujer del capataz ha muerto hace años.

Tras el largo párrafo de presentación de BE, el que el narrador dedica a los Gutres llama la atención : es somero, escueto, lapidario. La descripción de los Gutres aparece como por casualidad, en un párrafo que parecía destinado a presentar la estancia. Tenemos la impresión de que si el narrador habla de ellos es porque dio la casualidad de que estaban presentes en la estancia que se disponía a describir. La presentación de los Gutres contrasta con la de BE : ésta es detallada, precisa, sutil mientras que a los Gutres se los presenta a bulto, de manera indiferenciada, como si fuesen una masa y no individuos. Un adjetivo llama la atención : « tosco ». Es el único que permite instaurar una pequeña diferencia entre los personajes : los Gutres son toscos, el hijo lo es singularmente.

Espinosa, en el campo, fue aprendiendo cosas que no sabía y que no sospechaba. Por ejemplo, que no hay que galopar cuando uno se está acercando a las casas y que nadie sale a andar a caballo sino para cumplir con una tarea. Con el tiempo llegaría a distinguir los pájaros por el grito.

El narrador vuelve a Espinosa y describe una evolución. BE va aprendiendo cosas que no sabía y con el tiempo llegará a distinguir a los pájaros por el grito. Tras los dos párrafos iniciales, que nos presentaban a los protagonistas como opuestos en todo y como representantes de mundos que nada tienen que ver entre sí, ahora vemos que existe la posibilidad de que haya cierta comunicación entre ambos ámbitos. El mundo de la ciudad y el del campo no son herméticos, BE va a evolucionar y a aprender cosas que no sabía. La última frase parece anodina. No lo será cuando leamos el párrafo final del cuento, en el cual BE reconocerá el grito de un jilguero. Su evolución, entonces, habrá concluido : ya es un hombre de campo. Entonces muere.


A los pocos días, Daniel tuvo que ausentarse a la capital para cerrar una operación de animales. A lo sumo, el negocio le tomaría una semana. Espinosa, que ya estaba un poco harto de las bonnes fortunes de su primo y de su infatigable interés por las variaciones de la sastrería, prefirió quedarse en la estancia, con sus libros de texto. El calor apretaba y ni siquiera la noche traía un alivio. En el alba, los truenos lo despertaron. El viento zamarreaba las casuarinas. Espinosa oyó las primeras gotas y dio gracias a Dios. El aire frío vino de golpe. Esa tarde, el Salado se desbordó.

Daniel, el primo de BE, tiene que ausentarse para cerrar una operación de animales. BE se queda en la estancia. Hace calor. En el alba, los truenos lo despiertan. Llueve. Llega el aire frío. El Salado se desborda.

Observemos aquí un cambio importante : BE, el hombre que había dicho que sí cuando su primo le había propuesto pasar las vacaciones en la estancia porque no buscó razones válidas para decir que no, dice, justamente, ahora, no. No sigue a su primo, se queda solo en la estancia con los Gutres. Tenemos la impresión de que en BE empieza a afirmarse cierta voluntad.


Al otro día, Baltasar Espinosa, mirando desde la galería los campos anegados, pensó que la metáfora que equipara la pampa con el mar no era, por lo menos esa mañana, del todo falsa, aunque Hudson había dejado escrito que el mar nos parece más grande, porque lo vemos desde la cubierta del barco y no desde el caballo o desde nuestra altura. La lluvia no cejaba; los Gutres, ayudados o incomodados por el pueblero, salvaron buena parte de la hacienda, aunque hubo muchos animales ahogados. Los caminos para llegar a La Colorada eran cuatro: a todos los cubrieron las aguas. Al tercer día, una gotera amenazó la casa del capataz; Espinosa les dio una habitación que quedaba en el fondo, al lado del galpón de las herramientas. La mudanza los fue acercando; comían juntos en el gran comedor. El diálogo resultaba difícil; los Gutres, que sabían tantas cosas en materia de campo, no sabían explicarlas. Una noche, Espinosa les preguntó si la gente guardaba algún recuerdo de los malones, cuando la comandancia estaba en Junín. Le dijeron que sí, pero lo mismo hubieran contestado a una pregunta sobre la ejecución de Carlos Primero. Espinosa recordó que su padre solía decir que casi todos los casos de longevidad que se dan en el campo son casos de mala memoria o de un concepto vago de las fechas. Los gauchos suelen ignorar por igual el año en que nacieron y el nombre de quien los engendró.

Ante los campos anegados, BE piensa que la pampa es como el mar. Los Gutres, ayudados o incomodados por los BE salvan buena parte de la hacienda. La estancia está cortada del mundo. A causa de una gotera los Gutres empiezan a vivir en el casco de la estancia, con BE, en el fondo, en una habitación que quedaba al lado del galpón de las herramientas. La mudanza fue acercando a BE y a los Gutres, pero el diálogo resultaba difícil. BE les pregunta si la gente guardaba algún recuerdo de los malones. Los Gutres le contestan que sí, pero lo mismo hubieran contestado a una pregunta sobre la ejecución de Carlos I : el pasado no les interesa, el pasado para ellos no existe. Los gauchos suelen ignorar por igual el año en que nacieron y el nombre de quien los engendró.

La pampa es como el mar, piensa BE. Los pensamientos o los sueños de BE van a servir a lo largo del cuento para crear la atmósfera apropiada para el drama que va a producirse. Aquí la pampa es el mar, la lluvia será el diluvio, la estancia el arca de Noé. Los Gutres, ayudados o inocomodados por BE, salvan buena parte de la hacienda. Extraña formulación. Da la impresión de que el narrador, que tan bien sabe lo que pasa en la mente de BE, es incapaz de decir exactamente lo que pasó durante el salvamento de los animales. Pero hay otra cosa : la perfecta simetría de esta formulación nos muestra la divisora entre el BE urbano y torpe y el BE acostumbrado al campo que al final reconocerá el grito del jilguero y que, a partir de ahora es capaz de colaborar en las tareas del campo. Borges necesitaba, en su historia, llevar a los Gutres al casco de la hacienda. Lo hace, pero de manera extraña, una vez más, dando la impresión de una escritura descuidada : una gotera amenaza la casa de los Gutres ¿Cómo puede una gotera amenazar una casa? Tenemos la impresión de que hay una forma de provocación en esta manera de escribir, como si el escritor, voluntariamente, utilizase una justificación poco versosímil.

Los Gutres y BE están en una hacienda cortada del mundo… pero también del tiempo, el pasado para los Gutres no existe. La impresión de aislamiento se vuelve aun más intensa.


En toda la casa no había otros libros que una serie de la revista La Chacra, un manual de veterinaria, un ejemplar de lujo del Tabaré, una Historia del Shorthorn en la Argentina, unos cuantos relatos eróticos o policiales y una novela reciente: Don Segundo Sombra. Espinosa, para distraer de algún modo la sobremesa inevitable, leyó un par de capítulos a los Gutres, que eran analfabetos. Desgraciadamente, el capataz había sido tropero y no le podían importar las andanzas de otro. Dijo que ese trabajo era liviano, que llevaban siempre un carguero con todo lo que se precisa y que, de no haber sido tropero, no habría llegado nunca hasta la Laguna de Gómez, hasta el Bragado y hasta los campos de los Nuñez, en Chacabuco. En la cocina había una guitarra; los peones, antes de los hechos que narro, se sentaban en rueda; alguien la templaba y no llegaba nunca a tocar. Esto se llamaba una guitarreada.

En la casa hay muy pocos libros. BE intenta leerles a los Gutres, que son analfabetos, dos capítulos de Don Segundo Sombra, novela gauchesca de principios del siglo XX, lo que no suscita el interés de su auditorio, para el cual lo que cuenta el libro se parece demasiado a sus vidas, o por lo menos a la del capataz, para que merezca la pena escuchar el relato. En la cocina, nos dice el narrador, había una guitarra. Antes de los hechos que narra, los peones se sentaban en rueda; alguien la templaba y no llegaba nunca a tocar.

A los Gutres, las historias de gauchos no les interesan, se parecen demasiado a lo que es su vida. Borges empieza a prepararnos a algo que será clave, crucial, más lejos : la fascinación que ejercerá sobre los Gutres El Evangelio según Marcos. Como por distracción, se nos dice que en la cocina había una guitarra, que cuando había peones en la estancia servía para las guitarreadas, que parecen consistir en templar una guitarra sin llegar nunca a tocarla. Lo que se nos presenta como una burla entre iniciados, entre escritores, de Borges que ironiza sobre la escena clásica de la guitarreada en la literatura gauchesca argentina tiene en realidad pleno sentido en la organización de la historia : antes había gente, ahora no la hay. Da la impresión de que los peones que antes vivían en la estancia se han ido yendo para despejar la escena del drama. Ahora el aislamiento es completo, total. La Colorada está cortada del resto del mundo; también del pasado -que BE no puede evocar con los Gutres, puesto que para ellos la noción parece carecer de verdadero significado- y, ahora de quienes vivieran o trabajaran en la estancia, que, por razones que ignoramos, han abandonado el lugar.


Espinosa, que se había dejado crecer la barba, solía demorarse ante el espejo para mirar su cara cambiada y sonreía al pensar que en Buenos Aires aburriría a los muchachos con el relato de la inundación del Salado. Curiosamente, extrañaba lugares a los que no iba nunca y no iría: una esquina de la calle Cabrera en la que hay un buzón, unos leones de mampostería en un portón de la calle Jujuy, a unas cuadras del Once, un almacén con piso de baldosa que no sabía muy bien donde estaba. En cuanto a sus hermanos y a su padre, ya sabrían por Daniel que estaba aislado —la palabra, etimológicamente, era justa— por la creciente.

Espinosa se deja crecer la barba. Se demora ante el espejo para mirar su cara cambiada. A su vuelta a Buenos Aires aburrirá a los muchachos con el relato de la inundación. Extraña lugares a los que no iba nunca y no iría. Su padre y su hermano ya sabrán por Daniel que está aislado.

El que BE se deje crecer la barba lo asemeja a Cristo. Pero los Gutres, que lo ignoran todo de la religión, lo veremos, no pueden percibirlo. Nosotros lectores, sí lo hacemos. Pero, en el ámbito de la historia, el único que puede percibir ese parecido es, por supuesto, BE, que, justamente, se demora ante el espejo. Como si fuese un actor. Como si estuviese preparándose para el papel que ha de interpretar. Pero dejarse crecer la barba es también una manera de convocar los acontecimientos que van a producirse. A menudo, en efecto, vemos que BE ejecuta actos o dice palabras que parecen anodinas y que tendrán consecuencias determinantes y tremendas. Estos actos, estas palabras son en principio los de un hombre libre. Pero tenemos la impresión sorda de que algo o alguien los dicta. BE siente nostalgia lugares a los que no iba nunca y no iría. BE siente nostalgia porque sabe confusamente que va a morir.


Explorando la casa, siempre cercada por las aguas, dio con una Biblia en inglés. En las páginas finales los Guthrie —tal era su nombre genuino— habían dejado escrita su historia. Eran oriundos de Inverness, habían arribado a este continente, sin duda como peones, a principios del siglo diecinueve, y se habían cruzado con indios. La crónica cesaba hacia mil ochocientos setenta y tantos; ya no sabían escribir. Al cabo de unas pocas generaciones habían olvidado el inglés; el castellano, cuando Espinosa los conoció, les daba trabajo. Carecían de fe, pero en su sangre perduraban, como rastros oscuros, el duro fanatismo del calvinista y las supersticiones del pampa. Espinosa les habló de su hallazgo y casi no escucharon.

BE encuentra una Biblia en inglés. En las páginas finales, los Guthries, su nombre genuino, habían dejado escrita su historia. Llegaron de Escocia en el siglo XIX y se « cruzaron » con indios. Hacia mil ochocientos setenta y tantos cesa la crónica, ya no sabían escribir. En algunas generaciones, los Gutres han olvidado el inglés; el español les da trabajo. Los Gutres carecen de fe. No les interesa el hallazgo de BE.

BE encuentra una Biblia en inglés, pero no es de ella de lo que habla el párrafo, sino de una crónica que contiene, la de los Guthries. El hallazgo no interesará a los Gutres, lo que es coherente con su desdén por el pasado así como por las actividades de los gauchos. Esta crónica plantea varios problemas : ¿Cómo puede una crónica escrita por los Gutres indicar que éstos ya no saben escribir?, ¿cómo puede una crónica escrita en inglés contar el progresivo olvido de dicha lengua por quienes la escriben? El lugar en que aparece la crónica no es anodino. Las páginas están en la Biblia, y la Biblia en la estancia. ¿Perteneció la Biblia a los Gutres? ¿Les perteneció la estancia? Que unas páginas se agreguen a la Biblia parece actualizar la historia de la Biblia misma, del Nuevo Testamento, en todo caso, cuyo perímetro definitivo solo se definió en 397, durante el concilio de Cartago.

Una frase llama la atención por su brutalidad : los Gutres « se habían cruzado con indios ». El verbo cruzarse se reserva en general a animales : los indios son como animales. De la intrusión de esta sangre india en la sangre escocesa parece provenir la degradación de los Gutres. El enunciado, brutalmente racista, condice con un tema recurrente en la historia argentina y latinoamericana, el de la lucha entre la civilización y la barbarie. El que fuera presidente del país, Domingo Faustino Sarmiento, llamaba así, durante el siglo XIX, a exterminar a los indios y negros del país para reemplazarlos por europeos. Lo que no sabemos es quién habla aquí, de dónde proviene la información ¿Del narrador?, ¿De BE?, ¿de la crónica?


Hojeó el volumen y sus dedos lo abrieron en el comienzo del Evangelio según Marcos. Para ejercitarse en la traducción y acaso para ver si entendían algo, decidió leerles ese texto después de la comida. Le sorprendió que lo escucharan con atención y luego con callado interés. Acaso la presencia de las letras de oro en la tapa le diera más autoridad. Lo llevan en la sangre, pensó. También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota. Recordó las clases de elocución en Ramos Mejía y se ponía de pie para predicar las parábolas.
Los Gutres despachaban la carne asada y las sardinas para no demorar el Evangelio.

BE empieza a leerles a los Gutres El Evangelio según Marcos. Estos lo escuchan con interés, lo que sorprende a BE. Quizás fuese por las letras de oro, o porque los Gutres lo llevan en la sangre. También piensa que los hombres siempre han repetido dos historias, la de un barco que busca una isla querida y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota. BE recuerda las clases de elocución en Ramos Mejía y se pone de pie para predicar las parábolas.

Sorprendentemente, los Gutres escuchan con atención la lectura de la Biblia. A BE se le ocurre que los hombres siempren repiten dos historias, como si estuviesen presentes en cada hombre, lo cual podría explicar el interés de los Gutres por la lectura. Pero la expresión repetir una historia puede también significar que los hechos de una historia se repiten, que la historia se repite. Lo que BE aun no percibe es que es eso lo que está pasando : no sólo se vuelve a contar una historia, sino que la historia misma vuelve a repetirse. Justamente : BE se pone de pie para predicar las parábolas. BE cree estar contando una historia y no se da cuenta de que en realidad ya es parte de ella.


Una corderita que la muchacha mimaba y adornaba con una cintita celeste se lastimó con un alambrado de púa. Para parar la sangre, querían ponerle una telaraña; Espinosa la curó con unas pastillas. La gratitud que esa curación despertó no dejó de asombrarlo. Al principio, había desconfiado de los Gutres y había escondido en uno de sus libros los doscientos cuarenta pesos que llevaba consigo; ahora, ausente el patrón, él había tomado su lugar y daba órdenes tímidas, que eran inmediatamente acatadas. Los Gutres lo seguían por las piezas y por el corredor, como si anduvieran perdidos. Mientras leía, notó que le retiraban las migas que él había dejado sobre la mesa. Una tarde los sorprendió hablando de él con respeto y pocas palabras. Concluido el Evangelio según Marcos, quiso leer otro de los tres que faltaban; el padre le pidió que repitiera el que ya había leído, para entenderlo bien. Espinosa sintió que eran como niños a quienes la repetición les agrada más que la variación o la novedad. Una noche soñó con el Diluvio, lo cual no es de extrañar; los martillazos de la fabricación del arca lo despertaron y pensó que acaso eran truenos. En efecto, la lluvia, que había amainado, volvió a recrudecer. El frío era intenso. Le dijeron que el temporal había roto el techo del galpón de las herramientas y que iban a mostrárselo cuando estuvieran arregladas las vigas. Ya no era un forastero y todos lo trataban con atención y casi lo mimaban. A ninguno le gustaba el café, pero había siempre una tacita para él, que colmaban de azúcar.

Una corderita se lastima, BE le para la sangre con pastillas, cuando los Gutres querían ponerle una telaraña. La curación suscita una gratitud desmedida. BE toma el lugar del patrón ausente. Los Gutes hablan de él con respeto. Concluido el Evangelio según Marcos, quiso leer otro de los tres que faltaban; el padre le pidió que repitiera el que ya había leído, para entenderlo bien. Una noche BE sueña con el diluvio, los martillazos de la construcción del arca lo despiertan y él piensa que son truenos. En efecto, la lluvia había recrudecido. Le dijeron que el temporal había roto el techo del galpón de las herramientas y que iban a mostrárselo cuando estuvieran arregladas las vigas. Los Gutres ahora casi lo miman.

Ahora, casi inevitablemente, el milagro. Una corderita se lastima y BE le para la sangre con pastillas. No se cura así una herida, se ponen vendas o compresas. Se acaba de producir un pequeño milagro, modesto, casi imperceptible, pero milagro al fin y al cabo. Observemos que si de lo que se trataba era de sugerir que la ignorancia de los Gutres podía endiosar un acto médico anodino no hubiese sido necesario elegir una curación inverosímil, ni que la misma se efectuara para beneficio de una corderita, cuyo sacrificio, en la liturgia judía o cristiana, salva a los hombres. Lo que está pasando es que se confirma lo que decíamos más arriba, BE es, de algún modo misterioso, una suerte de Cristo, una suerte de avatar de Jesucristo. No vamos a asistir únicamente al asesinato por gentes ignorantes de un porteño incauto. Los Gutres, increíblemente, tienen razón, la historia de la Biblia se repite, realmente, materialmente. No solo los hombres cuentan una y otra vez los mismos hechos, sino que los mismos hechos se producen una y otra vez. Aquí el relato se vuelve insoportable, como el de Rutilio por otro lado. En los dos casos los autores han rechazado la simplicidad de una historia unidimensional. Rutilio nos dice : yo, gracias al manto de la bruja, volé de España a Noruega, pero aunque ésa fue exactamente mi experiencia, yo no la creo porque la Iglesia dice que es falsa. El lector moderno dirá que este fragmento muestra la alienación de los creyentes, dispuestos a negar la evidencia de la experiencia si la misma contradice las enseñanzas de la Iglesia, salvo que… la Iglesia tiene razón, las brujas no existen, Rutilio no pudo haber volado. Nosotros, lectores modernos, decimos: BE no es Cristo, los Gutres, seres primarios y aislados de la sociedad interpretan de manera aberrante la Biblia y lo matan… salvo que los Gutres tienen razón : BE es, de algún modo, Jesucristo. Ambos textos comparten la incomodidad que suscitan en el lector que surge del hecho de que en cierto modo estos textos niegan el mensaje que parecen estar transmitiendo.

El temporal, dicen los Gutres, ha roto el techo del galpón. Se lo mostrarán cuando esté arreglado. BE no va, como se lo exigirían sus funciones de patrón de reemplazo, a verificar los daños, o a controlar cómo va avanzando la reparación. Respetuosamente, al contrario, se mantiene a distancia. Deja que se ultimen las preparaciones del escenario de su muerte.


El temporal ocurrió un martes. El jueves a la noche lo recordó un golpecito suave en la puerta que, por las dudas, él siempre cerraba con llave. Se levantó y abrió: era la muchacha. En la oscuridad no la vio, pero por los pasos notó que estaba descalza y después, en el lecho, que había venido desde el fondo, desnuda. No lo abrazó, no dijo una sola palabra; se tendió junto a él y estaba temblando. Era la primera vez que conocía a un hombre. Cuando se fue, no le dio un beso; Espinosa pensó que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Urgido por una íntima razón que no trató de averiguar, juró que en Buenos Aires no le contaría a nadie esa historia.

El jueves por la noche la muchacha despierta a BE con un golpecito suave en la puerta. Ha venido desnuda desde el fondo. Era la primera vez que conocía a un hombre. Espiosa no sabía cómo se llamaba. Urgido por una íntima razón, BE jura que en Buenos Aires no le contará a nadie esa historia.

BE notó que la chica había llegado desde el fondo, pero ¿cómo? Este fondo es intrigante. Es como si fuese algo que dejase trazas en un cuerpo. La palabra es ambigua, puede indicar banalmente una localización en el espacio, o algo más indefinido, inquietante. En el Buenos Aires de principios del siglo XX, el fondo era el jardín de la casa, la fachada daba a la calle ¿Estará transponiendo BE la geografía urbana de Buenos Aires a La Colorada? Es algo que puede pasar en los sueños. Recordemos que BE estaba durmiendo cuando irrumpe la chica ¿Será esto un sueño? La manera en que BE « nota » que la chica viene del fondo podría llevar a pensarlo. En los sueños, en efecto, «percibimos » cosas que no podemos notar en la realidad. Pero, más que de una hipótesis de lectura, se trata de una impresión vaga, como otras muchas que el texto produce en su complejidad y que hacen que nuestra mente, después de la lectura vuelva a él sin cesar.

El juramento final culmina el encierro. La estancia estaba cortada del resto del mundo, los peones que antes vivían en ella ya no están, los Gutres son herméticos al pasado. Ahora, el juramento que se hace BE impedirá que las palabras, en el futuro, escapen de La Colorada para contar lo que sucedió con la chica. Ahora, en cierto modo, BE forma parte del clan. Lo une a los Gutres, a través de la chica, algo vagamente ignominioso.


El día siguiente comenzó como los anteriores, salvo que el padre habló con Espinosa y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres. Espinosa, que era libre pensador pero que se vio obligado a justificar lo que les había leído, le contestó:
—Sí. Para salvar a todos del infierno.
Gutre le dijo entonces:
—¿Qué es el infierno?
—Un lugar bajo tierra donde las ánimas arderán y arderán.
—¿Y también se salvaron los que clavaron los clavos?
—Sí —replicó Espinosa cuya teología era incierta.
Había temido que el capataz le exigiera cuentas de lo ocurrido anoche con su hija.
Después del almuerzo, le pidieron que releyera los últimos capítulos.
Espinosa durmió una siesta larga, un leve sueño interrumpido por persistentes martillos y por vagas premoniciones. Hacia el atardecer se levantó y salió al corredor. Dijo como si pensara en voz alta:
—Las aguas están bajas. Ya falta poco.
—Ya falta poco —repitió Gutre, como un eco.
Los tres lo habían seguido. Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha lloraba. Cuando abrieron la puerta, vio el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: Es un jilguero. El galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz.

El día siguiente comenzó como los anteriores, salvo que el padre habló con Espinosa y le preguntó si Cristo se dejó matar para salvar a todos los hombres. Espinosa, que era libre pensador pero que se vio obligado a justificar lo que les había leído, le contestó que sí.

BE, cuya teología era incierta, declara asimismo que también se salvaron los que clavaron los clavos.

BE había temido que el capataz le exigiera cuentas de lo ocurrido anoche con su hija.

Después de la siesta el capataz y BE intercambian unas palabras que no tienen el mismo significado para uno y otro.

Tras haberle pedido su bendición, los Gutres se preparan a crucificar a BE que, antes de morir, reconocerá el grito del jilguero.

El capataz le hace una pregunta sobre teología, BE, que temía que el padre le pidiera cuentas por lo ocurrido con su hija (ahora es su hija), está aliviado. Lo que parece una respuesta anodina a BE tendrá consecuencias dramáticas. Se ha producido una inversión de los papeles : el capataz se abisma en consideraciones teológicas mientras que BE se acuesta con la hija de éste y reconocerá, unas líneas más abajo, el grito del jilguero. Una vez más, BE duerme mientras van avanzando y ultimándose los preparativos de su martirio. El mundo de los sueños de BE y el de la realidad de la estancia van a confluir, los martillazos serán los de la fabricación de la cruz, ya no los del arca. Confluencia también de las palabras: BE y el capataz dicen lo mismo : « Ya falta poco. », aunque, en principio, las palabras de uno y otro no signifiquen lo mismo.

BE ya no es más un porteño distante, ahora reconoce el grito del jilguero. Su evolución culmina, ahora es plenamente humano. Entonces muere.

1Toda descripción es una interpretación. Pero una interpretación que no se presenta como tal. En la definición, la intervención de quien la enuncia es insoslayable. La definición anula la ficción literaria de que lo contado es la realidad hecha palabras, de que el escritor, como decía Stendhal, pasea un espejo por los caminos. El recurrir a la definición hace patente la presencia del escritor.

2Según Patrick Boyer, los ritos de las religiones tienen por objeto el sellar la pertenencia al grupo. En un sentido, según entiendo, cuanto más absurdos mejor, puesto que mayor tendrá que ser el sacrificio de la racionalidad y este sacrificio viene a ser el rito de entrada en el grupo. Dennett a estudiado a los pastores que han perdido la fe y siguen ejerciendo su posición, repitiendo gestos sin significado… que tienen sin duda el de garantizar y cimentar su pertenencia al grupo. El creer y repetir las ficciones del derecho es una manera de formar parte de la comunidad o del colectivo de los juristas o de la sociedad: en sus fundamentos la república francesa tiene por esencia el respeto de la legalidad y será francés quien respete la ley, más allá de cual sea su sangre.

3 Borges y yo, in El Hacedor. En este texto Borges cita a Spinoza

4« El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse a la circunstancia de que, en este país, los gobiernos suelen ser pésimos o al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. » Nuestro pobre individualismo.

5Al final, serán algo, personas : de ese légamo surgiran personas, aunque contrahechas. Del Verbo esperpéntico que resuena en la estancia saldrán criminales, hombres troncados.

6Como también será el tema de Cien años de soledad, de García Márquez.

7En este cuento, un grupo de hombres alcanza la inmortalidad tras haber bebido las aguas de un río que la procura. Su humanidad se degrada, se vuelven primarios, olvidan el lenguaje, son totalmente contemplativos.

8

(…)

Vivimos revolcaos

en un merengue

y en un mismo lodo

todos manoseaos…

Cambalache, tango de Enrique Santos Discépolo.

9El texto de Borges se vuelve en un sentido antiprotestante : cuando el pueblo ignorante lee sin conducción espiritual la Biblia, surgen monstruos. En nuestra sociedad laicizada, el mismo razonamiento se aplica a veces a la ley, cuya lectura, se dice, exige la intervención de intérpretes autorizados. Cf : Fridmann.

10Yo subrayo.

11Poema de los dones.

12 A este enfoque que integra la figura del escritor en el acto de la lectura puede oponérsele que es una negación de la lectura literaria, la cual vendría a suponer precisamente el que se obvie al escritor, que el lector suspenda momentáneamente la incredulidad, como decía Oscar Wilde, y que acepte como verdadero lo que lee. Nosotros, aquí, no hemos practicado esta ascesis. El hacerlo producirá otra lectura, que no investigaremos en estas líneas.

13 Lo que en sí sería importante, pues subrayaría el aislamiento de la familia, su disminución en tanto que seres humanos en la medida en que están cercenados de la comunidad, lo que constituye una parte esencial del individuo, según el sociólogo. Por otro lado, el rostro barbado de Cristo es un avatar de esa creación institucional de objetos mentales en torno al texto sagrado que Spinoza, con otras palabras, rechaza en su exégesis de la Biblia.

14Se trata de un universo subdeterminado, no saturado de causalidad.

15Ver al respecto las teorías idealistas de Platón, la visión de los objetos matemáticos de Connes y de Penrose y los memes mentales de Dawkings.

16“Pour les uns, le canon est une pure décision historique, sans cesse révisable, contingente.” Paul Beauchamp, http://www.universalis-edu.com/encyclopedie/bible-ancien-et-nouveau-testament/#15

17http://www.universalis-edu.com/encyclopedie/bible-ancien-et-nouveau-testament/#15

18Hull, biólogo y filósofo de la biología ha reflexionado sobre la noción de individuo. La diversidad de las formas de la vida nos impone no extender nuestra noción intuitiva de individuo a todos los seres vivos. Para los Gutres podría ser útil recurrir a una concepción rizomática :

19Rosas organizó en su estancia partidas de gauchos, « los colorados del monte » que luchaba a sus órdenes contra el poder de Buenos Aires…

20Spinoza escribe : « D’où suit que l’Esprit humain est une partie de l’entendement infini de Dieu ; et par suite, lorsque nous disons que l’Esprit humain perçoit ceci ou cela, nous disons seulement que Dieu, non en tant qu’il est infini, mais en tant qu’il s’explique par la nature de l’Esprit humain, autrement dit en tant qu’il constitue l’essence de l’Esprit humain, possède telle ou telle idée ; et lorsque nous disons que Dieu possède telle ou telle idée, non seulement en tant qu’il constitue la nature de l’Esprit humain, mais encore en tant qu’il possède, en même temps que l’Esprit humain, l’idée d’une autre chose, nous disons alors que l’Esprit humain perçoit la chose en partie, autrement dit de façon inadéquate. » L’Ethique, folio, p. 127. La idea de que Dios está detrás de todos los pensamientos y de que éstos, cuando son humanos, son imperfectos parece congruente con el tono del relato.

21Este es homólogo al de los Gutres, cuando Baltasar Espinosa les preguntara si la gente recordaba los malones.

22Como Borges, que lee con fervor a Spencer y escribe tantas veces contra él.

23La censura general de Biblias de 1554 y el Indice de Valdés, que también las censura, de 1559. http://www.artehistoria.jcyl.es/histesp/contextos/6689.htm

24 Puede objetarse, por supuesto, que los Gutres tenían que construir la cruz durante el sueño de Baltasar Espinosa, para que éste no se enterase de lo que estaban haciendo. Pero a ello cabe responder que los Gutres ya habían anunciado a Baltasar Espinosa que la lluvia había roto el tejado del galpón y que estaban efectuando las reparaciones.

25« Al principio, había desconfiado de los Gutres y había escondido en uno de sus libros los doscientos cuarenta pesos que llevaba consigo; ahora, ausente el patrón, él había tomado su lugar y daba órdenes tímidas, que eran inmediatamente acatadas. »

26En Pierre Menard, autor del Quijote, Borges compara dos frases exactamente idénticas y muestra hasta qué punto su significado puede diferir.

27 Sueña alonso quijano
El hombre se despierta de un incierto
sueño de alfanjes y de campo llano
y se toca la barba con la mano
y se pregunta si está herido o muerto.
¿No lo perseguirán los hechiceros
que han jurado su mal bajo la luna?
Nada. Apenas el frío. Apenas una
dolencia de sus años postrimeros.
El hidalgo fue un sueño de Cervantes
y don Quijote un sueño del hidalgo.
El doble sueño los confunde y algo
está pasando que pasó mucho antes.
Quijano duerme y sueña. Una batalla:
los mares de Lepanto y la metralla.
J. L. Borges.

28En « Poema conjetural », un unitario perseguido por la chusma federal, comprende, con júbilo, antes de morir, su « destino sudamericano ».

iIbid. Citado por Paul Beauchamp.

ii Cf: los menes de Dawkings

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