Profesor García Carcel

Lille, 10 de noviembre de 2014

Estimado profesor García Carcel,
 
Me permito dirigirme a usted pues estoy reuniendo documentos para tratar con alumnos franceses y españoles diferentes temas relacionados con la Historia, para lo cual preveo utilizar su artículo La manipulación de la memoria histórica en el nacionalismo español1, así como algunos artículos de prensa en que se hace alusión a sus trabajos o se lo cita a usted. Uno de mis objetivos es suscitar una reflexión sobre la noción de objetividad en Historia. Se tratará de realizar una lectura crítica de los documentos para preguntarnos si no hay contradicción entre dos necesidades que aparecen en sus palabras: la de practicar una Historia seria y objetiva y la que tienen todos los pueblos de disponer de iconos. Se buscará asimismo articular esta cuestión con la crítica que usted efectúa del « presentismo ».
El escribirle tiene por motivo concreto preguntarle si tendría usted a bien realizar algunos comentarios a las observaciones u interrogantes que voy a formular. De aceptar usted realizar dichos comentarios, los incluiría íntegramente en el dossier que estoy preparando antes de su difusión en Francia y España.
En El País del 28 de noviembre de 20122, declara usted : “Hoy, el presente lo invade todo, lo explica todo”. También afirma que « (…) el reto de los historiadores es intentar no contaminarse políticamente”. En La Razón3, leemos otras palabras suyas :
« Hay que saber deslindar la realidad de lo imaginario y mítico»,
lo que ilustra, nos dice el periodista, con el fenómeno siguiente:
«Los compañeros de mi generación estudiamos la memoria del régimen franquista, que estaba cargada de leyendas: Viriato, Don Pelayo, el Imperio… Cuando llegamos a la universidad hicimos una crítica excesiva de estos mitos y dejamos vacíos los altares nacionales de iconos. Contribuimos a laminarlos. Pero la ironía es que eso no se ha hecho en los nacionalismos periféricos. La Historia de España se ha quedado desnuda de mitos, mientras florecen los iconos en los altares de la periferia. Si se cuestionan los mitos, hay que hacerlo con todos. No sólo con los del Estado, también con los del nacionalismo. Si no, es un agravio comparativo deleznable».
¿Podría usted explicarnos, señor profesor, cómo se articula la necesidad de deslindar la realidad de lo imaginario y mítico y la de no realizar una crítica excesiva de mitos y leyendas ? ¿Debe la Historia contener mitos ? ¿Debe el historiador atenuar su crítica de los mitos nacionales si considera que no se hace lo propio en los nacionalismos periféricos y precaverse así de no caer en un deleznable agravio comparativo? ¿No se estaría entonces practicando una forma de ese presentismo que usted deplora, ponderando lo que ha de decirse en función del contexto historiográfico o político en que el historiador actúa o ejerce ?
Y dado que usted duda de que el estudio del presente sea historia :
Le veo utilidad a estudiar el presente, pero no sé si a eso habría que llamarle historia”,
¿no habría que considerar ese presentismo como una forma de instrumentalización de la Historia ? Puede pensarse, en efecto, señor profesor, que su deploración del vacío que han ido dejando en la Historia nacional los mitos laminados por los jóvenes historiadores entre los que usted se contaba, es un enunciado político y no de la ciencia de la Historia. Esto nos llevaría a la conclusión de que las posiciones que usted defiende incurrirían, discúlpeme, en los dos defectos que usted critica, el presentismo y la instrumentalización de la Historia.
Quizás me diga usted que lo que hace al conversar con el periodista es meditar en tanto que ciudadano y no como historiador. El problema tal vez estribe en que el diario no establece en ningún momento ese deslinde entre su condición de historiador y su calidad de ciudadano ; pero el problema es también que usted tampoco lo hace, señor profesor, antes al contrario, puesto que se insiste en su -brillante- desempeño de profesor e investigador sin que usted precise -acaso lo haya usted hecho, acaso el periodista haya omitido su puntualización- si habla como historiador o como ciudadano.
En el mismo artículo declara usted:
«Todos los países necesitan referentes emocionales con los que se pueda identificar. Se necesitan iconos, pero siempre poniéndolos en su justo papel y dándoles el adecuado ropaje. España ahora se ha quedado sin ellos; sin embargo, en Francia empieza a suceder lo mismo. Esto se vio durante la celebración del centenario de Napoleón, al que siempre se ha contemplado en esa nación como a un héroe. Era un mito intocable y la Francia multicultural ya lo observa de otra manera. Parece que las sociedades multiculturales no están de acuerdo con esa idea jacobina de tener mitos. A lo mejor esto es un consuelo para España, pero no estoy demasiado seguro».
Si reconocemos la necesidad de iconos que usted menciona, ¿a quién ha de incumbir mantenerlos ? ¿Al historiador ? Por otro lado, el reconocimiento de dicha necesidad y el de la legitimidad de que un historiador se ocupe un tanto del florecimiento de los altares, ¿no mermará en gran parte la pertinencia de su crítica a un simposio como el de España contra Cataluña, que usted enjuicia severamente en El País del 11 de diciembre de 2013, cuando dice que no se puede hablar de un
enfrentamiento continuo y una postura victimista de Cataluña frente a una España permanentemente opresora y tiránica desde la noche de los tiempos”,
para luego agregar que presuponer esta actitud es
objetivamente repudiable por la historia seria y objetiva” ?
Si todo pueblo necesita iconos, si el historiador ha de tener en cuenta dicha necesidad y si se han criticado demasiado los mitos nacionales y demasiado poco los periféricos4, el problema sería no tanto la actividad misma de mantenimiento o fabricación de mitos como su inoportunidad en el contexto historiográfico y político actual. Con lo que se pasaría de una crítica fundamental, epistemológica o incluso deontológica, a una crítica de simple oportunidad en razón del supuesto desequilibrio existente en la historiografía desde hace unos años. O sea, que, dicho de otra forma, de haberse buscado en el simposio apuntalar los tan alicaídos mitos españoles, su actividad hubiera podido ser, siguiendo sus criterios, legítima.
Quizás pudiésemos, señor profesor, tomar un ejemplo concreto cuyo análisis podría ilustrar la problemática que evoco. Usted colabora, según entiendo5, con la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad6, que parece aspirar a defender la Nación frente a sus impugnadores políticos. En palabras de su director:
« Frente a la impugnación del concepto de Nación por parte de señalados líderes políticos, nunca más que ahora la tradición y el proyecto de libertad que confluyen en el término España nos garantiza un territorio moral con el que defender nuestra idea de civilización y de cultura.”7
¿Se dedica esta fundación a la historia seria y objetiva que usted reclama? ¿Busca alimentar el indispensable altar de los mitos nacionales? ¿Se pueden conciliar ambas actividades?
Quisiera por último preguntarle cómo se sitúa usted en relación con aquellas afirmaciones de Feijóo que cita usted, en su artículo La manipulación de la memoria histórica en el nacionalismo español, en las cuales supedita la necesidad de desengañar al pueblo al que dicho desengaño no le sea perjudicial8 :
« Cuando yo, por más tortura que dé al discurso, no pueda pasar de una prudente duda, me la guardaré depositada en la mente y dejaré al pueblo en todas aquellas opiniones que entretienen su vanidad o fomentan su devoción. Sólo en caso que su vana creencia le pueda ser perjudicial, procuraré apearle de ella, mostrándole el motivo de la duda».
Podría pensarse que su posición en defensa de la necesidad de ponderar los trabajos de destrucción de los mitos que realizan los historiadores en función del contexto historiográfico o político viene a ser una actualización del pensamiento de Feijóo.
A la espera de su respuesta, señor profesor, publico esta carta en mi blog :
http://sebastiannowenstein.blog.lemonde.fr
 
 
Lo saluda atentamente,
 
Sebastián Nowenstein,
professeur agrégé,
lycée R. Queneau

4En el altar de mitos españoles, sin embargo, ve los huecos dejados por la caída de los iconos franquistas. “Los hemos barrido, frente a ese barrido los nacionalismos a escala pequeña no tienen el menor complejo en seguir exhumando sus referentes”. http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/27/actualidad/1354050503_076214.html

8Antes de entablar con mis alumnos el trabajo sobre estas consideraciones que le someto, estuve estudiando con ellos el relato de Borges « Tema del traidor y del héroe », en el cual se encuentra una situación en que uno de los personajes opta, como Feijóo, por mantener al pueblo en su ignorancia.

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